jueves, 30 de octubre de 2014

Sombras nada más

El ánima de Alejandra


Reseña del recién aparecido poemario de la cruceña Alejandra Barbery



Gabriel Chávez Casazola

Hace 11 años ya que publicó su primer libro, en coautoría con otros dos poetas, Alejandra Barbery Zanutti.  El nombre de esa opera prima delataba cierta prisa, como la que tenemos cuando el verano cruceño nos abraza (lo estoy escribiendo con z deliberadamente) y nos sentamos a una mesa y pedimos al camarero “¡Tres al hilo!”, que así se llamaba precisamente aquel poemario.
Una de las tres miradas, de las tres sensibilidades reunidas en ese libro augural, era la poesía de Alejandra. De allí en adelante pudimos apreciar textos suyos dispersos en su blog Bruja del Aire, en antologías -como la de Breve poesía cruceña con tapas azules-, en revistas y en espacios digitales de aquí y de acullá.
Siempre, su escritura, bajo el signo del fragmento, de la brevedad, de la dispersión, como lo conversamos muchas noches en el “templo del morbo”, como llamaba el cantautor Pekos a su local de la calle Cochabamba, donde nos congregábamos los fieles de ese culto bohemio sin que nadie más que la noche y su complicidad nos convocaran.
Luego, en algún momento, Alejandra -esa maga- se nos perdió en la política y, lo que es peor, en la burocracia. A momentos se lo reproché, otros me temí que ya no tuviera remedio y finalmente, cuando casi me resignaba -nos resignábamos- a tan irreparable pérdida para la poesía y el arte, ella volvió.
Iba a escribir “renació”, pero además de sonar grandilocuente eso sería mentiroso. Alejandra nunca se fue del territorio de la belleza. Era sólo que estaba inxiliada en sí misma, en una búsqueda que era una huida que terminó siendo un reencuentro. Un reencuentro consigo misma, es decir, con el arte; es decir, con la poesía; es decir, con todos nosotros, sus amigos y lectores que acompañamos ahora sí el nacimiento de su primer libro en solitario.
Ánima se llama este libro: una palabra que quiere decir “alma” en lengua latina, ese idioma que tiene, precisamente, un secular trato de almas. Aquí pienso en tantos pasajes y plegarias donde resplandece el alma de los místicos -“Anima mea liquefacta est, quia Deus meus ignis consumens est…”- pero también en el alma deseante de Salomón cuando le canta a la Sulamita, en uno de los más bellos textos eróticos que se hayan escrito y que está, oh paradoja, recogido en la Biblia, y que en un fragmento de su versión latina dice así: “(…) nescivi anima mea conturbavit me propter quadrigas Aminadab / revertere revertere Sulamitis revertere revertere ut intueamur te”.
En otra orilla, nos revela el gran oráculo -es decir, Wikipedia- que en la teoría psicológica de Carl Gustav Jung, la palabra ánima alude a “las imágenes arquetípicas de lo eterno femenino en el inconsciente de un hombre, que forman un vínculo entre la consciencia del yo y el inconsciente colectivo, abriendo potencialmente una vía hacia el sí-mismo”. 
¿Y qué hace la poesía sino eso: abrir un camino hacia nosotros mismos, a partir de ciertas imágenes en las que todos podemos reconocernos, pues pertenecen al yo más íntimo como también a la memoria colectiva?
A su vez, la sabiduría popular hace plural a esta misma palabra y nos habla de las ánimas. Podríamos decir que la poesía es una de ellas: una aparición, un pálido y hermoso espectro capaz de hechizarnos.  
Alejandra es, hace tiempo ya, una hechizada, pero cuando pienso en las apariciones que suceden en su libro veo páginas viudas, páginas que llevan un hondo luto interior, que se nos revela y conduce a mirarnos tal como somos, a sopesar nuestro esqueleto y nuestro interior “tan lleno de vacío”: ese allí, en realidad un aquí, donde reaparece una y otra vez el miedo que siempre es una sombra. Donde hay una bestia, un susurro, un colador, un abismo por donde la vida pasa a menos, los silencios de un nombre, un sonido que estorba y el recuerdo de otro siglo, acaso de un amor y una bandera sin mínimos, sin distancias.
Espectros, todos ellos, que una vez invocados y exorcizados en la lectura, con la lectura de Ánima, dejan lugar a un alivio de luto, que eso es también, colijo, para su autora este libro. Un cerrar una puerta y un abrir otra. 

Deseo vivamente que la habitación a la que ha ingresado Alejandra Barbery en esta nueva etapa de su creación sea luminosa como los cuadros de su heterónima María Zanutti: Sobre la noche, / el siglo. / Sin tiempo, / existe la poesía.

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