Vadik explora aguas serenas
Escuchando el nuevo disco. Si un poco más adelante/abajo propondremos un repaso a las letras de Agua, ahora a ponerse todo oídos.
Marcela
Araúz
El
disco Agua es un sonido impredecible.
La más diferente de todas las producciones que fecundó Vadik Barrón. Tomando en
cuenta que en sus nueve grabaciones como solista, y parte del grupo Camaleón,
tenía ritmos identificables como el rock, el pop y el funk, hoy se sumerge en
aguas más tranquilas: géneros y ritmos en su mayoría latinoamericanos.
Es
así que dos son los rostros identificables en este nuevo disco: son 12
composiciones que nacieron como canciones, comenta el mismo Vadik, que luego -en
el proceso de grabación y arreglos junto al maestro Álvaro Montenegro- adoptaron
rostro de valses, cumbias, etc.
La
segunda característica predominante de Agua
es que Barrón deja descansar el sonido de su guitarra eléctrica, no hay
instrumentos que no reviertan sonidos acústicos. En ese panorama, suma sonidos
nuevos con instrumentos con los que sus canciones no habían jugueteado
anteriormente, tal es el caso de los varios arreglos con brasses que hay en no pocos temas y una riquísima variedad de
percusiones.
Quiero
dar un paseo por las canciones que me sedujeron en este disco, desnudarlas un
poquito. Arena, percusión “brasuca” en el ritmo de baiao, plantea bellas y sutiles
intervenciones de la flauta traversa de Montenegro.
Ternura tiene sonidos
que rememoran a la hermosa producción de Pablito Milanés junto a la venezolana
Lilia Vera, allá por inicios de los 80. Vitoria
es un son con coros en registros
graves, hechos por el mismo Vadik, que -aunque breves- son un bello y sutil
aporte.
Mozambique, una
pausada canción donde se escucha con predominancia a Analía Abat en los coros
al unísono. Es ella también quien añade su dulzura pertinente a El carnaval, al apoderarse de la primera
voz en la segunda parte de la canción, que es en sí misma un sabroso jugueteo,
homenaje a su tierra orureña (la de Vadik) y su fiesta grande.
Bálsamo es, en mi
opinión, uno de los dos puntos más elevados de esta nueva propuesta musical del
cantautor orureño. Con fuerte influencia del uruguayo Jaime Ross, ese coro, esa
percusión murguera y los impredecibles cambios de tono en el estribillo elevan
conmovedoramente la tensión de esta obra y su belleza. Y el bandoneón.
Marina San Antonio tiene
una belleza nostálgica. Es un vals con descollante arreglo de cuerdas y un saxo
conmovedor hasta decir basta. Asimilo la melancolía que emana esta canción con
el sonido de Joaquín Sabina en su disco XXXX. Los coros son a dos voces, pero
la variación de registros da la impresión de más.
Para
quienes seguimos fielmente la creación musical de Vadik, resulta un reto salir
de la zona de confort que implica estar acostumbrados a su sonido más dinámico
y con intervalos incluso intensos. Pero estos sonidos nos abren la puerta a un
nuevo paisaje y bien vale la pena nadar en ellos.
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