La literatura boliviana actual mirada desde México
De su reciente visita al país norteamericano, la autora se trajo el libro Mito, utopía y memoria en las literaturas bolivianas, editado por Begoña Pulido Herráez y Carlos Huamán, del que ahora traza un extenso e interesante análisis.
Virginia Ayllón
Cuando
viajo a México, inmediatamente recuerdo la sentencia de la protagonista de la
novela Floreros de alabastro, alfombras
de Bokhara de la argentina Angélica Gorodischer. Cuando esta investigadora conoce
México dice algo como “que ellos desciendan del mono o del oso, yo desciendo de
México”.
Y
es que México es una especie de patria paralela. Nuestra cotidianidad está
llena de México: desde los mariachis bolivianos de las bodas y las serenatas,
pasando por la música popular mexicana con muchos fans en estas tierras, sea Bronco o Zoé y, por supuesto Juan
Gabriel. Ni qué decir de las telenovelas
que las tenemos, literalmente, hasta en la sopa. Y el cine y los zapatistas y
los narcocorridos y la lucha libre, Memín, el Chavo. Y, claro, la literatura.
Nuestro,
recalco, nuestro mundo literario
incluye, por lo menos, a Juan Rulfo, Sor Juana y Octavio Paz. Además, no hay
posible bohemia literaria sin José Emilio Pacheco, Jaime Sabines, Juan José
Tablada, Carlos Monsiváis y otros. A esto podemos sumar a Reyes, Krauze, Bonfil
y otros en el ámbito académico. Entonces, decir que México está en nuestra piel
parece poco para calificar esta cercanía.
Pero
todo indica que esto no sucede del otro lado y para los mexicanos, Bolivia
puede ser lo que para un europeo: un país con indígenas, de mucha inestabilidad
política, mucho narcotráfico, donde murió el Che y ahora tiene a Evo Morales
como Presidente. Es un país extraño.
Esta
extrañeza establece interrogantes y puede generar idearios sobre lo que es o
debe ser Bolivia. Esta es la sensación que me ha producido la lectura de Mito, utopía y memoria en las literaturas
bolivianas, editado por Begoña Pulido Herráez y Carlos Huamán y publicado
en 2013 por el Centro de Investigaciones Sobre América Latina y el Caribe de la
UNAM.
Su
lectura también me ha generado varias preguntas sobre mi propio país, su literatura
y su historia. Varias veces me he quedado frente a un párrafo preguntándome si
yo desconozco esa realidad que estaría sucediendo aquí, donde vivo. Por
ejemplo, ante la siguiente aseveración: “en la actualidad las letras andinas
comienzan a tener una importancia antes desconocida; la inventiva, la
imaginación, representación y creatividad provenientes de los Andes empieza a
expandirse”, me quedé pensando sobre cuáles podrían ser esas letras andinas que
están tomando importancia, y no logré esbozar una verdadera respuesta.
El
texto es producto de un seminario sobre literatura andina del siglo XX que
tenía por objetivo indagar sobre los mitos de las culturas prehispánicas en la
literatura reciente y si su rescate es una forma de imaginario de los
movimientos de liberación indígena. Se compone de ocho ensayos reunidos en tres
partes: Mito y utopía, Mito y memoria, Poesía y utopía.
La
mayoría de los textos refieren a la “insularidad” de la literatura boliviana,
desconocida para el resto de Hispanoamérica. Los autores ensayan varias
explicaciones para este aislamiento. Por ejemplo, que esta insularidad sea voluntaria
o se derivara del encierro geográfico. Que la crítica literaria es “escasa y de
poco aliento, salvo honrosas excepciones”. Que la literatura boliviana es
desconocida dentro y fuera porque “los estudios críticos para elucidar aspectos
particulares de ésta y la producción editorial destinada a la difusión de las
obras, son insuficientes”. Que “a pesar de su aparente y problemática insularidad,
debe ser revisada en el marco de la literatura latinoamericana”, que la
insularidad sería solamente una “manida idea” y el aislamientos una presunción
no probada.
A
la luz de estas ideas me ha parecido que vivo en un país donde escribimos, criticamos,
organizamos encuentros y seminarios, publicamos, y a pesar de ello nuestro
trabajo es insuficiente… ¿para quién o para qué? Creo que el asunto trata más
bien de las relaciones culturales entre dos espacios: un gran centro cultural y
nosotros.
