jueves, 30 de octubre de 2014

Nota de apertura

El Zorro Antonio sale de su madriguera, 20 años después

Esta noche en La Paz se presenta un nuevo número –el primero desde 1994- de la tradicional revista de la Carrera de Literatura de la UMSA.



Martín Zelaya Sánchez

Si se pone “zorro Antonio” en Google, de inmediato salen información y fotos de la saga de películas protagonizada por Antonio Banderas. Qué mal.
Pero con un poco de paciencia -qué bien- se pueden hallar también algunas referencias a la tradición oral boliviana del Zorro Antonio, el Atoj Antoño, un ser mitad hombre, mitad animal; mitad real, mitad sobrenatural, presente en decenas de cuentos y leyendas.
La rica tradición oral boliviana está llena de aparecidos, y la no tan rica tradición escrita -en específico la de revistas y publicaciones literarias- está llena de desapariciones… y a veces también, por suerte, reapariciones. Este es el caso de El Zorro Antonio, revista de la Carrera de Literatura de la UMSA que en su nueva época -la cuarta- vuelve a circulación con su número 11.

J.M. van Kessel escribe:
“Los cuentos del zorro Antonio han sido, durante milenios, enseñanza y tradición en las comunidades andinas. El zorro es un personaje que opera entre cielo y tierra, entre padre y ego. En la comunidad andina, en sus orígenes una comunidad ágrafa, este personaje obscuro juega un papel de alta importancia. Podemos decir que el andino, sea pastor, sea agricultor, recibe y comunica fundamentalmente su cosmovisión, sus conocimientos del medio ambiente natural, su tecnología y su sabiduría mediante el recurso del arte narrativo”.

He ahí la clave: transmitir conocimientos, compartir sabiduría a través del arte de la narración. Quizás de esta manera se explique el nombre y fundamento de esta reconocida aunque tristemente esporádica publicación que -no obstante- vuelve ahora con más bríos y esperanzas de continuidad.
La revista, bellamente diseñada y diagramada, acaba de salir de imprenta y será presentada esta noche, a las 19:00 en la Casa Marcelo Quiroga Santa Cruz, apenas ingresando al barrio de Sopocachi. Antes del vino de honor, hablarán algunos de los miembros del consejo editorial compuesto por Mónica Velásquez, Virginia Ruiz, Omar Rocha, y Ana Rebeca Prada, quienes seguramente recordarán a los muchos que los antecedieron, como Iván Vargas, Jimy Iturri y Juan Carlos Ramiro Quiroga, entre otros.

La oferta
Un extenso y afortunado tributo a Jesús Urzagasti abre la publicación diseñada en tamaño carta y papel ahuesado. Artículos, ensayos, poemas y evocaciones de Ana Rebeca Prada, Sulma Montero, Juan Pablo Piñeiro, Claudio Cinti y Alberto Villalpando, entre otros copan más de un tercio de las 82 páginas. Destacan además en esta sección una reseña de Julio de la Vega a En el país del silencio, recuperada a casi 30 años de haberse publicado en la revista Khana, y un ensayo inédito de Blanca Wiethüchter sobre De la ventana al parque.
Pero no se puede pasar por alto un emotivo texto inédito del maestro chaqueño, Visita intempestiva:

“El hombre estaba soñando, por eso mucho de los que escuchó se esfumó cuando retornó a la vigilia, salvo la figura de un caminante y el acento de su voz. Le dijo como al desgaire:
-Mientras menos tengas, más estarás dando a tu prójimo. Solo así podrás tener. ¿Paradoja? Paradoja o parábola, escúchala: si tu prójimo no tiene nada, tú de veras no tendrás nada. Nadie tendrá nada y el mundo se habrá empobrecido.
Para unos es fácil acumular fortunas, para otros es difícil escapar de la pobreza. En ambos casos, el sufrimiento es un visitante muy asiduo”.


Pasando a otros textos, Gilmar Gonzales rescata uno muy interesante aparecido en el semanario Bandera Roja, de 1926, en el que Abraham Valdez escribe, en un artículo titulado “La crítica en la literatura moderna”:

“La literatura ha experimentado la conmoción desgajadora de nuestro tiempo. Al igual que el antidogmatismo científico y el revolucionarismo político, la estética y con ella el arte, pasó el periodo crítico de la estruendosa ruptura con el pasado. Ingresa al campo abierto de la acción subversiva”.

Luego, Marcia Mogro analiza el universo artístico de Sol Mateo, y escribe: “La foto es el instrumento de registro a partir del cual observa el mundo, elaborando y desarrollando su obsesión, su proyecto poético, como un trabajo constante y consciente, no capricho del momento, no interés en imposiciones ni concesiones de ninguna especie”.

Más adelante, se da paso a la ficción y la poesía, con trabajos de Jaime Taborga, Rubén Vargas, Eugenia Brito y Cé Mendizábal; luego viene la sección de crítica con un interesante ida-y-vuelta entre Juan Carlos Orihuela y Monserrat Fernández, y antes del cierre con una decena de breves reseñas de las más recientes publicaciones del medio, hay campo para la traducción -Las versiones de Roland Barthes, a cargo de Marcelo Villena- y un entretenido diálogo entre Mauricio Souza y Juan Cristóbal MacLean.

“¿Cuál es la relación entre la experiencia -el lugar- y la escritura poética o, siendo consecuentes, de las condiciones de posibilidad de enunciación del mismo lugar? ¿Qué dan ellas a lugar? ¿Me preexiste el lugar y yo soy solo su efectuación o el lugar es, más bien, un latido acorde con mi sangre?”, se interroga MacLean respecto a la construcción de uno de sus poemas.

