jueves, 13 de noviembre de 2014

Ensayo

Una literatura boliviana posible


Este texto fue leído por la autora como conferencia inaugural del Encuentro Literario Santa Cruz de las Letras, el pasado viernes en el Centro de la Cultura Plurinacional, en la capital oriental.



Claudia Bowles Olhagaray

¿Literatura boliviana?
Me preguntaba en estas semanas mientras conocía y revisaba a varios autores nuestros, ¿de qué hablamos cuando hablamos de literatura boliviana? ¿Cuál es ese o cuáles son esos elementos constitutivos/distintivos que nos permiten reconocer a la literatura boliviana? ¿De qué se vale un lector extranjero, por ejemplo, para reconocer esto, si no tomando en cuenta los datos de la solapa que habitualmente se encuentra en todo libro?  ¿Cuáles son los registros lingüísticos, estilísticos, temáticos y, si vale decirlo por separado, ideológicos que pueden permitirnos reconocer una obra literaria “boliviana”?
Y por otro lado, ¿cómo pensar las identidades nacionales a 15 años de llegado el siglo XXI? Y en consecuencia, ¿cómo pensar sus discursos, su narrativa, su poesía?
Dos hitos socio-políticos son pertinentes a la hora de intentar un esbozo de esta cuestión si nos circunscribimos, como propongo esta vez, a la literatura producida en los últimos 30 años (31 para ser más exactos): el primero, el retorno a la democracia en la década del 80, en 1983,  y posteriormente ya en este siglo, la así llamada refundación de la República, que nos lleva a para pasar a ser Estado Plurinacional.
Estos dos acontecimientos además, ocurren en el marco de un fin de siglo, (a la vez fin de milenio), con todo lo que ello conlleva. Este salto modernizador, esta internacionalización de la economía, que se diera también en el fin de siglo XIX, ¿implica un viraje en el recorrido habitual de la tradición literaria del siglo XX hacia otros lenguajes, discursos y miradas? Este paso a la internacionalización, auspiciado por el acceso a las telecomunicaciones, televisión abierta y por cable, y sobre todo la llegada a la comunicación virtual en tiempo real ¿qué produce en las subjetividades literarias?
Si en el siglo XIX la modernidad llegó con acceso al trabajo, racionalidad y ciudadanía (Ludmer: 1994), ¿qué nos ha traído la internacionalización o mundialización tan mentada, a los escritores y lectores?
No necesariamente como efecto, pero la coincidencia es innegable: en el caso particular de Bolivia, la sociedad transita (lo hace aún hoy por supuesto y lo hará por un buen tiempo en términos legales y administrativos y económicos) hacia un proceso de inclusión de sectores parcial o totalmente marginados de las estructuras hegemónicas desde la creación de la república.
Este país ha dado un viraje: primero, a partir del retorno a la democracia, (con los costos que ello implicó), pasando por diversos procesos transformadores desde el 2003, hasta llegar a tensar por momentos en extremo los casi imperceptibles hilos que cohesionan a la región. Finalmente, aquí estamos.

La literatura en ese contexto
En el último cuarto del siglo XX y los años que llevamos del XXI, la literatura boliviana ha experimentado una serie de transformaciones. Lenguajes, temas, perspectivas, pero sobre todo actitudes frente a la escritura, hoy son significativamente diferentes en los autores que vienen escribiendo desde el inicio de la década de los 80.
Tan desmesuradamente como ha crecido ésta ciudad, dispersa y desencontrada de sí, (un poco por metonimia es Bolivia) así lo ha hecho su literatura. En esa fragmentación, real y simbólica, ¿podremos encontrar constantes que permitan una aproximación incluyente y abarcadora, pero que más allá de todo, logren permitirnos ver en la escritura, como se la “dice” (como se la lee primero) desde la ficción literaria a este país?

