jueves, 2 de octubre de 2014

Nota de apertura

La literatura boliviana abrió sus puertas en Sucre

Crónicas y detalles de Arí, la fiesta de las letras, un encuentro que reunió a decenas de autores y literatos en la capital. Un loable esfuerzo por socializar el placer de la lectura y por “mundanizar” a los escritores.

 
Máximo Pacheco, Juan Pablo Piñeiro y Rosario Barahona en uno de los
conversatorios. (Fotografías: Daniela Peterito Salas)
Martín Zelaya Sánchez

¿Cómo lograr que la literatura sea entendida y reconocida como un oficio más, como una profesión tan válida y normal como la carpintería, cualquier ingeniería o la medicina?
Cientos, miles de hombres y mujeres que en el país luchan por afirmarse como escritores -narradores, poetas- profesionales, de tiempo completo, buscan aún -además de llegar a vivir exclusiva y dignamente de su oficio- ser considerados y respetados como tales, pues para muchas esferas sociales quienes se dedican a escribir poesía o libros de ficción son solo bohemios, soñadores, por no decir, gente sin oficio ni beneficio.
Pues bien, no hay mejor manera de empezar a ser tomados en cuenta como una fuerza más de la sociedad que actuando, finalmente, como tal: interactuando con la gente, tendiéndole la mano, abriéndose a dar y recibir pero, ante todo, abriéndose al contacto y la relación al interior de las filas, como cualquier carpintero, ingeniero o doctor.
Vale esta larga y tal vez confusa introducción para reseñar lo que aconteció la semana pasada en Sucre. No diremos que nunca, pero pocas veces como en Arí, la fiesta de las letras, los literatos bolivianos se codearon con sus lectores, con artistas de otras áreas (música y artes escénicas) y con los potenciales futuros amigos de los libros: cientos de niños y adolescentes.
El evento que se efectuó entre el 22 y el 27 de septiembre en el Cuartel San Francisco de la capital bien puede resumir, creemos, el ideal de integración de los escritores con su medio.
Bien lo dice Homero Carvalho en estas mismas páginas: “la mayoría de las veces creemos conocernos y pensamos que el saludo amistoso es suficiente cuando en verdad no conocemos realmente al otro”.
Si de salir de una burbuja se trata, si de empezar a efectuar acciones concretas para incentivar a la lectura se trata, pocas iniciativas habrá tan eficientes como este encuentro diseñado y organizado por Alex Aillón y Daniela Peterito Salas de la editorial sucrense S, y patrocinado por la Gobernación de Chuquisaca.

Intercambio, interacción, interculturalidad
“Veo a mi literatura como una manera de sentir mejor, de percibir lo que me rodea”, señala Rodrigo Urquiola. “Hay que tener, antes que nada, respeto por la palabra, porque los hombres somos seres de palabras”, acota Ramón Rocha Monroy, y Homero redondea la idea: “estemos donde estemos y escribamos sobre lo que escribamos, la literatura revela ante todo parte de nosotros mismos”.
Bajo el tema “literatura e interculturalidad”, entre martes y jueves una docena de narradores y poetas protagonizaron coloquios en el escenario central elevado en el patio de la enorme casona del centro de Sucre. Gonzalo Lema, Roger Otero, Juan Pablo Piñeiro, Rosario Barahona, Eduardo Scott, Máximo Pacheco y Martín Zelaya tomaron la palabra.
El colectivo cruceño Poetas express, el vate orureño Benjamín Chávez, el editor cochabambino Marcelo Paz Soldán, y la escritora Liliana de la Quintana, entre otros, se dedicaron a dar talleres a niños y jóvenes; una media docena de músicos locales amenizaron las noches y la jornada de clausura con música nacional, de diversos géneros, y también composiciones en rock, rap y música contemporánea.
Todo esto matizado por una permanente exposición y venta de libros, con material de editoriales de La Paz, Cochabamba, Oruro y otras ciudades, una masiva lectura poética –con invitados de la talla de Humberto Quino, Jorge Campero, Gustavo Cárdenas, etc.-, un intercambio o qhatu de libros y la conferencia de clausura del maestro Luis “Cachín” Antezana.
Es decir, en concomitancia con lo planteado arriba, y con lo que propone Alex Aillón (ver nota de apoyo), la literatura abrió sus puertas, se miró en el espejo, y se dio la mano a sí misma, como pocas veces antes, como debería ser siempre.
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Arí, una fiesta con nombre propio

Alex Aillón Valverde

Arí es una palabra dulce, generosa y luminosa del quechua que en castellano quiere decir sí. Pues bien, durante casi toda una semana, la comunidad literaria y artística boliviana le dijo sí a Sucre y sí a un solo propósito: recuperar y alimentar el hábito de la lectura en nuestros niños y jóvenes.
Lo que acaba de suceder en la capital es una experiencia única e inédita en el país. Jamás se había logrado proyectar un evento de estas características que reúna varias plataformas y disciplinas en torno a la lectura.
Hacer de nuestros pequeños los grandes lectores del mañana, no sólo es un slogan, sino es el reto de todas nuestras sociedades si es que en realidad las queremos más justas y felices.
En este sentido, la dimensión de Arí dio en el clavo y la opinión pública, sobre todo a nivel nacional, ha sabido recoger el esfuerzo de la Gobernación de Chuquisaca (Juan José Pacheco) y de varias instituciones que han empujado la realización del evento.
Todos los participantes concluyeron en un criterio general: Sucre debe sentirse orgullosa de ser la sede de un encuentro de esta naturaleza que reunió durante seis días a narradores, poetas, talleristas, cuenta cuentos, grupos de rock, hip hop, música urbana, intelectuales, académicos, etc.
El objetivo de Arí era llegar a las nuevas generaciones y cumplir con el programa trazado y creemos, como coorganizadores, que este se cumplió a cabalidad (contra lluvia, viento y marea).