Esta es, grosso modo, la estructura básica de este renacido Zorro Antonio. Se puede ver que a lo largo del tiempo, con pausas, cambios y relanzamientos, se mantiene la esencia en el estilo de la propuesta, lo que se comprueba en tres características infaltables desde los primeros números: un dossier de homenaje a un literato, un artista plástico o gráfico invitado a ilustrar todo el número (en este caso Rebeca Anais Paz), y una entrevista a profundidad a un escritor o literato que en este número la hace Mauricio Souza, encargado también de la misma labor en la mayoría de los números anteriores.
 
Uno de los dibujos de Rebeca Paz que ilustran la revista.
Historia y destino
En el texto de presentación titulado “El retorno del Zorro”, que no lleva firma, los editores sostienen: “claramente, el primer Zorro Antonio -el de los años 80 y 90- tuvo tres momentos. El primero (1984): el de los números iniciales, en formato de periódico y fuertemente dirigido a lo popular, lo oral, lo visual. El segundo (1986-1989): el de los números tres a seis, que adquirieron el formato más pequeño de la revista y le bajaron un tanto el ímpetu popular, oral y visual sin necesariamente excluirlo, poniendo el énfasis en la letra y la crítica. Y el tercero (1991, 1993, 1994): el de los números siete a diez, en formato de revista de artes y literatura, con publicidad e intento de rigurosa continuidad”.
“Intento de rigurosa continuidad…”, escriben los editores; caro y casi siempre inalcanzable anhelo de los soñadores emprendedores de revistas literarias en el país.
Rodolfo Ortiz, director de La Mariposa Mundial -que por cierto, con más de 15 años y casi dos docenas de números es uno de los más sostenidos proyectos de este tipo-, me comentó hace años en una larga charla dedicada exclusivamente a las revistas literarias (Fondo Negro, La Prensa, 25-6- 2006): “No hay revistas eternas; toda revista literaria lleva en su ser su propia muerte… y es que pocas pueden sostenerse económicamente para seguir viviendo, pues en verdad son un afán quijotesco… a veces sacas algo y ya sabes que está a punto de morir”.
No será -sabemos- el caso de El Zorro Antonio que, nació en 1984, llegó a 1994 para hacer una larga pausa, y resurge en este 2014 (4-4-4, por si interesa a algún cabulero) con intenciones de quedarse.

Una tradición
De todas maneras, Ortiz también da pie al optimismo sobre estos audaces proyectos: “En Bolivia hay una muy buena tradición de revistas, surgen en diversos momentos históricos, crean espacios de convergencias y placeres, pues toda revista tiene su particularidad, el gusto con el que está pensada”.

En las páginas de LetraSiete, escribe quincenalmente Omar Rocha -uno de los encargados de la edición de El Zorro Antonio- la columna Cafetín con Gramófono, dedicada precisamente a evocar y reseñar revistas y suplementos literarios bolivianos de fines del siglo XIX y la primera parte del siglo XX.

En la primera entrega de esta serie, Rocha reflexiona:
“Durante finales del siglo XIX y principios del siglo XX, las revistas literarias fueron el medio por el que circularon las más importantes ofrendas literarias, románticas, modernistas y pre vanguardistas que produjeron los bolivianos”.
“La mayoría de los escritores que tuvo alguna obra importante fue parte de una revista o publicó algún folletín. Estas hojas viejas nos dan a conocer textos inéditos, nos dan pautas de los inicios, las preocupaciones, las ideas estéticas y políticas, los debates, etc., de escritores como Ricardo Jaimes Freyre, Manuel José Tovar, Ricardo Bustamante, Josefa Mujía y Carlos Medinaceli, por citar solamente unos cuantos”.
“Las páginas volantes y revistas son un material valioso, no sólo en términos históricos, sino estéticos y literarios; algunas tuvieron una larga vida, otras murieron en su primer número, sin embargo, el impulso se mantiene y pervive hasta nuestros días, cuando somos testigos de la aparición de revistas y “pasquines” virtuales a los que vale la pena prestarles atención”.

Volviendo al porqué del nombre, El zorro Antonio, sabemos que los editores fundadores de la revista quisieron hacerle honor a la tradición andina a la que se refiere Kessel. Pero hay algo más, también inherente a las cosmovisiones originarias: y es que todo lo relacionado a este mito converge en un solo macro concepto interpretable de diferentes maneras: comunicación, transmisión, emisión-difusión, percepción-retroalimentación. ¿Acaso no es esta la razón de ser de una revista literaria?

Escribe Manuel Vargas en su novela Música de zorros:
“Don Zorro, ¿de ande es usted?, ¿de cómo llegó al pueblo?, ¿es cierto que tuvo mujer y tuvo vacas sin contar…? A tanta insistencia, y si estaba tranquilo y bien comido se tapaba las canillas y con los restos de su poncho, se aclaraba la voz, la modulaba que era un contento y comenzaba: “en tiempos de la peste allá en Pueblo Encantado...”. Todo les hacía creer a los muchachos. ¿Cómo mismo llegó al Sur y después al pueblo?, ¿quiénes eran sus padres? Rastreando, curioseando, llegó se llegó a saber más y más. ¿O todo cuando hablaba no eran más que sus puritas, y él mismo se inventó su vida?

“Creemos -auguran y prometen los editores de este Zorro renacido- que es posible continuar la aventura, con la certeza de que ya no podemos seguir postergando la reaparición de un medio que exprese la importancia y pertinencia del trabajo que realizamos en nuestras aulas, en nuestras reuniones de investigación, en el silencio de los procesos de creación, en la diversidad de nuestras miradas críticas…”.

Que así sea y enhorabuena.

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