El triunfo sobre el vértigo y la
caducidad.
La narrativa de Jesús Urzagasti
Continuando con sus reflexiones y estudios sobre la obra del vate y narrador chaqueño, el autor se detiene ahora en su penúltima novela Un hazmerreír en aprietos.
Alan
Castro Riveros
A
despecho de cualquiera, la realidad reaparece con sus infinitos flancos para
proclamar su continuo triunfo sobre el vértigo, la caducidad y el vacío.
Jesús Urzagasti, Un hazmerreír en aprietos
La escritura de Jesús Urzagasti
El
año 2011, Jesús Urzagasti (Gran Chaco, 1941-2013) fue invitado a la Feria del
Libro de Santa Cruz y alguien le preguntó sobre lo que estaba escribiendo en
ese entonces. El autor lo dejó en vilo al responder: “Si usted lo supiera, tampoco me lo diría”.
Nueve
años antes, al finalizar una entrevista con el periódico Hora 25, el poeta y narrador
chaqueño afirmó que para restituir los vasos comunicantes de un país “primero habrá que restituirlos en nuestra
interioridad y así garantizar su
resonancia en los demás”. Inmediatamente después de tal aserto, el autor confesó
a los reporteros que sus preguntas lo estaban dejando “con ganas de seguir hablando, cuando lo que corresponde es obrar”. Y
así dio por caducada la entrevista: “por
eso me despido con el estilo de mi amigo Fortunato Gallardo: ‘Guarda que vamos
y le hacemos’”.
La
agilidad rutilante de estas réplicas nos da una idea sucinta de la horma
narrativa que opera en la escritura de Jesús Urzagasti. Alguna vez él dijo que
narrar era formular preguntas y darles respuesta, aunque sólo queden escritas
las respuestas.
Jesús
siempre privilegió el vaivén del diálogo como la cinta que pone en marcha los
engranajes más finos de una ficción. Por eso no es extraño que su horma
narrativa se revele tan naturalmente en los caminos que abre con aquellas
respuestas –que también iluminan el perfil de sus interlocutores.
Las novelas y sus personajes
Los
lectores de las siete novelas de Jesús Urzagasti tienen razón al decir que su
obra narrativa es un gran libro por entregas. En su escritura los caminos son recuerdos
imprevistos de una memoria sin lagunas que agarra y toma de entrada el presente.
(Por algo, su verso más citado es: El
pasado será para siempre imprevisible.)
Por
otro lado, sabemos que a Jesús le interesaba poco la estructura convencional de
un relato, y eso hace que sus personajes se muevan libremente por donde mejor les
parezca, sin sentirse atados a ningún protagonismo ni ajenos a otros mundos.
El
lector que quiere acercarse a esta obra narrativa debe saber lo que el autor
dijo sobre el desafío de escribir, por ejemplo, en El último domingo de un caminante, su sexta novela: “es un enorme desafío dedicar tantas páginas
a dos días de charla de unos payucanos. Te puedes aburrir, salvo que salgas a
cazar”. (El Deber, mayo 2003)
Desde
Tirinea hasta El último domingo de un caminante, la narrativa de Urzagasti alumbra
personajes de carne y hueso que se cruzan, conversan, desaparecen y reaparecen
en una cartografía secreta que va desde el Palomar hasta Kiev, por decir algo.
La fuerza que rige el movimiento de sus novelas es la espontaneidad de diálogo
que cultivan sus personajes, quienes siempre son ellos mismos, estén donde
estén.
Sin
embargo, Un hazmerreír en aprietos
(2005), la séptima y última novela de Urzagasti, está poblada de personajes
salidos de la ficción literaria: un hazmerreír
sin nombre que protagonizó la novela Un
hombre sin idiomas del aburguesado escritor Gury Bomotzo; Santiago Montero,
el personaje revolucionario que jamás apareció en Maturana al alba de Saturnino Perales (el escritor asesinado durante
la dictadura, antes de publicar la inacabada novela); o Clodomiro Cayuya, el
poeta que Gury Bomotzo quiere contratar en
calidad de protagonista para su nueva novela, Un petardista hechizado a medianoche.
Tales
autores y personajes de novelas ficticias son los seres que transitan por las
páginas de Un hazmerreír en aprietos.
Un hazmerreír en aprietos
La
procedencia de los personajes no es la única diferencia que hay entre las
primeras seis novelas de Urzagasti y la última. Un hazmerreír en aprietos es la única que tiene un recorrido
argumental que se revela a primera vista. Las otras, en cambio, son señaladas o
celebradas como fragmentarias, experimentales o ajenas a la estructura clásica de la novela.
El
protagonista de Un hazmerreír en aprietos
es un personaje sin nombre que deja la casa de su autor (Gury Bomotzo) para
probar suerte en La colmena sonámbula,
un circo que le da a elegir entre el puesto de trapecista o el de payaso.
Después de un viaje en camión, el hazmerreír llega al circo y se reencuentra
con dos colegas personajes: Santiago Montero y Clodomiro Cayuya.
Santiago
Montero, personaje revolucionario y nonato de la novela inédita Maturana al alba (ambientada en época de
dictadura), termina como el payaso
del circo. Aunque el rebelde Santiago cree estar mejor dotado para las
acrobacias y el triunfo sobre la cuerda floja, termina deslucido por la sordina
de su voz y la tortura de endilgarle al
público los peores vicios.
Aunque
Santiago siente que ese papel lo humilla, lo asume por orgullo. Y así, disimulando su furia, el personaje
nonato se mandó la parte con piruetas harto vulgares, remedó a los
saltimbanquis y se quitó las ropas hasta quedar en pelotas, con la intención de
disgustar al dueño del circo y escandalizar a un público que, lejos de
abochornarse con sus excesos, lo adoptó como bufón en toda la línea. (2005,
171)
Clodomiro
Cayuya, el difuso poeta buscado para protagonizar Un petardista hechizado a medianoche, es quien oficia de trapecista
en el circo. Clodomiro exalta al público con su continuo desafío al vértigo. Un poeta seguro de sí mismo, dando
volteretas y haciendo cabriolas por el aire sin alardear de nada. Un poeta
serio, ajeno por completo a las chacotas que proliferan en el ruedo. Era un
acuerdo tácito con el acróbata: ante todo la compostura del que no conoce el
miedo sino la felicidad del imprudente. El papel que le tocó desempeñar no era
producto de su invención, y en consecuencia no podía alargarlo ni acortarlo y
menos corregirlo. (2005, 175)
El
hazmerreír en aprietos, sin llegar a ser payaso o acróbata, finalmente se
desliza por un tobogán que lo lleva de vuelta a la casa de su progenitor Gury
Bomotzo. El autor Bomotzo (quien detrás de las sombras parece ser otro) recibe
a su retoño como a un recién nacido. Aturdido por el inesperado regreso, el
protagonista reflexiona a la luz de no tener un nombre.
El
regreso a su propio silencio ilumina los malentendidos argumentales que
incubaron un fracaso: el de las ficciones que proclaman una realidad sin
personaje que la aguante.
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