jueves, 23 de octubre de 2014

Nota de apertura

La literatura boliviana actual mirada desde México


De su reciente visita al país norteamericano, la autora se trajo el libro Mito, utopía y memoria en las literaturas bolivianas, editado por Begoña Pulido Herráez y Carlos Huamán, del que ahora traza un extenso e interesante análisis.


Virginia Ayllón




Cuando viajo a México, inmediatamente recuerdo la sentencia de la protagonista de la novela Floreros de alabastro, alfombras de Bokhara de la argentina Angélica Gorodischer. Cuando esta investigadora conoce México dice algo como “que ellos desciendan del mono o del oso, yo desciendo de México”.
Y es que México es una especie de patria paralela. Nuestra cotidianidad está llena de México: desde los mariachis bolivianos de las bodas y las serenatas, pasando por la música popular mexicana con muchos fans en estas tierras, sea Bronco o Zoé y, por supuesto Juan Gabriel. Ni qué decir de  las telenovelas que las tenemos, literalmente, hasta en la sopa. Y el cine y los zapatistas y los narcocorridos y la lucha libre, Memín, el Chavo. Y, claro, la literatura.
Nuestro, recalco, nuestro  mundo literario incluye, por lo menos, a Juan Rulfo, Sor Juana y Octavio Paz. Además, no hay posible bohemia literaria sin José Emilio Pacheco, Jaime Sabines, Juan José Tablada, Carlos Monsiváis y otros. A esto podemos sumar a Reyes, Krauze, Bonfil y otros en el ámbito académico. Entonces, decir que México está en nuestra piel parece poco para calificar esta cercanía.
Pero todo indica que esto no sucede del otro lado y para los mexicanos, Bolivia puede ser lo que para un europeo: un país con indígenas, de mucha inestabilidad política, mucho narcotráfico, donde murió el Che y ahora tiene a Evo Morales como Presidente. Es un país extraño.
Esta extrañeza establece interrogantes y puede generar idearios sobre lo que es o debe ser Bolivia. Esta es la sensación que me ha producido la lectura de Mito, utopía y memoria en las literaturas bolivianas, editado por Begoña Pulido Herráez y Carlos Huamán y publicado en 2013 por el Centro de Investigaciones Sobre América Latina y el Caribe de la UNAM. 
Su lectura también me ha generado varias preguntas sobre mi propio país, su literatura y su historia. Varias veces me he quedado frente a un párrafo preguntándome si yo desconozco esa realidad que estaría sucediendo aquí, donde vivo. Por ejemplo, ante la siguiente aseveración: “en la actualidad las letras andinas comienzan a tener una importancia antes desconocida; la inventiva, la imaginación, representación y creatividad provenientes de los Andes empieza a expandirse”, me quedé pensando sobre cuáles podrían ser esas letras andinas que están tomando importancia, y no logré esbozar una verdadera respuesta.
El texto es producto de un seminario sobre literatura andina del siglo XX que tenía por objetivo indagar sobre los mitos de las culturas prehispánicas en la literatura reciente y si su rescate es una forma de imaginario de los movimientos de liberación indígena. Se compone de ocho ensayos reunidos en tres partes: Mito y utopía, Mito y memoria, Poesía y utopía.
La mayoría de los textos refieren a la “insularidad” de la literatura boliviana, desconocida para el resto de Hispanoamérica. Los autores ensayan varias explicaciones para este aislamiento. Por ejemplo, que esta insularidad sea voluntaria o se derivara del encierro geográfico. Que la crítica literaria es “escasa y de poco aliento, salvo honrosas excepciones”. Que la literatura boliviana es desconocida dentro y fuera porque “los estudios críticos para elucidar aspectos particulares de ésta y la producción editorial destinada a la difusión de las obras, son insuficientes”. Que “a pesar de su aparente y problemática insularidad, debe ser revisada en el marco de la literatura latinoamericana”, que la insularidad sería solamente una “manida idea” y el aislamientos una presunción no probada.
A la luz de estas ideas me ha parecido que vivo en un país donde escribimos, criticamos, organizamos encuentros y seminarios, publicamos, y a pesar de ello nuestro trabajo es insuficiente… ¿para quién o para qué? Creo que el asunto trata más bien de las relaciones culturales entre dos espacios: un gran centro cultural y nosotros.
