La Casa de la Cultura de Sucre
Un preocupante diagnóstico de la
realidad de las artes plásticas en la capital.
Roberto
Querejazu Leytón
El
pasado viernes 4 de julio, estando en Sucre, pasé por la Casa de la Cultura
para ver lo que se exhibía en su galería de arte.
No
está demás decir que esta entidad funciona en una bella casona de fines del
siglo XIX, ubicada en la calle Argentina, frente al Palacio de Gobierno de la
Gobernación de Chuquisaca.
Esta
casona ha sido sede de los festivales internacionales de cultura y numerosos
eventos y exposiciones de importancia. Tiene entre sus instalaciones una
galería de arte a la que se accede desde el zaguán de ingreso y que tiene
puertas y ventanas a la mencionada calle.
Por
muchos años el Gobierno Municipal de la ciudad administraba la galería
directamente. Sin embargo, en años recientes, dada la ausencia de políticas
culturales públicas adecuadas y la falta de interés por la formación y la
promoción de los artistas locales por parte del municipio, la sala fue
entregada en administración a la filial departamental de la Asociación Boliviana
de Artistas Plásticos (ABAP).
La
exposición era colectiva. Había pinturas al óleo, acuarelas, dibujos con
sanguínea y carbón, objetos en madera con la pretensión de esculturas, y obras
que aparentaban ser ya sea instalaciones u objetos de arte con material
reciclado a modo de escultura transdisciplinaria.
Las
pinturas, salvo alguna relativamente bien realizada al óleo, no tenían ni las
características técnicas ni de contenido para llamar la atención; eran como
repeticiones e imitaciones cansadas de lo que Jorge o Gil Imaná, Solón, Ortega
u Ostria hacían en la década de 1940.
Los
improvisados objetos escultóricos eran ya agotadas repeticiones de zampoñeros con
aspectos de monolitos tiwanakotas y remedos de “ars póvera”. En resumen, un
grupo de obras tradicionalistas y folklorizadas, carentes de calidad y de
contenido, que plantean la interrogante sobre si son arte, y que ponen en
evidencia la pobreza de lenguaje y la ausencia de diálogo y de ideas con que se
realiza el arte en la ciudad actualmente.
Esta
constatación tanto duele como llama la atención en una ciudad con tan rica
tradición artística y cultural como Sucre.
En
esta urbe, bajo el patrocinio y tutela del Ateneo de Bellas Artes, y por
iniciativa personal de don Zacarías Benavides, se fundó en 1939 la Academia de
Bellas Artes que llevó su nombre y que funcionó durante diez años en locales
alquilados; después, a iniciativa de la familia del fundador, se trasladó a la
Casa del “Gran Poder” destinada a ser compartida entre un museo, el Museo
Charcas, y la Academia.
Durante
los primeros años de su existencia, esta Academia dependió del Ateneo de Sucre.
En 1950, por iniciativa del entonces rector, don Guillermo Francovich, pasó a
depender de la Universidad Mayor Real y Pontificia de San Francisco Xavier de
Chuquisaca.
Fueron
profesores en esta Academia numerosos artistas, entre ellos, los más relevantes
del arte en el país, como: Luis Bayá, Juan Rimça, Luis Wallpher Bermeo, Jorge
Urioste Arana, Nanet Zamora, Josefina Reynolds, Enrique Valda del Castillo,
Wálter Samden, Víctor Chvatal, Alejandro Ortega, Néstor Villanueva.
Estos
maestros marcaron la impronta del arte en el país durante todo el segundo
tercio del siglo XX. Ellos, además, hicieron cultura junto con otros
intelectuales como el propio Francovich, y los que conformaron el grupo
“Anteo”.
Entre
los artistas y profesionales que se formaron en esa Academia figuran: Gil Imaná
Garrón, su hermano Jorge, Lorgio Vaca, José Ostria, Mario Eloy Vargas, Juan
Ortega Leyton, Wálter Solón Romero, Jorge Urioste, Enrique Valda, Josefina
Reynolds, Nanet Zamora, José Ramírez, Delfina Arana, Luis Aguilar, Elsa Arana
Freyre, Jorge Barriga, Antonio Bustillos, Víctor Bustillos, Rolando Chavarría,
Domingo Parada, Roberto Prudencio, Corina Urioste de Urioste, Reynaldo Urioste
Fernández de Córdova, Néstor Villanueva y muchos otros, entre los que me
incluyo.
La
Academia funcionó sin interrupciones desde 1939 hasta 1971, cuando las
universidades del país fueron cerradas por casi dos años, por la intervención
del gobierno militar de Hugo Banzer que creo el Consejo Nacional de Educación
Superior (CNES), entidad que pretendió racionalizar, modernizar y optimizar la
enseñanza universitaria.
En
el CNES, en ese entonces se consideró que para Bolivia era suficiente con una carrera
universitaria para las artes, la de la UMSA, creada en 1960, que existía
paralelamente a la Academia Nacional de Bellas Artes “Hernando Siles”.
Recuerdo
que hablé sobre lo inapropiado del cierre de la Academia de Sucre con las
entonces autoridades del CNES. Por supuesto, nadie me hizo caso. Este ente,
tras la reapertura de las universidades bajo ese régimen, dejó definitivamente
cerrada la Academia de Bellas Artes de Sucre.
Cuando
años después, dentro del mismo régimen de Banzer, se recuperó la autonomía universitaria,
las cosas no volvieron a como estaban antes de 1971. La escuela de Sucre
funcionó un año más, ya tan sólo como cursos libres de arte, dependientes de
Extensión Universitaria de la Universidad Xavierana, para finalmente desaparecer.
La
Universidad chuquisaqueña no reinstauró la carrera de Bellas Artes ni la
Academia como institución. De hecho, en la ciudad hubo un debate sobre si se
debería priorizar la especialidad de artes plásticas en la Normal “Antonio José
de Sucre” o reabrir la Academia; como si se tratase de dos entidades que hacían
lo mismo. La Academia formaba artistas y creadores, la Normal formaba
profesores de escuela; como si las normales hubiesen producido alguna vez
creadores y artistas.
El
hecho final es que nadie en Sucre reclamó o trabajó por la reapertura de la
Academia y la Carrera de Artes. Una ciudad con tanta tradición, con fama de
“culta”, se quedó sin la carrera para formar artistas. Mientras tanto, otras
capitales departamentales ponían empeño en sus escuelas de arte, incluso con la
instauración y convocatoria de salones de arte, como de La Paz, Cochabamba y
Santa Cruz de la Sierra, ciudad esta última que tiene varias escuelas de arte,
o más recientemente, El Alto.
Como
demuestra la exposición que comento, los resultados de la ausencia de la
Academia son tristemente evidentes para Sucre y sus artistas.
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