Tras la huella de un viajero
Un repaso a Dominios inventados, el más reciente libro de ensayos del peruano-boliviano-español Diego Valverde Villena.
Antonio
Vera Jordán
Poeta
de tres patrias, traductor de cinco lenguas, Diego Valverde Villena ha apostado
por la escritura poética como una forma de exacerbar su destino viajero y
extraterritorial.
Desde
su primer libro, El difícil ejercicio del
olvido, publicado en La Paz en 1997, Valverde deja en claro que, en su caso,
escritura y viaje están marcados por el mismo signo: la persistente
constatación de que no es el puerto sino la ruta lo que importa. Como en el
poema de Kavafis, el poeta parece invocar peligros y pedir que su viaje no sea
corto. No porque no anhele llegar, sino por evitar detenerse, por no privarse
del mundo.
Valverde
Villena, en su incesante recorrido, ha llegado varias veces a Bolivia y en cada
ocasión ha publicado un libro: el poemario citado antes, en 1997; otro libro de
poesía, Un segundo de vacilación y
una colección de ensayos sobre Alvaro Mutis, en 2011, y finalmente el libro del
que nos ocupamos ahora: Dominios
inventados, editado en setiembre de 2013 por Plural.
Dominios inventados es un libro que
en sus siete ensayos y 58 páginas, propone también un recorrido intenso y
variado, pero en esta ocasión el viajero no es un poeta sino un lector que
“intenta aventurar un bosquejo de mapa de los dominios de algunos escritores”.
De
ahí que este breve pero variadísimo libro en el que el autor visita a Borges, a
Gonzalo Rojas, a E.T.A. Hoffman, a Eric Rohmer, a Guiseppe Tomaso de Lampedusa,
entre otros, tenga un poderoso hilo conductor, más sólido que algunos de los
temas que aparecen recurrentemente: me refiero a la ética de lector que se configura,
sin énfasis, sin declaraciones explícitas y solemnes, desde el prólogo hasta el
ensayo que cierra el libro.
Como
quien le sigue los pasos a un viajero, Dominios
inventados permite generosamente aproximarnos al minucioso y trabajado
oficio de lector en ese su moroso trazado de una cartografía imaginaria.
Si
en los ensayos uno de los temas recurrentes es el de la borrosa frontera entre
realidad y ficción, el lector que configura este libro aspira a darle al mundo
las coordenadas de la ficción. Así, no hay teorías, no hay historiografía
literaria, no hay categorías filosóficas que se impongan sobre la ficción sino
todo lo contrario: son las coordenadas de la ficción las que configuran el
mundo, las que lo redibujan para convertirlo en un lugar más verosímil, aunque
menos verdadero.
En
el primer ensayo el punto de partida es la narrativa de Jorge Luis Borges,
específicamente ese famoso cuento en el que se relata la historia de un grupo
de hombres que inventa un mundo ficcional que termina imponiéndose y
sobrepasando al mundo real: Tlön, Uqbar,
Orbis Tertius.
A
partir de ese texto, Diego Valverde propone demostrar cómo esa ficción no es
sólo producto de una elaboración fantástica sino que se constata en los
múltiples pasajes que cotidianamente comunican ficción y realidad, hasta crear
la certeza de que se trata de un territorio precaria o falsamente dividido. Y
en ese intento, convoca a Comala, a La
rosa púrpura del Cairo (el filme de Woody Allen), a la literaria vida de
Xul Solar.
Algo
similar ocurre en el magistral ensayo sobre El
hombre de la arena de Hoffman, en el que Valverde nos permite acceder,
gracias a su efervescente erudición, a las claves de época del relato, a los
símbolos que pone en juego, pero también a un diálogo con Blade Runner (el filme de Ridley Scott, basado en el relato de
Phillip Dick) que potencia tremendamente el carácter perturbador del texto de
Hoffman.
Así,
ese lector que traza con tanta libertad su itinerario nos hace pensar en la
figura de ese indomable navegante que Ricardo Jaimes Freyre invoca en un poema
plagado de furor y vitalidad, titulado El
camino de los cisnes: “Crespas olas que la quilla despedaza / bajo el rayo
de los ojos del guerrero / que ilumina las entrañas palpitantes / del camino de
los Cisnes para el Rey de Mar abierto”.
El
último ensayo está dedicado a Guiseppe Tomasso di Lampedusa, autor de El gatopardo, quien llevaba en el escudo
de armas familiar un leopardo rampante. A partir de esa imagen, Valverde
inventa la genealogía de un felino que es la pantera de Dionisos, los leopardos
de Rilke y el sol jaguar de los aztecas.
Y
también habla de la confluencia de dos placeres: el de devorar y el de leer,
presente en personajes de Lampedusa pero también en su propia experiencia como
lector (pues siempre salía a recorrer las calles con su bolsa llena de libros y
manjares), de manera que estamos ante “una doble gula, de libros y de comida.
Libros y comida que comparten ese acercamiento directo y sensual, carnal y
palpitante”.
Como
en sus clases de literatura, Diego Valverde nos invoca en estas páginas a
desarrollar ese palpitante apetito que no conoce modales ni mesura. Buen
provecho.
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