jueves, 13 de noviembre de 2014

El chicuelo dice

Colanzi / Fragilidad / Entiéndase también como tristeza

Más que una reseña, una interpretación-revelación del nuevo libro de la escritora cruceña.



Wilmer Urrelo / Escritor


Quiero escapar / gris es todo lo que hay / quiero escapar / gris es todo lo que hay…
Gris, Loop Lascano.

Uno
Y ahora cómo respondo a las siguientes preguntas: ¿qué cosas pueden convertirte en un ser humano triste?, ¿qué cosas hacen que dejes atrás tu niñez?, ¿qué pasa con aquellos que retornan y comprenden que todo en lo que creyeron era mentira?
Los cuentos reunidos en La ola (Montacerdos, 2014) de Liliana Colanzi me obligan, una vez más, a buscar respuestas a aquellas preguntas.

Dos
Entonces hablamos de siete cuentos. Algunos de ellos (tres) aparecieron ya en Vacaciones permanentes (El Cuervo, 2010). Los más destacados, para quien escribe, son tres: Alfredito, El Ojo y La ola.
Alfredito es un niño precoz (por llamarlo de alguna manera), víctima de lo peor que puede pasarle a un ser humano que se convierte en un fiambre prematuro: que lo recuerden con incredulidad. Dice la persona que narra el cuento: “Costaba creer que el cadáver de Alfredito fuera capaz de convocar a tanta gente”. Incredulidad, sí. Aunque en este cuento también está presente el duro trámite de crecer. Enfrentarse a la muerte de alguien es una manera dolorosa de dejar de ser niños.

Tres
Bueno, la cosa de crecer es así: cuando somos niños y nos enfrentamos a la muerte dejamos de ser lo que fuimos hasta el momento. Una mano gigante, de pronto, nos agarra y nos dice: morirás tú también, o quizá funciona como Óscar Hahn nos dice en Fuego fatuo: “es el instante de morir: de morirse tan profundamente”.
El dolor de crecer, caray, qué bien lo comprende Liliana. De hacerse lo que somos ahora o lo que pudimos ser ahora. Eso es Alfredito y eso es también Analía (personaje recurrente en los cuentos de Liliana). Y eso está presente también en El Ojo.
Imagina que te observen desde una letrina, eso no es una casualidad. Es más que una casualidad. “Desde el inodoro, emergiendo desde una burbuja de vómito, vio aparecer al Ojo”. Mirar -ser observado- desde ese lugar reservado a los deshechos humanos tiene un gran significado. La autora nos dice con esto cómo empezamos a enterrarnos en la decepción. O también: “Era el chico quien la había elegido. El chico había esperado desde el principio de los tiempos el momento en que, a través de ella, echaría a andar los motores de la gran destrucción”. O también, recurriendo al homofóbico libro de Silvina Bullrich titulado Carta abierta a los hijos: “…esos pobres seres que creyeron en el amor y se equivocaron…”.
Eso, la destrucción, el amor y la equivocación. El pasado.

Cuatro (páginas del recuerdo)
Ah, y ahora que hablamos del pasado, esto no es nuevo en Liliana. Era 2002, recuerdo, y estábamos en la Feria del Libro los chiquillos y chiquillas (en esa época) que aparecíamos en Memoria de lo que vendrá (Nuevo Milenio, 2002), una antología a cargo de Juan Gonzáles. Bueno, vamos al recuerdo: de los cuentos reunidos en esa antología me gustó mucho Fiebre desde una ventana, de una tal Liliana Colanzi… y cuando la conocí en esa oportunidad (mejor dicho, cuando la vi y alguien me dijo “ella es la Liliana”) no me atreví a contárselo. ¿Por qué? No sé, quizá porque percibí en ella cierta fragilidad que me conmovió. O por timidez. Esas cosas de la juventud, pues. Así que preferí no molestarla y me fui a charlar con el Leíto Bacarreza.
Esos años, cuando el milenio comenzaba y el fin del mundo (una vez más) estaba cerca).
Doce años después Liliana sigue acá, escribiendo sobre la tristeza, qué me dicen de eso.

Cinco
En fin, vamos a lo nuestro: La ola, el tercer cuento, es más que un cuento triste. En La ola una mujer (¿Analía?) vuelve al terruño y ahí se da cuenta, al principio con horror, que todo en lo que creía cuando era más joven, casi una adolescente, era mentira. O por lo menos era ingenuo (que es una mentira aunque más relajada). Ingenuo como es la adolescencia en sí. Volver, nos dice Colanzi, y encontrarse con esa tragedia de entender al fin que la vida es la vida no más, que todo en lo que creíste cuando eras niño o adolescente tiene altas probabilidades de haber sido un error. De estar equivocada, qué más da.
Volver y saber que todo era mentira y que…

Seis (pero antes un paréntesis nacional y azul como el cielo)
¿Quién dijo que la actual literatura boliviana no refleja al país? Denle una mirada a La ola y verán al imaginario camba reflejado (o fotografiado, más bien) en todo su horror: “Estoy cansada, confesó, todo me aburre”, escribe la autora en alguna parte. ¿Han visto alguna vez una calle cruceña a las tres de la tarde en un domingo cualquiera? ¿Han circulado alguna vez por ella? Ahí la tragedia del aburrimiento. Y no hay nada más boliviano que eso.
Y el azul del cielo también.

Siete
Volver y saber que todo era mentira y que huir, escaparse, hacerse pepa de un lugar que te lastimó para irse a otro que (es lo más probable) también te lastimará. La ola (y hablo de todo el libro) es también eso. Huir de lo gris, como dice la canción de Loop Lascano.
Aunque volver siempre es un trauma. Un trauma jodido, ¿no?, y el aprendizaje concluye así y las preguntas hechas al principio de esta columna también: “El largo viaje. La ola suspendida en el horizonte, al principio y al final de todas las cosas, aguardando. Mi corazón gastado, estremecido, temblando de amor”.

Ocho

Colanzi / Fragilidad/ Entiéndase, una vez más, como tristeza.

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