jueves, 24 de julio de 2014

La palabra teleférica

La ciudad de la penumbra


El autor traza un mapeo del a “luminosa” literatura de un autor que se apagó prematuramente.

 
"El hueso de la memoria", cuadro de Edgar Arandia.
Juan Pablo Piñeiro

Hace 30 años falleció uno de los mayores cuentistas de la literatura boliviana, René Bascopé Aspiazu. Bascopé también escribió novelas y poesías. Estudió Ingeniería. Dictó clases de matemáticas y física en un colegio, y fue director del legendario semanario Aquí después de que su antecesor, Luis Espinal, fuera masacrado por la dictadura de García Meza.
Bascopé murió joven, muy joven. Tenía 33 años y nos dejó anclados por siempre en el auspicioso presentimiento de su futura obra. Parecía que le faltaba mucho por contar. Cuando muere alguien que todavía puede maravillarnos con su literatura, es como si desaparecieran de nuestra biblioteca futura entrañables libros que nunca leeremos.
Lo que queda es otra cosa, queda el misterio. Queda la pregunta. Queda el inicio de una obra que no ha sido acabada porque aquel que conoce sus secretos ha desaparecido del mundo.
La literatura de Bascopé es una literatura paceña y no porque haya escrito los libros aquí, sino porque su narrativa se inscribe en la tradición de mirar el mundo reflejado en una ciudad, en esta ciudad. Bascopé la mira desde uno de sus recintos ocultos, el conventillo.
En La Paz los conventillos han desaparecido o están agonizando. Hace 30 años, cuando Bascopé dejó de escribir, los conventillos todavía refugiaban en su interior a los personajes más fascinantes de la ciudad, sus verdaderos habitantes.
Ejerciendo el derecho que tengo como lector, yo imaginaba al Garaje Romero como el escenario de la obra del cuentista paceño. Y al Garaje Romero, cuando desapareció, me lo imaginé como un elefante cargado de misterio que agonizaba atorado en medio de las nuevas avenidas de la ciudad. Muriendo en él el mundo que recreó la obra de Bascopé.
La tumba Infecunda, la novela con la que ganó el premio Erich Guttentag, comienza con un rasgo que cruza toda su literatura, la premonición: el mayor Constantino Belmonte, ya retirado, sale de su casa y tropieza con un animal muerto.
Este fatal augurio inaugura el destino de este personaje que rememora su vida mientras consigue una tumba para sus huesos. Es una novela corta, muy bien escrita y que posee rasgos que la diferencian de muchas novelas de su época. La tumba se convierte en un espacio metafísico desde donde se puede adivinar el mundo al igual que desde el vientre. Desde esa oscuridad, el mayor Constantino Belmonte, trata de iluminar el recorrido de su vida. Como en toda la obra de Bascopé, la luz y la oscuridad se entrelazan en claroscuros, y quizás ese es el mayor signo de su literatura.
Cuando leí la primera vez el cuento La noche de los turcos no estaba listo para entender todo lo que sucede en la historia. Incluso, como lo leí tan joven, me interesó más la aparición de aquella mancha en el techo donde el personaje mira la cara de la futura fallecida que todos los vejámenes sexuales que se producían en la cama aledaña.
Quizás esa fue la mejor forma de leer a Bascopé, siendo un adolescente. Ya que en sus mejores cuentos, por lo menos los que más me gustan, el personaje principal siempre es un niño o un adolescente. Como ejemplo podemos citar La ventana, Ángela desde su propia oscuridad o la misma La noche de los turcos.
En todos los casos el personaje es un niño o recientemente ha dejado de ser un niño como el joven de La ventana que sale con el abrigo de su abuelo para cumplir el encargo de su madre de entregar una carta a una anciana.
El abrigo le queda largo y por eso el personaje es difícil de definir. Se podría decir que esos intersticios indefinidos de la realidad son los que provocan la aparición de otra dimensión, una dimensión mistérica que irrumpe en el mundo desolado que describe Bascopé.
En Ángela desde su propia oscuridad, el personaje ve el rostro de la niña también en una mancha del techo. La literatura de Bascopé transforma esas manchas en el indicio premonitorio, ya no de lo que puede pasar en el futuro, sino más bien de la existencia de otro orden que rige las cosas. El escenario es un conventillo, pero también es la ciudad de La Paz.
Es sorprendente el manejo narrativo de la luz en los cuentos de Bascopé, en verdad deberíamos hablar de la iluminación. Los escenarios que construye están tramados por la tensión entre la luz y la oscuridad, y esta tensión genera la penumbra, la niebla, que es en donde se abren las puertas a otros recintos de la realidad.
En uno de los párrafos de La ventana está escrito lo siguiente: “Todas las casas de mi calle desprendían una luz mortecina, quizá porque su destino de barrio pobre sólo le permitía utilizar los residuos de la electricidad de la ciudad, o porque los vidrios estaban cubiertos por costras de suciedad cuando no eran reemplazados por cartones o nylons. En cambio hacia adelante, quizá a diez pasos del sauce, empezaba la luminosidad diáfana de dos hileras de postes metálicos, de cuyos extremos inclinados servilmente brotaban rayos de neón al pavimento negro, mojado y brillante”.
El personaje proviene de un lugar oscuro de la ciudad y andando unos cuantos pasos la iluminación cambia y él llega a entregar la carta. La Paz es eso, una cadena de luz y oscuridad que se continúa. Es el efecto de la luz en la ventana el que provoca la ensoñación del personaje. Él solamente ve la silueta de la mujer amada, apoyada en la ventana. Esa mujer, esa sombra, es como la ficción.
Bascopé trabaja la iluminación en sus cuentos para granjearse espacios indefinidos y nebulosos. En La ventana, las ilusiones del adolescente se destrozan cuando descubre que su mujer amada no es más que un maniquí. Un maniquí que por el efecto de la luz se ha transformado en otra cosa.
Así también descubrimos que Ángela, en Ángela desde su propia oscuridad, solo se hace visible para el niño que se esconde en un rincón del conventillo cuando este utiliza las lagañas de su perro. En la literatura de Báscope conviven una cruda realidad social con una imponente dimensión mágica.

Esa es La Paz de Bascopé, la ciudad de la penumbra, la ciudad que perdió a uno de sus mejores escritores cuando este todavía era muy joven. 

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