Blanca Wiethüchter. Ideas, apuntes, aproximaciones
Diez años después de la muerte de la poeta paceña, va una arbitraria selección de textos de/sobre/para ella.
Martín Zelaya Sánchez
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¿Qué opinas que está sucediendo con la poesía boliviana?, le
preguntaron a Blanca en una entrevista de 1996 para la revista Mal Menor,
reproducida luego en la web Ecdótica.
Y respondió: “lo primero, es que están sucediendo cosas. Y
eso es siempre importante. Yo no podría valorarlas porque estoy metida en el
asunto y no sería imparcial”.
“Creo que falta un poco más de lectura también. Pero es
interesante ver la cantidad de gente que escribe una poesía de buen nivel. De
ahí podría salir un gran poeta, no lo puedo asegurar, pero es probable que así
sea. Por esta misma razón creo que es importante que se publiquen muchos libros
de poesía, aunque haya gente que critica eso. A mí me parece bueno, porque así
es como vamos a llegar a formar realmente un lenguaje, es decir de ahí tendrá
que salir algo. Yo conozco mucha gente que tiene libros sin publicar, y algunas
cosas son realmente excelentes”.
“Por otra parte, y a fuerza de trabajo, el lenguaje también
está cambiando, hay nuevas propuestas que no se quedan solamente en lo
inmediato o en lo lírico. Me parece que realmente están sucediendo cosas
importantes… de verdad”.
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Que Blanca Wiethüchter fue una de las mayores poetisas
bolivianas de la historia, está claro. Que fue, además, una de las mejores
lectoras y críticas de la poética nacional, también. ¿Quién puede dudar -por
otro lado- que nadie como ella para desmenuzar e interpretar la obra de Saenz?
Y, finalmente -a 10 años de su partida (15 de octubre de 2004)- ¿cuánta gente
exceptuando vates, escritores, académicos y unos pocos iniciados conoce, lee
los poemarios de la autora, cuando no su prolija obra crítica?
Y es que como ella misma sostuvo a Mal Menor: “uno siempre
se enfrenta con el mismo problema. La gente lee poca poesía, y los que la leen
son los mismos poetas que quieren ver lo que los colegas están haciendo. Lo
triste es que la gran masa no lee, y eso es cierto. Lamentablemente siempre va
a ser así. La poesía es una literatura de élites”.
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Escribe Marcelo Villena en su libro El preparado de yeso (un raro, complejo, pero también delicioso
libro, recomendable a rabiar para quienes no pierden la paciencia en
relecturas, anotaciones y consultas a otros textos): “para Blanca Wiethüchter
valdría también eso que alguien decía de un común amigo: que le debemos tanto
que todavía no sabemos cuánto le debemos”.
Lejos de ahondar en su obra poética, Villena se concentra en
estos ensayos editados en una bella edición ilustrada de Plural Editores, en
dos trabajos “menos leídos, menos considerados; menos nombrados incluso,
seguramente y entre otras cosas porque de entrada alteran las consabidas
distinciones de género e incluso de especie con las que se entienden, ofrecen y
consumen los objetos literarios: poesía, narrativa, ensayo, crítica. Se trata,
por una parte, de Pérez Alcalá, o los
melancólicos senderos del tiempo (1997), y Memoria solicitada, libro que se consagra en triple entrega (1989,
1993, 2004) al singular personaje que fuera Jaime Saenz”.
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Explicando un poco más su propuesta y la pertinencia de
recuperar la mirada estética de la poeta paceña, Villena anota en el referido
libro: “Wiethüchter ensayaría más bien un cuestionamiento desde el propio lugar
del artista. Así, la singularidad del díptico que forman estos libros radicaría
en el hecho de que ambos, pero cada cual muy a su modo, transforman el espacio
de una aproximación crítica en un acercamiento que se mueve según los dilemas
de una identificación amorosa”.
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Sobre una aún muy joven poetisa, en 1975, Saenz opina al
prologar su libro debut Asistir al tiempo: “Es evidente que
todos los caminos en la poesía de Blanca Wiethüchter conducen a la ciudad.
Canta el poeta el canto que la ciudad canta; sufre el sufrimiento que la ciudad
sufre y se alegra con la alegría con que la ciudad se alegra. Contempla con
dilatadas pupilas la contemplación de los altos muros que la ciudad contempla.
Los muertos que en la ciudad respiran, son quienes le señalan los caminos, en
la amplitud, en el espacio. Luego el silencio y el olvido, y la lluvia; el
dolor y el amor, el encanto y la muerte, el ruido y los habitantes, y el
viento, en la ciudad se reencuentran”.
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Para seguir con las aproximaciones a su poética, escribe
Eduardo Mitre en un artículo publicado en el número doble 5 y 6 de la revista Hipótesis (1977): “pese a la
transparencia de su escritura, se podría hablar de una poética hermética, en la
medida en que el acto poético supone un descenso a una región subterránea -onírica,
irracional- en la que yacería, como para los surrealistas, la verdadera
realidad”.
Y Luis Cachín
Antezana, al analizar el libro Travesía
en el número 10 de la misma revista, escribe: “A través de la palabra (con la
palabra, por la palabra) se haría un mundo habitable. Como en Holderin, la
dimensión de sentido que surge de Travesía
-en los muchos ámbitos que toca- implica una labor poética: ‘poéticamente
habita el hombre sobre la Tierra’, decía Holderin. De esta manera, no solo
encontraría su sentido el mundo (como verdadera habitación) sino también la
poesía”.
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Escribió Blanca sobre Saenz en el célebre estudio que
antecede la Obra poética del vate,
publicada en la Biblioteca del Sesquicentenario: “Saenz descubre que lo
esencial está en la profundidad encubierta del mundo. Así tratará de recuperar
lo esencial, aquello que sustenta el verdadero sentido del mundo que, en la
primera parte de su obra, concibe como un mundo de ‘luz’, mundo ‘armónico’, que
puede contener al hombre en su ascensión espiritual, en la búsqueda de sí
mismo”.
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Y para cerrar, volviendo a la poesía: “En mi opinión -dice
Blanca, en la mencionada entrevista- la poesía boliviana que realmente propone
un lenguaje boliviano comienza con Jaime Saenz”.
“Existe un corte que entre Cerruto y Saenz es bastante
claro, y se puede simplificar en una sola idea que tal vez sirva para
explicarlo; en Estrella segregada,
Cerruto habla del Illimani de tú a tú, como puede hablar cualquier europeo de
una montaña, sin ninguna implicación necesariamente andina; en cambio, cuando
Saenz habla de la montaña, la relación cambia totalmente, porque dentro del
lenguaje de Saenz está implícita la humildad frente a la montaña y eso sí corresponde
a una experiencia andina”.
“Entonces ¿qué es lo que recoge Saenz? A mi modo de ver, un
modo de comprender, de vivir el mundo andino, que no se traduce en palabras
aymaras o quechuas ni nada por el estilo, se traduce más bien en un ‘estar’ en
la realidad que produce un lenguaje que recoge los sentidos de una experiencia
boliviana”.
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