Mi
lectura ha dividido estos ensayos en dos grupos, de acuerdo con el enfoque con
que trabajan segmentos de la literatura boliviana: los primeros, los que se
arman sobre los mitos indígenas que soportarían o estarían en el trasfondo de
procesos de liberación en Bolivia. En cambio, los otros privilegian el hecho
estético. Entre ambos ubicaría los estudios de Aluvión de fuego de Cerruto, a cargo de María del Carmen Díaz y el
del mito del Tío de la Mina, de María Fernanda Sigüenza, ya que ambos son
textos muy bien estructurados y, sobre todo, asentados en varias y calificadas
fuentes (digamos, Víctor Montoya, René Poppe y Pascal Asbi para el segundo
caso).
Bien,
las dos formas de crítica literaria a las que acude este libro, corresponden a
las que se desarrollan en Bolivia y es también cierto que la primera vertiente,
o la apegada al análisis histórico y social ha tenido más espacio en nuestro
país. Ello posiblemente suceda (Luis Antezana lo afirma) por el tardío y escaso
desarrollo de las ciencias sociales, las que han hecho de la literatura una -o
más bien la- fuente de información central para la investigación. Tomemos como
ejemplo la antropología urbana que se desenvuelve mucho más tarde que la
narrativa y poesía de la ciudad. No es aventurado decir que la ciudad fue
explicada antes por la literatura que la sociología o la antropología urbanas. Y
como este ejemplo, varios otros.
Fotocomposición: Clara Berríos. |
Este
peso de lo social en la crítica (pero también en la creación) ha tenido
particular incidencia en la narrativa. No es raro que ciertos estudiosos
clasifiquen la literatura boliviana en literatura minera, de la Guerra del
Chaco, la guerrilla, de la dictadura,
etc.
Este
hecho, a su vez, responde a la ligazón de determinados movimientos literarios
con la política y particularmente con el proyecto nacionalista que nace desde
los albores de la Guerra del Chaco y se asienta en la segunda mitad del siglo
XX. Particularmente la narrativa ha sido presa de esta gravitación y la poesía
ha mantenido cierta autonomía que, creo, es la base de la fortaleza de la
poesía boliviana.
En
este panorama, “lo indígena” (antes denominado “el problema del indio”) ha
ponderado lo suyo, sin embargo, aún están pendientes los debates sobre lo que
designaría la literatura indígena (la escrita por un indígena y entonces quién
es o no es indígena, o la escrita desde la visión indígena y cuál sería esta,
etc.) lo que trae varios problemas y discusiones sobre la literatura indígena,
indigenista (alguien incluso indicó existiera la literatura indígenal o
neoindigenista).
En
varios de los textos del libro que hoy nos ocupa, por ejemplo, se analiza el
cuento Mama Huaco en el primer círculo
de Alison Spedding, como representación de una literatura que contiene mitos
andinos. Y si bien ninguno de los ensayos califica este cuento como indígena,
casi que se puede inferir su adscripción a esta nomenclatura. Este cuento de
Alison es parte de una de las vertientes de su narrativa ¿sobre lo indígena? Su
celebrada novela Saturnina time on time
podría muy bien aceptarse como novela del Pachakuti, del tiempo del retorno; lo
que sería “forzar” (para usar un término del texto mexicano sobre este cuento)
o más bien reducir esta obra a un requerimiento ideológico que dejaría de lado,
por ejemplo, el complejo trabajo de lenguaje de esta novela.
Este
requerimiento ideológico es lo que, a su vez, me ha producido extrañeza sobre
este texto que en sus dos primeras partes busca y encuentra sendas de los mitos
indígenas en la actual literatura boliviana, relacionados, además, con posibles
proyectos libertarios en general, y con el actual proceso político boliviano en
particular.
Así,
los análisis de los mitos de Túpac Katari, Viracocha, Inkarry y Pachakuti
concluyen que sea en biografías (la de Augusto Guzmán sobre Tupaj Katari) o en
los cuentos (Adolfo Cáceres, Oscar Cerruto, Oscar Soria, Francisco Cajías,
Ricardo Ocampo y Raúl Leytón) “el tema mítico está muy enraizado en la cultura
andina y se manifiesta de diferentes maneras en la narrativa más reciente” o
que “la literatura boliviana tiene relación con la tradición oral que
salvaguarda su pasado (en algunos casos más que en otros)”.
Estas
últimas aseveraciones llaman la atención porque el corpus estudiado no es la
“narrativa más reciente”, pero sobre todo porque se trata de un acercamiento,
no diré forzado, sino más bien muy novedoso, casi inédito en el análisis
literario hecho en Bolivia, pero no en el análisis político actual.
