jueves, 17 de julio de 2014

Reseña

El sabor que esconde la sal


Texto leído en la presentación, en Santa Cruz, del libro La composición de la sal, de Magela Baudoin.



Gary Daher

Magela Baudoin es autora de un libro que ha llamado La composición de la sal, mismo nombre con el que aparece uno de los 14 cuentos que hacen a esta propuesta literaria.
Y es sin duda una propuesta valiosa, ya que incorpora una voz distinta en el diálogo que se plantea en la narrativa boliviana, pues los cuentos tienen en general una manera de narrar que guarda para sí, para la autora, otros relatos que no se dicen, que no se hablan, a la manera quizás del poeta José Carlos Becerra.
Escuchamos por unos instantes a Becerra para crear el ambiente: “Esta noche hay algo tuyo / sin mí aquí presente, / y tus manos están abiertas donde no me conoces. / Y eso me pertenece ahora; / la visión de esa mano tendida como se deja el mundo que la noche no tuvo./ Tu mano entregada a mí como una / adopción de las sombras”.
Diremos además que los cuentos parecen emerger de historias reales, relatos verídicos que parecen deformados para ocultar cosas que acaso se dicen sin decir, se dicen para sí misma, para la autora, sin transmitirse, apenas sugiriendo líneas, creando en el lector un sentimiento de cierta angustia que hace a la esencia misma de los cuentos que, como la sal, ocultan el sabor esencial de los alimentos.
La prosa de Baudoin corre líquida, clara, como si intentara lavar un universo psicológico terrible hecho de memorias.
En muchos de los relatos, elementos como la enfermedad, la muerte, la soledad, son dichos como rasgos de la fragilidad de la vida que sin embargo se levanta, a sabiendas de su pronto derrumbe, por amor a otro. Mientras la magia (o hechicería, según) interviene, pero de una manera apenas sugerente, o como el dibujo de un mundo incomprensible.
El niño es un personaje constante en los cuentos de este libro. Pues aquí los niños se presentan en toda su impotencia de niños, en su fantasía de niños limitada a su mundo de niños. Aquí, maravillosamente, los niños son niños, con toda su fragilidad, con todo el infierno que significa ser niños en un mundo de adultos difícil de alcanzar o descifrar.
En los cuentos descubrimos que Baudoin utiliza las descripciones detalladas, ya sea de vestidos, comida, u otros, descripciones que en lugar de aterrizar en la realidad, nos dibujan un escenario de híperrealidad, que parece permanecer en todo momento.
No se puede obviar el hecho de que este libro está escrito por una mujer, quiero decir escrito desde su mundo, un mundo que conoce y reconoce en cada relato. En Amor a primera vista encontramos la relación asimétrica donde el personaje varón se ve atrapado en las demandas de la mujer, que lo empujan a vivir juntos, no por el deseo mismo de hacerlo, sino obedeciendo a un objeto del deseo, que no es erótico, sino material, en este caso un departamento. Así, el varón se deja enredar en la situación como una mosca en la telaraña.
Algo para cenar es una alucinante historia de narcotráfico, vista desde la mirada cotidiana de una familia de barrio, de mujer sola que cría seis hijos.
La mujer se presta dinero para los trámites que resultan de un accidente provocado por el hijo, accidente gracias al cual descubren droga en el automóvil del padrastro del amigo. El dinero parece cuantioso, y suena como una carga que la familia tiene que llevar por mucho tiempo.
El planteamiento del cuento tiene un cariz sociológico que no puede dejarse de lado. En el relato, los personajes de la familia no tienen nombre. Empiezan a tener nombre los extraños.
Magnifica la escena en la que la madre, acostumbrada a fustigar con chinelazos, no castiga al hijo, pero le hace notar su pecado. El chico llora, mientras “el calor ahogaba como a las mujeres el luto bajo el sol”, dejando ver el aliento a poesía de algunos momentos de la narración.
Otro cuento que quiero aquí resaltar para el apetito es La noche del estreno. El propietario de la lavandería es un personaje anodino que podemos transformarlo en símbolo del hombre moderno, en medio de máquinas, cuyo ruido monótono y persistente le sirven para imaginar el mundo de la puesta en escena.
Hijo de una modista encomendada del vestuario de las artistas de ópera, y un padre electricista encargado de reparar e instalar las luces de los principales teatros de Buenos Aires, guarda como un tesoro -tesoro tratado como objeto del deseo, con el que juega todas las noches- un modelo en cartón de una puesta en escena de la ópera Carmen de Bizet, que aquí podríamos tomar como símbolo de la cultura.
Mientras que de la madre: “él había aprendido de ella que para materializar la esencia de cada personaje, era necesario un vestuario, una segunda piel que hiciera creíble la ilusión”.
En alguna lectura uno podría recibir subliminarmente que estamos interpelando a la cultura como algo que se pone en escena con una instalación que hiciera creíble la ilusión. La cultura como una ilusión, pues más allá de ella, de su propuesta, está el personaje viviendo sus angustias y su mundo oprimido.
Resulta en este cuento que el único cuerpo deseado es el cuerpo de la artista que interpretaría Carmen de Bizet, quien probablemente en la adolescencia del personaje lo habría obligado a un beso.
El mundo que propone Baudoin es un mundo de obsesiones no resueltas, de fantasías equivocadas. Un laberinto sin salida, pues la puerta que parece ser el éxito, fracasa, salvando acaso al personaje de un desastre mayor. Mundo que plantea al lector una visión sin solución concreta, que lo mantiene en vilo, sujeto a la historia, aun mucho después de haberse concluido la lectura.
En La composición de la sal ocurre un salto mágico; el personaje, al alcanzar la vejez, contra lo que él mismo había esperado de esta etapa de la vida, resulta transformado en un ser tan sensible que es imposible de proteger: el llanto es el resultado de toda interacción con el mundo.
Ese viaje insoportable que concluye con un baño de sal que no deja de ser una sugerencia de suicidio, la muerte como liberación. Y cuando el lector curioso quiere encontrar una cifra para el libro, ya que este cuento es el que le da nombre, la respuesta es poética, es decir, abierta, asentando que el lector debe también leer en su interior las líneas personales para completar los cuentos.


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