Deschapando un poco a René
Jaime
Nisttahuz
A la memoria del hermano en la comprensión
de la incomprensión
(J.N.)
No fue
un amigo de infancia. Ambos ya escribíamos al conocernos.
Él
tenía más formación política que yo. Aunque todos somos más o menos animales
políticos, en mi caso, más escéptico y anárquico. Y es que los libros sobre
política no son agradables, son tediosos y plagados de muletillas y lugares
comunes. Carecen de pensamiento y abundan en sociologías.
Felizmente,
con René nunca nos agobiamos en discusiones de política. Preferíamos hablar de
libros y mujeres. Ahorramos camino comprendiendo que más del cincuenta por
ciento de libros están pésimamente escritos, y que en cada mujer hay un mundo
por descubrir.
Daba la
talla de humanista. Recuerdo que cuando el amigo Isaac Sandóval, lo llamó
periodista, porque dirigía el semanario Aquí, René le aclaró que él era
escritor y que hacía opinión, no periodismo.
Compartíamos
la idea de que el fútbol es el deporte favorito de los mongólicos, y que eso de
pasión de multitudes no es más que fabricación de dirigentes y cronistas
deportivos, que así medran y hacen sus negocios. Por eso estamos como estamos
futbolísticamente. Y no estoy propiciando mayor desempleo.
René
tenía vocación de maestro y orientador. Su inconformismo lo llevaba al donjuanismo.
Y nada discriminativo: morochas, rubias, plebeyas, riquillas… Y como el amigo
era encachado, ellas le aflojaban.
Me
demostró su preocupación por las palabras, cuando discutimos en su casa sobre
si era mezquinidad o mezquindad. Le pedí el diccionario. No tenía. ¿Por qué? Es
que un escritor… Claro, los escritores tenemos el lenguaje en el bolsillo.
La
siguiente vez que fui a su casa, me miraba desde la mesa un diccionario Larousse,
ya hurgueteado y garabateado por sus hijos.
Jamás
lo vi violentarse. Puedo creer que a ratos quería que yo hiciera el trabajo
sucio, como cuando me pidió que lo acompañara donde su hermana, a quien tenía
amedrentada el marido. Íbamos con ganas de romperle. Afortunadamente el hombrecito
había adivinado y había huido.
Recuperándose
en la clínica del balazo que acabó con su vida, me dijo, con su estilo elusivo,
que cuando estuviera mejor me contaría el affaire.
Dicen que el odio como el amor, son inmortales. Benditos los santos.
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