Italo Svevo, la sombra de Joyce
El autor traza una semblanza sobre el autor italiano que –según aventura- surgió y se consolidó de la mano del creador del Ulises.
Ricard Bellveser
Está generalmente admitido que James Joyce (Dublin,
1882- Zürich, 1941) es el mejor o al menos uno de los mejores escritores del
siglo XX, junto a Marcel Proust y Franz Kafka.
Esta condición de “mejor” se considera unida
al hecho de ser uno de los más influyentes, pues en el mismo periodo vital del
autor irlandés, en lengua inglesa, se dio una gran generación de autores,
espléndidos, (Virginia Wollf, Ezra Pound, H.G. Wells, Jack London,
Rudyard Kipling…) pero no todos tuvieron esta capacidad de
influir en los demás como la que tuvo y aún sigue teniendo Joyce.
Además a la construcción de su extravagante
personaje, -y no deja de ser chocante esta contradicción-, le ayudó su vida
desastrada, el ser el mayor de diez hermanos, alcohólico, manirroto y por ello sableador de
los amigos, frecuentador de prestamistas, pendenciero a veces, tocador de
guitarra, tenor al cantar, sifilítico desde joven, de mayor tuerto y casi
ciego, según el psicoanalista Gustave Jung, que trató tanto a él como a su hija
Lucía, esquizofrénico controlado, y en general una calamidad, variables de su
personalidad que le obligó a irse varias veces de Dublín y de Irlanda para
vivir en París, Trieste y Zurich.
Su obra más relevante, Ulysses, la empezó escribir en Pola, una ciudad que hoy pertenece a
Croacia, aunque el grueso de la novela la redactó en Trieste como es bien
sabido.
Y es aquí donde se cruzan los caminos: en
Trieste vivía un -por entonces- adinerado comerciante llamado Aron Ettore
Schmitz (Trieste, 1861-Motta, 1928), hijo de padre alemán y madre italiana, por
lo que en su casa se hablaban simultáneamente estas dos lenguas, a quien Joyce
acabó dando clases de inglés, y por esta relación iniciaron una honda amistad.
A Joyce le convenía mucho, porque aparte de ser una persona culta, amable, buen
conversador y sensible, era la adecuada para sacarle algún dinero extra.
Aron Ettore, tenía sincera afición por la
literatura, era un buen lector, que antes de dedicarse a los negocios, había
hecho algunos intentos, todos fracasados bien es verdad, por editar sus
escritos, y sólo había sacado una novela, pagada de su propio bolsillo. Lo que
publicó en periódicos y revistas de la época, lo hizo bajo el pseudónimo de E.
Samegli, y fue con la edición de sus novelas y otros libros de creación cuando
adoptó el nombre de Italo Svevo.
Hoy sus novelas Una vita (cuya primera edición pasó inadvertida), Senilitá y sobre todo La conciencia de Zeno, están
consideradas como ejemplo de la novelística del siglo XX.
¿Quién le iba a decir a este comerciante, después
empleado de banca, que terminaría siendo uno de los autores europeos más
respetados y decisivos? Nunca lo supo, ya que murió en un accidente cuando su
obra comenzaba a tomar vuelos, gracias a Joyce que la había introducido en
Francia y recomendado a los más influyentes críticos parisinos.
Los estudiosos más meticulosos, apuntan que
tras sus novelas está la mano de Joyce, el amigo lector, corrector, la persona
que le sugería cambios y le proponía mejoras. Nunca sabremos a ciencia cierta
si esto es así más allá de especulaciones academicistas, aunque sí conocemos,
porque está suficientemente documentado, que en lo literario, Joyce fue su
consejero y su lector.
Svevo escribió sus libros y sus artículos
periodísticos, cuando acababa de trabajar, por lo que para ello debía invertir muchas
horas de su salud, y los asuntos de sus novelas están a medio camino entre
Joyce y Kafka, sus temas son los mismos, la soledad del hombre y la
imposibilidad de comunicarse con los demás, modelos que tomó del natural ya que
cuando fracasaron sus negocios, entró a trabajar como empleado en un banco, de
donde sacó la mayor parte de los modelos de sus personajes.
Ahora se acaban de reunir en un volumen[1]
los ensayos y escritos periodísticos de Svevo, libro que conjuga además
artículos de opinión, notas de dietario, observaciones personales y materiales
diversos, que nos dan una imagen extraordinariamente interesante del escritor
triestano y nos acercan a su verdadera personalidad.
El volumen está ordenado cronológicamente,
desde los artículos de juventud que publicó en el periòdico L’independente en
la década de los 80 (1880-1890), hasta algunas conferencias como “Triestinidad
de un gran escritor irlandés: James Joyce” (1926), donde desvela secretos de algunas
de las fases de la construcción del Ulysses,
y otra “Conferencia sobre James Joyce” (1927), que desde una perspectiva
analítica, muestra el amplio conocimiento que tenía de la obra joyciana, y
proporciona datos de interés, así como compara esta obra con la de Marcel
Proust, de modo que considera que el autor francés con su En busca del tiempo perdido había sabido cerrar la literatura
europea escrita hasta ese momento, mientras que Joyce con la suya, el Retrato de un artista adolescente o Finengan’s wake había abierto las
puertas al panorama del nuevo siglo.
Svevo se nos muestra en estas hojas como un
ser enormemente vulnerable, porque da a entender las dificultades que siempre
tuvo para publicar, al menos hasta que conoció a Joyce; expresa la energía de su
juventud con observaciones nerviosas y a veces no lo bien meditadas que
debería, entra en todas las materias desde una reivindicación de los hermanos
Gouncourt o un elogio de Wagner, un deslumbrado recorrido por Londres y algunas
de sus crónicas como enviado a Inglaterra a la Primera Guerra Mundial, aparte
de consideraciones generales sobre escritores y artistas, crítica literaria, un
rechinar de dientes respecto a la figura de Napoleón, o reflexiones sobre su
propia obra y la escritura, por poner unos ejemplos.
Es claro que aquel Trieste era una pequeña
ciudad y por tanto asfixiante, pero al mismo tiempo el enclave donde se estaba
pensando la literatura del nuevo siglo, en una situación bien paradójica. Estos
Ensayos nos ayudan a caminar por esta
geografía, estos años y estas obras que cambiaron el mundo.
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