domingo, 27 de noviembre de 2016

Desde la butaca

Rosángela gestiona cultura para La Paz

Un perfil de Rosángela Conitzer de Echazú, “Connie”.




Lupe Cajías 

Su mirada esmeralda se pierde detrás del ventanal que da a la ruidosa calle sureña. Seguramente en lo que menos piensa es en su belleza física, heredera de sólido tronco paceño y de forastero alemán judío. Algún comensal se acerca y la saluda entusiasmado de encontrar a quien el ambiente cultural citadino reconoce como figura estelar. Al despedirnos otro amigo la retiene: “Connie, qué alegría verte”.
Ella, sencilla como fue desde siempre, responde calurosa, sin prisas. Yo la miro alejarse agradecida con la vida que me permitió ser su alumna adolescente, su admiradora juvenil y más tarde amiga y seguidora de sus esfuerzos por sacar adelante emprendimientos estéticos para el goce de los paceños, de los bolivianos, de todos.

La estirpe familiar
Prefiere estar detrás del escenario y sonreír si simplemente la presentan como la hija mayor de Yolanda Bedregal, la Yolanda de Bolivia, o la hermana del extraordinario pintor Juan Conitzer. Rosángela del Carmen, Connie, no busca salir en la foto ni lucirse en el escaparate. Duda en responder a mi entrevista, pero soy consciente que es necesario dejar por escrito el trabajo que cumple para el entorno.
Alguna vez, visitando los sitios históricos del Cementerio General, encontré el epitafio de su abuelo, el modernista Juan Francisco Bedregal, que decía: “Murió como vivió, en silencio”.
Figura representativa del apogeo de la ciudad estrenándose como sede de gobierno y como principal generadora de literatura y de cultura en el país. “Juan Francisco Bedregal fue director de la Academia de la Lengua, presidente del PEN Club, rector de la UMSA… en fin, trabajó durísimo para mantener a seis hijos y a seis sobrinos huérfanos. Era además un hombre bueno. Toda La Paz se vació a su entierro cuando murió y se declaró duelo nacional”.
“El abuelo de mi madre era José Francisco Iturri, médico de los pobres con gran compromiso humanitario. Murió muy joven”. Yolanda y sus hermanos se criaron en un ambiente único que no volvería a repetirse en la sede de gobierno: tertulias literarias, conciertos caseros, debates políticos, y un sentimiento herido por la patria derrotada. Yolanda era música, literata, pedagoga y estudió estética en Nueva York.
El contexto internacional latinoamericano era también privilegiado con la pujanza del arte mexicano, la literatura argentina y colombiana,, en medio de duros conflictos y búsquedas de utopías. El mundo vivió las dos guerras devastadoras. Yolanda se enamoró de un refugiado del nazismo.
“Mi padre, egresado de derecho, pudo salir del Campo de Concentración en Sachsenhausen y emigró a Bolivia el 39. Se embarcó en Génova en el barco Virgilio con 20 dólares en el bolsillo pero con un bagaje de cuatro idiomas. Había ya antes aprendido español en Berlín. Los idiomas le dieron el sustento y le abrieron las puertas de la sociedad. Con su libro bajo el brazo iba de casa en casa enseñando alemán, inglés y francés. Entonces no había Goethe Institut, ni Centro Boliviano Americano; quizá sí Alianza Francesa. Fue secretario de Alcides Arguedas quien le confió la transcripción de su diario. Más tarde dirigió el Instituto Cultural Boliviano Alemán, hoy Instituto Goethe y trabajó como agregado cultural adjunto en la Embajada Alemana”.
Recuerdo que en el círculo de Gesta Bárbara, en mi hogar, siempre se nombraba con mucho respeto a Gerd Conitzer, a quien se lo conocía como el “Gringo Chukuta” por su personalidad germana tan integrada a Chuquiago. “Sí, era muy apreciado. Fue poeta y filósofo, pero además un hombre sereno y tengo la imagen de cómo terminaba el día laboral tocando piano, dando un ambiente musical al atardecer”. Intercambiaba cartas con el Nobel de La Paz Albert Schweizer y con Herman Hesse, Nobel de Literatura. Generoso, apoyó a Yolanda como la poetisa de la casa y ayudó a traducir su obra; ella tradujo poemas de él y juntos publicaron Ecos.
“Agradezco a Dios cada día su legado de hombre íntegro, culto y la vertiente judío-alemana que corre en mi sangre. El judaísmo es, además de religión, una actitud ante la vida y más allá de la cultura es una sabiduría que se impregna en el alma. A mi padre le debo el amor al idioma, a los filósofos y escritores alemanes, esa mentalidad organizada, previsora, la disciplina. Gracias al alemán he trabajado 30 años como profesora en el Goethe, el colegio y la universidad”.

