René Bascopé, cuando la muerte venga a recordarnos
El próximo domingo 27 se cumplirán 30 años de la temprana desaparición del autor de La tumba infecunda. En estos párrafos nos centramos en sus intereses, obsesiones y características a la hora de escribir, y en tratar de describirlo-conocerlo en voz de sus amigos y colegas de las letras.
Jaime Nisttahuz, René Bascopé, Marcelo Quiroga Santa Cruz y Ángel Bascopé. |
Martín Zelaya Sánchez
Chaupi punchaypi
tutayarka decía Carlos Medinaceli. A mediodía anochece. El escritor chuquisaqueño
se refería a cómo tantas jóvenes promesas de la intelectualidad y la cultura en
Bolivia dejaban (¿dejan?) extinguir su talento y brillo en la desidia y la vacilación.
Pero esta metáfora bien puede trasladarse también al extraño
sino -como fue el del propio Medinaceli- de no pocos literatos y artistas
nacionales cuya temprana muerte los privó de la trascendencia.
Eso le pasó a René Bascopé Aspiazu, el Basco, cuentista -ante
todo-, novelista y poeta paceño que falleció a los 33 años el 27 de julio de
1984.
Si de describir las búsquedas e intereses del autor de La noche de los turcos se trata, surgen
de inmediato tres palabras: ciudad (La Paz), muerte y marginalidad. Y como
trasfondo, o más bien, como esencia tácita y transversal, la sociedad, la
condición humana… y claro, pues además de hombre de letras, era un político de
cepa.
Al cumplirse 30 años de su partida, proponemos algunas
reflexiones, recuerdos, semblanzas y lecturas de René Bascopé Aspiazu.
La ciudad
Para seguir con la consigna del autor de La Chaskañawi, Chaupi punchaypi tutayarka, la oscuridad se ciñó temprano también
para otros autores como Guillermo Bedregal (20 años) o Edmundo Camargo (28
años), con quienes -valga la coincidencia- Bascopé fue y es emparentado
temática y ontológicamente: con ambos por la muerte como obsesión literaria;
con Bedregal, además, por La Paz como escenario y espectro omnipresente.
La Paz de los cuentos del Basco:
“Otra vez la llovizna. La calle se le antojaba un laberinto
de baldosas mojadas y de puertas ocultas”. (Una
visión).
“Yo pasaba esa madrugada húmeda por la calle semicolonial
agotando con mis pasos la vereda áspera, cuando incrustado en la penumbra de un
gran portón, lo vi”. (El portón).
“Cuando llegamos al quinto patio, la visión de los cuartos
donde había vivido (estaban en la planta alta) me produjo un intenso miedo. La
puerta estaba cerrada y se comunicaba con el patio empedrado mediante unas
escaleras anchas de madera gastada”. (Niebla y retorno).
La Paz en su no ficción:
“Esta ciudad que le da las espaldas a su cielo azul y
sustancialmente infecundo se sumerge en sus inmensos y mágicos suburbios para
defenderse de la agresividad corrosiva del hormigón armado y del neón, como un
Prometeo hundiendo la roca a la que fue encadenado”.
“(…) La Paz subyace en las contradicciones de sus hombres,
agoniza arrodillada más allá de los líricos y sus instituciones. Sus primeras y
últimas luces se encienden y es inevitable que una absurda y vaga tristeza lo
invada a uno, más aún cuando ha escampado”. (Para una ciudad y sus cementerios).
Escribe Rodolfo Ortiz en la nota introductoria a Las cuatro estaciones: “este poemario se
escribió a mediados de los setenta, cuando Guillermo Bedregal acababa de
escribir Ciudad desde la altura en
1974 y un año antes Jaime Saenz Recorrer
esta distancia. Creo que no es arriesgado decir que en todos los casos la
ciudad aparece como una presencia medular e inevitable, iniciática”.
Lo marginal
El literato Omar Rocha, miembro del equipo editorial de la
revista La Mariposa Mundial (que
editó los Cuentos completos y el
poemario Las cuatro estaciones, y
está a punto de lanzar la reedición de la novela La tumba infecunda, es uno de los que más y mejor estudió la
narrativa de Bascopé.
Escribe Rocha: “Los personajes de Bascopé Aspiazu son
habitantes de un tercer, cuarto y quinto patios, viven atisbando, escuchando,
inventando, (des)conociendo misterios, creando santos, santiguándose, purgando
culpas, viven del gemido y el rumor de los demás”.