Democracia y literatura
El retorno a la democracia es el resultado de un proceso político, cultural e incluso militar que concluyó imponiéndose como parte de la política actual, en palabras de Cleverth Cárdenas.
Este supone un cambio en la vida y la cultura política. Por otro lado, estas transformaciones serán tomadas (o no) por la literatura. De qué manera la literatura se hace cargo o hace de ella carne de sus tejidos, es parte de lo que en estos días habremos de reflexionar.
En principio, y sin temor a equivocarnos, se puede afirmar que esto significa un nuevo modo de mirar y vivir la literatura; de hecho significa un mayor acceso a la letra, a la escritura, y claro, a la lectura. Y puedo agregar ahora que, como parte de este proceso,  los oficios se desplazan hacia espacios menos hegemónicos del país, (en términos culturales).
Desde los 70, podríamos decir, las ciudades letradas de los siglos XIX y primera mitad del XX, (La Paz, y Sucre, fundamentalmente y antes Potosí) se abren a la participación del resto de las regiones del país, en la realización de foros, simposios y ferias, consecuencia del protagonismo que toman sus economías, y, por supuesto, sus escritores.
Lenta pero sostenidamente, no al ritmo del vertiginoso crecimiento urbano muy visible para todos, (de Santa Cruz en particular) esta bonanza literaria, es principalmente de publicación, no así de lectura o estudio.
Hoy por hoy, además de abundancia en la producción literaria (tenemos nuevas editoriales, nuevas y más sólidas ferias, nuevos foros), estamos (pese a las dificultades de difusión y circulación) con una oferta inédita en términos numéricos, que ya en este preciso instante está modificándose.
De 1983 a 2009 se publicaron 1.750 libros (en los tres géneros principales), solo en el territorio nacional, incrementando en un más de un 100% lo sucedido entre los años 60 y 80. El dato es de una investigación concluida justamente el 2009.
Ese mismo año escritores, periodistas, académicos algunas autoridades vinculadas al quehacer literario, realizaron unas jornadas de discusión que consistirían en determinar qué 10 novelas (se había pedido tomar ese género únicamente) podían considerarse “fundamentales” en la historia de la literatura boliviana. 
A tono con los cambios político/administrativos que ya comenzaban a tomar forma, queríamos encontrar (¿refundar?) nuestro canon literario de esta manera.
Queríamos encontrarnos en 10 (resultaron ser 15 oficialmente) relatos que constituyeran un gran fresco narrativo boliviano. Demás está decir que pese a las conclusiones aceptables pero siempre incompletas, las posteriores utilidades del proyecto no se concretaron.
Ahora, pasados cinco años de ese importante evento, tal vez podamos fundar  un discurso conciliador sin que se limite a establecer un canon cerrado, que reconcilie algunas posturas enfrentadas allá por agosto del 2009.
De 2009 a la fecha, se deben haber publicado varias decenas solo de relatos (novela y cuento), algunas de las cuales bien podrían incorporarse a este minúsculo canon. Y la configuración de la escena literaria sería completamente diferente. De hecho uno de los elementos diferenciadores de las formas de producción, de acceso a la palabra, y de acceso a la edición, tendría nomás que explicarse en relación con el fenómeno migratorio que se suma a los que hemos señalado.
Desde la década del 90 varios escritores bolivianos, algunos aquí presentes, residen fuera del país. Se han ido por diferentes motivos. Se van pero pueden estar, de otra manera, entre nosotros porque acceden a editoriales extranjeras que amplían el horizonte de lecturas. Y esto de alguna manera, nos devuelve a nuestros escritores.  Porque, hay que decirlo también, nuestras editoriales están muy comprometidas con la literatura, y muy decididas a continuar en el esfuerzo de ser las “casas” literarias de sus escritores, pero no están acompañadas de políticas públicas de edición y difusión, políticas educativas ni regionales ni nacionales, que completen por lo menos parcialmente el ciclo de escritura/lectura, salvo esfuerzos aislados y difíciles de sostener como los que se dan en algunas bibliotecas o centros culturales.


