jueves, 2 de octubre de 2014

El último mestizo

Notas de mi diario

 A tono con estos días preelectorales, el autor comparte sus apuntes y reflexiones personales, que van desde la relectura de un clásico nacional a sus impresiones políticas.



Manuel Vargas

Uno. Por motivos de trabajo he leído a salto de mata un libro viejo. Tan viejo, que se llama Añejerías paceñas (1932-1932). Y me quedo asombrado al enterarme de que en esos años ya existía la expresión “Tu abuelita en moto”. Pues en la página 187 se lee: “¡Su abuela en moto, qué esperanza!”.
Asimismo me anoté tres refranes y modos de expresión simpáticos que quiero compartir: “El día se puso más feo que un hombre montado a burro”. “Quien por su gusto padece, que al diablo se queje”. “Cama ajena ni limpia ni buena”. Y el humor de Sotomayor se acomoda perfectamente a la temática de la obra: “Durante los últimos días del año habían sepultado, entre otros, el cadáver de una mujer muerta ¡naturalmente así tenía que ser! Y si no ¡guay! del que dijese lo contrario”. (p. 97).
He aprendido también una expresión aymara, que corresponde a nuestro españolísimo término “correveidile”: Está escrito “Sihuay-saahua” y su traducción: “ha dicho, le he de decir”, lo que en la escritura moderna aymara sería: Siway saawa. 
Me alegró conocer esta expresión porque así ya sabré ponerle el título a la versión aymara de la revista de cuento Correveidile, que, vaya de adelanto, volverá a aparecer este mes de octubre.
Por último, no sólo diré que en todas partes se cuecen habas, sino que el mundo es un pañuelo. En la tradición: “Compromiso que olió a muerte”, los lunes de carnaval se cantaban unas coplas… Toda la vida supe, y mucha gente conmigo, que esos versos hace años fueron cantados en Vallegrande, en ritmo de khaluyo. ¡Pues son de Vallegrande! Pero no, una versión ya estaba en las costumbres carnavaleras de La Paz, recogida por Sotomayor: “Ata tu perrito/ no me hagas morder/ que a la medianoche/ tengo que volver…”.
En la versión que yo conocía sólo está la variante en un verso, que ahora no viene al caso señalar. También hay una copla que cantaba mi mamá. La versión de Sotomayor dice: “Alégrense niñas/ háganse pedazos/ que ya pasa el tiempo/ de los cartuchazos”. ¿Cuáles eran los cartuchazos? ¿Alguno de los cohetillos actuales? Pero bueno, en la versión de mi madre se remplazan estos cartuchazos por “membrillazos”, tomando la costumbre de las “guerras de frutas” que existían y existen en muchas regiones rurales de nuestro país: Valles de Santa Cruz, región Kallawaya o ayllus de Qaqachaqa y alrededores.
Y todavía hay gente que piensa que su pueblito, su cultura, su comunidad o su “grupo étnico” es el centro del mundo. Por todo eso, ayudadme a decir: ¡que viva el mestizaje! (y la libertad y el voto cruzado).
Dos. A propósito de política y literatura, el otro día me encontré con un texto de unos jóvenes argentinos… Eran tres, los conozco a dos, traté con uno de ellos y es muy buena gente. Hace años me sacó de la Feria de Buenos Aires y me llevó a su cuarto a tomar un cafecito. No se trata,  pues, de hablar mal de nadie.
En ese artículo, publicado en Buenos Aires, hablan de la emergencia de muy buenos escritores bolivianos. Y el caso es que atribuyen este fenómeno al proceso de cambio que vive Bolivia. Qué tal. No estoy para hacer citas y poner nombres. Sólo me pongo a pensar: a qué atribuirían, si yo tuviera esa clase de críticos, mis buenos, pasables o malos cuentos y novelas. Y tiemblo. Posiblemente al pasado neoliberal.
Y me hace pensar también en lo que escribí hace un mes en esta misma columna. Cuando hablaba del apoyo de ciertos intelectuales, europeos y latinoamericanos, al Presidente de Bolivia. ¡Por qué? Porque es un indio, y fue pobre, y no tuvo las oportunidades que ellos sí tuvieron. Y decía que igual le pasó a Stalin con algunos intelectuales europeos de su tiempo.
Efectivamente, en Bolivia hay artistas, y entre ellos varios escritores de toda edad, que apoyan abiertamente y supongo que están convencidos, al así llamado proceso de cambio. Están en su derecho. Pero ninguno de ellos está nombrado en el artículo de marras de esos jóvenes argentinos. Entonces… Bueno, yo tampoco estoy. Debo de estar en alguna otra lista. En la lista de los aguafiestas.
El caso es que, una vez que aparecemos en este mundo, ya estamos sujetos a la manipulación o al ninguneo de la sociedad: llámense jóvenes argentinos, intelectuales uruguayos o cientistas europeos y políticos españoles, que muy sueltos de cuerpos vienen a alabar nuestra gran experiencia política de triunfadores. Y después, en los discursos nativos, nos hablan de descolonizarse y demás zarandajas.

Tres. Y bueno, debo aclarar, simplemente, que ante todo esto, respetando a todos mis colegas, amigos y examigos, me declaro opositor, sin adjetivos. Considero –debo ser muy anticuado– que el escritor o el artista en general, por su misma esencia de creador, desde el margen o desde las alturas, debería ser crítico de su sociedad, y muy especialmente del poder, de todo poder. Y se debería, también, generar un debate sobre estos temas, no para opinar sobre “los álgidos temas nacionales”, por lo menos para que no nos utilicen y no nos pongan etiquetas, del color que sea. 

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