La magia musical
Un recorrido histórico, imaginario y veraz por los orígenes de la música y el canto en la sociedad humana.
Pablo Mendieta Paz
En el pasado lejano, tan remoto como los orígenes de la
humanidad, surgió un hecho universal, profundo y revelador del ser humano que
fue, ante todo, como una identidad de fe, de imaginación y de sentimiento: el
ejercicio del encantamiento mágico.
Un encantamiento mágico como prototipo del arte musical, de
cuya esencia se manifestaría luego todo el lenguaje artístico de hoy: la
técnica del cantante, la ciencia del ritmo, el lirismo, la expresión, la transmisión
de emociones.
En tal entorno histórico y cultural, la música y la poesía,
alternativamente divergentes y paralelas, emergieron de la magia oral en toda
su viva energía. A partir de esas prácticas de magia, el hombre pasó de la fe
religiosa a los cultos organizados o, de otra manera, atravesó el principio de
la fe y llegó al sentimiento directo de la naturaleza.
Estos estadios configuraron los basamentos de la historia de
la música, ligada cercanamente a aquella de la civilización como a aquella del
espíritu humano. Esta historia de la música, en su sentido amplio, modificó en
lentas evoluciones el contenido del pensamiento, aunque conservando sus formas
generales, las cuales fueron decisivas para hallar la sustancia del mago
primitivo en la esencia misma del artista moderno.
Es ahí entonces que se encuentra al “mago”, es decir al
“sacerdote de melodías” dotado de un canto tan especial, sublime, y hasta
divino -la teogonía-, sin el cual ni la ley ni la costumbre de raíces
absolutamente abstractas permitían la
ejecución de un sacrificio, tan corriente en épocas pretéritas.
Esta “magia” penetró de pueblo en pueblo hasta llegar a una
magia musical universal, aunque conservando las profundas y especiales raíces
originadas en los pueblos primitivos, cuyos nativos asimilaron a sí mismos
todos los fenómenos que afectaban sus sentidos o su imaginación.
El crecimiento de un vegetal, el orden de las estaciones, el
buen clima y la tormenta, el dolor y el placer, la vida y la muerte, provenían
de poderes invisibles, como de poderes invisibles provenía la música en
general. Todo ello se atribuía al secreto más oculto, al hondo misticismo, a
tal punto honrado que el canto fue considerado como una suerte de hechicería y
el ejecutante como un individuo dotado de facultades paranormales capaz de
desarrollar fenómenos parapsicológicos, e inclusive de alcanzar la comunicación
con los espíritus.
El medio superior de acción del hombre primitivo, por tanto,
convergía en el canto mágico, y sus efectos eran considerados infalibles; más
aún con lo que ciertas fórmulas de canto modulado constituían la poderosa
energía de seducción y de encanto, (o charme, término moderno que designa las
impresiones agradables que nos deja una bella melodía).
En general, la magia era de abundantes recursos cuando se
manifestaba en el trazado de figuras o en la formación de imágenes, en que se
mezclaban o también se quemaban sustancias diversas. Exteriorizaba gestos
particulares, filtros y otros medios.
Pero esa magia por sí misma no podía prosperar sin el canto.
Con él, nada podía resistirse a sus intérpretes. Esta idea, o creencia, se
enlazaba a una idea primordial: la voz humana era reveladora (incluso más que
la mirada) de los estados de ánimo, de la asociación afectiva, de la capacidad
de atrapar psicología en el entorno, de la naturaleza de las cosas.
Ante tanto favor recibido, los primitivos, bajo ninguna
circunstancia rehuían el deber esencial de agradecimiento a los dioses por
haberles concedido el privilegio de la voz articulada. Moduladas según las
reglas posteriormente creadas, las palabras no quedaban relegadas a un estado
de inmaterialidad cuando eran pronunciadas por la boca de un “mago”; ellas se
transformaban, por así decir, en sustancias tangibles, en cuerpos animados de
vida y de virtudes creativas.
Así, cuando los primitivos veían en todo espíritus animados
de cólera, de odio, de engaño o argucia, de perfidia, de maldad, y de cualquier
otro sentimiento negativo; y así como conceptuaban los cantos dotados de un
espléndido poder de charme, empleaban y mezclaban el encantamiento en toda
circunstancia de su existencia, creando una atmósfera cargada de religiosidad
cuya mayor característica era ayudar a unir, en los no iniciados (término
acuñado posteriormente), las melodías a las palabras habitualmente
ininteligibles.
En su estructura musical, obedecían a una de las leyes más
importantes en materia de magia, aceptada aún por los compositores modernos: la
imitación, debida a una acción de ejercer la similitud por la similitud.
Cobijado bajo este principio, el ser humano primitivo era ajeno a toda
preocupación estética pues no había sido concebido para un auditorio; él se
enfocaba a un solo ser, sensible a los más mínimos detalles de ejecución, pero
siempre invisible: era el espíritu sobre el cual el encantador armaba su acto
de arte.
Su concepción artística contenía en estado embrionario todo
lo que más tarde constituiría el arte propiamente dicho. Una de sus reglas
esenciales, arraigada como fundamental en la música moderna, era la repetición
de fórmulas y la fijación de ritmo para aportar delicadeza y cuidado a la
ejecución. No obstante, la voz no era suficiente; debía ser exacta, justa, ya
que de lo contrario se producía un efecto contrario al que había sido
proyectado.
Si bien los encantadores mágicos no fueron conocidos de
manera directa, se ha tenido idea de ellos, y de lo que hacían, a través de
textos, de inscripciones, de monumentos figurados, y también por ciertos aires
de folklore interpretados como resultado de tradiciones de larga data que han
configurado la acción de estos personajes en el inicio y desarrollo del arte,
en especial de la música, aunque siempre expuestos a malignidades exteriores.
Con todo, la ansiedad del hombre por la cualidad hostil de
la naturaleza engendradora de espíritus de mal, lo impulsó a oponer el
encantamiento como arma defensiva y ofensiva. En este concepto se establece el
origen de la música, cuya dirección apuntaba a la transformación de esos
espíritus salvajes en divinidades afables; al desarrollo del encantamiento
inicial en lirismo religioso socialmente organizado.
Sin embargo, a raíz de investigaciones fehacientes, el
hombre primitivo -como ya se ha dicho-, efectivamente agredido por la
naturaleza, opuso naturalmente el encantamiento, pero no pocos estudiosos
aseveran que éste nació por el puro placer de la música, en especial de lo más
fascinante a sus sentidos: el canto, el canto siempre seductor.
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