Algo sobre la literatura actual
Y vuelvo a las preguntas que nos interesa abordar y responder. ¿Qué son los escritores bolivianos? ¿Qué son los jóvenes escritores bolivianos? ¿Qué los distingue de los que estuvieron (aún están) en la segunda mitad del siglo XX?
Pienso en Ramón Rocha Monroy (el de Potosí 1600)  y Liliana Colanzi, por ejemplo, ambos auténticamente bolivianos y no encuentro el factor común, ni en sus individualidades, ni en sus escrituras. Pienso en Juan Pablo Piñeiro, el de Cuando Sara Chura despierte, y en el Edmundo Paz Soldán de Norte, y lo mismo: no encuentro el común denominador.  Y ambos son auténticamente bolivianos.
Escuchaba a Jenny Cárdenas y a Willy Claure, pero también a Ella Fitzgerald o a Cole Porter mientras escribía estas líneas y continuaba leyendo, sin encontrar el denominador común. Y no creo que lo encuentre.
Lacan daba vueltas por mi cabeza, mientras buscaba las identidades. Y solo veía nuevas individualidades, imposibles de reducir a ese “corsé” que le da el nombre a lo que les leo: literatura boliviana.
Me divierto con Adolfo Cárdenas, en Periférica Blvd. y la jerga del hampa paceña; me entristezco con la nostalgia del pasado/futuro en Tirinea, de Jesús Urzagasti. Leo sobre el dolor y la violencia, pero también sobre la reflexión literaria, en fragmentos de Norte de Paz Soldán; 98 segundos sin sombra, de Giovanna Rivero, me retrotrae a la adolescencia, no la mía, no la nuestra: la adolescencia de esta ciudad con todos sus excesos y desvaríos, y trato de sostener al protagonista en un relato tan personal, de quien se pierde en la ausencia total del otro, en el vacío que deja el otro, que no es sino el vacío ya desquiciado del sí mismo, en El amor según, de Sebastián Antezana.
Y es esa desaparición del propio ser (el uno mismo, vulgarmente hablando), del otro, la que me va mostrando una nueva preocupación literaria. El escritor de hoy explora el mundo, lo siente y sufre, desde su más íntima subjetividad. Y su escritura, es también un poco la agonía del sujeto contemporáneo, dejado de los dioses, dejado del gran otro, perdido en sí mismo.
Suelo decir que la década del 80, por efecto de los últimos años de gobiernos de dictadura, y luego por la injerencia sin remedio del narcotráfico y sus efectos en la vida ciudadana en todas sus esferas y estratos, fue una década perdida. Quedamos a la deriva en muchos sentidos. Pero, en una aparente paradoja, allí mismo encontramos American Visa, de Juan de Recacoechea, y Jonás y la ballena rosada, de Wolfango Montes, dos grandes novelas, que “dicen” a la Bolivia de entonces sin ser, en absoluto, la literatura que se hace cargo referencialmente de la sociedad y sus problemas.
Del mismo modo, otros efectos a largo plazo, tendrán estos dolorosos momentos de la historia nacional.
Y leo un fragmento de un texto autobiográfico que publica Sebastián Antezana en la revista digital Traviesa, donde dice, a la manera de recuerdo de infancia: “me acuerdo de que cada 17 de julio mi familia almorzaba en la casa de mi abuela, pues se recuerda un año más desde que en 1980 asesinaron a mi abuelo”.
En otra consulta, escucho a Edmundo Paz Soldán, que dice: “condicionado por la edad (10, 12 años entre el 77 y el 82) uno normalizaba la imagen de ver a un y otro militar apareciendo en las pantallas de TV nacional, que con cierta regularidad, entraban en cadena para comunicar el cambio de Gobierno. Bolivia fue una nación con rumbo errático entre 1978 y 1982. Y no recuperó su camino en el resto de esa década (...)”.
En esa misma década tiene su realización el “Taller del Cuento Nuevo”, (1986) que da lugar al nacimiento de un grupo de escritores como Blanca Elena Paz, Homero Carvalho, Oscar Barbery, Paz Padilla…
El espacio poético sería tomado con un sostenido espíritu de trabajo y un innegable crecimiento de la profundidad en las exploraciones literarias, de la mano de las mujeres: allí aparece Giovanna Rivero, antes la ya mencionada Blanca Elena Paz, Gigia Talarico, Centa Reck y Claudia Peña. Y más recientemente, Liliana Colanzi.

