El sabor que esconde la sal
Texto leído en la presentación, en Santa Cruz, del libro La composición de la sal, de Magela Baudoin.
Gary
Daher
Magela
Baudoin es autora de un libro que ha llamado La composición de la sal, mismo nombre con el que aparece uno de
los 14 cuentos que hacen a esta propuesta literaria.
Y
es sin duda una propuesta valiosa, ya que incorpora una voz distinta en el
diálogo que se plantea en la narrativa boliviana, pues los cuentos tienen en
general una manera de narrar que guarda para sí, para la autora, otros relatos
que no se dicen, que no se hablan, a la manera quizás del poeta José Carlos
Becerra.
Escuchamos
por unos instantes a Becerra para crear el ambiente: “Esta noche hay algo tuyo / sin mí aquí presente, / y tus manos están
abiertas donde no me conoces. / Y eso me pertenece ahora; / la visión de esa
mano tendida como se deja el mundo que la noche no tuvo./ Tu mano entregada a
mí como una / adopción de las sombras”.
Diremos
además que los cuentos parecen emerger de historias reales, relatos verídicos
que parecen deformados para ocultar cosas que acaso se dicen sin decir, se
dicen para sí misma, para la autora, sin transmitirse, apenas sugiriendo
líneas, creando en el lector un sentimiento de cierta angustia que hace a la
esencia misma de los cuentos que, como la sal, ocultan el sabor esencial de los
alimentos.
La prosa de Baudoin corre
líquida, clara, como si intentara lavar un universo psicológico terrible hecho
de memorias.
En
muchos de los relatos, elementos como la enfermedad, la muerte, la soledad, son
dichos como rasgos de la fragilidad de la vida que sin embargo se levanta, a
sabiendas de su pronto derrumbe, por amor a otro. Mientras la magia (o
hechicería, según) interviene, pero de una manera apenas sugerente, o como el
dibujo de un mundo incomprensible.
El
niño es un personaje constante en los cuentos de este libro. Pues aquí los
niños se presentan en toda su impotencia de niños, en su fantasía de niños
limitada a su mundo de niños. Aquí, maravillosamente, los niños son niños, con
toda su fragilidad, con todo el infierno que significa ser niños en un mundo de
adultos difícil de alcanzar o descifrar.
En
los cuentos descubrimos que Baudoin utiliza las descripciones detalladas, ya
sea de vestidos, comida, u otros, descripciones que en lugar de aterrizar en la
realidad, nos dibujan un escenario de híperrealidad, que parece permanecer en
todo momento.
No
se puede obviar el hecho de que este libro está escrito por una mujer, quiero
decir escrito desde su mundo, un mundo que conoce y reconoce en cada relato. En
Amor a primera vista encontramos la
relación asimétrica donde el personaje varón se ve atrapado en las demandas de
la mujer, que lo empujan a vivir juntos, no por el deseo mismo de hacerlo, sino
obedeciendo a un objeto del deseo, que no es erótico, sino material, en este
caso un departamento. Así, el varón se deja enredar en la situación como una
mosca en la telaraña.
Algo para cenar es
una alucinante historia de narcotráfico, vista desde la mirada cotidiana de una
familia de barrio, de mujer sola que cría seis hijos.
La
mujer se presta dinero para los trámites que resultan de un accidente provocado
por el hijo, accidente gracias al cual descubren droga en el automóvil del
padrastro del amigo. El dinero parece cuantioso, y suena como una carga que la
familia tiene que llevar por mucho tiempo.
El
planteamiento del cuento tiene un cariz sociológico que no puede dejarse de
lado. En el relato, los personajes de la familia no tienen nombre. Empiezan a
tener nombre los extraños.
Magnifica
la escena en la que la madre, acostumbrada a fustigar con chinelazos, no
castiga al hijo, pero le hace notar su pecado. El chico llora, mientras “el calor ahogaba como a las mujeres el luto
bajo el sol”, dejando ver el aliento a poesía de algunos momentos de la
narración.
Otro
cuento que quiero aquí resaltar para el apetito es La noche del estreno. El
propietario de la lavandería es un personaje anodino que podemos transformarlo
en símbolo del hombre moderno, en medio de máquinas, cuyo ruido monótono y
persistente le sirven para imaginar el mundo de la puesta en escena.
Hijo
de una modista encomendada del vestuario de las artistas de ópera, y un padre
electricista encargado de reparar e instalar las luces de los principales
teatros de Buenos Aires, guarda como un tesoro -tesoro tratado como objeto del
deseo, con el que juega todas las noches- un modelo en cartón de una puesta en
escena de la ópera Carmen de Bizet, que aquí podríamos tomar como símbolo de la
cultura.
Mientras
que de la madre: “él había aprendido de ella
que para materializar la esencia de cada personaje, era necesario un vestuario,
una segunda piel que hiciera creíble la ilusión”.
En
alguna lectura uno podría recibir subliminarmente que estamos interpelando a la
cultura como algo que se pone en escena con una instalación que hiciera creíble
la ilusión. La cultura como una ilusión, pues más allá de ella, de su propuesta,
está el personaje viviendo sus angustias y su mundo oprimido.
Resulta
en este cuento que el único cuerpo deseado es el cuerpo de la artista que
interpretaría Carmen de Bizet, quien probablemente en la adolescencia del
personaje lo habría obligado a un beso.
El
mundo que propone Baudoin es un mundo de obsesiones no resueltas, de fantasías
equivocadas. Un laberinto sin salida, pues la puerta que parece ser el éxito,
fracasa, salvando acaso al personaje de un desastre mayor. Mundo que plantea al
lector una visión sin solución concreta, que lo mantiene en vilo, sujeto a la
historia, aun mucho después de haberse concluido la lectura.
En
La composición de la sal ocurre un salto mágico; el
personaje, al alcanzar la vejez, contra lo que él mismo había esperado de esta
etapa de la vida, resulta transformado en un ser tan sensible que es imposible
de proteger: el llanto es el resultado de toda interacción con el mundo.
Ese
viaje insoportable que concluye con un baño de sal que no deja de ser una
sugerencia de suicidio, la muerte como liberación. Y cuando el lector curioso
quiere encontrar una cifra para el libro, ya que este cuento es el que le da
nombre, la respuesta es poética, es decir, abierta, asentando que el lector
debe también leer en su interior las líneas personales para completar los
cuentos.
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