jueves, 30 de octubre de 2014

Letra sincrónica

Bestias mutantes, extraterrestres y cholitas

Tercera entrega, y final, de una serie de artículos en la que el autor reflexiona sobre nuestra visión de “los otros”. Primero fueron los diablos, luego los fantasmas y ahora los extraterrestres.


Alan Castro Riveros

La memoria del origen
Hay dos teorías vigentes sobre el origen de nuestra especie. La primera dice que una vez un mono se volvió inteligente y listo el pollo. La segunda insinúa que los extraterrestres sabían hacer especies civilizadas con cadenas de ADN y que cualquier rato vendrán a cosechar lo sembrado.
En la primera teoría, una mona aparece dando a luz al primer ser humano en la noche de los tiempos; al final de esos tiempos, sin embargo, no se sabe qué pito tocaba la mona en esa secuela de epopeyas y cruzadas mundiales. Es decir, que del eslabón perdido resulta una historia o sin pies o sin cabeza.
En la segunda teoría, en cambio, los extraterrestres aparecen e intervienen en los dos extremos de la historia: allí donde floreció una especie consciente y al final de los tiempos, donde la humanidad se mira cara a cara con sus creadores. Aunque esta última teoría permite imaginar un principio y un fin, conviene confiar en que los extraterrestres saben intercalar cola y cabeza.
El extraterrestre, como padre, tiene la desventaja de no ser biológico ni natural, lo cual lo hace ver como un científico loco sobrenatural. Por otro lado, no se piensa en el mono como en un padre creador, sino como en un animal inconsciente que hace hijos por gana y gusto de joder. Mientras los seres ondulatorios espaciales habrían creado al ser humano sabiendo cabalmente lo que hacían; la madre mona no tenía idea de que su hijo, el primer hombre en el jardín, buscaría a su padre en el cielo y en la tierra durante milenios.

Se están en silencio  
Los extraterrestres, al asomar su perfil en los dos extremos de la Historia humana, quedan fuera de ella, pero se aparecen en sus fronteras e hitos. Es difícil dar pruebas históricas de su existencia. Sabemos de ellos indirectamente, a través de personas que han sido contactadas. Imaginamos que los restos de antiguas construcciones podrían ser obra de un conocimiento universal que ellos han compartido con nosotros. Puede ser que ciertos fenómenos inexplicables que superan nuestras mediciones y pesajes hayan sido diseñados por los extraterrestres.
En cualquier caso, por lo menos sabemos que a los extraterrestres no les gusta meter bulla ni presentarse públicamente. Si están haciendo algo en la Tierra, lo hacen en silencio. Y si realmente el padre del Hombre está fuera de la Tierra, la humanidad -en miles de años- no ha terminado de enterarse.
En Bolivia, los extraterrestres son tan reservados que hay muy pocos textos que los mencionan. Sin embargo, hay una carta. La historia que cuenta esta carta circula oralmente, pues no se conoce evidencia física de ella, aunque se tiene la certeza de que fue publicada hace 50 años en un periódico de La Paz. Se trata de una carta pública que Jaime Saenz y Jesús Urzagasti escribieron una noche. Tal carta estaba firmada por un tal Diodato Vera, procurador de Lambate. En esta misiva, Diodato informa sobre naves luminosas que entran y salen del Illimani.
La carta tenía algunos detalles finísimos sobre los extraterrestres: un castellano que dejaba mucho que desear, destellos que impedían dormir, ruidos imprevistos y extraños... Sin embargo, lo que más ha quedado en nuestra memoria es la conclusión de esa carta: “No nos hacen daño pero tampoco nos molestan”.
El remate de la historia del procurador de Lambate, en un castellano que también deja mucho que desear, muestra a los extraterrestres como seres que se están / en el silencio del universo -como tal vez hubiesen dicho sus autores. Es significativo que esta carta y su contenido formen parte más de la tradición oral que de la escrita. Además del estilo coloquial de Diodato Vera, la carta pública crea la ilusión de cierta información que se transmite de boca a boca, sin autoridad intermediaria, desde una fuente anónima. Diríamos que el anonimato es una cualidad incanjeable de los posibles padres del Hombre.

Caballeros y cholitas
Los relatos de la tradición oral, por su carácter anónimo y a veces testimonial, se sitúan en ese espacio donde convergen lo convencional, lo histórico y lo fantástico. Es un tejido sin autor visible, un mundo paralelo a la escritura y abierto a múltiples modificaciones (aquello que los filólogos llamarían deturpaciones) que, sin embargo, conservan ciertos detalles comunes que centellean al unísono. Se trata de un imaginario donde todas las historias de todas las tradiciones de todos los lenguajes parecen tejer una sola trama.
Muchas de las historias de la tradición oral boliviana tienen como protagonista a un caballero que, después de seducir a una cholita, se transforma en animal (zorro, serpiente, oso, insecto, etcétera). Este encuentro entre la bestia y el ser humano resuena al lado de la teoría darwiniana, pues resulta que la cholita siempre acaba dando a luz un hijo que deberá civilizarse.
Un ejemplo brillante de este argumento está en la historia de José Joserín, cuya difusión debemos a Blanca Wiethüchter. Esta versión de la leyenda del Jukumari comienza -por supuesto­­- con un caballero que se roba una cholita. De aquel encuentro nacerá José Joserín.
El caballero tiene a la cholita y al niño encerrados en una cueva, los trata como a bestias y sólo trae carne cruda que la cholita no soporta comer, porque “ese caballero también había sido un oso, no había sido ni un hombre humano, nada”. Ese oso será despachado al otro mundo por José Joserín, quien salva a su madre de la bestia.
El detalle más llamativo de este cuento es que el oso (bestia) también es un caballero (autoridad que, a lo largo del relato, se duplicará en la escuela, la ley, la iglesia y la corona). Una vez que José vence a su padre y a todas estas autoridades bestiales, es liberado, conoce a una cholita y debe enfrentarse al Condenado (el marido fantasmal que no deja en paz a la nueva cholita).
A diferencia de las historias que puede desatar la teoría darwiniana del origen, el relato sobre la vida de José Joserín comienza y termina con un conflicto de pareja y en un enfrentamiento con el padre. En un principio, José debe salvar a su joven madre de una bestia. Al final, deberá liberar a la cholita del poder invisible de un fantasma avaro y platudo.

Por otro lado, aunque la teoría extraterrestre del origen humano sugiere un enfrentamiento al final de los tiempos, el comienzo de la especie humana no parece haber generado ningún conflicto para los extraterrestres. Este malentendido puede degenerar en la idea de que el hombre sería incapaz de modificar su propia especie. En cambio, el silencio de la cholita en la historia de José Joserín, es un silencio potente (una gestación) que, en todo caso, se está.

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