Mi lectura ha dividido estos ensayos en dos grupos, de acuerdo con el enfoque con que trabajan segmentos de la literatura boliviana: los primeros, los que se arman sobre los mitos indígenas que soportarían o estarían en el trasfondo de procesos de liberación en Bolivia. En cambio, los otros privilegian el hecho estético. Entre ambos ubicaría los estudios de Aluvión de fuego de Cerruto, a cargo de María del Carmen Díaz y el del mito del Tío de la Mina, de María Fernanda Sigüenza, ya que ambos son textos muy bien estructurados y, sobre todo, asentados en varias y calificadas fuentes (digamos, Víctor Montoya, René Poppe y Pascal Asbi para el segundo caso).
Bien, las dos formas de crítica literaria a las que acude este libro, corresponden a las que se desarrollan en Bolivia y es también cierto que la primera vertiente, o la apegada al análisis histórico y social ha tenido más espacio en nuestro país. Ello posiblemente suceda (Luis Antezana lo afirma) por el tardío y escaso desarrollo de las ciencias sociales, las que han hecho de la literatura una -o más bien la- fuente de información central para la investigación. Tomemos como ejemplo la antropología urbana que se desenvuelve mucho más tarde que la narrativa y poesía de la ciudad. No es aventurado decir que la ciudad fue explicada antes por la literatura que la sociología o la antropología urbanas. Y como este ejemplo, varios otros.
Fotocomposición: Clara Berríos.
Este peso de lo social en la crítica (pero también en la creación) ha tenido particular incidencia en la narrativa. No es raro que ciertos estudiosos clasifiquen la literatura boliviana en literatura minera, de la Guerra del Chaco,  la guerrilla, de la dictadura, etc.
Este hecho, a su vez, responde a la ligazón de determinados movimientos literarios con la política y particularmente con el proyecto nacionalista que nace desde los albores de la Guerra del Chaco y se asienta en la segunda mitad del siglo XX. Particularmente la narrativa ha sido presa de esta gravitación y la poesía ha mantenido cierta autonomía que, creo, es la base de la fortaleza de la poesía boliviana.
En este panorama, “lo indígena” (antes denominado “el problema del indio”) ha ponderado lo suyo, sin embargo, aún están pendientes los debates sobre lo que designaría la literatura indígena (la escrita por un indígena y entonces quién es o no es indígena, o la escrita desde la visión indígena y cuál sería esta, etc.) lo que trae varios problemas y discusiones sobre la literatura indígena, indigenista (alguien incluso indicó existiera la literatura indígenal o neoindigenista).
En varios de los textos del libro que hoy nos ocupa, por ejemplo, se analiza el cuento Mama Huaco en el primer círculo de Alison Spedding, como representación de una literatura que contiene mitos andinos. Y si bien ninguno de los ensayos califica este cuento como indígena, casi que se puede inferir su adscripción a esta nomenclatura. Este cuento de Alison es parte de una de las vertientes de su narrativa ¿sobre lo indígena? Su celebrada novela Saturnina time on time podría muy bien aceptarse como novela del Pachakuti, del tiempo del retorno; lo que sería “forzar” (para usar un término del texto mexicano sobre este cuento) o más bien reducir esta obra a un requerimiento ideológico que dejaría de lado, por ejemplo, el complejo trabajo de lenguaje de esta novela.
Este requerimiento ideológico es lo que, a su vez, me ha producido extrañeza sobre este texto que en sus dos primeras partes busca y encuentra sendas de los mitos indígenas en la actual literatura boliviana, relacionados, además, con posibles proyectos libertarios en general, y con el actual proceso político boliviano en particular.    
Así, los análisis de los mitos de Túpac Katari, Viracocha, Inkarry y Pachakuti concluyen que sea en biografías (la de Augusto Guzmán sobre Tupaj Katari) o en los cuentos (Adolfo Cáceres, Oscar Cerruto, Oscar Soria, Francisco Cajías, Ricardo Ocampo y Raúl Leytón) “el tema mítico está muy enraizado en la cultura andina y se manifiesta de diferentes maneras en la narrativa más reciente” o que “la literatura boliviana tiene relación con la tradición oral que salvaguarda su pasado (en algunos casos más que en otros)”.
Estas últimas aseveraciones llaman la atención porque el corpus estudiado no es la “narrativa más reciente”, pero sobre todo porque se trata de un acercamiento, no diré forzado, sino más bien muy novedoso, casi inédito en el análisis literario hecho en Bolivia, pero no en el análisis político actual.
