Tampoco es sudoku
Una invitación que deja con ganas de leer una novela cuya primera edición está agotada; pedido -además y entonces- para que el autor y los editores se pongan manos a la obra.
Julia
Peredo
“Contiene una
mezcla de elementos muy inusuales
y elementos muy
comunes (…) lo interesante surge
del conjunto de
las voces superpuestas”.
Alan Curtis, acerca de Gesualdo
Antonio
Vera, crítico y profesor de literatura, visitante borroso y constante de los
escenarios paceños, decide intentar desprenderse de sus obsesiones críticas
para sumergirse en la intemperie de una literatura sin asideros. Si lo ha
conseguido o no, deberá decidirlo el lector. De momento presenta su primera
novela Tampoco es sudoku junto Perra
Gráfica Taller.
Nos
enfrentamos a la historia de un enigma a la manera más clásica de nuestras
novelas queridas: un homicidio. Sin embargo, el misterio que en un momento
parece ser un reto, acaso un hilo conductor, se difumina, se disgrega,
contamina todo el libro: tenemos un asesinato sin cuerpo, una víctima sin
nombre (o cuyo nombre, al mismo efecto, es X) ningún asesino aparente y un
investigador involuntario.
Una
novela de intriga en la que la búsqueda, el borrador, el intento, van
conformando un trayecto que no se mueve precisamente por líneas, sino más bien
por estratos, una encima de otra, como los juegos de sudoku del personaje
recluido en un manicomio: sin borrar los borradores .
Recorridos
que no son precisamente caminos, “tampoco es sudoku” dice el autor, no se trata
de una línea que nos obligue a un resultado, no se trata de resolver, sino de
buscar.
El
lector, entonces, transita su propia intriga por distintas vías. En el libro se
superponen las anécdotas, los escenarios diversos, las situaciones fuera de
lugar. En el intento, se recorre palmo a palmo una ciudad que, en palabras del
autor “abre una herida deseante en el que la transita, una herida que te obliga
a buscar, a husmear, a sumergirte en la experiencia, por más oscura y sórdida
que ésta sea”.
Historias
sueltas, pistas falsas, disfraces cuya máscara esconde a la vez otro disfraz,
nos llevan por lugares desolados, salvajes, a la vez cotidianos y difusos. Así
conocemos la casa de un guerrillero en medio del monte, una fiesta de
prostitutas hirviendo a las 6 de la mañana en algún tugurio paceño y el living
de un seudo-intelectual con el “ambiguo y bien remunerado oficio de consultor”.
Las historias, sin tocarse, suceden simultáneamente, acontecen sin ser
afectadas por la visita de este investigador que va errante a merced del azar.
Tal
vez no se trata entonces de historias como trayectos, sino acaso de una serie
encuentros aleatorios; sucesos aparentemente fútiles en un momento cualquiera
de la vida de alguien, que nos permiten ver condensada toda su historia: toda
su fragilidad.
Tal
vez sea eso lo que propicia que personajes tan disímiles logren en algún
momento convertirse en entrañables: eso que apenas atisba en algún lugar de sus
cicatrices, lo que no logramos nunca saber de ellos, pero que se nos presenta
en toda su crudeza.
De
encuentro en encuentro vamos conociendo a los personajes entrevistados y, al
mismo tiempo, al esquivo fantasma de X. Junto a estas historias encontramos
además las de los manuscritos del desaparecido: historias heroicas, absurdas,
bocetos incompletos, apuntes a la mitad, siempre sorprendentes, equivalentes,
sin dejar por ello de ser contradictorios.
Tiempos
fragmentarios, consecutivos pero desgajados uno de otro, obedecen también a una
situación familiar a nuestro ámbito local: la borrachera, la resaca, los
dolores, la memoria ambigua, hacen aún más impreciso el escenario en que estos
trayectos se van superponiendo.
En
medio de todo, nos queda la mirada del narrador, su recorrido por los distintos
espacios sin juzgarlos, acaso la última trampa de un policial sin acertijos: un
investigador que no interpreta, que no tiene la necesidad de llegar a una
conclusión. Algo entonces de todos estos estratos construye ese desamparo, esa
mezcla de recuerdos y situaciones en los que, de alguna manera, se escapan de
las manos del narrador, pues van más allá de sus posibilidades, de su
entendimiento. Acaso, como menciona Vera en una entrevista, nuestro narrador
trata también de ir poco a poco arraigándose sin perder esa constante sensación
de desarraigo.
Tal
vez esa sea, entre todas, la más entrañable historia: la que nos enfrenta a esa
sensación de visita por una era bullente e incomprensible, una ciudad que
transitamos sin habitar, acaso pretendiendo casualmente descifrar aquello que,
de cualquier modo, nos es ajeno e impenetrable. “Lo que queda es algo
irreconocible, que ya no sabe qué es”.
Fiel
a su propia naturaleza, Tampoco es sudoku
se encuentra actualmente agotada, dejando a los lectores en suspenso, a la
espera de una decisión editorial que permita su pronta difusión masiva. Sin
embargo, anda encontrando también sus propios caminos, escondida en esos
meandros entre literatura y realidad por donde se cuela casualmente en las
bibliotecas de fisgones y aficionados (afortunada, entre ellos, quien escribe).
Hasta entonces, curiosidad y paciencia.
Quien es Alan Curtis? Quien es Julia Peredo? No son Perico de los Palotes?
ResponderEliminarSi no sabemos quienes son, como podemos respetar sus opiniones?
Vuelve la bolivianada clasica: "se encuentra agotada"
Si se encuentra no esta agotada... si esta agotada no se encuentra...
Nuevos cerebros resfriados?
Yapa: Quien es Gesualdo?
ResponderEliminarEl que come papa y toma caldo?
Banda de desconocidos, eh?