[punto y aparte]
El autor adelanta fragmentos de un texto inédito en el que se encuentra trabajando.
Rodolfo
Ortiz
Todo
puede ser dicho. No todo(,) se escribe.
Lo
primero dicho, implicará que más allá de suponer la posibilidad de decirlo
todo, implica el hecho de que todo sea simplemente un dicho.
Lo
segundo, implica un juego de escrituras que arma un inscrito: no todo se escribe / no todo, se escribe.
*
Habría que marcar ciertos límites a esta aventura. Pues es de
notar que todo límite es un pretexto para ir más allá o simplemente para ir en
pos de otros posibles límites no explícitamente distinguidos, bajo la
convicción plena de que la palabra “límite” resulta ser un pliegue mañoso, que
la comunidad lectora, acaso escritora, suele manejar a sus anchas.
Sin
embargo, un punto y aparte es poner un límite al movimiento de una escritura
que asume los puntos y apartes de la lectura que está detrás. Así somos con
esto del límite.
*
Todo
punto y aparte se enreda, parte, vuelve y se anuda. Fijar un concepto,
organizar una lectura, llega a ser un gesto saludable, pero solo en principio. Atrás
está lo que queda inscrito en lo escrito. Y esto se ratifica al ser esto mismo un
punto y aparte.
La
obra de Saenz, digamos, siempre estuvo cojamente ahí; en un punto y aparte.
Pero luego de la publicación del número 18 de La Mariposa Mundial, del libro Tocnolencias,
y demás prodigios no atendidos, dejó de ser aquello que los lectores
pretendieron hasta entonces que sea. Aún más, Café y mosquitero, El
Escalpelo, los “Cuadernos” de Felipe Delgado (y otros), señalan el camino de una escritura, quiérase de un límite que habrá
que ir desplegando. ¿Cómo se articula este entrevero con la tradición de la
poesía en Bolivia? Podría mencionar que durante el siglo XX la poesía en
Bolivia se formó gracias a la existencia de una gran nebulosa llamada Arturo
Borda y Jaime Saenz. Sea como fuese, esto ilumina la germinación de un lenguaje
de fractura al interior de nuestra lengua; quiero decir, más que una
constelación articulada de “estrellitas” se prefigura, o mejor, sus escrituras
prefiguran, una “nube de polvo” ilimitada, problemática, abismal.
*
Saenz guardaba la imagen de una “nube de
polvo” que anuncia la imagen de una calavera. Se trata de una fotografía atroz
y reveladora, que bautizó como “Don Quijote” y en cuyo reverso se calcaron, por
obra del tiempo, las letras de un texto anónimo que aparece apenas perceptible
y al revés. El único fragmento rescatado, legible, de este texto, fue traducido
del inglés por Jessica Freudenthal y dice así: La imagen muestra la ampliación de una pequeña sección de una
fotografía de prueba tomada por el telescopio Schmidt, utilizado en julio de 1949 en el observatorio del monte Palomar. La foto muestra una porción de la vía
láctea en la constelación Monoceros.
Esta nebulosa particular es realmente una nube de polvo iluminada por estrellas
cercanas. Generalmente se refiere a ella como la “Rossette”, y es conocida por
los astrónomos como “UGC 2237”. La escritura de Saenz vista con el telescopio de
Smith no cesaría de provocar frenetismos y nebulosas de este tipo.
*
Mal
que bien, la poética de Saenz es expansiva, pero lo es desde su incólume
densidad de nube. Y esto sintéticamente podría explicarse así: en un pliegue el
aparapita es un guardador de los secretos ocultos de la ciudad y sus misterios,
en otro, este personaje pasa la vida cargando objetos sencillamente “bonitos” y
que no sirven para nada.
*
Transcribo el siguiente fragmento de Heráclito que cita Nietzsche en “La
filosofía en la época trágica de los griegos”: “Pones nombres a las cosas como
si estas subsistieran, pero no te puedes bañar dos veces en el mismo río”.
Mucho se ha meditado sobre el final de la frase, pero poco o nada sobre su
principio. Nietzsche reconocía en Heráclito la mayor claridad y luminosidad
filosófica, en contra de tantos lectores descontentos por la oscuridad de su
estilo. Decía que sus modos de pensamiento encarnaban, en primer lugar, aquello
característico del filósofo: “recorrer las calles en silencio”. Esta imagen es
elocuente y poderosa, mucho más si leemos nuevamente el fragmento, donde
Heráclito nos devuelve al abismo de los nombres y al devenir como radical
inconsistencia de lo real. Frente a esto, Heráclito parece preferir el
silencio, “recorrer las calles en silencio”, habitando un sentimiento de
soledad que le daba la apariencia de “una estrella sin atmósfera”, como diría
Nietzsche, con “sus ojos ardientes (…) con una mera apariencia de mirada”.
¿Qué mira
Heráclito? Mira en primera instancia el devenir, no las cosas. Mira nubes de
polvo. Pues mirar directamente las cosas sería nombrarlas y definirlas, “como
si éstas subsistieran”. Esto es una mesa, esto un árbol. Fue allí, en el ancla
de la pregunta donde la filosofía en occidente extravió su pensamiento.
Heráclito insinúa que no hay nombre de la cosa y que todo contiene al mismo
tiempo su contrario. No existe una definición de mesa, nietzscheanamente quizás
sólo ópticas, interpretaciones de mesa. Las consecuencias podrían ser
infinitas, como la palabra misma, y es en este marco que aparece la
consistencia y radicalidad de un Saenz recorriendo en silencio los pasillos de
su escritura.
*
El
recurso a la unión entre imaginación y entendimiento, a la manera de Kant; la
proliferación de la analogía como una nueva manera de conocer el mundo, es
decir, de leer la naturaleza como un libro abierto estructurado a partir de un
sistema de correspondencias; el descubrimiento de la imagen poética como
elemento que permite inventar la única realidad posible que es la realidad
verbal creada en el poema; la autonomía de la obra de arte y la literaturización
de todo lo escrito (sagrado y profano); son algunos de los aspectos centrales
por los que anduvo la literatura moderna hasta Nietzsche. Es en este sentido
que la obra de Saenz logra una distancia saludable con esta idea de la
literatura moderna anclada en su raigambre efímera, en tanto proceso permanente
de ser algo que surge como nuevo y se niega a sí mismo. Novedad e invención no
eran aspectos que preocuparon e interesaron a Saenz. En todo caso, en su obra
la creación poética se repliega hacia la materialidad de una escritura que se
mueve en el vértigo de una nebulosa iluminada por la oscuridad de las palabras,
quiero decir, en el arcano sonoro de la palabra “literatura” misma, aquella que
en su costado francés sintoniza con la aventura y la historia de su escritura: Lis – tes – ratures, lee tus tachaduras.
*
Escribir
es una práctica que recoge los oros de todos los muertos y de todos los vivos.
Si dobla, se detiene y se niega, o hace alguna venia en honor a sí misma, o en
honor a quién sabe qué mandatos de la lengua, será porque en su desierto no
existe oasis que la alimente.
*
Es así que nos aventuramos en la experiencia de
escribir, pues poco engendraría solamente leer infinidades (la carne está
triste). Por esto mismo, entiendo que leer acarrea una fe mayor al escribir. Y
tal fe, si seguimos a Quignard, “consiste en aceptar la herencia de lo que se
ignora”, pues no todo se escribe y no todo, se escribe. Punto y aparte.
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