Lo nuevo
Lo nuevo no supone nunca romper el silencio universal. Ni el mundo de los signos ni en esa parte suya que es el arte, una invención en términos absolutos, sino apenas una reelaboración que dialoga interesadamente con algo anterior;  en ese sentido por ejemplo, es curioso encontrar en un escritor del 67, en otra del 72  y luego en uno aún más joven (82) (Paz Soldán, Rivero y Antezana), que convergen en prácticas de lectura iniciales, similares pese a las diferencias de edad y de procedencia, y que cada uno a su manera, se hará nomás cargo de escribir sobre Bolivia.
¿Qué horizontes críticos, líneas de lectura o parámetros existen ya establecidos, respecto a la concepción de la narrativa boliviana más reciente?
Siempre buscando a los propios autores para nutrir mis perspectivas críticas, encuentro una afirmación de otro autor importante de estos años. Wilmer Urrelo (Fantasmas Asesinos, Hablar con los perros).  
De alguna manera, la narrativa contemporánea boliviana empieza a convertirse en una lesión permanente en contraposición a lo que se escribía hace algunos años (se refieren a los años 60/70). Hace unos 10 o 15 años los de nuestra generación no queríamos ni saber del contexto histórico o social, en la literatura, pero ahora sabemos que tarde o temprano esos temas aparecen”.

El oficio de escribir y las ciudades: violencia y escritura
Dos rasgos ya podemos mencionar como elementos vinculantes entre los escritores mencionados y algunos que señalo luego. La ciudad, la ciudad, con todos sus conflictos y tensiones, nos habla a través de estos escritores.
No se trata de que ésta sea una literatura referencial o del paisaje urbano. Más bien, de que el discurso proviene de sujetos que logran apropiarse de este espacio que -por inexistente o ajeno-, había estado fuera del alcance de la contemplación literaria. Los autores mencionados nos han permitido leernos como parte de estas ciudades, reconocernos en ellas, tanto en textos que se engarzan voluntariamente en la tradición popular, (como Oscar  Barbery y en algunos casos Homero Carvalho) como en otros que se valen de un lenguaje absolutamente libre, que transita por la fase personal, íntima, casi confesional como sucede con Gigia Talarico, con el propio Antezana, con Rodrigo Hasbún. 
También están los que se aproximan a la historia, de diversas maneras, como Luisa Fernanda Siles o Rosario Barahona, pero siempre en función de un compromiso mayor.  Porque más allá de sus actividades cotidianas, todos tienen el “oficio” de la escritura como un componente esencial de sus vidas, y ya no una labor complementaria.
En todos se reconoce la importancia otorgada al lenguaje (como objeto, no más como mero instrumento) y al género con el que trabajan. El cuidado puesto en ellos se convierte en intensidad. Todos alcanzan una voz propia.
¿Retorno a la historia? ¿Introspección? ¿Literatura como tema? ¿Violencia cotidiana aquí o en cualquier lugar del planeta?
Creemos que hoy, más que nunca, el carácter sinecdóquico y develador de la literatura boliviana, propone una contemplación de las realidades históricas y sociales desgajadas de su temporalidad concreta, es decir transitoria.

Aunque la ciencia continúe organizando el mundo en categorías, la cotidianidad nos invite al silencio, la parodia política nos lleve a la abulia comunicativa, llegará la palabra y nos hablará de relaciones diferentes. La narrativa continuará buscando describir y edificar la totalidad secreta de la vida, incorporando un nuevo sentido la existencia del hombre. Y allí estará, al final del laberinto, cuando terminemos de despertar al nuevo siglo, el dinosaurio.

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