El domicilio del asombro
Un 15 de octubre nació Jesús Urzagasti, un 15 de octubre murió Blanca Wiethüchter. El autor aprovecha la ocasión para enviar un regalo poético a estos dos grandes de nuestra literatura.
Juan
Pablo Piñeiro
No
todas las fechas son iguales, hay algunas que son asombrosamente mágicas por lo
menos en nuestra bitácora interior. Y es que finalmente una fecha es el nombre
de un día que se repite cada año, portando el mismo aroma de siempre, un aroma
transfigurado por la distancia y por nuestra disposición a estar presentes en
el mundo. Una fecha especial debe cargar en su memoria, y por lo tanto en su
conmemoración, lo esencial de la vida.
En
otras palabras un día mágico debe ser un espejo de la vida. Deben convivir en
ese día el presente y el pasado, el nacimiento y la muerte, pero también todo
lo que está más allá. En mi bitácora interna una de esas fechas, uno de esos
días, es el 15 de octubre.
Por
ejemplo, el 15 de octubre es el cumpleaños de Jesús Urzagasti. Un día como ayer
Jesús hubiera cumplido 73 años. Su partida quizás nos ha quitado sus novedades,
pero no su presencia. Celebramos su nacimiento porque a través de él se fortalece la certeza de que
existimos como país y que en el fondo estamos todos tejidos. Su mirada partió
de otros mundos, para llegar aquí y descubrirnos todo lo que no podemos ver a
causa de esas ilusorias lagañas que han poblado hace mucho tiempo nuestros ojos.
Un
día mágico, en su calidad de espejo del mundo, conmemora también en su interior,
la experiencia de la muerte, experiencia que con el paso de los años, con el
retorno de las fechas, se convierte también en conmemoración de la vida. Un día
como ayer, hace diez años, partió una gran amiga y maestra, pero ante todo una
gran poeta, Blanca Wiethüchter. Su entusiasmo y alegría por la vida, la
develaban como portadora de un misterio. Un misterio que aparecía radiante cuando
se ocultaba en sus poemas. Una mirada maravillada por esta ciudad, por este
país, por las palabras de sus habitantes, por las piedras, por los cerros y por
los astros. Compartir con ella implicaba acogerse en la cálida esperanza de que
la poesía es una manera de vivir agradecido.
En
La Paz, todos sabemos que vida y muerte es la misma cosa, lo sabemos porque lo
dijo un poeta. Y por eso un día mágico tiene un poco de ambas cosas como
también tiene un poco de lo que está más allá. Es por eso que, a manera de
homenaje a esta fecha, quiero ofrecer un regalo a mis amigos muertos. Contarles
algo que les hubiera encantado escuchar. Aunque solamente sea para confirmarles
que la misteriosa hoguera que acompañó siempre la obra de ambos, pervive en los
poetas jóvenes de nuestro país y por lo mismo sigue incendiado cada palabra que
toca. De alguna manera esta confirmación no es necesaria, porque en ese devenir
creyeron siempre los que miraron la hoguera. Porque en el fondo, crear y creer
son la misma cosa.
Vayamos
por partes. Yo empezaría contándoles que entre el 22 y 27 de septiembre se llevó
a cabo en la capital del país el encuentro literario Arí, la fiesta de las
letras. El evento terminó conglomerando a 40 escritores y poetas de todo el
país. Por lo mismo es algo que no debería pasar desapercibido, porque de esos
encuentros, de esas charlas, de esos espacios y dimensiones compartidas nacen hilos
que nos multiplican.
Es
admirable el trabajo que realizan especialmente Alex Aillón y Daniela Peterito,
en la gestión cultural y en la capacidad de organizar un encuentro tan concurrido.
Eso a la Blanca y al Jesús les hubiera encantado.
Estuve
un par de días, lo que me hizo antojar haber estado más. Tuve la suerte de
asistir a la lectura de “La clínica”, una velada en la que pude conocer la obra
de muchos poetas que no conocía, quienes para leer se ponían un traje de
circunstancia, es decir una bata del pabellón psiquiátrico. Me maravilló la
salud de nuestra poesía, porque estoy seguro de que en cada ciudad de Bolivia
existen mundos refugiados en palabras que solo pueden pronunciarse bajo el
tutelaje de una mirada propia. Y no solo en las ciudades, porque hay gente como
los “poetas exprés” de Santa Cruz que nacieron como una consecuencia natural de
sus viajes a las provincias donde se requería la lectura de sus poemas. Ellos
han conquistado desde sus trincheras la plazuela Callejas en la ciudad de los anillos
para seducir a considerables audiencias.
Uno
de estos poetas exprés, al cual conocí en la lectura de “La clínica”, es Oscar Puky Gutiérrez. El título de esta
columna es una frase de su último libro, Bitácora
del asombro. Siempre he pensado que escribir poesía era una de las tantas
cosas que hacía un poeta, pero no la principal. El poeta en el fondo es una
mirada. Le basta con describir su día, su viaje y su permanencia en este mundo
para escribir poesía. Pero para ser instrumento de esas palabras, la ofrenda es
mayor.
Ese
viaje tiene una bitácora, en ese transcurrir fluyen las palabras y seguramente
el universo va desgranando sus secretos y sus terrores en el ínterin. Por eso
una bitácora del asombro, tranquilamente puede convertirse en la huella de una
mirada, y por eso Oscar Gutiérrez es un poeta.
“El
asombro es el hijo natural de la humildad. De ese modo, cada hormiga y cada
constelación se nos revelan como realmente son: un irrepetible y portentoso
milagro. Mi poesía pretende ser un precario testimonio de eso”, escribe Puky en una de las respuestas al extenso
cuestionario que le envié para escribir este texto.
Más
adelante responde a otra pregunta: “en mi poesía conviven todos los que soy: el
asceta con hambre de Dios, el lúbrico que desea poseer a cuanta mujer hermosa
pasa por su lado, el solidario con el dolor de ser un ser humano, el agradecido
con el privilegio de ser un ser humano, en fin”.
El
cuestionario extenso lo tendré que guardar para otra ocasión, con disculpas del
poeta, porque finalmente descubrí que este texto no era para hablar de Bitácora del asombro, esa era mi primera
intención. Este texto es para recomendar su lectura, para enviar este libro
como un regalo al más allá… un regalo a dos poetas que seguramente en ese más allá tienen mayor facilidad para
encontrar este tipo de poesía, no por nada ellos también sabían que la vida es el domicilio del asombro, o
por lo menos era esa su manera de vivir.
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