Bestias mutantes, extraterrestres y cholitas
Tercera entrega, y final, de una serie de artículos en la que el autor reflexiona sobre nuestra visión de “los otros”. Primero fueron los diablos, luego los fantasmas y ahora los extraterrestres.
Alan
Castro Riveros
La memoria del origen
Hay
dos teorías vigentes sobre el origen de nuestra especie. La primera dice que
una vez un mono se volvió inteligente y listo el pollo. La segunda insinúa que
los extraterrestres sabían hacer especies civilizadas con cadenas de ADN y que
cualquier rato vendrán a cosechar lo sembrado.
En
la primera teoría, una mona aparece dando a luz al primer ser humano en la
noche de los tiempos; al final de esos tiempos, sin embargo, no se sabe qué pito
tocaba la mona en esa secuela de epopeyas y cruzadas mundiales. Es decir, que
del eslabón perdido resulta una historia o sin pies o sin cabeza.
En
la segunda teoría, en cambio, los extraterrestres aparecen e intervienen en los
dos extremos de la historia: allí donde floreció una especie consciente y al
final de los tiempos, donde la humanidad se mira cara a cara con sus creadores.
Aunque esta última teoría permite imaginar un principio y un fin, conviene
confiar en que los extraterrestres saben intercalar cola y cabeza.
El
extraterrestre, como padre, tiene la desventaja de no ser biológico ni natural, lo cual lo hace ver como un científico
loco sobrenatural. Por otro lado, no se piensa en el mono como en un padre
creador, sino como en un animal inconsciente que hace hijos por gana y gusto de
joder. Mientras los seres ondulatorios espaciales habrían creado al ser humano
sabiendo cabalmente lo que hacían; la madre mona no tenía idea de que su hijo,
el primer hombre en el jardín, buscaría a su padre en el cielo y en la tierra
durante milenios.
Se están en silencio
Los
extraterrestres, al asomar su perfil en los dos extremos de la Historia humana,
quedan fuera de ella, pero se aparecen en sus fronteras e hitos. Es difícil dar
pruebas históricas de su existencia. Sabemos de ellos indirectamente, a través
de personas que han sido contactadas. Imaginamos que los restos de antiguas
construcciones podrían ser obra de un conocimiento universal que ellos han compartido
con nosotros. Puede ser que ciertos fenómenos inexplicables que superan
nuestras mediciones y pesajes hayan sido diseñados por los extraterrestres.
En
cualquier caso, por lo menos sabemos que a los extraterrestres no les gusta
meter bulla ni presentarse públicamente. Si están haciendo algo en la Tierra,
lo hacen en silencio. Y si realmente el padre del Hombre está fuera de la
Tierra, la humanidad -en miles de años- no ha terminado de enterarse.
En
Bolivia, los extraterrestres son tan reservados que hay muy pocos textos que
los mencionan. Sin embargo, hay una carta. La historia que cuenta esta carta circula
oralmente, pues no se conoce evidencia física de ella, aunque se tiene la
certeza de que fue publicada hace 50 años en un periódico de La Paz. Se trata
de una carta pública que Jaime Saenz y Jesús Urzagasti escribieron una noche.
Tal carta estaba firmada por un tal Diodato Vera, procurador de Lambate. En
esta misiva, Diodato informa sobre naves luminosas que entran y salen del
Illimani.
La
carta tenía algunos detalles finísimos sobre los extraterrestres: un castellano
que dejaba mucho que desear, destellos que impedían dormir, ruidos imprevistos
y extraños... Sin embargo, lo que más ha quedado en nuestra memoria es la
conclusión de esa carta: “No nos hacen daño pero tampoco nos molestan”.
El
remate de la historia del procurador de Lambate, en un castellano que también
deja mucho que desear, muestra a los extraterrestres como seres que se están / en el silencio del universo -como
tal vez hubiesen dicho sus autores. Es significativo que esta carta y su contenido
formen parte más de la tradición oral que de la escrita. Además del estilo
coloquial de Diodato Vera, la carta pública crea la ilusión de cierta información
que se transmite de boca a boca, sin autoridad intermediaria, desde una fuente
anónima. Diríamos que el anonimato es una cualidad incanjeable de los posibles
padres del Hombre.
Caballeros y cholitas
Los
relatos de la tradición oral, por su carácter anónimo y a veces testimonial, se
sitúan en ese espacio donde convergen lo convencional, lo histórico y lo
fantástico. Es un tejido sin autor visible, un mundo paralelo a la escritura y
abierto a múltiples modificaciones (aquello que los filólogos llamarían deturpaciones) que, sin embargo,
conservan ciertos detalles comunes que centellean al unísono. Se trata de un
imaginario donde todas las historias de todas las tradiciones de todos los
lenguajes parecen tejer una sola trama.
Muchas
de las historias de la tradición oral boliviana tienen como protagonista a un caballero que, después de seducir a una
cholita, se transforma en animal (zorro, serpiente, oso, insecto, etcétera).
Este encuentro entre la bestia y el ser humano resuena al lado de la teoría
darwiniana, pues resulta que la cholita siempre acaba dando a luz un hijo que deberá
civilizarse.
Un
ejemplo brillante de este argumento está en la historia de José Joserín, cuya difusión debemos a Blanca Wiethüchter. Esta versión de la leyenda del Jukumari
comienza -por supuesto- con un caballero
que se roba una cholita. De aquel encuentro nacerá José Joserín.
El
caballero tiene a la cholita y al
niño encerrados en una cueva, los trata como a bestias y sólo trae carne cruda que
la cholita no soporta comer, porque “ese caballero también había sido un oso,
no había sido ni un hombre humano, nada”. Ese oso será despachado al otro mundo
por José Joserín, quien salva a su madre de la bestia.
El
detalle más llamativo de este cuento es que el oso (bestia) también es un
caballero (autoridad que, a lo largo del relato, se duplicará en la escuela, la
ley, la iglesia y la corona). Una vez que José vence a su padre y a todas estas
autoridades bestiales, es liberado, conoce a una cholita y debe enfrentarse al
Condenado (el marido fantasmal que no deja en paz a la nueva cholita).
A
diferencia de las historias que puede desatar la teoría darwiniana del origen,
el relato sobre la vida de José Joserín comienza y termina con un conflicto de
pareja y en un enfrentamiento con el padre. En un principio, José debe salvar a
su joven madre de una bestia. Al final, deberá liberar a la cholita del poder
invisible de un fantasma avaro y platudo.
Por
otro lado, aunque la teoría extraterrestre del origen humano sugiere un
enfrentamiento al final de los tiempos, el comienzo de la especie humana no parece
haber generado ningún conflicto para los extraterrestres. Este malentendido puede
degenerar en la idea de que el hombre sería incapaz de modificar su propia
especie. En cambio, el silencio de la cholita en la historia de José Joserín,
es un silencio potente (una gestación) que, en todo caso, se está.
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