Por
eso, creo que esta vertiente cierra muy bien en el ensayo “Mitos de Pachakuti
en los movimientos sociales contemporáneos en Bolivia” de Jorge Alfonso Pato
quien, con base en textos de Pablo Mamani, Eusebio Gironda, Raquel Gutiérrez,
Felipe Quispe, Silvia Rivera, Oscar Olivera, Evo Morales y el Taller de
Historia Oral Andina (THOA), analiza el
mito de Pachakuti en los movimientos sociales de la última década de los 90 y la
primera de los 2000 en Bolivia.
Recordemos,
sin embargo, que todos estos autores no son escritores de literatura
propiamente dicha. Claro que la escritura de la socióloga Silvia Rivera se
asimila al ensayo y es una buena representante de este género, pero no creo
poder afirmar lo mismo para Eusebio Gironda, asesor del Presidente Morales. Y
Felipe Quispe y Oscar Olivera son dirigentes, el primero indígena y el segundo
de movimientos populares y ambos producen textos más bien políticos.
Pero
tampoco es raro que se acuda a este tipo de textos para tratar de explicar el
devenir político actual en Bolivia, proceso que ha entronizado el texto
político al que acuden los denominados movimientos sociales. En cambio, la
literatura indígena es la gran ausente de este proceso. Por eso la afirmación
de que “en la actualidad las letras andinas comienzan a tener una importancia
antes desconocida” refiere al texto político, no al texto literario.
Es
cierto también que el texto político se extiende a la educación (como política
pública) y allí sí es posible encontrar una clara línea educativa relacionada
con los mitos, tal cual lo afirma Carlos Huamán (aunque no estoy segura que
este preciso mito forme parte de los textos escolares): “no hay duda de que el
Inkarry juega un rol trascendente en la configuración del imaginario social.
Tanto en la educación informal como en la formal, es un recurso que impulsa la
conservación de la memoria y de la historia de los pueblos andinos”.
En
contraposición de estos ensayos, los de la tercera parte del libro, destinado a
la poesía, no hacen referencia al mito y siguiendo la metodología planteada por
la poeta y crítica literaria Mónica Velásquez se acercan a la poseía de Gustavo
Medinaceli, Oscar Cerruto, Pedro Shimose y la propia Velásquez, con claves
principalmente estéticas.
Aunque
estos textos también refieren la “insularidad” de la literatura boliviana, su
acercamiento es menos político y más literario por lo que establecen
interesantes líneas de análisis como la de Jorge Aguilera, quien en “Ínsula,
exilio y retorno en la poesía boliviana” reflexiona sobre la auto
referncialidad de la crítica de poesía en Bolivia ya que poetas leen y critican
a poetas: el poeta Cerruto por los poetas Shimose y Velásquez, etc.
Sobre
el acercamiento a Gustavo Medinaceli, calificado como el primer poeta
surrealista, cabría decir que esta lectura no considera la escritura de la
ultraísta Hilda Mundy, anterior a la de Medinaceli.
Como
se observa, este libro de acercamiento a la literatura boliviana trabaja con
las dos formas de crítica literaria en Bolivia y es un buen espejo de lo que
hacemos aquí, además, en un momento político que también necesita establecerse
en las letras.
A
la vez, es importante indicar que a pesar que los autores estudian los mitos
aymaras y quechuas, creo que en México también hay un desconocimiento de que lo
que se denomina “indígena” en Bolivia incluye a los pueblos amazónicos, estos
sí encerrados en una “insularidad” interna y externa y casualmente combatidos
por el actual Gobierno.
De
ahí que se ha repuesto el término “aymaracentrismo” para designar la particular
actual relación entre pueblos indígenas, los unos en el poder y los otros “al
otro lado”. El impacto de esto en la literatura no existe todavía y puede ello
comprobar que los pueblos indígenas en el poder han priorizado el texto
político (escrito, siempre escrito).
Sobre
las artes, antes ya he reflexionado sobre la estética de este proceso político
en Bolivia en el que destaca, lamentablemente, la folklorización de los
símbolos indígenas, tanto por el poder como por los movimientos sociales que lo
soportan. Por supuesto que este es un proceso del lenguaje y de aquí en un
tiempo podremos, sin duda, advertir qué ha sucedido en ese ámbito y es de
esperar que estudiosos de otros países también nos acompañen en tales
reflexiones.
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