Sobre Lumbre de ciervos
Este texto fue escrito en 2013, cuando Emma Villazón presentó su poemario en Santa Cruz. Se retomó su lectura en julio pasado, en una actividad en la que se recordó su obra poética en conmemoración del primer año de su fallecimiento.
Paura
Rodríguez Leytón
Lumbre de ciervos, el segundo libro de Emma
Villazón, es resultado de un laborioso oficio de cultivar poesía, una incursión
respetuosa al espacio onírico que brinda la palabra en su estado puro.
Desde mi lectura, Parlamento,
el segundo poema del libro, es la piedra angular que da pie y sustenta el
recorrido que nos ofrece el conjunto de versos que mantienen un ritmo interior
permanente, y se depositan confiados sobre un sólido andamio que les permite
dar giros, hacer muecas y moverse con certeza en un terreno pantanoso.
“Nadie parte fácilmente y quizás nunca del todo/ de instancias mayores,
sobre todo del lugar de origen, de esta torre ambigua y amenazadora, siempre
hambrienta de sueños idénticos”, advierte la
poeta en Parlamento.
Y el título del libro invita a pensar en una lumbre tenue, ambigua, a
veces fría; en otros casos, cegadora y, sobre todo, una lumbre cuyo origen
palpita en la piel de lo animal.
Esta lumbre podría ser tácitamente comprendida como la belleza pero la
trama del libro y los recodos que ofrece, a veces como reflexiones, a veces
como asaltos lúcidos, a veces como señales de desconcierto, nos precisan que
esta lumbre de ciervos es algo más, es la belleza en sí pero atravesada por
otros caminos y quizá uno de ellos sea el de la búsqueda.
Un ciervo de corto pelaje y de fuertes músculos habita un bosque umbrío
y húmedo y la poeta, ingresa en él, a buscarse a sí misma, quizá guiada por esa
lumbre, quizá alucinada. La lectura del libro también nos permite vislumbrar
que tal vez no se trata del ingreso a un bosque, y que la poeta no va
necesariamente al encuentro de nadie, porque ella es el ciervo. Se trata del
viaje a un territorio mutante del que se puede pensar que es la propia poesía,
así, indefinible; capaz de desentrañar las cosas terrenas desde un oráculo, que
luego de cada palabra que pronuncia se va diluyendo y cae como arena a la
arena.
Y entonces ahí está la certeza de lo incierto: “No he
desaparecido, estoy en un sueño/ revestida por otro viento de sueño,/ en el que
no puedo fiarme de los nombres/ de mi cuerpo ni de los días venideros”, confiesa
Emma en Balada de Sophie Podolski contra
la desaparición.
Más allá de la certeza de lo que no se sabe ni comprende, están el
viaje, la partida, la migración, la casa que nunca dejamos, el cuerpo como la
habitación más desconocida, la palabra como un hueso que se puede roer
eternamente: “Abandonarse al reposo ciego/ para brotar la voz que
descascare crustáceos”, escribe Emma pero es tan profunda la búsqueda
que este abandono no se resigna, y hay otras posibilidades que permiten que a
partir de la voz ocurra lo cruel, lo que devasta y entonces dice Emma: “habrá
que ahorcar la voz”.
La lectura de Lumbre de ciervos es el ingreso a un
espacio de numerosas posibilidades, a una casa que es la primera, la segunda y
la tercera de las que habla la autora, pero que en definitiva sigue siendo la
misma: es el encuentro con habitantes que exigen y gotean,
es la mirada hacia un cielo que se desdobla.
Y no podemos olvidar al ciervo, al ojo abismal del ciervo, el
ciervo-poeta; el ciervo-madre; al ciervo-hijo; el ciervo-amante. En él
confluyen todos los “yoes” de la que escribe (Emma) y del lector, cualquiera
que fuese este.
En todo este viaje hay un ancla que lucha por mantener lo cotidiano
presente, lo de cada día, lo que nos hace humanos y es así que la poeta
escribe: “No he desaparecido, cavilo en mi cuarto, pájara curiosa,
sobre las ejecuciones del tiempo./ No me protejo, enmascarados vibran afuera de
los siglos, espías de mis vocablos sin regreso”.
Hay otros puntos que señalar, como que el oficio de ser poeta también
está en la reflexión. ¿Es posible dar respuesta a la necesidad de escribir?
¿Dar explicaciones a ese tic que (cito) desteje oscurantismos linguales
de gente errante?
De la lectura de Lumbre de ciervos me quedan imágenes
poéticas impecables, misteriosas certezas y un acercamiento a lo etéreo, pues
se trata de un regreso al nomadismo y a la niebla.
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