Una casa
A Maximiliano Barrientos le pidieron imaginar su literatura dentro de 30 años y este es el texto que le salió, y leyó, en el marco del FILBA 2014.
Maximiliano Barrientos
Atisbo una conexión entre literatura y artes marciales
mixtas. Soy un fanático de ese deporte, nunca me pierdo ningún evento, sigo a
algunos peleadores con la misma devoción con la que sigo a ciertos escritores.
Creo que en el inicio de esta pasión se encuentra el mismo
móvil que alimenta a la literatura: el miedo, un tipo especial de miedo, un
miedo que es el hermano gemelo de la intensidad, de la velocidad, algo que yo
asocio íntimamente con la poesía, con el ritmo y con el vértigo. Cuando leo y
cuando escribo me gusta sentir ese fantasma presente, soy adicto a ese
sentimiento. Esa es la razón de por qué los libros donde únicamente encuentro
la vida de la mente me aburren.
La lucidez desnuda no es garantía de buena literatura, al
contrario, estoy tentado a suponer que una lucidez extrema es perjudicial para
cualquier novelista y cuentista, porque esta opera como un agente corrosivo de
la sensibilidad, y cuando esto ocurre lo único que queda intacto luego de ese
proceso de disolución es el cinismo.
Los libros que me interesa leer, los libros que quiero
escribir ahora y en 30 años, cuentan la vida del cuerpo, son la síntesis de una
experiencia vital. Tienen algo en común con ciertos combates legendarios, como
los que sostuvieron Dan Henderson y Shogun Rua, Fedor Emelianenko y Kevin
Randleman, Jone Jones y Alexander Gustafsson, Nick Diaz y Paul Daley.
En esos libros, como en esas guerras, abunda el riesgo y la
extenuación, pero también la música, una música entretejida por la misma
naturaleza del conflicto.
Cada cierto tiempo, cuando me siento perdido, releo el
primer párrafo del prólogo que Rick Moody escribió a los Cuentos completos de Amy Hempel. Ahí, en esas pocas palabras, se
halla mi manifiesto. Las reproduzco a continuación porque sé que en 30 años les
encontraré el mismo sentido que les encuentro hoy:
“Se trata de las oraciones. Se trata de la forma en que las
oraciones se mueven en el párrafo. Se trata del ritmo. Se trata de la
ambigüedad. Se trata de la forma en que la emoción, en circunstancias
difíciles, es capturada por el lenguaje. Se trata de los instantes de la
conciencia. Se trata de una conciencia asediada. Se trata de ir en contra del
sentimentalismo. Se trata de ir en contra de emociones baratas. Se trata de
problemas de amor. Se trata de la muerte. Se trata del suicidio. Se trata del
cuerpo. Se trata del escepticismo. Se trata de ir en contra de la
sentimentalidad. Se trata de ir en contra de las emociones baratas. Se trata
del arrepentimiento. Se trata de la supervivencia. Se trata del uso de las
oraciones para promulgar y defender la supervivencia”.
Mi cabeza siempre está llena de ruido, como si el cerebro
fuera un museo donde colecciono historias que en un principio fueron dolorosas
o felices, y luego perdieron identidad hasta vaciarse, hasta convertirse en
suvenires.
Tengo pocas historias. Las repito, ensayo variaciones, las
fusiono, exploro sus capas. Si escribo sobre otra cosa que no late en mi
cerebro no encuentro alivio, no podría pulverizar la ansiedad. Hay escritores
que pueden contar cien historias distintas, hay escritores que se reinventan en
cada libro. Hay escritores para los que la literatura es un juego donde
despliegan distintas formas de ingeniería. Para emplear una metáfora
cualquiera, construyen casas pero no viven en ninguna. Yo, a diferencia de
ellos, sólo puedo habitar una casa. El agotamiento ocurre cuando en los libros
venideros se da vueltas a ciegas en la misma habitación sin poder salir. Espero
que en 30 años siga explorando habitaciones de esa casa solitaria que me tocó
habitar. Ese es mi deseo. Moverme, aunque sea torpemente, por los escondrijos
de esa arquitectura.
Al final de una larga gira le preguntaron a Dave Mustaine,
el líder de Megadeth, cuáles eran sus planes ahora que regresaba a su hogar
después de tantos meses de viaje. Él contestó que tenía ganas de componer
canciones, pero que antes tenía que ponerse a vivir.
Eso mismo me sucede a mí. Para explorar nuevas habitaciones
de esa casa tengo que seguir viviendo, tengo que surfear en la ola de la
experiencia, aunque esto no quiere decir que escriba en tono autobiográfico. La
fantasía, afortunadamente, se inmiscuye y lo deforma todo. La ficción es la
posibilidad de la libertad total, no hay ninguna ética que le ponga
restricciones. En el campo de la invención, estamos solos y somos impunes.
Si no estoy equivocado, fue el cineasta francés François
Truffaut quien dijo que un director prueba la materia con la que está hecho con
su segunda película. Imagino que lo que quiso decir es que es fácil darlo todo
en la primera obra y conmover, porque a fin de cuentas si se trata de una
historia personal, y si se es auténtico al contarla, la carga emocional está
garantizada. El reto es poder emocionar al lector o al espectador dos o tres o
cuatro o cinco veces después de ese primer golpe.
Pienso en algunos escritores que consiguieron ese efecto.
Pienso en Juan Carlos Onetti y pienso en Juan José Saer; pienso en Cormac
McCarthy y pienso en Raymond Carver: lo que los hizo grandes no fue el hambre
por reinventarse en cada nuevo libro que escribieron, si no la capacidad de
mantenerse fieles a esa musiquita que escuchaban en sus cabezas y la habilidad
que tuvieron para convertirla en libros que aportaron nuevos atisbos de esos
mundos que habitaron. Mundos tristes, sombríos, cargados de trauma y guerra,
despedidas y amores difíciles. Mundos de donde extrajeron belleza, una belleza
terrible que les salvó la vida a varios de sus lectores.
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