miércoles, 16 de noviembre de 2016

El chicuelo dice

Digamos que estas son las
razones
para irse de acá

[o bien: que la Iglesia Católica no se meta con mis cenizas]. Así decidió Wilmer Urrelo subtitular este divertido texto, una lúcida respuesta a la última atrocidad del Vaticano.



Wilmer Urrelo 

…dicen que murió en un día
en que el cielo
era azul como el día de hoy

Morella, Antonio Ávila Jiménez


Digamos que me refiero a eso. Al derecho a irse de acá como uno quiera o, en el peor de los casos, como uno pueda. Y que nadie se meta con tu cuerpo. Ni con lo que quede de él. Los huesos, las cenizas, una masa de músculos inútiles ya. El pobre cuerpo marchito de uno. En estas palabras me referiré al inalienable derecho de largarse de este mundo por las siguientes razones:
Digamos que por el cielo. Digamos que gracias a las nubes. Digamos que por tu sonrisa. Digamos que también por la mía. Digamos que por el odio al mundo. Digamos que también gracias al olor de las piedras. Digamos que por los chiwanquitos. Y digamos que también por las señales. Por las múltiples señales cerebrales y espirituales. O digamos que por los perros. O digamos que también por la literatura. Digamos porque cuando pase ¿dónde quedará mi biblioteca? Digamos que también por mis dedos. Digamos que ahí están mis manos, que son éstas, ¿las ven?, las mismas que a veces no me sirven para nada. Y mis ojos, digamos que también por eso. O quizá por mis labios.
También digamos que porque mi cuello. O sostengamos que porque mis piernas. O digamos que por la estupidez paceña. O porque los bolivianos y sus complejos metafísicos. También sostengamos que porque el frío y sus miles de historias. Porque la existencia del sol altiplánico. O porque los sueños no se hacen realidad. O reafirmemos que porque los sueños nunca se hacen realidad. Digamos que porque tu sonrisa de nuevo. Porque mi sonrisa también. O digamos porque también la gente me caía gorda. O porque la enfermedad.
Y también digamos que porque las cosas importantes nunca llegan (tan solo se hacen presentes el dolor y la enfermedad). Sobre todo digamos que porque me dio la gana. Porque siempre hice lo que me dio la gana. Porque quizá eso fue un error. O digamos que porque la tristeza. Porque la tristeza es grande e inabarcable, como ese cielo azul que se hace visible en “Morella”.
Una vez más: como tu sonrisa y como la mía y como la profundidad de los cielos azules. Por tercera vez: digamos que por tu sonrisa. O afirmemos que digamos que por la incomprensión de tu silencio, también. Y también digamos que porque la humanidad no vale la pena. Digamos que cuando pase ¿dónde quedará mi biblioteca? Sin embargo, también porque la poesía. Porque la música nunca se acabe, ni cuando me vaya de acá. Porque sería lindo la guillotina. O tal vez porque me dolía el estómago. Porque el dolor medular pudo más. O casi seguro porque el dolor medular y la tristeza siempre pueden más. Y porque tu sonrisa también pudo más. O digamos que porque volveré y robaré millones.
También por curiosidad: porque quería ver qué había más allá. Comprobar si había algo. Si estaba ese señor de los curas o quizá el cachudo de los metaleros. Digamos que porque seré cenizas ya. Porque ya olvídenme. Digamos porque la luz paceña y porque podía ver sus pliegues infinitos y eso se traducía en agonía. Digamos que porque mi lejana y plomiza niñez. O porque tu sonrisa, tu sonrisa y tu sonrisa. Digamos que porque el odio. Digamos que porque el amor y la indiferencia. Digamos que porque todo me es indiferente. Digamos que porque las rieles de todos los trenes que vio mi papá en esa niñez de colores. O digamos porque la vida me importa un comino. Digamos porque me importas más tú. Porque me importa más tu sonrisa. O digamos que porque ya estaba harto de todo. Digamos que cuando pase ¿dónde quedará mi biblioteca?... ¡caracho! Digamos que porque Bolivia. Digamos que porque quería tener conejitos de mascotas.
Y también digamos que porque la ciudad de La Paz. Digamos que porque el agua. Digamos que porque el fin del mundo está todavía muy lejos y ya no podía esperar. Digamos que porque las galletas. Digamos que porque los chocolates. Digamos que porque la escasa piedad. Digamos que por la vida y los saltos al vacío con los ojos cerrados. O digamos que la pena se la lleva astillada en los ojos. Digamos que (subrayémoslo) porque tu eterna sonrisa. Digamos que porque mi corazón vanidoso. Digamos que cuando pase ¿dónde quedará mi biblioteca?... ¡la chucha! Digamos que porque mi ombligo. Digamos que porque mis dedos. Digamos que cuando pase ¿dónde quedará mi biblioteca?, ¿en qué manos?, ¿frente a qué par de ojos?, ¿sobre qué mesa de noche? Digamos que porque mis perfumes son vallejianos: “Cuando alguien se va, alguien queda”. Digamos que el que se va es uno y la que queda eres vos (la de la sonrisa). Digamos que porque el frío de todas las madrugadas. Digamos que porque las fiestas.
O digamos que porque mis fosas nasales. Digamos que porque la brutalidad del ruido. O del corazón. Del corazón y de las llagas. Digamos que porque el silencio es hermoso, como una ocarina. Digamos que porque el río. O digamos que porque ver correr a la gente bajo la lluvia. Digamos que porque que me dio la regalada gana. Digamos que porque siempre hice lo que me dio la regalada gana. Digamos que porque estaba cansado de todo. Digamos que harto de todo pero menos de la sonrisa de ella (la que se queda; el que parte soy yo). Digamos que porque el tacto. Digamos que porque no aguantaba más. Digamos que porque es lindo irse así. Digamos que porque la eternidad es una piedra altiplánica. Digamos que porque me dio la recontra regalada gana. Digamos que porque siempre hice lo que me dio la recontra regalada gana. Digamos que porque me olvidarán. Digamos que porque les ordeno que me olviden. Y digamos que porque tu sonrisa toda la vida.
Digamos que porque mi sonrisa toda la vida. Digamos que porque cuando pase viviré lejos: allá, en un rincón púrpura. Digamos que porque no soy nadie nada nadie y nada a la vez. Digamos que porque sí porque sí y porque sí. Digamos que porque al fin puedo decirles chau, no me gustó estar acá, salvo por tu sonrisa. Digamos que cuando pase ¿dónde quedará mi biblioteca?... ¡miéchica! Digamos que porque las cosas y sus colores. Sí, corazón vanidoso: digamos que los seres humanos y el inalienable derecho a irse de acá. Digamos que ¿dónde quedará mi biblioteca?... ¡la chuchumeca!
Y el pequeño niño blasfemo diciendo:
-Véndemela a precio de gallina muerta, así podrás dejar plata para pagar tu cremación y de paso sobornar a un cura.

-Como todo bibliófilo, pequeño niño blasfemo -concluye el Chicuelo sabiamente-, eres una mierda. Digamos que un carroñero de la desgracia ajena, cabrón. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario