Digamos que estas son las
razones para irse de acá
[o bien: que la Iglesia Católica no se meta con mis cenizas]. Así decidió Wilmer Urrelo subtitular este divertido texto, una lúcida respuesta a la última atrocidad del Vaticano.
Wilmer Urrelo
…dicen que murió en un día
en que el cielo
era azul como el día de hoy
Morella, Antonio Ávila Jiménez
Digamos que me refiero a eso. Al derecho a irse de acá
como uno quiera o, en el peor de los casos, como uno pueda. Y que nadie se meta
con tu cuerpo. Ni con lo que quede de él. Los huesos, las cenizas, una masa de
músculos inútiles ya. El pobre cuerpo marchito de uno. En estas palabras me
referiré al inalienable derecho de largarse de este mundo por las siguientes
razones:
Digamos que
por el
cielo. Digamos que gracias a las nubes. Digamos que por tu
sonrisa. Digamos
que también por la mía. Digamos que por el odio al mundo. Digamos que
también gracias al olor de las piedras. Digamos que por los chiwanquitos. Y
digamos que también por las señales. Por las múltiples señales cerebrales y
espirituales. O digamos que por los perros. O digamos que también por la
literatura. Digamos porque cuando pase ¿dónde quedará mi biblioteca? Digamos
que también por mis dedos. Digamos que ahí están mis manos, que son éstas, ¿las
ven?, las mismas que a veces no me sirven para nada. Y mis ojos, digamos que
también por eso. O quizá por mis labios.
También
digamos que porque mi cuello. O sostengamos que porque mis piernas. O digamos
que por la estupidez paceña. O porque los bolivianos y sus complejos
metafísicos. También sostengamos que porque el frío y sus miles de historias. Porque
la existencia del sol altiplánico. O porque los sueños no se hacen realidad. O
reafirmemos que porque los sueños nunca se hacen realidad. Digamos que porque
tu sonrisa de nuevo. Porque mi sonrisa también. O digamos porque también la
gente me caía gorda. O porque la enfermedad.
Y
también digamos que porque las cosas importantes nunca llegan (tan solo se hacen
presentes el dolor y la enfermedad). Sobre todo digamos que porque me dio la
gana. Porque siempre hice lo que me dio la gana. Porque quizá eso fue un error.
O digamos que porque la tristeza. Porque la tristeza es grande e inabarcable,
como ese cielo azul que se hace visible en “Morella”.
Una
vez más: como tu sonrisa y como la mía y como la profundidad de los cielos
azules. Por tercera vez: digamos que por tu sonrisa. O afirmemos que digamos
que por la incomprensión de tu silencio, también. Y también digamos que porque
la humanidad no vale la pena. Digamos que cuando pase ¿dónde quedará mi
biblioteca? Sin embargo, también porque la poesía. Porque la música nunca se
acabe, ni cuando me vaya de acá. Porque sería lindo la guillotina. O tal vez porque
me dolía el estómago. Porque el dolor medular pudo más. O casi seguro porque el
dolor medular y la tristeza siempre pueden más. Y porque tu sonrisa también
pudo más. O digamos que porque volveré y robaré millones.
También
por curiosidad: porque quería ver qué había más allá. Comprobar si había algo. Si
estaba ese señor de los curas o quizá el cachudo de los metaleros. Digamos que
porque seré cenizas ya. Porque ya olvídenme. Digamos porque la luz paceña y porque
podía ver sus pliegues infinitos y eso se traducía en agonía. Digamos que porque
mi lejana y plomiza niñez. O porque tu sonrisa, tu sonrisa y tu sonrisa. Digamos
que porque el odio. Digamos que porque el amor y la indiferencia. Digamos que porque
todo me es indiferente. Digamos que porque las rieles de todos los trenes que
vio mi papá en esa niñez de colores. O digamos porque la vida me importa un
comino. Digamos porque me importas más tú. Porque me importa más tu sonrisa. O
digamos que porque ya estaba harto de todo. Digamos que cuando pase ¿dónde
quedará mi biblioteca?... ¡caracho! Digamos que porque Bolivia. Digamos que
porque quería tener conejitos de mascotas.
Y
también digamos que porque la ciudad de La Paz. Digamos que porque el agua. Digamos
que porque el fin del mundo está todavía muy lejos y ya no podía esperar. Digamos
que porque las galletas. Digamos que porque los chocolates. Digamos que porque
la escasa piedad. Digamos que por la vida y los saltos al vacío con los ojos
cerrados. O digamos que la pena se la lleva astillada en los ojos. Digamos que
(subrayémoslo) porque tu eterna sonrisa. Digamos que porque mi corazón vanidoso.
Digamos que cuando pase ¿dónde quedará mi biblioteca?... ¡la chucha! Digamos
que porque mi ombligo. Digamos que porque mis dedos. Digamos que cuando pase ¿dónde
quedará mi biblioteca?, ¿en qué manos?, ¿frente a qué par de ojos?, ¿sobre qué
mesa de noche? Digamos que porque mis perfumes son vallejianos: “Cuando alguien
se va, alguien queda”. Digamos que el que se va es uno y la que queda eres vos (la
de la sonrisa). Digamos que porque el frío de todas las madrugadas. Digamos que
porque las fiestas.
O
digamos que porque mis fosas nasales. Digamos que porque la brutalidad del
ruido. O del corazón. Del corazón y de las llagas. Digamos que porque el
silencio es hermoso, como una ocarina. Digamos que porque el río. O digamos que
porque ver correr a la gente bajo la lluvia. Digamos que porque que me dio la
regalada gana. Digamos que porque siempre hice lo que me dio la regalada gana. Digamos
que porque estaba cansado de todo. Digamos que harto de todo pero menos de la
sonrisa de ella (la que se queda; el que parte soy yo). Digamos que porque el
tacto. Digamos que porque no aguantaba más. Digamos que porque es lindo irse
así. Digamos que porque la eternidad es una piedra altiplánica. Digamos que porque
me dio la recontra regalada gana. Digamos que porque siempre hice lo que me dio
la recontra regalada gana. Digamos que porque me olvidarán. Digamos que porque
les ordeno que me olviden. Y digamos que porque tu sonrisa toda la vida.
Digamos
que porque mi sonrisa toda la vida. Digamos que porque cuando pase viviré lejos:
allá, en un rincón púrpura. Digamos que porque no soy nadie nada nadie y nada a
la vez. Digamos que porque sí porque sí y porque sí. Digamos que porque al fin
puedo decirles chau, no me gustó estar acá, salvo por tu sonrisa. Digamos que
cuando pase ¿dónde quedará mi biblioteca?... ¡miéchica! Digamos que porque las
cosas y sus colores. Sí, corazón vanidoso: digamos que los seres humanos y el
inalienable derecho a irse de acá.
Digamos que ¿dónde quedará mi biblioteca?... ¡la chuchumeca!
Y
el pequeño niño blasfemo diciendo:
-Véndemela
a precio de gallina muerta, así podrás dejar plata para pagar tu cremación y de
paso sobornar a un cura.
-Como
todo bibliófilo, pequeño niño blasfemo -concluye el Chicuelo sabiamente-, eres
una mierda. Digamos que un carroñero de la desgracia ajena, cabrón.
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