Las lecciones
La primera gran lección que nos ha dado Arí, es que ciudades como Sucre pueden ofrecerle a la cultura del país espacios con espíritu y objetivos diferentes a las grandes ferias que se realizan en las ciudades el eje.
Arí nació con esa idea, la de no querer imitar nada, porque ahí es cuando las limitaciones de creatividad se hacen más evidentes.
También nos enseña que se puede hacer mucho con pocos recursos pero con gran voluntad y estar al nivel de cualquier capital de departamento del país. Creo que esta es ya una lección que arroja Arí a otras ciudades donde también pueden proyectarse eventos de esta naturaleza que nada tengan que ver con las mega producciones del eje.
Como toda experiencia del espíritu humano, Arí es compleja pero gratificante. No hay nada que nos llene más el espíritu que ver brillar los ojos de algunos de nuestros niños y ver el asombro de nuestros jóvenes ante el hecho creativo.
No hay cosa más interesante que ver a escritores como Juan Pablo Piñeiro, Luis H. Antezana, Homero Carvalho o Máximo Pacheco, bajar la guardia y tratar de ponerse a la altura de su auditorio de pequeñas almas en crecimiento, o ver a doña Crecencia hablar desde la Bolivia profunda, en su lengua materna, en una extraña conexión con ese otro mundo que nos habita: el de la oralidad primera. 
La lectura y la generosidad son aprendizajes sentimentales difíciles. A Bolivia y a nuestra ciudad hay que reeducarlas en este camino. Pues bien, si alguien nos preguntara (a Daniela y a mí) para qué hacemos todo esto, la respuesta sería obvia: para eso, para educar mejores personas a través de la lectura y el arte… es para eso que imaginamos instrumentos como Arí.
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El vate Humberto Quino durante la lectura poética.

Los escritores de fiesta

Homero Carvalho Oliva

“Perdón ¿nos conocemos de algún libro?”, preguntó alguna vez la escritora argentina Ema Wolf y podría ser la pregunta obligada en los encuentros de escritores para entablar diálogo fuera de la programación oficial; sin embargo no lo es, porque la mayoría de las veces creemos conocernos y pensamos que el saludo amistoso es suficiente cuando en verdad no conocemos realmente al otro.
En Sucre, en “la fiesta de las letras” que bien podría haberse llamado “la fiesta de los escritores”, nos reunimos más de 30 autores durante siete días y la programación se cumplió tal cual lo habían diseñado sus organizadores y todas las sesiones fueron un éxito: los cuenta cuentos, los diálogos, las presentaciones de libros, los talleres, las lecturas de poesía y las charlas extras le dieron a la capital una impronta especial, haciendo que los beneficiados sean los niños y adolescentes, quienes fueron a conocer a autores de cuentos, de novelas y de poemas; a escucharlos, a darles la mano, a hacerse firmar autógrafos y a tomarse fotos con ellos y, espero, que también a leernos algún día.
Además de estos eventos literarios, en los pasillos de San Francisco, se podía adquirir buenos títulos de autores nacionales y extranjeros de los stands de librerías, editoriales y cámaras del libro que apoyaron decididamente esta iniciativa.
En mi caso, conversé con Ramón Rocha Monroy y Rodrigo Urquiola, bajo la dirección de Alex Aillón, y gracias a Karina Carrillo, una extraordinaria cruceña que dirige una orquesta infantil y una escuela de música en la ciudad de los cuatro nombres, tuve una gratificación especial: resulta que fui a darles una charla a los integrantes de su orquesta y luego ellos me pidieron que me sentará al medio y me ofrecieron un breve concierto, me sentí tan feliz que no me cansó de contarlo.
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Juan José Pacheco, director Departamental de Cultura:
“Sucre, zona franca para la literatura”

- ¿Cuál es el concepto de esta fiesta de las letras?
- De lo que se trata es de fomentar el hábito de la lectura, la relación con los libros en niños y jóvenes, porque creemos que todavía tenemos una gran falencia en el país, que es la de gestar públicos para la literatura; por eso pretendemos, desde una mirada multidisciplinaria, lograr un “Estado del arte”, por lo que invitamos a muchos de los más connotados autores y creadores de la narrativa y poesía nacional, que además de presentar sus nuevas obras vinieron sobre todo a compartir entre sí y con niños y jóvenes a través de coloquios y talleres.

- ¿Qué garantías hay de que esta iniciativa no sea algo aislado y tenga continuidad?
- Gracias a un trabajo conjunto entre la Gobernación, la Universidad San Francisco Xavier, la Universidad Andina, el Archivo y Biblioteca Nacionales, hemos logrado romper una inercia que existía hasta hace poco, y hemos decidido institucionalizar este tipo de eventos.

Pretendemos generar en Sucre, en Chuquisaca, a través de una ley departamental, lo que podríamos llamar una “zona franca de los libros”, es decir, subvencionar el impuesto a las publicaciones para que -aunque ya es bajo a nivel nacional- llegue en el departamento a un nivel cero, lo que haría de esta región un centro de distribución de libros no sólo nacionales, sino también importados. 

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