El mundo visto desde sus orillas
Tras cada instantánea del World Press Photo o cada capítulo de “Palabra Viva” hay una historia interminable, una reunión de maravillosos perdedores.
Ricard Bellveser
Tras cada fotografía de la World
Press Photo
(WPP) hay magníficas historias que insinúan relatos interminables. Al recorrer
esa exposición, yo llevaba en mis manos Palabra
viva. Textos de escritoras y escritores desaparecidos y víctimas del terrorismo
de Estado. Argentina 1974-1983 que acaba de reeditarse en Buenos Aires y
comprendí que tanto el concurso fotográfico como la antología literaria venían
a ser una misma cosa: el mundo visto desde sus orillas.
En estos momentos, la WPP 2014 se puede ver,
de septiembre a noviembre, en plazos que varían según los casos, en Canadá,
México, Francia, Austria, Chequia (Praga), el Reino Unido y en España (Madrid).
Como quizá algunos recuerden, hace un par de años
la edición de entonces se presentó en la Casa Municipal de la Cultura “Raúl Otero
Reiche” de Santa Cruz de la
Sierra y posteriormente en La Paz , con ocasión de que uno de los premiados era
el fotógrafo italiano Pietro Paolini, quien había presentado una colección de
fotos bajo el título de “La
Bolivia de Morales” que más bien resultó ser una mirada a
cierta Bolivia campesina y pintoresca…
La foto ganadora de este año 2014, muy
conocida, es obra de John Stanmeyer y capta el instante en el que unos
emigrantes africanos, tras una penosísima travesía en una desvencijada y
semipodrida barca, llegan a las playas de lo que ellos creen que es el paraíso
europeo, y lo primero que hacen es encender sus teléfonos celulares y elevarlos
hacia el cielo en busca de cobertura, en algo que resuena a un estremecedor
rito de consagración. En la espesa noche, las pantallas encendidas son ventanas
que perforan la oscuridad, son las nuevas estrellas de un firmamento de
tristeza.
Cada una de estas instantáneas es un fragmento
de la realidad, contada con perfección técnica, que insinúa la existencia de
una buena historia a la espera de ser contada como, por ejemplo, el retrato de
una niña abandonada en un orfanato de Varsovia que muestra nuestras miserias
como seres humanos; retratos de violencia doméstica; la habitación de un
manicomio en un país africano en guerra civil, en la que se encierra a un loco
sin ninguna opción, condenado a una muerte segura; fardos de ropa destrozada
por las bombas o las torturas, que son una descomunal metáfora de la muerte
porque no hay sangre, hay desolación. El mundo, en fin, visto desde sus cloacas
donde también hay espacio para la ternura.
Ya he dicho que llevaba en mis manos Palabra viva el libro que reúne textos
de autores víctimas del terrorismo de Estado en Argentina, que acaba de
reeditarse una vez más, en el que se reúnen escritos de 116 autores
“desaparecidos” durante la dictadura argentina, pero el proyecto lo mismo
valdría para la chilena y es extensible a todas cuantas ha habido y hay en el
mundo. Textos de escritores y escritoras de poemas, cuentos, periodismo,
ensayos, etc. que nunca vieron su obra publicada pues sus vidas acabaron
violentamente, pero que en este libro se les recupera del silencio y se les
devuelve a la vida de las palabras, en un ejercicio social de la memoria. De
los antologados, el más joven cuando desapareció tenía 17 años y el mayor, 65.
Los representantes de la Sociedad de Escritoras y
Escritores Argentinos, editores de este libro, dicen en su preámbulo que están
orgullosos de la reedición y “nos duelen,
pero a la vez nos fortalecen, las nuevas publicaciones de este libro”
porque recuerdan el dolor sufrido y pero al mismo tiempo hacen imposible el
olvido.
Los retratos de la WPP y los distintos capítulos
de Palabra viva no están tan lejos el
uno del otro, incluso llegan a parecer que son lo mismo, porque se trata de una
reunión de maravillosos perdedores, que con su fracaso personal, en lo físico,
han ayudado sin saberlo a hacer en lo social más ancho y menos ajeno este
deformado mundo.
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