jueves, 20 de noviembre de 2014

Parhelio


[Batería]

Baterista incurable (además de poeta, ensayista y lector), el autor se manda un emotivo texto que derrama nostalgia y pasión.



Rodolfo Ortiz


al Nico

La palabra batería erraría en una batería.

La cadena de improperios que despacha a siniestra hace ají todo lo que a diestra se cruza en su camino; un instrumento atroz, predicho membranófono, no por nada y si se quiere, “madera melancólica de raras determinaciones”.

Diría un baterista: “en esta casa zapatea la mosca”. Los bateristas cargan con este agüero allí donde vayan y por esto mismo son tratados como un espécimen atroz en sí mismo. Intratables y entrañables a la vez.

Toda mosca que se respete lo sabe.

Con el tiempo, Satie hubiera amado la batería. Las Gimnopedias tratan de brazos y manos de brazos, y dedos de piernas y pies. Todos los artistas ofician alrededor de esos límites inherentes. Sin embargo, y para grandeza mayor, en Oruro tenemos bateristas a pedazos. Platilleros por aquí, bombos por allá y, por sobre todo, tamboreros únicos en su calaña, con baquetas de respetable madera olor a cerveza y hechizas a la par que tajadas en la propia ciudad de Oruro, tan así y por lo mismo indestructibles.

Históricamente la batería se presintió en todos los pueblos, menos en Oruro, claro está. Sin embargo, opinaría que una batería donde fuese que sea se socializa en la medida en que su ejecutante se antisocializa. En el fondo un baterista es meditabundo y destructivo. Su intachable condición se revela a leguas ante la idiosincrasia de una sociedad que cree haber catalogado este instrumento al interior de sus galerías. Un baterista, amando la batería, en tratándose de su vida única al interior de una batería, se yergue siempre en una calle en posesión de su macabro instrumento. Yo vi bateristas imaginarios tocando a la vez baterías imaginarias en una calle de Miraflores. Y para muestra ningún botón.

Las facilidades nunca producen bateristas. Diría que es al revés. Es necesario siempre el enredo. Es necesario no tener batería para aprender a tocar batería; de allí la dicha en la calle única de un baterista, quien con ágiles extremidades al deshacer una batería imaginaria parece querer más bien desenredar otra cosa. Acaso una pena secreta.

La pulsión que adelanta el pie, en el segundo inmediato de un bombo que atrasa el mismo pie, se trabaja sin batería, que a la hora de tenerla no hace sino vagabundear por tales averías de un protosegundo jamás sucedido. De allí que un “solo” de batería sea más que un enredo un desenredo de la madeja interior de otro tiempo. Esto es fácilmente comprensible en cualquier visceralismo de John Bonham en “Led Zeppelín IV”; me atrevería a conjeturar que John Bonham tocaba baterías invisibles medio segundo antes de tocar las visibles.

Cuesta decir lo que digo pues abundan los llamados bateristas. Por supuesto que el estudioso se dará cuenta que Steve Gadd carece de tal radicalismo de ser baterista sin batería. No es esto un problema en todo caso. Steve Gadd es la nodriza que nos dice que la batería es una complejidad infinita que, localmente, es posible observar en algunos bateristas de jazz que tocan con pantuflas. Steve Gadd es algo así como un Jaimes Freyre de la batería. A mi hijo, baterista, siempre le comenté que el bombo se toca con la barriga de rueda y nunca con pantuflas. Hay, pues, un segundero que otea entre el segundo de un bombo, la antipantufla y el segundo de la propia autoridad del segundero, pues, entre ambos instantes del mismo segundo se crea el paraje de un golpe de bombo que habrá de calibrar el borde de su único y ya macabro segundo.

A la vez, interesaría señalar que la idea de precisión que trato de cifrar aquí es bifronte. Su otra cara se halla a ras de la tierra, en la gran zapatería del mundo. De allí que la absoluta autoctonía de un baterista se mida no con los modelos de pantuflas que se heredan. Un baterista se las ve con lo anterior, jamás con el pasado. Lo anterior es siempre ensanchamiento, nunca sucesión. Es la espacialidad de un tiempo que se perspectiviza y jamás se recuerda. El tiempo en una batería se vive en redondas por eso mismo. El temperamento real de un baterista rueda en redondas por eso mismo. No hay corcheas ni semifusas que no emerjan de tal autoctonía. La tempestad que emerge en el nacimiento de un baterista es la fuerza escondida en el corazón de ese tempus. El nacimiento de un baterista se despliega en ráfagas aterradoras y desencadenadas. “Lo anterior”, corroboraría Quignard, es “la cadena desencadenada”. Y un baterista es un puro emerger sin origen, un emerger inacabable, anterior. En las algarabías de un concierto un baterista infla un globo. Todo lo demás es música tradicional: predecible, aleatoria, abigarrada.

Dave Abbruzzese siente una redonda y sus manos se pierden por el bosque de fusas. Abbruzzese maneja una totalidad tan específica que es capaz de corregir lo miedoso de una nota solamente con el énfasis de unas manos que sólo en ese momento recuerdan que son de su padre. En esta misma línea de intensidad articularía los interruptus de Aaron Spears, por ejemplo, si atendemos a este “Drum Off” del año 2011: <http://www.youtube.com/watch?v=ERZqFZYRIjo>  

Abbruzzese o Spears revelan que una batería emerge desde el vientre dorsal superior: aquí un bombo, más acá una caja y en la otra la toráxica. Gavin Harrison, por su parte, vuelca la toráxica hacia la técnica enardecida con el mineral de la interpretación. En la hora familiar de los rudimentos, este artista rotundo y puntual, absolutamente contrario a un desplazamiento performático, toca con las manos del alma de los pies. Toda expansión proviene de una solución simple para un golpe inusual. Gavin Harrison, y sin duda Cole Coleman o el indescifrable Trilock Gurtu, nos dicen que si bien en una batería se despedazan todas las notas, los ritmos de todos los tiempos y en posiciones jamás sospechadas, su expansión ilimitada no es atributo y menos capricho de una técnica. Core Coleman no rompe baquetas, toca, para decirlo en breve. Y para muestra este botón: <https://www.youtube.com/watch?v=SMcAsFMhPZk>


Sea como fuese, sin mayor aspaviento que la aceptación cabal de amar la música por sobre todas las cosas, henos aquí sentados de frente y en una batería siempre imaginaria: tales redondos de cuero caben en la algarabía esporádica de una canción, tales platillos merecidamente a deshora caben también en una página, tal este bombo con una absurdidad interior que nunca cabe en el hueco de un nombre, en este mundo entreverado y maravilloso de una batería que se levanta por todas las entrañas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario