¿En una calma noche estival…?
¿La estética contra la razón? ¿Culto a la fealdad? ¿Negación de la belleza? El autor vuelve a Kant para profundizar en esta serie de reflexiones sobre poética-arte vs filosofía-racionalidad.
Juan
Cristóbal Mac Lean E.
Estábamos
en Kant. ¿Y cómo así? Pues estábamos en Kant, habíamos llegado, casi obligados
a Kant, quién lo diría, mientras lo que hacíamos era procurar entender el
alcance y la situación, hoy, de la poesía.
¿Pero
qué tiene que ver la Crítica del Juicio
(CJ) de 1789 con esa pregunta que se inquieta en torno a la poesía? ¿Acaso
Kant, para empezar, tenía cierta idea cabal de lo que hoy podríamos considerar
como arte, como poesía?
No,
Kant no tenía verdaderamente idea de arte ni poesía, y eso es famoso[1].
Y, sin embargo, escribió ese libro extraordinario (llamado una “obra de arte”
por Derrida en su Parergon,
considerado como uno de los más bellos de la filosofía por Deleuze en sus
cursos), ordenadamente desastrado, a la hora de pensar, digamos, cómo es que lo
asaltó al ser humano la belleza, cómo es posible la Belleza.
Y
dijo, Kant: sin que se sepa qué es, por ahí va la belleza, sin concepto. No hay
maquinaria intelectual que la explique o la someta. Él quería que, siquiera
pura, o trascendental (es decir libre de toda experiencia), la belleza rinda
alguna regla, se acoja a cualquier categoría, sino del entendimiento, por lo
menos de la moral. Pero nada. Hoy lo leemos, un poco como quien prueba un fruto
exótico, y nos cuestionamos: ¿qué sentido tiene seguir machacando con eso de la
belleza, cuando nuestra época, más bien, pareciera rendir, en algunas de sus
partes, un extraordinario culto a la fealdad?
Dentro
de éste culto, y en cierto sentido de forma consecuente con su época, también
entra mucho de cierto “arte” actual[2].
Y recordemos también, desde la poesía, las famosas líneas al principio de la Temporada en el infierno de Rimbaud,
casi un siglo después (hacia 1872-73?): “Una noche, senté a la Belleza en mis
faldas. –Y la encontré amarga. –Y la injurié”.
De
Kant a Rimbaud se ha operado, a no dudarlo, una verdadera revolución. Pero
justamente, tal vez sea Kant el que la inició, el que abrió, quizá sin
quererlo, un nuevo talante, talante al que sí somos afines -mientras ya no al
de Kant… Con el poeta Rimbaud e inmediatamente después, ya se ve, el continente
del lenguaje, de pronto, se ha tornado enormemente inseguro, lo acosan grandes
fallas al tiempo que halla su verdad y la incertidumbre que rodea a su verdad.
De una interrogación que se pregunta ¿cuál es el sentido de esos versos? Se ha
pasado ahora, llanamente a ¿cuál es el sentido? Lo que después daría, aún:
¿cuál es el sentido del sentido?
Y
bueno: ¿qué tiene que ver Kant con tal desbarajuste? Otra vez: muchísimo, pero
no sólo Kant, no sólo la Crítica del juicio,
y esto debemos tenerlo muy en cuenta, sino toda esa poderosa revuelta contra y con
Kant que estalló en el gran primer romanticismo alemán, el que grabó, para el
dubitativo siempre, la historia de la poesía, la música, la literatura hasta
nosotros. ¿De manera, pues, que nada menos que Kant estaría en el origen de
todo este desastre actual y del que hoy vive el arte? Veamos.
Ya
desde el prólogo de la CJ, Kant confiesa que “la gran dificultad de resolver un
problema que la naturaleza ha complicado tanto, puede excusar, yo lo espero,
una oscuridad imposible de evitar del todo…”[3].
