Si una noche de invierno decides leer a Dostoievski
Qué mejor, recomienda el autor, que leer a los clásicos de los clásicos, a los que influyeron y fascinaron a los que nos influyen y fascinan; y se detiene en especial en Dostoievski.
Christian
Jiménez Kanahuaty
Una conversación
-
¿Qué estás leyendo?
-
Crimen y castigo.
-
¡No¡ ¿Por qué lo lees, habiendo otras cosas más nuevas y mejores?
-…
-En
serio, leerlo es una pérdida de tiempo.
Inicio
Supongo
que leer a Fiódor Dostoievski a estas alturas del siglo resulta un acto que
puede parecer presuntuoso, pero también, puede ser el producto de que alguien
necesita pasar un examen en la asignatura de “literatura rusa” de alguna
universidad que se precia de sostener una tradición clasicista.
Quizá
se debe a que hay una deformación por dentro, que los artículos han sido
suprimidos del lenguaje y que todo parece ser más brutal y directo. Puede ser,
que existan ocasiones en que la mente afiebrada del escritor ruso se parezca a
lo peor de nosotros mismos. A aquello que no necesariamente decimos con
palabras porque ya nadie tiene tiempo de escucharnos.
Con
Dostoievski pasa eso, demanda tu tiempo, tu entrega, casi absoluta, casi a
ciegas. Una entrega que sólo puede ser íntegra y con miedo, porque hay que ser
sincero; Dostoievski da miedo.
Uno
no se devora un libro de 900 páginas así nomás. Tiene que estar predispuesto,
formateado en la vieja escuela donde las cosas apresuradas no funcionan. Donde
todo debe ser difícil para que valga la pena. Crimen y castigo, Los
hermanos Karamazov, Memorias del
subsuelo y El idiota son novelas
en el sentido amplio de la palabra. Novela: ficciones que narran la vida,
pasión y muerte de unos seres de ficción que llegan a ser reales pero inmortales.
Quizá
se deba a que la tecnología era tan precaria, que la imprenta mecánica era ya
una revolución en sí misma. Artefactos como el Facebook, el Twitter, el blog o
las revistas virtuales no sólo no existían, eran inimaginables.
Eran
un futuro que él, y toda su generación -esa gran estirpe de escritores- jamás
podrían conocer ni padecer. No es posible imaginar a Dostoievski posteando sus
impresiones de Gogol o de la lectura de ciertos capítulos de la Biblia. De ahí
que el silencio y la meditación, aquello que hoy se llama “monólogo interior”
sean tan importantes y decisivos en las obras de este escritor.
La tristeza
Su
compromiso social si bien no es comparable al que tuvo Tolstoi, por ejemplo, sí
es mucho más potente, porque Dostoievski incorpora algo a lo cual Tolstoi más
allá de su misticismo final, siempre evitó tratar en sus escritos.
Esa
gran diferencia se llama “tristeza”. En novelas como Ana Karenina o La guerra y la
paz, uno siente que hay una luz muy fuerte que resplandece y logra la
expiación de los personajes y que ellos pueden vivir tras la superación de sus
tribulaciones. Que ellos están en la tierra para aprender de sus errores y ser,
finalmente felices, porque incluso en la muerte encuentran su satisfacción.
En
cambio, en Dostoievski esto no es posible. El sufrimiento, la depresión y la
insondable tristeza marcan el paso de casi todos los personajes y aquellos que
no tienen este padecimiento mueren muy tempranamente.
La
muerte es el reverso de la tristeza. Si no vives capturado por la tristeza,
estás muerto. Y esa es la enseñanza que escritores como Julio Ramón Riberyro o
José María Arguedas aprendieron de la lectura de sus libros.
Las imágenes
Algo
que es también muy llamativo en Dostoievski tiene que ver con las sensaciones
que provocan ciertas imágenes.
No
es como Flaubert, que puede pasarse mucho tiempo detallando (como los
impresionistas en sus cuadros) los vestidos, el movimiento de las hojas de los
árboles o el mobiliario donde los amantes se entregan a su amor clandestino
mientras, afuera, en la calle, tiene lugar una contienda electoral.
No,
no va por ese lado. Va por una imagen sonora y ligera al mismo tiempo. No está
saturada de impresiones, pero porta el germen para que luego el lector las
procese dentro y sean entonces cortas detonaciones con las cuales la lectura
proseguirá de un capitulo al otro. Estallidos de tristeza, de texturas, de
sonidos en los pasillos.
Esa
cualidad me parece que era la que José Donoso evocaba cuando les recomendaba la
lectura de Dostoievski a sus estudiantes en sus talleres de escritura. Les
decía que el ruso era el escritor que mejor había construido arquitecturas
monumentales.
Nunca
se supo muy bien a qué se refería cuando decía esto. Pero, apunta a dos
aspectos. El primero tiene que ver justamente con la arquitectura: las casas,
mansiones, tabernas, iglesias, conventos y castillos y algunas librerías, tienen
no solamente una fuerte presencia en la narración, sino que se convierten en
personajes de esas tramas endiabladas que él construía a golpes interminables
de picapedrero. La otra arquitectura es el programa narrativo que se planteaba;
la novela total tan evocativa en la generación del boom latinoamericano tiene
sus antecedentes en esa forma de encarar la escritura.
Para
nadie es desconocido que Víctor Hugo y Flaubert sean los escritores que Vargas
Llosa admira hasta el delirio, que Faulkner y Hemingway hayan marcado a fuego y
sal la narrativa de García Márquez y, en el caso de Donoso está claro que
Dostoievski es el escritor que define su estilo.
En
la novela total de estos autores está la resonancia de los escritores que hoy
decimos que son clásicos. Y esa es la definición de clásico: que no ha muerto
con el tiempo, que se sigue revisitando hasta hoy y que despierta aún en esta
latitud impresiones indelebles e imperceptibles que generan su emulación, en
clave latinoamericana, claro.
Fin
Si
una noche cualquiera, uno de nosotros toma uno de los libros de Dostoievski se
encontrará con las primeras 30 páginas más áridas de la historia de la
literatura. Pero, como decía el inquebrantable Lawrence de Arabia cuando un
soldado británico le pregunto:
-¿Por
qué te gusta el desierto?-. Lawrence respondió:
-Me
gusta porque es limpio.
Así
es la literatura del ruso. Esa literatura, que para muchos está escrita con
mayúsculas, es limpia, tersa, pero aterradora. Todo lo presenta tal y como es.
Sin florituras, sin ambigüedades. Terrible y al mismo tiempo seductora.
Y
no tiene que ver con que el placer venga a causa del dolor. No es así. Es la
forma de entregarnos a algo más grande que nosotros mismos. Es enfrentarnos a
nuestras limitaciones como lectores y escritores, es decirnos a nosotros mismos
que no hay otra forma que seguir adelante por más agotador que sea el camino.
Porque al final, lo que nos llevaremos de ese camino, no será sólo una
historia, sino una manera de mirar las cosas terrenales y una forma de oír
aquél ruido que nos indica la sinfonía de nuestra verdadera identidad.
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