“Bascopé Aspiazu transcurre por las orillas, por los fantasmas
de la propia ciudad: artilleros, aparapitas y locos, ellos saben que no hay
pasión ni libertad sin estar en la miseria, al borde de la muerte, en el
basural”.
“Nunca antes, hasta el día en que el hijo del portero de la
casa tragó veneno para matarse por Yolanda, me di cuenta de que la habitación
estaba ocupada por dos viejas y una muchacha alta y pálida llamada Ángela”. (Ángela desde su propia oscuridad).
“A eso de las siete de la mañana, Arminda despertó porque
sintió un frío intenso, que le acalambraba los pies. Poco a poco recordó que
toda la noche había pasado entre el sueño y la vigilia, cuidando a su marido
que se moría con una pulmonía atroz. En ese instante una tos explosiva la
sobresaltó y la hizo correr hacia la habitación contigua, donde Zacarías
golpeaba desesperadamente con las palmas de las manos las frazadas que lo
cubrían”. (Verano comienza fúnebre)
“Lo marginal -sostiene Javier Sanjinés en Literatura contemporánea y grotesco social
en Bolivia- se hace centro con un grotesco jubiloso que requiere mayor
teorización y explicación tanto en la literatura como en otras expresiones
artísticas. ¿Será una renovada visión de lo grotesco la que ligue al Felipe Delgado de Jaime Saenz con
novelas como El run run de la calavera
de Ramón Rocha Monroy, y La tumba
infecunda del prematuramente desaparecido René Bascopé Aspiazu?
La muerte
“Cuando la muerte venga a recordarnos / que es un segundo el
irse, casi un verso, / habremos de cerrar todas las puertas / y ocultar a
tiempo nuestro espanto”, escribe y canta Óscar García.
¿Por qué la parca marca? ¿Por qué tantos autores paceños de generaciones
sucedáneas la piensan, la desmenuzan, la tienen tan presente? Saenz, el que
más, pero también Borda, Bedregal, y los mismos Adolfo Cárdenas con sus cuentos
sobre aparecidos y Edgar Arandia con su universo de las Ñatitas.
Y Bascopé no desentona. En 1978, en el número doble 8 y 9 de
la revista Hipótesis, Luis “Cachín”
Antezana reseña, en su artículo “Algunos libros de los más jóvenes”, el primer
libro de Bascopé, titulado Primer
fragmento de noche y otros cuentos y que en 1977 obtuvo el Premio Franz
Tamayo.
“Los demonios de Bascopé, son demonios harto oscuros (…) su
libro parece una colección de pesadillas sociales… El demonio dominante es la
muerte”, escribe Cachín.
Cuando en 2007 la revista La Mariposa Mundial publicó el poemario Las cuatro estaciones, que Bascopé
dejó inédito en vida, Virginia Ayllón
comentó: “si algo debo decir sobre este poemario es que su voluntad de palabra
es una marca del deseo de silencio, prefigurado como sendero de muerte. De ahí
que la genealogía de Bascopé, más que nombres (antes lo relaciona con Saenz,
Bedregal y Camargo) tendrá intenciones, designios y, cómo no, iluminaciones”.
El escritor, el
hombre, el político
Jaime Nistthauz, Manuel Vargas y
Edgar Arandia, con quienes René creó y dirigió la revista Trasluz; Adolfo Cárdenas, Homero Carvalho y Ramón Rocha Monroy, con
los que compartió noches de tertulia, y -en los dos últimos casos- militancia y
exilio, dan su testimonio, en estas y otras páginas de este número especial de
LetraSiete.
Le preguntamos a Adolfo Cárdenas:
- Quisiera que en tus
propias palabras describas brevemente tanto al René, hombre, persona, amigo,
como al René escritor, intelectual.
- Según varias opiniones, el tiempo de Bascopé fue muy
corto, tanto que no le alcanzó para plantear una obra más madura, sin embargo,
los escenarios que había escogido para el desarrollo de su narrativa (saenzianos
obviamente) dan la pauta de que en algún momento se iba a plantear una cámara
de eco de Felipe Delgado.
Su novela La tumba
infecunda prefiguraría más o menos aquello, dándose sin embargo por
entendido que dicha novela es un gran trabajo que se ha hecho en términos de
literatura contemporánea.
En cuanto al Bascopé como ser humano y como político, era un
hombre limpio y firme en sus convicciones, con una ética periodística bastante
relevante; un tanto parco en torno a la charla cotidiana, lo que de alguna
manera suponía una persona seria a quien, aparentemente, le gustaba más
escuchar que hablar.
