jueves, 6 de noviembre de 2014

Staccato

La magia musical

Un recorrido histórico, imaginario y veraz por los orígenes de la música y el canto en la sociedad humana.



Pablo Mendieta Paz

En el pasado lejano, tan remoto como los orígenes de la humanidad, surgió un hecho universal, profundo y revelador del ser humano que fue, ante todo, como una identidad de fe, de imaginación y de sentimiento: el ejercicio del encantamiento mágico.
Un encantamiento mágico como prototipo del arte musical, de cuya esencia se manifestaría luego todo el lenguaje artístico de hoy: la técnica del cantante, la ciencia del ritmo, el lirismo, la expresión, la transmisión de emociones.
En tal entorno histórico y cultural, la música y la poesía, alternativamente divergentes y paralelas, emergieron de la magia oral en toda su viva energía. A partir de esas prácticas de magia, el hombre pasó de la fe religiosa a los cultos organizados o, de otra manera, atravesó el principio de la fe y llegó al sentimiento directo de la naturaleza.
Estos estadios configuraron los basamentos de la historia de la música, ligada cercanamente a aquella de la civilización como a aquella del espíritu humano. Esta historia de la música, en su sentido amplio, modificó en lentas evoluciones el contenido del pensamiento, aunque conservando sus formas generales, las cuales fueron decisivas para hallar la sustancia del mago primitivo en la esencia misma del artista moderno.
Es ahí entonces que se encuentra al “mago”, es decir al “sacerdote de melodías” dotado de un canto tan especial, sublime, y hasta divino -la teogonía-, sin el cual ni la ley ni la costumbre de raíces absolutamente  abstractas permitían la ejecución de un sacrificio, tan corriente en épocas pretéritas.
Esta “magia” penetró de pueblo en pueblo hasta llegar a una magia musical universal, aunque conservando las profundas y especiales raíces originadas en los pueblos primitivos, cuyos nativos asimilaron a sí mismos todos los fenómenos que afectaban sus sentidos o su imaginación.
El crecimiento de un vegetal, el orden de las estaciones, el buen clima y la tormenta, el dolor y el placer, la vida y la muerte, provenían de poderes invisibles, como de poderes invisibles provenía la música en general. Todo ello se atribuía al secreto más oculto, al hondo misticismo, a tal punto honrado que el canto fue considerado como una suerte de hechicería y el ejecutante como un individuo dotado de facultades paranormales capaz de desarrollar fenómenos parapsicológicos, e inclusive de alcanzar la comunicación con los espíritus.
El medio superior de acción del hombre primitivo, por tanto, convergía en el canto mágico, y sus efectos eran considerados infalibles; más aún con lo que ciertas fórmulas de canto modulado constituían la poderosa energía de seducción y de encanto, (o charme, término moderno que designa las impresiones agradables que nos deja una bella melodía).
En general, la magia era de abundantes recursos cuando se manifestaba en el trazado de figuras o en la formación de imágenes, en que se mezclaban o también se quemaban sustancias diversas. Exteriorizaba gestos particulares, filtros y otros medios.
Pero esa magia por sí misma no podía prosperar sin el canto. Con él, nada podía resistirse a sus intérpretes. Esta idea, o creencia, se enlazaba a una idea primordial: la voz humana era reveladora (incluso más que la mirada) de los estados de ánimo, de la asociación afectiva, de la capacidad de atrapar psicología en el entorno, de la naturaleza de las cosas.
Ante tanto favor recibido, los primitivos, bajo ninguna circunstancia rehuían el deber esencial de agradecimiento a los dioses por haberles concedido el privilegio de la voz articulada. Moduladas según las reglas posteriormente creadas, las palabras no quedaban relegadas a un estado de inmaterialidad cuando eran pronunciadas por la boca de un “mago”; ellas se transformaban, por así decir, en sustancias tangibles, en cuerpos animados de vida y de virtudes creativas.
Así, cuando los primitivos veían en todo espíritus animados de cólera, de odio, de engaño o argucia, de perfidia, de maldad, y de cualquier otro sentimiento negativo; y así como conceptuaban los cantos dotados de un espléndido poder de charme, empleaban y mezclaban el encantamiento en toda circunstancia de su existencia, creando una atmósfera cargada de religiosidad cuya mayor característica era ayudar a unir, en los no iniciados (término acuñado posteriormente), las melodías a las palabras habitualmente ininteligibles.
En su estructura musical, obedecían a una de las leyes más importantes en materia de magia, aceptada aún por los compositores modernos: la imitación, debida a una acción de ejercer la similitud por la similitud. Cobijado bajo este principio, el ser humano primitivo era ajeno a toda preocupación estética pues no había sido concebido para un auditorio; él se enfocaba a un solo ser, sensible a los más mínimos detalles de ejecución, pero siempre invisible: era el espíritu sobre el cual el encantador armaba su acto de arte.
Su concepción artística contenía en estado embrionario todo lo que más tarde constituiría el arte propiamente dicho. Una de sus reglas esenciales, arraigada como fundamental en la música moderna, era la repetición de fórmulas y la fijación de ritmo para aportar delicadeza y cuidado a la ejecución. No obstante, la voz no era suficiente; debía ser exacta, justa, ya que de lo contrario se producía un efecto contrario al que había sido proyectado.
Si bien los encantadores mágicos no fueron conocidos de manera directa, se ha tenido idea de ellos, y de lo que hacían, a través de textos, de inscripciones, de monumentos figurados, y también por ciertos aires de folklore interpretados como resultado de tradiciones de larga data que han configurado la acción de estos personajes en el inicio y desarrollo del arte, en especial de la música, aunque siempre expuestos a malignidades exteriores.
Con todo, la ansiedad del hombre por la cualidad hostil de la naturaleza engendradora de espíritus de mal, lo impulsó a oponer el encantamiento como arma defensiva y ofensiva. En este concepto se establece el origen de la música, cuya dirección apuntaba a la transformación de esos espíritus salvajes en divinidades afables; al desarrollo del encantamiento inicial en lirismo religioso socialmente organizado.
Sin embargo, a raíz de investigaciones fehacientes, el hombre primitivo -como ya se ha dicho-, efectivamente agredido por la naturaleza, opuso naturalmente el encantamiento, pero no pocos estudiosos aseveran que éste nació por el puro placer de la música, en especial de lo más fascinante a sus sentidos: el canto, el canto siempre seductor. 


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