Arder con elegancia
Texto que la autora redactó cuando la organización del FILBA le pidió que recomendará a un escritor boliviano.
Liliana Colanzi
Cuaderno de sombra fue el título con el que partió la
editorial El Cuervo, hoy en día una de las editoras independientes más
interesantes de Latinoamérica. Ese nacimiento no pudo ser más certero ni más
auspicioso: Fernando Barrientos lee el poemario de Julio Barriga y se deslumbra
de tal forma que siente la urgencia de crear una editorial para ver publicados
esos versos.
No piensa en cómo va a financiar el libro ni en su distribución
ni en las ganancias -en Bolivia el oficio del editor tiene algo de suicida y de
romántico- sino en la necesidad de compartir las mortíferas palabras de este
“llockalla prematuramente envejecido en la desilusión y la disolución”.
Leer a Julio Barriga es sobrecogedor. Estamos ante alguien
que, como Rimbaud, hace su poética desde el desorden absoluto de todos los
sentidos, desde la abyección y la locura y la cercanía con la muerte. Alguien
que usa su cuerpo como terrible lugar de experimentación “por medio de
sustancias que inducen/ estados de terror o júbilo lindantes con la muerte”
(“Nos hemos limpiado el culo/ con nuestro cerebro”).
Un poetalbañil que se reserva sus revelaciones “para
escribir un poema infinito/ sobre la maldad de la belleza” y que se enfrenta a
diario con ineludibles “formas y terrores/ extendiendo sus garras”, un punk de
“sin cuenta años dedicados a perfeccionar/ una niñez inmadura”.
Barriga escribe desde la monstruosidad y el abismo, desde la
noche interminable, mientras baila con sus demonios. ¿De dónde proviene tanta
devastación?, una se pregunta, como si existiera una respuesta. ¿Cómo es que
alguien termina con la vista fija en el abismo? Y sobre todo, ¿cómo se
sobrevive a la mirada de ese Ojo destructor con la pasmosa lucidez de Barriga?
Hay un estoicismo hermoso en el poeta, una declaración de
principios en los versos “que no haya más que vuelo en la caída/ aprenderse la
música del viento”. Barriga nos recuerda que la poesía es peligrosa y que hay
que vivir con valor. Que estamos irremediablemente solos y perdidos y que la
única respuesta posible es cultivar la ética de la soledad, aprender a arder con
elegancia en el infierno: “leyendo a tientas, como un ciego/ un cuadro
exactamente parecido/ a aquello que querías expresar:/ como siempre mi hogar ha
sido la desolación./ Somos gente tan extraña/ roídos por el recuerdo de la
belleza”.
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