Y a Edgar Arandia:
- ¿Qué recuerdas de
René?
- Era una persona de una inteligencia excepcional, pero
sobre todo, un amigo a toda prueba, valiente, solidario. Me acuerdo que durante
un tiempo yo andaba muy mal económicamente y el me llamaba para que colabore en
el semanario Aquí con dibujos e ilustraciones; no pagaban a nadie en el diario,
pero él me daba plata de su bolsillo.
Por lo demás, pocos saben que tocaba guitarra, le salían
bien las rancheras… y claro, era el más politizado del grupo de escritores y
artistas. Fue militante primero del PCB y luego del PS-1, con Marcelo Quiroga
Santa Cruz.
Como escritor, como todos saben, tenía un gran talento, no
sólo para sus ficciones, también para diseñar, analizar y criticar estructuras
narrativas y otros aspectos literarios.
Teníamos un mundo en común… ambos vivimos en conventillos y
él los supo reflejar como nadie. Me acuerdo que yo le conté la historia que da
argumento al cuento La pasión de Cirilo…
y me lo dedicó en su primera edición.
“Cómo agarramos las ganas de pegarle un tiro al tiempo”,
escribió René en una carta de despedida escrita a sus amigos más cercanos, ante
la inminencia del exilio en 1980. Cuatro años más tarde, un tiro -perdido en el
viento- acabó con su vida.
Anocheció más temprano de lo debido, y ahora la muerte viene
a recordárnoslo.
De negro y con el
libro bajo el brazo
Homero Carvalho Oliva
Conocí a René Bascopé a fines de los años 70, cuando yo
andaba con los poetas Julio Barriga, Jorge Campero, Fernando Rosso, Humberto
Quino y el narrador Adolfo Cárdenas. René era parte del grupo literario
Trasluz, integrado por Jaime Nisttahuz, Félix Salazar, Manuel Vargas y Edgar
Arandia, que publicaba una revista con ese nombre.
Era los años de una feroz bohemia y nuestro templo era El Averno,
un antro que se encontraba en el desaparecido callejón Caracoles en el que servían
uno infames quemapechos con los que tratábamos de calentarnos en las frías
noches paceñas mientras hablábamos de literatura y organizábamos revistas que
tardaban varios meses en salir y, a veces, no pasaban del primer número.
René era un tipo callado, siempre vestía un impermeable
negro y llevaba un libro bajo el brazo. Era marxista ortodoxo, pero estaba al
tanto de la literatura latinoamericana y europea. En sus cuentos está la ciudad
de La Paz de los conventillos, de las casas de varios patios y muchos cuartos;
la ciudad de los cholos o de una clase proletaria que intenta salir adelante.
Sus personajes son marginales y sus temas frecuentan la
soledad y desarraigo, una tendencia que años más tarde Javier Sanjinés calificó
como del grotesco social, en la que la ciudad es sitio de desencuentros, antes
que de encuentros.
Recuerdo en especial La
noche los turcos, La ventana, Ángela desde su propia oscuridad entre otros
cuentos. Sin duda alguna murió muy joven, a los 33 años ya tenía muchos premios
y libros publicados; además de dirigir el ya mítico semanario Aquí, después del
asesinato de Luis Espinal.
Fue un gran escritor de la llamada “generación de la
resistencia”, aquella que escribió en las dictaduras. Un gran escritor con una
obra inconclusa.
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Hoja de vida
Origen y formación Nació el 3 de octubre de 1951 en La Paz.
Empezó a escribir poesía a los 12 años. Estudió ingeniería en la UMSA.
Inicios En 1970 escribió su primer cuento y en 1972 publicó
su primer texto en el suplemento literario del periódico Presencia. Durante
toda esa década colaboró frecuentemente con diversos diarios y revistas de La
Paz. Fundó la revista Trasluz
Trabajos Se desempeñó como profesor de matemáticas, física y
química en diferentes colegios y como docente de filosofía en la UMSA. Trabajó
como reportero en las radios Cruz del sur, Agustín Aspiazu y como director del
semanario Aquí.
Publicaciones Primer fragmento de noche y otros cuentos
(1978), La veta blanca: coca y cocaína en Bolivia (1982), La noche de los
turcos (1983), La tumba infecunda (1985), Niebla y retorno (1988), Los rostros
de la oscuridad (1988), Las cuatro estaciones (2007).
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