Erasmo Zarzuela, Premio Obra de una vida
Aproximación e invitación a adentrarse en la obra pictórica del orureño, reciente ganador de una de las máximas distinciones del Salón Pedro Domingo Murillo.
Edwin Guzmán Ortiz
Por vez primera se viene exhibiendo una
retrospectiva de la obra pictórica de
Erasmo Zarzuela Chambi, en el Museo Tambo Quirquincho. La razón: el “Premio
Obra de Vida 2013”, del Salón Pedro Domingo Murillo en su LXI versión.
Se trata pues de una oportunidad inmejorable para
apreciar los cuadros de este pintor orureño quien, por cerca de medio siglo y
de manera ininterrumpida, no ha cejado de acometer con los pinceles y la pluma
una obra por demás señera y paradigmática, dentro la plástica boliviana
contemporánea.
La exposición despliega un conjunto de cuadros que
por primera vez muestran al público lo más representativo de la obra de
Zarzuela, en ese sentido se trata de una verdadera revelación, ya que no es lo
mismo la apreciación parcial de unas cuantas pinturas, que el acceso a un
conjunto plástico concebido a lo largo de toda una vida.
La retrospectiva nos permite apreciar las fases, los
temas, la evolución plástica y las obsesiones del artista. Las variaciones de
estilo, y los rasgos que la tornan personal, su trabajo de reinventar la
tradición, en fin, nos permite acercarnos a sus revelaciones y por supuesto a
los silencios y a esa duda plenipotenciaria que consagra el arte auténtico.
La exposición se concentra en una de las
especialidades de Zarzuela: las pinturas al óleo. Todavía se halla pendiente la
muestra de sus creaciones en témpera, acuarela, en grabados y dibujos. Respecto
a éste último género, desde hace poco circula un libro en el que se exhibe
buena parte de su obra dibujística, la
que merece destacados comentarios por diferentes críticos y escritores del
país.
Se dice que los artistas no tienen biografía, que su
obra es su biografía. Al ver las pinturas de Erasmo, uno confirma este aserto,
ya que la vida de un creador radica fundamentalmente en el comercio cotidiano
con los fantasmas que lo habitan, y el albur de que los mismos lleguen al
lienzo, con esa fuerza vital que concibe el imaginario, la creatividad y la
pasión del autor. Esos los días, el nacimiento y las muertes de un creador.
Su pintura se halla sembrada de imágenes, símbolos y
presencias de la cultura popular de Oruro y del ethos que la anima. Sin embargo, no se trata de un muestrario más de algunos rasgos
arquetípicos tomados del folklore lo que, dicho sea de paso, se ha convertido
en cliché identitario de no pocos pintores nacionales. En Zarzuela, forman
parte de un universo en el que un replanteamiento integral de la obra guarda
correspondencia con los temas vivenciados junto a un lenguaje que se va modulando
a través de una estética personal.
Nos enfrentamos a una obra que a pesar de
ostentar un leitmotiv en el tiempo, no se repite y nos invita a un periplo de
formas, colores, y posibilidades diversas de representación. En suma, no revela
sino corrobora al virtuoso pintor que es Zarzuela y su capacidad de recrear los
flujos de nuestra cultura, a través de una visión y práctica renovadas en el
arte.
El color en sus manos adquiere una riqueza
excepcional, no se trata de la trama impresionista ni del efecto expresionista
al uso, sino de formas y espacios que se conquistan por la coexistencia de
trazos precisos, manchas, asociaciones de tonos y el juego inesperado de
matices que terminan creando atmósferas plenas de intensidad.
Se trate de paisajes o personajes, trátese de
ambientes o continentes, Zarzuela realiza una inusual expedición por el color,
en muchos cuadros se sumerge en un apasionado estudio de sus posibilidades y
límites combinatorios, ya sea en aquella atmósfera de terracotas, en el
maridaje inédito de los plomos y azules, en esa zona discreta de los ocres, en
la irrupción festiva de los naranjas o en el estallido poético de verdes y
amarillos.
