La ciudad de la penumbra
El autor traza un mapeo del a “luminosa” literatura de un autor que se apagó prematuramente.
Juan
Pablo Piñeiro
Hace
30 años falleció uno de los mayores cuentistas de la literatura boliviana, René
Bascopé Aspiazu. Bascopé también escribió novelas y poesías. Estudió
Ingeniería. Dictó clases de matemáticas y física en un colegio, y fue director
del legendario semanario Aquí después de que su antecesor, Luis Espinal, fuera
masacrado por la dictadura de García Meza.
Bascopé
murió joven, muy joven. Tenía 33 años y nos dejó anclados por siempre en el
auspicioso presentimiento de su futura obra. Parecía que le faltaba mucho por
contar. Cuando muere alguien que todavía puede maravillarnos con su literatura,
es como si desaparecieran de nuestra biblioteca futura entrañables libros que
nunca leeremos.
Lo
que queda es otra cosa, queda el misterio. Queda la pregunta. Queda el inicio
de una obra que no ha sido acabada porque aquel que conoce sus secretos ha
desaparecido del mundo.
La
literatura de Bascopé es una literatura paceña y no porque haya escrito los
libros aquí, sino porque su narrativa se inscribe en la tradición de mirar el
mundo reflejado en una ciudad, en esta ciudad. Bascopé la mira desde uno de sus
recintos ocultos, el conventillo.
En
La Paz los conventillos han desaparecido o están agonizando. Hace 30 años,
cuando Bascopé dejó de escribir, los conventillos todavía refugiaban en su
interior a los personajes más fascinantes de la ciudad, sus verdaderos
habitantes.
Ejerciendo
el derecho que tengo como lector, yo imaginaba al Garaje Romero como el
escenario de la obra del cuentista paceño. Y al Garaje Romero, cuando
desapareció, me lo imaginé como un elefante cargado de misterio que agonizaba
atorado en medio de las nuevas avenidas de la ciudad. Muriendo en él el mundo
que recreó la obra de Bascopé.
La tumba Infecunda, la novela con
la que ganó el premio Erich Guttentag, comienza con un rasgo que cruza toda su
literatura, la premonición: el mayor Constantino Belmonte, ya retirado, sale de
su casa y tropieza con un animal muerto.
Este
fatal augurio inaugura el destino de este personaje que rememora su vida
mientras consigue una tumba para sus huesos. Es una novela corta, muy bien
escrita y que posee rasgos que la diferencian de muchas novelas de su época. La
tumba se convierte en un espacio metafísico desde donde se puede adivinar el
mundo al igual que desde el vientre. Desde esa oscuridad, el mayor Constantino
Belmonte, trata de iluminar el recorrido de su vida. Como en toda la obra de Bascopé,
la luz y la oscuridad se entrelazan en claroscuros, y quizás ese es el mayor
signo de su literatura.
Cuando
leí la primera vez el cuento La noche de
los turcos no estaba listo para entender todo lo que sucede en la historia.
Incluso, como lo leí tan joven, me interesó más la aparición de aquella mancha
en el techo donde el personaje mira la cara de la futura fallecida que todos
los vejámenes sexuales que se producían en la cama aledaña.
Quizás
esa fue la mejor forma de leer a Bascopé, siendo un adolescente. Ya que en sus
mejores cuentos, por lo menos los que más me gustan, el personaje principal
siempre es un niño o un adolescente. Como ejemplo podemos citar La ventana, Ángela desde su propia oscuridad
o la misma La noche de los turcos.
En
todos los casos el personaje es un niño o recientemente ha dejado de ser un
niño como el joven de La ventana que
sale con el abrigo de su abuelo para cumplir el encargo de su madre de entregar
una carta a una anciana.
El
abrigo le queda largo y por eso el personaje es difícil de definir. Se podría
decir que esos intersticios indefinidos de la realidad son los que provocan la
aparición de otra dimensión, una dimensión mistérica que irrumpe en el mundo
desolado que describe Bascopé.
En
Ángela desde su propia oscuridad, el
personaje ve el rostro de la niña también en una mancha del techo. La
literatura de Bascopé transforma esas manchas en el indicio premonitorio, ya no
de lo que puede pasar en el futuro, sino más bien de la existencia de otro
orden que rige las cosas. El escenario es un conventillo, pero también es la
ciudad de La Paz.
Es
sorprendente el manejo narrativo de la luz en los cuentos de Bascopé, en verdad
deberíamos hablar de la iluminación. Los escenarios que construye están
tramados por la tensión entre la luz y la oscuridad, y esta tensión genera la
penumbra, la niebla, que es en donde se abren las puertas a otros recintos de
la realidad.
En
uno de los párrafos de La ventana
está escrito lo siguiente: “Todas las casas de mi calle desprendían una luz
mortecina, quizá porque su destino de barrio pobre sólo le permitía utilizar
los residuos de la electricidad de la ciudad, o porque los vidrios estaban
cubiertos por costras de suciedad cuando no eran reemplazados por cartones o
nylons. En cambio hacia adelante, quizá a diez pasos del sauce, empezaba la
luminosidad diáfana de dos hileras de postes metálicos, de cuyos extremos
inclinados servilmente brotaban rayos de neón al pavimento negro, mojado y
brillante”.
El
personaje proviene de un lugar oscuro de la ciudad y andando unos cuantos pasos
la iluminación cambia y él llega a entregar la carta. La Paz es eso, una cadena
de luz y oscuridad que se continúa. Es el efecto de la luz en la ventana el que
provoca la ensoñación del personaje. Él solamente ve la silueta de la mujer
amada, apoyada en la ventana. Esa mujer, esa sombra, es como la ficción.
Bascopé
trabaja la iluminación en sus cuentos para granjearse espacios indefinidos y
nebulosos. En La ventana, las
ilusiones del adolescente se destrozan cuando descubre que su mujer amada no es
más que un maniquí. Un maniquí que por el efecto de la luz se ha transformado
en otra cosa.
Así
también descubrimos que Ángela, en Ángela
desde su propia oscuridad, solo se hace visible para el niño que se esconde
en un rincón del conventillo cuando este utiliza las lagañas de su perro. En la
literatura de Báscope conviven una cruda realidad social con una imponente
dimensión mágica.
Esa
es La Paz de Bascopé, la ciudad de la penumbra, la ciudad que perdió a uno de
sus mejores escritores cuando este todavía era muy joven.
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