El ánima de Alejandra
Reseña del recién aparecido poemario de la cruceña Alejandra Barbery
Gabriel Chávez Casazola
Hace 11 años ya que publicó su primer libro, en coautoría
con otros dos poetas, Alejandra Barbery Zanutti. El nombre de esa opera prima delataba cierta prisa, como la que tenemos cuando el
verano cruceño nos abraza (lo estoy escribiendo con z deliberadamente) y nos
sentamos a una mesa y pedimos al camarero “¡Tres
al hilo!”, que así se llamaba precisamente aquel poemario.
Una de las tres miradas, de las tres sensibilidades
reunidas en ese libro augural, era la poesía de Alejandra. De allí en adelante
pudimos apreciar textos suyos dispersos en su blog Bruja del Aire, en
antologías -como la de Breve poesía cruceña
con tapas azules-, en revistas y en espacios digitales de aquí y de acullá.
Siempre, su escritura, bajo el signo del fragmento, de la
brevedad, de la dispersión, como lo conversamos muchas noches en el “templo del
morbo”, como llamaba el cantautor Pekos a su local de la calle Cochabamba,
donde nos congregábamos los fieles de ese culto bohemio sin que nadie más que
la noche y su complicidad nos convocaran.
Luego, en algún momento, Alejandra -esa maga- se nos
perdió en la política y, lo que es peor, en la burocracia. A momentos se lo
reproché, otros me temí que ya no tuviera remedio y finalmente, cuando casi me
resignaba -nos resignábamos- a tan irreparable pérdida para la poesía y el
arte, ella volvió.
Iba a escribir “renació”, pero además de sonar grandilocuente
eso sería mentiroso. Alejandra nunca se fue del territorio de la belleza. Era
sólo que estaba inxiliada en sí misma, en una búsqueda que era una huida que
terminó siendo un reencuentro. Un reencuentro consigo misma, es decir, con el
arte; es decir, con la poesía; es decir, con todos nosotros, sus amigos y
lectores que acompañamos ahora sí el nacimiento de su primer libro en
solitario.
Ánima se llama este libro: una palabra que quiere decir “alma” en lengua latina, ese
idioma que tiene, precisamente, un secular trato de almas. Aquí pienso en
tantos pasajes y plegarias donde resplandece el alma de los místicos -“Anima mea liquefacta est, quia Deus meus
ignis consumens est…”- pero también en el alma deseante de Salomón cuando
le canta a la Sulamita, en uno de los más bellos textos eróticos que se hayan
escrito y que está, oh paradoja, recogido en la Biblia, y que en un fragmento
de su versión latina dice así: “(…) nescivi
anima mea conturbavit me propter quadrigas Aminadab / revertere revertere
Sulamitis revertere revertere ut intueamur te”.
En otra orilla, nos revela el gran oráculo -es decir,
Wikipedia- que en la teoría psicológica de Carl Gustav Jung, la palabra ánima
alude a “las imágenes arquetípicas de lo eterno femenino en el inconsciente de
un hombre, que forman un vínculo entre la consciencia del yo y el inconsciente
colectivo, abriendo potencialmente una vía hacia el sí-mismo”.
¿Y qué hace la poesía sino eso: abrir un camino hacia
nosotros mismos, a partir de ciertas imágenes en las que todos podemos
reconocernos, pues pertenecen al yo más íntimo como también a la memoria
colectiva?
A su vez, la sabiduría popular hace plural a esta misma
palabra y nos habla de las ánimas. Podríamos decir que la poesía es una de ellas:
una aparición, un pálido y hermoso espectro capaz de hechizarnos.
Alejandra es, hace tiempo ya, una hechizada, pero cuando
pienso en las apariciones que suceden en su libro veo páginas viudas, páginas
que llevan un hondo luto interior, que se nos revela y conduce a mirarnos tal
como somos, a sopesar nuestro esqueleto y nuestro interior “tan lleno de vacío”:
ese allí, en realidad un aquí, donde reaparece
una y otra vez el miedo que siempre es una sombra. Donde hay una bestia, un susurro, un colador, un abismo
por donde la vida pasa a menos, los
silencios de un nombre, un sonido que estorba y el recuerdo de otro siglo,
acaso de un amor y una bandera sin
mínimos, sin distancias.
Espectros, todos ellos, que una vez invocados y
exorcizados en la lectura, con la lectura de Ánima, dejan lugar a un alivio de luto, que eso es también, colijo,
para su autora este libro. Un cerrar una puerta y un abrir otra.
Deseo vivamente que la habitación a la que ha ingresado
Alejandra Barbery en esta nueva etapa de su creación sea luminosa como los
cuadros de su heterónima María Zanutti: Sobre
la noche, / el siglo. / Sin tiempo, / existe la poesía.
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