El gesto del cuaderno: la nueva novela de Giovanna Rivero
La autora chilena autorizó a LetraSiete a reproducir este comentario aparecido originalmente en una revista literaria de su país.
Andrea
Jeftanovic
Quizás
después de todo la escritura comienza en un cuaderno, en un diario privado. En
ese gesto físico de estar inclinado sobre una mesa o sobre una cama escribiendo
sobre uno mismo en un cuaderno: anécdotas, reflexiones, conflictos, cerrar la
página, poner llave y retomarlo al día siguiente.
¿Qué
escritora no inició su propio silencioso trabajo teniendo a Anna Frank en su
mente? La chica de doce años que, escondida en un altillo en la ciudad de Ámsterdam,
registró con lucidez los tiempos álgidos de la Segunda Guerra Mundial en un
cuaderno que llenaba línea a línea con pensamientos y hallazgos de su vida
cotidiana. Porque la verdad es que el diario de Anna Frank no gira en torno a
su muerte o su paso por el campo de concentración; el diario de Anna es la vida
de una adolescente que discute con las compañeras de curso, tiene desencuentros
con los padres, experimenta el primer amor, y luego, a medida que pasa el
tiempo, así como es consciente del miedo, la persecución, las noticias del
extranjero, la lealtad de la familia que la acoge, la ausencia de la rutina
escolar.
Genoveva,
la protagonista de la nueva novela, 98
segundos sin sombra (Mondadori, 2014), de la prolífica escritora Giovanna Rivero (Montero,
1972), también escribe un diario. Y se propone reescribir, en versión
latinoamericana, el registro de los años 90 en Bolivia en un pueblo tropical y
perdido en el fin del mundo.
La
autora, con irreverencia e ironía ha cambiado los tulipanes holandeses por
plantaciones de coca, porque esta Genoveva, la narradora, se adentra en una
Bolivia maníaca por la falsa espuma del narcotráfico, la economía inflada, el
consumismo, la posible inmigración estadounidense, una escuela de monjas
católicas, el cura y la abuela esotérica, los padres idealistas, el nacimiento
del hermano Nacho que es una criatura especial. Es decir, es una Anna de los 90
en la Latinoamérica neoliberal postutopías y con una familia excéntrica.
Giovanna
Rivero ha explorado con lucidez el universo adolescente en varios de sus
libros, por ejemplo, en Sangre dulce y
otros relatos (La Hoguera, 2006), Niñas y detectives (Bartleby, 2010), en Helena 2022 (La Hoguera, 2012), entre
otras. Ha dado cuerpo a muchachas en formación, en esa novela conocida como bildungsroman, sobre ese universo
personal en ebullición, de curiosidad por los pares y los saberes. Y también es
el momento de la vida de confrontación con los padres y definición personal, en
el caso de Genoveva la chica escéptica que se burla del idealismo/dogmatismo de
los padres de izquierdas, la moral católica de las monjas de su escuela cruzado
por el esoterismo de la abuela matriarca para dar con la textura precisa de sus
creencias.
El
título que de la novela indica una imagen muy sugestiva, un juego de niñas entre
Genoveva y su amiga del alma, Inés, que se describe así: “98 segundos bajo la
sombra es un juego en un determinado momento del día, el sol despuntando…Ya he
dicho que Inés está obsesionada con desaparecer. De modo que, paradas allí,
bajo el sol del casi mediodía, contamos los segundos que tardan nuestras
sombras en meterse bajo los pies igual que gusanos grasientos. Se escurren y ya
está. Podés mirar a los costados y no hay sombra. Luz solamente. Luz amarilla,
desteñida, blanca, violeta, luz a puñetazos”.
Genoveva
lucha por no desaparecer, por eso escribe y sufre por Inés, su amiga, que rechaza
la comida, el líquido y termina hospitalizada por su anorexia. Genoveva, en
cambio, registra y aprende, acompaña y
explora ese mundo de adultos guardando secretos: los secretos de un cura, de la
abuela mágica, un aborto clandestino en el baño del colegio. Es el universo en
ebullición como ese lugar de fuga, de apetito, de transgresión, de curiosidad
por los saberes; y todo eso desplegado en líneas de introspección en un
cuaderno que es la novela, ese cuaderno de secretos que leemos. Y, además, esta
trama zurcida con dos hitos emblemáticos de los noventas: el paso del comenta
Halley y las apariciones de la niña santa Laura Vicuña.
Vuelvo
a Anna Frank, la heroína que no sobrevivió, a la que arrestaron unos meses antes
de que terminara la guerra, la que escribía con una letra pequeña renglón a
reglón del cuaderno, aprovechando cada margen e insertando fotos. La novela 98 segundos bajo la sombra, hace un
contrapunto para liberarse de la épica de la gran “Anna” intercalando sus
normales y pequeñas hazañas de un momento de efervescencia económica y política,
unos años fútiles lejos de la tragedia pero también lejos de la trascendencia;
en una hábil estrategia interlineal, como lo ilustra la siguiente escena: “Tuve
la suerte de ser arrojada bruscamente a la realidad”, escribió la chica Frank.
Se parece al bla bla de Padre cuando está por cerrar sus patéticos sermones….Pero
como yo no sufría de esa manera, yo no dormía en un sótano aterida y con el
oído alerta a las botas de los lobos alemanes, era una vergüenza llevar un
diario en serio….”. La Genoveva mártir, la Genoveva normal, irónica, lúcida, desdoblada
en muchas identidades, como frente a un espejo cóncavo.
Toda
novela que, se supone, se urde desde la escritura de un cuaderno (hay varias en
nuestra tradición, El gran cuaderno
de Agota Kristof es uno ejemplar), nos lleva a un doble ejercicio: leer la
ficción y aceptar el gesto vouyerista,
como lector, de estar mirando de reojo un documento privado. Ahí se recupera la pulsión vital, la experiencia
primigenia de relatar, de llevar un diario de vida sin pudor y con ese gesto
del cuerpo inclinado para resolver ese misterio, de pensar escribiendo, o de
escribir pensando. El gesto de escribir para comprenderse y dejar huella, ese
enigma que se enuncia entre la mano y el papel, como cuando nuestra heroína
boliviana se despide: “Quiero cerrar esta escritura con la promesa que Anna
Frank se hizo en la penumbra de un sótano, una promesa que ahora es mía: Si Dios me deja vivir, iré mucho más lejos
que mamá, no me mantendré en la insignificancia, tendré un lugar en el mundo”.
Escribir en un diario, como un gesto inicial para luchar contra la invisibilidad,
para ser una promesa a futuro y no desaparecer en esos 98 segundos eclipsados
de luz.
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