La Chuquiago de Miguel Sánchez Ostiz
Un adelanto –comentario, ejemplos y entrevista de por medio- de Chuquiagomarka, el libro “paceño” que el español Miguel Sánchez-Ostiz acaba de entregar a imprenta.
Martín Zelaya Sánchez
“¿Por qué La Paz y no otra ciudad? Tal vez, solo tal vez,
conteste a esa pregunta con estas páginas. La Paz es una ciudad que engancha.
Es dura, agobiante, incómoda, pero engancha. Nunca me he cansado de patear sus
calles. No me importa confesar que tengo miedo a contar de esa ciudad por si el
hacerlo equivale a despedirme de ella y enterrarla, por eso sé que me voy a
dejar cosas olvidadas a propósito, como guijarros de Pulgarcito: el miedo a lo
definitivo, a que la riada de la vida y su tumulto te lleve consigo al rincón
de las almas perdidas, al de los conjuros que te dejan con las manos vacías y
el alma acongojada”.
No se puede pedir mejor explicación-descripción-presentación
de este libro, que esta declaración de amor a la Hoyada que Miguel Sánchez
Ostiz desliza en los primeros párrafos de Chuquiagomarka.
Pateando la ciudad
En los no pocos comentarios que en los últimos meses provocó
la novela Catre de fierro de Alison
Spedding, hay un criterio que se repite: los no nacidos en esta tierra pueden
leerla, desentrañarla, transmitirla… disfrutarla mejor que la mayoría de sus
hijos.
Y esto es lo que hace Miguel, viejo lobo de mar en viajes,
caminatas y tertulias, pero ante todo, en mimetizarse y dejarse absorber allá
donde va, libreta de apuntes y cámara fotográfica en mano. Y allá donde va, en
los últimos lustros, suele ser cada vez más Bolivia, cada vez más La Paz.
La Buenos Aires en su anverso y reverso y el cementerio de
la llamita. Arturo Borda desde y para el Illimani y la American Visa de Juan de Recacoechea, “nieto de navarro, amigo y
pariente de amigos, culto, ingenioso y desvergonzado en el hablar hasta la
carcajada, de esa gente con la que, al menos yo, haces buenas migas de
inmediato”.
La ubicua coca y las infaltables farras, chakis; y los
sorojchis. Referencias históricas, políticas, sociales que hablan no solo del
poder de aprehensión de Sánchez Ostiz, sino de su proverbial apetito por leer
cuanto libro se cruce en su camino… “En la plaza Murillo asistí, en el 2009, a
un mitin multitudinario de Evo Morales que festejaba la aprobación de una nueva
ley Electoral para Bolivia y el que hubiese salido de una huelga de hambre en
protesta por la actuación de los diputados de la derecha que se oponían a la
aprobación y promulgación de la ley”.
Pero sobre todo: literatura, autores y libros, clásicos y
novedades, de bolivianos y sobre Bolivia; encuentros con literatos y poetas en
charlas de café de Sopocachi, de bar restaurante del centro, o de antro en la
ladera; y perfiles breves pero agudos de la florida fauna paceña. Eso es este
libro, si me piden hacer un veloz esbozo.
Hay un curioso hilo que quizás a Miguel no le guste: Jaime
Saenz. De entrada, confiesa que no es precisamente de su preferencia -“Jaime
Sáenz, poeta, sí, pero maldito, escritor de culto, más o menos legible, pero
muy citado, por haberse convertido en un mito sombrío”-, pero la fuerza de
Saenz -que él reconoce- es tal, que no puede obviarlo a lo largo de la obra…
como cuando conversa con Guísela Morales, su sobrina, sobre recuerdos
personales del autor, o cuando visita su tumba en el cementerio general, entre
otras.
Miguel Sánchez-Ostiz, navarro, ganador del Premio Herralde
de novela, autor de una treintena de libros, presumirá al menos de un “tríptico
boliviano”. En 2008 publicó Cuadernos
bolivianos; en febrero próximo saldrá su Chuquiagomarka (“con la misma editorial que
publicó Madrid-Cochabamba de Pablo
Cerezal y Claudio Ferrufino-Coqueugniot”) y adelanta que ya trabaja en una
“nada convencional” novela que se llamará Diablada
boliviana. Y eso que no contamos acá un texto histórico sobre Ciro Bayo en
Bolivia.
“No
creo que pueda distribuirse en Bolivia –dice sobre Chuquiagomarka. Salvo envíos puntuales o que lleve al hombro la edición,
como un aparapita, y me trinquen en la aduana...”. Así que a modo de esperar la
versión digital o la compra online,
Miguel habla, a continuación, de la esencia de su libro, y en la siguiente
página de esta edición de LetraSiete, proponemos una selección de fragmentos.
- ¿Chukiagomarka es un libro de viajes, de
crónicas literarias…? ¿O más bien un dietario o una versión publicable de tu
diario personal?
- Es una mezcla de todo lo que indicas, porque son
impresiones de varios años de merodeo callejero y literario sin mucho orden, la
verdad. La base es mi diario personal, como también lo es para una novela de
carnavalada, paceña y no paceña, en la que ahora mismo trabajo.
Lo mismo para mi trabajo sobre las andanzas de Ciro Bayo en Bolivia.
Esos diarios de viaje me son fundamentales... y las fotografías sin
pretensiones artísticas.
- ¿Coincidirás
conmigo en que es también, y además, un libro periodístico?, reflejo de
decenas de conversaciones-entrevistas y experiencias-comprobaciones personales.
- Claro. Eso es bueno porque es eco de lo visto, vivido y
pateado, y de la gente excelente con la que he tratado; y es malo porque hablas
de asuntos efímeros, fugaces, y el regreso suele ser triste: lo que viviste puede
haber desaparecido; y además, como te salga un mezquino diciendo con desdén que
lo tuyo es “prosa periodística” y solo eso, pues vas dado.
- ¿En qué se
diferencia de Cuaderno boliviano, tu anterior libro sobre este país…?,
más allá de la obviedad que sabemos por el título: que éste se centra en La
Paz, y el otro quizás es un pantallazo más amplio aunque no tan profundo.
- Aquel fue un libro primerizo, del año 2008, y fue un
dietario de viaje solo de aquel año. Después ha habido seis viajes más a Bolivia
y he podido conocer más a fondo algunos asuntos y lugares. Las cosas cambian,
tú también. No es ni tan exhaustivo ni tan sistemático como Imágenes paceñas, de Jaime Sáenz...
¿Momentos paceños? Tal vez, y no están todos los vividos ni mucho menos. Además
le falta el subtítulo: “Merodeo de La Paz”, algo así.
- ¿Cómo le
responderías a alguien que nunca estuvo en La Paz y que te pida describirla en
pocas palabras o frases?
- Diría que es una ciudad que atrapa, engancha y no te
suelta, inagotable, aunque su pateo te deje baldado. Diría: “Asómese y mire,
¿qué me dice? ¿A que es hermosa?”. Lo diría desde La Ceja o desde Pampahasi,
pero como me siento parte interesada, pues poco valor tiene lo que diga, y
además, eso es superficial porque no hay ciudad que, para quien la padezca, no
sea dura.
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