Se trata de una fiesta de escalas, degradés y
contrastes, una exhalación de temperaturas e intensidades cromáticas, en fin, de
una sabiduría que pone a la vista la riqueza de nuestro patrimonio a través de
las pinturas del artista.
En consonancia con ese Oruro cotidiano, que del gris
y solapado rutinario estalla de pronto en deslumbrantes colores de carnaval, Zarzuela,
remontando esa discreta y reticente palabra que lo caracteriza, proclama en sus
cuadros la exuberante riqueza de pigmentos que a partir de su histriónica
materialidad despiertan una fiesta de inasibles resonancias.
Pero no es solo el color el protagonista exclusivo
de su trama pictórica, aunque probablemente sea uno de sus rasgos más
prominentes. Remontando la perspectiva científica impuesta por el Renacimiento,
y en consonancia con los pisos ecológicos de la topología andina, los cuadros también
conjugan una espacialidad basada en planos complementarios, en zonas concebidas
bajo una apetencia multiperspectivista.
De ahí se desprende el resuello de un tiempo interior
que atraviesa espacios, toca siluetas y objetos, recorta, fragmenta, dice las
afinidades, denota la coexistencia, comunica la incomunicación, trama las
colindancias. En más de una pintura uno encuentra pequeñas historias donde el
mito, la memoria, el azar y lo cotidiano engarzan sus valencias. Pienso en China Supay, Réquiem para un q´usillo, Volador, Autoretrato o Juego de cartas.
La pintura de Erasmo no pretende subrayar la tensión
de polaridades, más bien mostrar el
mestizaje cultural a través de un intrincado palimpsesto desde la óptica de la
cultura popular. En su obra pictórica, toros y caballos coexisten con sapos y
sullus de llama; las fauces del Tío con el Cristo de Veracruz, la voluptuosidad
de desnudos femeninos con rostros asados, máquinas de coser con rituales y
sahumerios, lataphusiris con oscuros curas, luminosos plátanos con juegos de
cartas, bailarinas con china supays. Cada cual en su talante, cada cual en el
horizonte de la diferencia y la trascendencia, cada cual en el otro y
viceversa.
Más que la fiesta retrata los personajes de la
fiesta: diablos y ángeles, chinas y pepinos, morenos y músicos, waka tokoris y
k´usillos. A su vez, costumbres y personajes: el viernes de soltero y los
rostros asados, los mineros, las chullpas. Un aire de míticos contornos
envuelve las formas, y estas parecen hablarnos desde un tiempo inmemorial.
En los lienzos se manifiesta un abordaje
circunstancial de los rostros, la identidad de sus personajes se expresa además
a través del boceto, la máscara, las siluetas, el perfil, por seres que se
revelan desde la espalda, el busto, desde la saga metonímica, desde la
sinécdoque. Desdeñoso del realismo, Erasmo opta por un figurativismo que a
momentos roza la abstracción, como si los seres se hallaran en tránsito.
Erasmo Zarzuela Chambi (Oruro, 1943) ha logrado, no
sin talento y visión, que la cultura popular de Oruro, la cultura popular de
matriz andina, nuestra cultura,
trascienda sus fronteras y se torne por lo mismo universal. No lo digo
porque su obra haya sido expuesta en países de América Latina, en EEUU, en Francia,
Alemania, España, Bélgica, Rusia y Yugoeslavia, o porque haya logrado numerosos
premios nacionales, sino porque remontando el mero localismo instaura un arte
cuyo lenguaje y valor estéticos poseen un valor intrínseco y porque con rostro
propio tiene el poder de abrirse a los otros.
Por ello, y por muchas otras razones, este Premio es
muy merecido, y la exposición: una puerta abierta para dialogar con nosotros, a
través de sus pinturas.
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