Por eso, creo que esta vertiente cierra muy bien en el ensayo “Mitos de Pachakuti en los movimientos sociales contemporáneos en Bolivia” de Jorge Alfonso Pato quien, con base en textos de Pablo Mamani, Eusebio Gironda, Raquel Gutiérrez, Felipe Quispe, Silvia Rivera, Oscar Olivera, Evo Morales y el Taller de Historia Oral Andina (THOA),  analiza el mito de Pachakuti en los movimientos sociales de la última década de los 90 y la primera de los 2000 en Bolivia.
Recordemos, sin embargo, que todos estos autores no son escritores de literatura propiamente dicha. Claro que la escritura de la socióloga Silvia Rivera se asimila al ensayo y es una buena representante de este género, pero no creo poder afirmar lo mismo para Eusebio Gironda, asesor del Presidente Morales. Y Felipe Quispe y Oscar Olivera son dirigentes, el primero indígena y el segundo de movimientos populares y ambos producen textos más bien políticos.
Pero tampoco es raro que se acuda a este tipo de textos para tratar de explicar el devenir político actual en Bolivia, proceso que ha entronizado el texto político al que acuden los denominados movimientos sociales. En cambio, la literatura indígena es la gran ausente de este proceso. Por eso la afirmación de que “en la actualidad las letras andinas comienzan a tener una importancia antes desconocida” refiere al texto político, no al texto literario.
Es cierto también que el texto político se extiende a la educación (como política pública) y allí sí es posible encontrar una clara línea educativa relacionada con los mitos, tal cual lo afirma Carlos Huamán (aunque no estoy segura que este preciso mito forme parte de los textos escolares): “no hay duda de que el Inkarry juega un rol trascendente en la configuración del imaginario social. Tanto en la educación informal como en la formal, es un recurso que impulsa la conservación de la memoria y de la historia de los pueblos andinos”.
En contraposición de estos ensayos, los de la tercera parte del libro, destinado a la poesía, no hacen referencia al mito y siguiendo la metodología planteada por la poeta y crítica literaria Mónica Velásquez se acercan a la poseía de Gustavo Medinaceli, Oscar Cerruto, Pedro Shimose y la propia Velásquez, con claves principalmente estéticas.
Aunque estos textos también refieren la “insularidad” de la literatura boliviana, su acercamiento es menos político y más literario por lo que establecen interesantes líneas de análisis como la de Jorge Aguilera, quien en “Ínsula, exilio y retorno en la poesía boliviana” reflexiona sobre la auto referncialidad de la crítica de poesía en Bolivia ya que poetas leen y critican a poetas: el poeta Cerruto por los poetas Shimose y Velásquez, etc.
Sobre el acercamiento a Gustavo Medinaceli, calificado como el primer poeta surrealista, cabría decir que esta lectura no considera la escritura de la ultraísta Hilda Mundy, anterior a la de Medinaceli.
Como se observa, este libro de acercamiento a la literatura boliviana trabaja con las dos formas de crítica literaria en Bolivia y es un buen espejo de lo que hacemos aquí, además, en un momento político que también necesita establecerse en las letras.
A la vez, es importante indicar que a pesar que los autores estudian los mitos aymaras y quechuas, creo que en México también hay un desconocimiento de que lo que se denomina “indígena” en Bolivia incluye a los pueblos amazónicos, estos sí encerrados en una “insularidad” interna y externa y casualmente combatidos por el actual Gobierno.
De ahí que se ha repuesto el término “aymaracentrismo” para designar la particular actual relación entre pueblos indígenas, los unos en el poder y los otros “al otro lado”. El impacto de esto en la literatura no existe todavía y puede ello comprobar que los pueblos indígenas en el poder han priorizado el texto político (escrito, siempre escrito).
Sobre las artes, antes ya he reflexionado sobre la estética de este proceso político en Bolivia en el que destaca, lamentablemente, la folklorización de los símbolos indígenas, tanto por el poder como por los movimientos sociales que lo soportan. Por supuesto que este es un proceso del lenguaje y de aquí en un tiempo podremos, sin duda, advertir qué ha sucedido en ese ámbito y es de esperar que estudiosos de otros países también nos acompañen en tales reflexiones.


No hay comentarios:

Publicar un comentario