jueves, 16 de octubre de 2014

ALTIplaneando

Erasmo Zarzuela, Premio Obra de una vida


Aproximación e invitación a adentrarse en la obra pictórica del orureño, reciente ganador de una de las máximas distinciones del Salón Pedro Domingo Murillo.



Edwin Guzmán Ortiz

Por vez primera se viene exhibiendo una retrospectiva de  la obra pictórica de Erasmo Zarzuela Chambi, en el Museo Tambo Quirquincho. La razón: el “Premio Obra de Vida 2013”, del Salón Pedro Domingo Murillo en su LXI versión.
Se trata pues de una oportunidad inmejorable para apreciar los cuadros de este pintor orureño quien, por cerca de medio siglo y de manera ininterrumpida, no ha cejado de acometer con los pinceles y la pluma una obra por demás señera y paradigmática, dentro la plástica boliviana contemporánea.
La exposición despliega un conjunto de cuadros que por primera vez muestran al público lo más representativo de la obra de Zarzuela, en ese sentido se trata de una verdadera revelación, ya que no es lo mismo la apreciación parcial de unas cuantas pinturas, que el acceso a un conjunto plástico concebido a lo largo de toda una vida.
La retrospectiva nos permite apreciar las fases, los temas, la evolución plástica y las obsesiones del artista. Las variaciones de estilo, y los rasgos que la tornan personal, su trabajo de reinventar la tradición, en fin, nos permite acercarnos a sus revelaciones y por supuesto a los silencios y a esa duda plenipotenciaria que consagra el arte auténtico.
La exposición se concentra en una de las especialidades de Zarzuela: las pinturas al óleo. Todavía se halla pendiente la muestra de sus creaciones en témpera, acuarela, en grabados y dibujos. Respecto a éste último género, desde hace poco circula un libro en el que se exhibe buena  parte de su obra dibujística, la que merece destacados comentarios por diferentes críticos y escritores del país.    
Se dice que los artistas no tienen biografía, que su obra es su biografía. Al ver las pinturas de Erasmo, uno confirma este aserto, ya que la vida de un creador radica fundamentalmente en el comercio cotidiano con los fantasmas que lo habitan, y el albur de que los mismos lleguen al lienzo, con esa fuerza vital que concibe el imaginario, la creatividad y la pasión del autor. Esos los días, el nacimiento y las muertes de un creador.
Su pintura se halla sembrada de imágenes, símbolos y presencias de la cultura popular de Oruro y del ethos que la anima. Sin embargo, no se trata de  un muestrario más de algunos rasgos arquetípicos tomados del folklore lo que, dicho sea de paso, se ha convertido en cliché identitario de no pocos pintores nacionales. En Zarzuela, forman parte de un universo en el que un replanteamiento integral de la obra guarda correspondencia con los temas vivenciados junto a un lenguaje que se va modulando a través de una estética personal.
Nos enfrentamos a una obra que a pesar de ostentar  un leitmotiv en el tiempo, no se repite y nos invita a un periplo de formas, colores, y posibilidades diversas de representación. En suma, no revela sino corrobora al virtuoso pintor que es Zarzuela y su capacidad de recrear los flujos de nuestra cultura, a través de una visión y práctica renovadas en el arte.
El color en sus manos adquiere una riqueza excepcional, no se trata de la trama impresionista ni del efecto expresionista al uso, sino de formas y espacios que se conquistan por la coexistencia de trazos precisos, manchas, asociaciones de tonos y el juego inesperado de matices que terminan creando atmósferas plenas de intensidad.
Se trate de paisajes o personajes, trátese de ambientes o continentes, Zarzuela realiza una inusual expedición por el color, en muchos cuadros se sumerge en un apasionado estudio de sus posibilidades y límites combinatorios, ya sea en aquella atmósfera de terracotas, en el maridaje inédito de los plomos y azules, en esa zona discreta de los ocres, en la irrupción festiva de los naranjas o en el estallido poético de verdes y amarillos.
Se trata de una fiesta de escalas, degradés y contrastes, una exhalación de temperaturas e intensidades cromáticas, en fin, de una sabiduría que pone a la vista la riqueza de nuestro patrimonio a través de las pinturas del artista.
En consonancia con ese Oruro cotidiano, que del gris y solapado rutinario estalla de pronto en deslumbrantes colores de carnaval, Zarzuela, remontando esa discreta y reticente palabra que lo caracteriza, proclama en sus cuadros la exuberante riqueza de pigmentos que a partir de su histriónica materialidad despiertan una fiesta de inasibles resonancias.
Pero no es solo el color el protagonista exclusivo de su trama pictórica, aunque probablemente sea uno de sus rasgos más prominentes. Remontando la perspectiva científica impuesta por el Renacimiento, y en consonancia con los pisos ecológicos de la topología andina, los cuadros también conjugan una espacialidad basada en planos complementarios, en zonas concebidas bajo una apetencia multiperspectivista.
De ahí se desprende el resuello de un tiempo interior que atraviesa espacios, toca siluetas y objetos, recorta, fragmenta, dice las afinidades, denota la coexistencia, comunica la incomunicación, trama las colindancias. En más de una pintura uno encuentra pequeñas historias donde el mito, la memoria, el azar y lo cotidiano engarzan sus valencias. Pienso en China Supay, Réquiem para un q´usillo, Volador, Autoretrato o  Juego de cartas.
La pintura de Erasmo no pretende subrayar la tensión de polaridades, más bien mostrar  el mestizaje cultural a través de un intrincado palimpsesto desde la óptica de la cultura popular. En su obra pictórica, toros y caballos coexisten con sapos y sullus de llama; las fauces del Tío con el Cristo de Veracruz, la voluptuosidad de desnudos femeninos con rostros asados, máquinas de coser con rituales y sahumerios, lataphusiris con oscuros curas, luminosos plátanos con juegos de cartas, bailarinas con china supays. Cada cual en su talante, cada cual en el horizonte de la diferencia y la trascendencia, cada cual en el otro y viceversa.
Más que la fiesta retrata los personajes de la fiesta: diablos y ángeles, chinas y pepinos, morenos y músicos, waka tokoris y k´usillos. A su vez, costumbres y personajes: el viernes de soltero y los rostros asados, los mineros, las chullpas. Un aire de míticos contornos envuelve las formas, y estas parecen hablarnos desde un tiempo inmemorial.
En los lienzos se manifiesta un abordaje circunstancial de los rostros, la identidad de sus personajes se expresa además a través del boceto, la máscara, las siluetas, el perfil, por seres que se revelan desde la espalda, el busto, desde la saga metonímica, desde la sinécdoque. Desdeñoso del realismo, Erasmo opta por un figurativismo que a momentos roza la abstracción, como si los seres se hallaran en tránsito.
Erasmo Zarzuela Chambi (Oruro, 1943) ha logrado, no sin talento y visión, que la cultura popular de Oruro, la cultura popular de matriz andina, nuestra cultura,  trascienda sus fronteras y se torne por lo mismo universal. No lo digo porque su obra haya sido expuesta en países de América Latina, en EEUU, en Francia, Alemania, España, Bélgica, Rusia y Yugoeslavia, o porque haya logrado numerosos premios nacionales, sino porque remontando el mero localismo instaura un arte cuyo lenguaje y valor estéticos poseen un valor intrínseco y porque con rostro propio tiene el poder de abrirse a los otros.

Por ello, y por muchas otras razones, este Premio es muy merecido, y la exposición: una puerta abierta para dialogar con nosotros, a través de sus pinturas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario