jueves, 27 de noviembre de 2014

Letra sincrónica

El triunfo sobre el vértigo y la caducidad.
La narrativa de Jesús Urzagasti

Continuando con sus reflexiones y estudios sobre la obra del vate y narrador chaqueño, el autor se detiene ahora en su penúltima novela Un hazmerreír en aprietos.

 
Jesús Urzagasti en 2010. (Fotografía: Marcelo Meneses)
Alan Castro Riveros


A despecho de cualquiera, la realidad reaparece con sus infinitos flancos para proclamar su continuo triunfo sobre el vértigo, la caducidad y el vacío.
Jesús Urzagasti, Un hazmerreír en aprietos

La escritura de Jesús Urzagasti
El año 2011, Jesús Urzagasti (Gran Chaco, 1941-2013) fue invitado a la Feria del Libro de Santa Cruz y alguien le preguntó sobre lo que estaba escribiendo en ese entonces. El autor lo dejó en vilo al responder: “Si usted lo supiera, tampoco me lo diría”.
Nueve años antes, al finalizar una entrevista con el periódico Hora 25, el poeta y narrador chaqueño afirmó que para restituir los vasos comunicantes de un país “primero habrá que restituirlos en nuestra interioridad y así garantizar su resonancia en los demás”. Inmediatamente después de tal aserto, el autor confesó a los reporteros que sus preguntas lo estaban dejando “con ganas de seguir hablando, cuando lo que corresponde es obrar”. Y así dio por caducada la entrevista: “por eso me despido con el estilo de mi amigo Fortunato Gallardo: ‘Guarda que vamos y le hacemos’”.
La agilidad rutilante de estas réplicas nos da una idea sucinta de la horma narrativa que opera en la escritura de Jesús Urzagasti. Alguna vez él dijo que narrar era formular preguntas y darles respuesta, aunque sólo queden escritas las respuestas.
Jesús siempre privilegió el vaivén del diálogo como la cinta que pone en marcha los engranajes más finos de una ficción. Por eso no es extraño que su horma narrativa se revele tan naturalmente en los caminos que abre con aquellas respuestas –que también iluminan el perfil de sus interlocutores.

Las novelas y sus personajes
Los lectores de las siete novelas de Jesús Urzagasti tienen razón al decir que su obra narrativa es un gran libro por entregas. En su escritura los caminos son recuerdos imprevistos de una memoria sin lagunas que agarra y toma de entrada el presente. (Por algo, su verso más citado es: El pasado será para siempre imprevisible.)
Por otro lado, sabemos que a Jesús le interesaba poco la estructura convencional de un relato, y eso hace que sus personajes se muevan libremente por donde mejor les parezca, sin sentirse atados a ningún protagonismo ni ajenos a otros mundos.
El lector que quiere acercarse a esta obra narrativa debe saber lo que el autor dijo sobre el desafío de escribir, por ejemplo, en El último domingo de un caminante, su sexta novela: “es un enorme desafío dedicar tantas páginas a dos días de charla de unos payucanos. Te puedes aburrir, salvo que salgas a cazar”. (El Deber, mayo 2003)
Desde Tirinea hasta El último domingo de un caminante, la narrativa de Urzagasti alumbra personajes de carne y hueso que se cruzan, conversan, desaparecen y reaparecen en una cartografía secreta que va desde el Palomar hasta Kiev, por decir algo. La fuerza que rige el movimiento de sus novelas es la espontaneidad de diálogo que cultivan sus personajes, quienes siempre son ellos mismos, estén donde estén.
Sin embargo, Un hazmerreír en aprietos (2005), la séptima y última novela de Urzagasti, está poblada de personajes salidos de la ficción literaria: un hazmerreír sin nombre que protagonizó la novela Un hombre sin idiomas del aburguesado escritor Gury Bomotzo; Santiago Montero, el personaje revolucionario que jamás apareció en Maturana al alba de Saturnino Perales (el escritor asesinado durante la dictadura, antes de publicar la inacabada novela); o Clodomiro Cayuya, el poeta que Gury Bomotzo quiere contratar en calidad de protagonista para su nueva novela, Un petardista hechizado a medianoche.
Tales autores y personajes de novelas ficticias son los seres que transitan por las páginas de Un hazmerreír en aprietos.

Un hazmerreír en aprietos
La procedencia de los personajes no es la única diferencia que hay entre las primeras seis novelas de Urzagasti y la última. Un hazmerreír en aprietos es la única que tiene un recorrido argumental que se revela a primera vista. Las otras, en cambio, son señaladas o celebradas como fragmentarias, experimentales o ajenas a la estructura clásica de la novela.
El protagonista de Un hazmerreír en aprietos es un personaje sin nombre que deja la casa de su autor (Gury Bomotzo) para probar suerte en La colmena sonámbula, un circo que le da a elegir entre el puesto de trapecista o el de payaso. Después de un viaje en camión, el hazmerreír llega al circo y se reencuentra con dos colegas personajes: Santiago Montero y Clodomiro Cayuya.
Santiago Montero, personaje revolucionario y nonato de la novela inédita Maturana al alba (ambientada en época de dictadura), termina como el payaso del circo. Aunque el rebelde Santiago cree estar mejor dotado para las acrobacias y el triunfo sobre la cuerda floja, termina deslucido por la sordina de su voz y la tortura de endilgarle al público los peores vicios.
Aunque Santiago siente que ese papel lo humilla, lo asume por orgullo. Y así, disimulando su furia, el personaje nonato se mandó la parte con piruetas harto vulgares, remedó a los saltimbanquis y se quitó las ropas hasta quedar en pelotas, con la intención de disgustar al dueño del circo y escandalizar a un público que, lejos de abochornarse con sus excesos, lo adoptó como bufón en toda la línea. (2005, 171)
Clodomiro Cayuya, el difuso poeta buscado para protagonizar Un petardista hechizado a medianoche, es quien oficia de trapecista en el circo. Clodomiro exalta al público con su continuo desafío al vértigo. Un poeta seguro de sí mismo, dando volteretas y haciendo cabriolas por el aire sin alardear de nada. Un poeta serio, ajeno por completo a las chacotas que proliferan en el ruedo. Era un acuerdo tácito con el acróbata: ante todo la compostura del que no conoce el miedo sino la felicidad del imprudente. El papel que le tocó desempeñar no era producto de su invención, y en consecuencia no podía alargarlo ni acortarlo y menos corregirlo. (2005, 175)
El hazmerreír en aprietos, sin llegar a ser payaso o acróbata, finalmente se desliza por un tobogán que lo lleva de vuelta a la casa de su progenitor Gury Bomotzo. El autor Bomotzo (quien detrás de las sombras parece ser otro) recibe a su retoño como a un recién nacido. Aturdido por el inesperado regreso, el protagonista reflexiona a la luz de no tener un nombre.

El regreso a su propio silencio ilumina los malentendidos argumentales que incubaron un fracaso: el de las ficciones que proclaman una realidad sin personaje que la aguante.

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