Lluvia de héroes
En palabras del autor, este es un texto “un poco extraño sobre fútbol y literatura y lo que pienso que son los héroes…”
Sebastián
Antezana
1. Con los héroes,
vivos o no, pasa un poco como con los muertos: se hacen montaña sobre nuestras
espaldas. ¿Qué decía Urzagasti?: “no
hay ser humano que no termine cargando a sus muertos; no puede dejarlos en
ninguna parte porque son los héroes de su patria incanjeable, el depurado
territorio de la nostalgia, el campo santo que alguna vez nos ha consentido la
invulnerabilidad de la pureza”.
Vivos
o no, nuestros héroes son presencias que llevamos por todas partes, siempre a cuestas,
y que forman sobre nosotros una creciente montaña de cuerpos o a veces también
una pesada influencia. Por lo menos eso es así en literatura, en la que -¿qué decía
Bloom?- la influencia se concreta como ansiedad.
Otras
veces, en otras áreas, como, digamos, en fútbol, los héroes no son
necesariamente influencia que se acumula sino los protagonistas de un partido
jugado en una cancha infinita, nuestro particular campo santo, el depurado
territorio de la nostalgia.
Como
regla general, y pese a hacerse montaña sobre nuestras espaldas, en literatura
los héroes deben estar lejos. Porque si hay algo clave al momento de la lectura
-y más aún al momento de la escritura- es estar solo aunque pendiente de la
montaña.
En
fútbol, por otro lado, pese a no hacerse montaña sobre nuestras espaldas, pese
a correr en una cancha infinita, los héroes deben estar cerca. Porque si hay algo
clave al momento del juego -al momento del juego y los jugadores- es estar siempre
acompañado.
Entre
esos dos extremos, entre la literatura y el fútbol, entre la soledad y la
presencia, se debate el animal de la vida.
2. La noción de
héroe, sobre todo en su concepción mítica, va mano a mano con la de nostalgia. Pero
en literatura los héroes no caen sobre nuestras espaldas después de atravesar
el denso filtro de la imaginación o la nostalgia. Llegan criaturas desnudas y
plenas, casi intocadas, que se hacen libro a libro, sobre nosotros
desprevenidos, primero piedra y luego montaña.
En
fútbol, por otro lado, los héroes nos caen encima impregnados de épica, nos
llueven distorsionados, falseados, relatados por distintas voces, en distintos
tonos y registros, agigantados, solitarios, inalcanzables. ¿Qué decía Tomás
Gonzáles?: “la verdad no existe y el mundo es solo música”.
La
música heroica de la literatura y el fútbol suena en distintos registros y
resuena en distintos paisajes, se hace montaña y cancha infinita, presencia y
ausencia. Esa música es una bienvenida, una sinfonía convocatoria que abre las
espaldas a una lluvia de héroes que cae y se concreta en acciones pequeñas y gloriosas,
hechos cotidianos y míticos que se graban a fuego en nuestra memoria absorta.
La
música heroica es también un sistema de signos, un código. ¿Qué decía
Passolini?: “el fútbol es un lenguaje y tiene momentos que son puramente
poéticos: los momentos de gol”. Así, la música y el lenguaje poético del
fútbol, ante los que se eriza y ofrece el animal radiante de la vida, alcanzan
el clímax en la tensión literaria del gol, el instante en que desnudez y épica,
plenitud y relatos provenientes de distintas voces, se encuentran en la cancha.
3. Una vez fui
completamente feliz. Era 1993 y yo
tenía 10 años. Estaba en la recta de
preferencia, bandeja baja, sector izquierdo, cerca del enrejado que separa las graderías
de la pista atlética. Eliminatorias para el mundial de Estados Unidos.
Completamente
feliz.
Partido
a partido la lluvia de héroes impregnados de épica caía sobre mis espaldas de
niño, una lluvia que no se concretaba en pesos ni influencias pero sí en música
gloriosa y convocatoria y gol a gol en tensión literaria.
Meses
de ansiedad, de aprendizaje sobre la victoria y las derrotas, de vivir al borde
del abismo nacional y el campo santo. Y de que, junto a mi papá y mi hermano,
viéramos cómo del sistema de signos brotaran algunos nombres que se grabaron en
nuestra memoria absorta: Borja, Melgar, Etcheverry, Cristaldo, Trucco, Sánchez,
todo aquello. Nuestro panteón particular de héroes, mi patria incanjeable, mi
depurado territorio de la nostalgia.
Nunca
me he vuelto a sentir así. Sí de forma parecida pero nunca igual. En fútbol,
como en literatura, los nacionalismos son una forma de censura.
En
2004, cuando Bolívar ganó la primera final de la Copa Sudamericana, y este
2014, cuando llegó a la semifinal de la Copa Libertadores, ¡qué manera de
llover héroes sobre mi espalda! Qué forma que tiene el fútbol de generar un
sistema literario, un pedazo de patria que nada tiene que ver con mi país, ese
de cadenas de cerros esqueléticos, de selvas negras y planicies, de ríos
turbios y violentos como la explosión de una arteria.
Pero
ni en 2004 ni en 2014 me he vuelto a sentir así, como cuando en 1993 esos
nombres grabados en mi memoria crearon y cercaron un territorio reservado solo
para ellos, el de la nostalgia y la invulnerabilidad y la pureza.
4. Una mañana de
julio pasado me levanté contento. Jugar
con el perro, tomar jugo de papaya, bañarme. El sol de invierno era una bola indescifrable que me sacudía y me
avisaba que estaba de vacaciones en La Paz. Intensos días de comunicación, de descanso
y lenguaje. Días de fútbol, días de
Mundial.
Pese
a ello, algo de intranquilidad, algo que me separaba de la realidad, y solo con
los días poder reconocer que ese algo, que esa distancia, era en realidad el
espacio de nuestra presencia compartida en aquel momento de sintonía global. ¿Qué
decía Pessoa? “Entre la vida y yo hay un cristal tenue. Por más claramente que
vea y comprenda la vida, no puedo tocarla”. Entonces comprendí el cristal y por
unos momentos fui feliz.
Algo
asomaba por el rabillo del ojo, una forma conocida que se acercaba y, pese al
indescifrable sol de invierno, me anunciaba con claridad que otra vez se venían
la lluvia y la música heroica del fútbol, y que, frente al animal de la vida,
no importa si están vivos o muertos, los héroes siempre son una forma de
felicidad.
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