Paceña universal
Le digo que me parece injusto que a veces la presentan como la hija de Yolanda, más que por ella misma. Sincera, aclara: “a mí no me molesta, somos lo que somos por ser hijos de nuestros padres”.
“Nací en La Paz el 25 de julio de 1945; soy licenciada en filosofía por la Universidad Católica del Ecuador. Me metí a mil cosas desde chica, iba a clases de idiomas y de piano; soy graduada de la Escuela de Guías y Cicerones de Turismo; fui Secretaria de don Roberto Prudencio, el primer ministro de Cultura del país. Fui dirigente activa en la UMSA. Estudié luego idiomas en Inglaterra y Alemania y en la Escuela de Intérpretes y en la Universidad de Zurich, en Suiza”.
Habla español y alemán perfectamente, muy bien el francés y el inglés y se maneja en portugués e italiano, además de conocer hebreo literario. En un homenaje por sus 70 años, su hija recordó cómo se quedaba hasta medianoche para gestionar proyectos culturales. “Dirigí por años la Comisión de Fomento a la Cultura de la Fundación Hermann que apoya a jóvenes talentosos con escasos recursos en el campo de la cultura. Publicamos libros, organizamos conciertos, otorgamos becas, auspiciamos eventos; un trabajo ad honorem que requirió mucho de mi tiempo pero que me dio mucha satisfacción. Edité un libro sobre la Guerra del Chaco, otro para niños, uno de historia del cine boliviano. He revisado y coordinado los libros sobre mi madre editados por El Aparapita, el Ministerio de Culturas y la Fundación del Banco Central”.
Casada con el diplomático Rafael Echazú, es madre de Alejandra y Natalia y abuela feliz, emparentada con la familia de Walter Montenegro, otros cultores de la música. “Consciente del valor literario de la obra de Yolanda Bedregal, más allá del amor, cuando ella murió, me propuse publicar su obra para que no sucediera lo que pasó con Juan Francisco Bedregal que, según mi madre, murió dos veces: una en Cochabamba el 1944 y la segunda cuando sus ensayos y su vasta obra quedó durmiendo el sueño de los justos. Diez años después de su muerte, el 2009 Plural Editores bajo la dirección de Leonardo García Pabón, publicó la Obra completa en cinco tomos, dos de poesía, uno de narrativa y dos de ensayo”.
“Mi hermano murió a los 60 años habiendo pintado y creado con colores y palabras toda su vida. Con parte de su enorme producción llenamos la Galería “Nota” con una bellísima exposición de sus cuadros y esculturas. Junto a Mabel y los hijos de Juan puse gran empeño en que se publiquen sus escritos. La Mariposa Mundial sacó un libro con su obra literaria”.
Antes de despedirnos suena el teléfono, su esposo le comenta sobre el almuerzo en la casa, ahora que escasea el agua. Es también ama de casa.

La veo partir feliz, siempre está tranquila aún en medio de los sufrimientos. Le doy el beso con el agradecimiento por su esfuerzo para promover el amor al arte, la fraternidad entre las personas y, con ello, espacios de paz para el mundo.

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