¿Y
qué es eso inaclarable, para quien lo entendía y aclaraba todo? Pues es algo
que inicialmente late en la belleza, en el hecho de la belleza, del cuál Kant
procura saber cómo es posible. Pero el juicio estético, el juicio de gusto, por
su propia naturaleza, no tiene nada que ver con el juicio de conocimiento. Es
que la belleza -que en esos términos escribe- no tiene ni fin ni concepto, no
la puede captar el entendimiento. Hay en ella algo que se sustrae a cualquier
fin. Puede que tienda a algo, mas no sabemos a qué. Es la finalidad sin fin,
concluye Kant en una fórmula famosa.
Ahora
bien: tratar cualquier aspecto de la CJ requeriría que se expliquen, se
expongan algunos conceptos. Pero ni estamos en una revista de filosofía ni
tenemos el espacio necesario para ello. Lo que haremos, pues, será procurar
ceñirnos estrictamente a lo que nos interesa y pasar como al lado, de costado,
de refilón, por la CJ. Y lo que inmediatamente nos interesa en ella es la Análitica de lo sublime, parágrafos 23
al 29.
Ya
mucho antes, en las Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo
sublime de 1764, Kant se había inquietado, casi
mundanamente (“más con el ojo de un observador que de un filósofo”) por lo
sublime: “La noche es sublime, el día es bello. En la calma de la noche estival,
cuando la luz temblorosa de las estrellas atraviesa las sombras pardas y la
luna solitaria se halla en el horizonte, las naturalezas que rodean un
sentimiento de lo sublime serán poco a poco arrastradas a sensaciones de
amistad, de desprecio del mundo y de eternidad”.
Más
tarde, en la CJ, ya más como un filósofo que un observador, Kant entra más de
lleno a las definiciones (y da varias) de lo sublime como placer negativo, en relación con lo ilimitado, lo enorme, el infinito y que antes que nada es un sentimiento, dice, él mismo sublime.
En
él se trata de “un placer que nace sólo indirectamente del modo siguiente:
produciéndose por medio del sentimiento una suspensión momentánea de las
facultades vitales, seguida inmediatamente por un desbordamiento tanto más
fuerte de las mismas” (264).
Ahora,
parece, nos alejamos de las calmas noches estivales, pues nos enfrentamos, más
bien, con “rocas audazmente colgadas, amenazadoras nubes de tormenta que se
acumulan en el cielo y se adelantan con rayos y truenos, volcanes en todo su
poder devastador, huracanes que van dejando tras sí la desolación, el Océano
sin límites rugiendo de ira, una cascada profunda en un río poderoso.etc…”
(277).
El
sentimiento de lo sublime -y debemos divorciarnos cuanto podamos de la acepción,
a veces incluso antipática, del sublime coloquial- resulta así en “un
sentimiento de dolor que nace de la inadecuación de la imaginación” (274).
Ahora bien, la
idea de lo sublime no se quedó en la CJ, sino que se desbordó llegándonos
fuerte y hasta ahora, afectando las artes plásticas, la poesía y, muy
notablemente, la filosofía francesa (Derrida, Deleuze, Nancy, Lyotard,
Ranciere…). Ya veremos cómo en la siguiente…
[1] T.W.Adorno es tajante en este sentido: “Hegel y Kant fueron los
últimos, por decirlo crudamente, capaces de escribir una estética mayor sin
entender nada de arte”.
[2] No podemos dejar de notar, aquí, ciertos
paralelismos que se dan entre el campo político y el campo artístico, en cuanto
a la fervorosa práctica de la fealdad: Jeff Koons en el área
artístico-intelectual, mientras en la esquina política, está… el cocalero Evo
Morales. El populismo de la fealdad de Jeff Koons se revierte, al otro lado, en
la fealdad del populismo de Evo Morales. Ambos son unos casos paralelos, y
verdaderamente estelares, expertos en el viejo fenómeno de la venta psíquica,
los trucos y la magia, los juguetes. A propósito de Koons, está el precioso The Cult of Jeff Koons, firmado por Jed Perl y aparecido en
el número de septiembre de The New York
Review of Books (disponible en Internet).
[3] Pag 199 de la Crítica del juicio.
El Ateneo Editorial, Buenos Aires 1951. Traducción de Manuel García
Morente. El número de la pag. que desde
ahora seguirá a cada cita, será el de esta edición.
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