Las murallas de Cavafis
El afuera, el adentro, el centro y la luz en la poética del vate alejandrino.
Virginia
Ayllón
Sin
miramiento, sin piedad, sin pudor / grandes y altas murallas en torno mío
levantaron. / Y ahora estoy aquí sin esperanza. / No pienso sino que este
destino devora mi razón; / porque fuera, mucho tenía yo que hacer. / ¿Por qué,
ay, no reparé cuando iban levantando la muralla? / Mas nunca oí el ruido ni la
voz de sus autores. /
Sin
sentirlo, fuera del mundo me cercaron.
Suele
acudirse a la poseía amatoria de Cavafis, exotizando y sobre erotizando sus hermosos versos -como los
hay pocos-, sobre el placer (más que el
amor) homosexual. Pero estos dislates quedan en eso y la poesía de Cavafis se
ha encumbrado entre las más potentes.
No
se dirigirá mi lectura a esos poemas, sino a Muralla y, a partir de este poema expondré la metáfora espacial de
“adentro y afuera”, como representación de la soledad en algunos de los poemas
de Cafavis.
Cavafis
fue descubierto para Occidente por el novelista Edward Morgan Forster quien
publicó la traducción al inglés del bello y sutil poema El dios abandona a Antonio en sus libros Historia y guía de Alejandría (1922) y Pharos y Pharillon (1923).
Este
último fue publicado por la Hogarth Press de Virginia y Leonard Woolf, misma que
publicaría en 1951 The poems of C.P.
Cavafy, primera publicación de los poemas de Cavafys en inglés. A la
revelación de Forster le siguió la muy importante Présentation critique de Constantin Cavafy, de Marguerite
Yourcenar, publicada (junto a la traducción de los poemas a cargo de Yourcenar
y Constantin Dimaras) en 1958, pero escrita entre 1939 y 1953, de acuerdo al
registro de este texto en su A beneficio
de inventario (1989).
En
este texto Yourcenar clasifica los poemas de Cavafis en los históricos, los del
destino, los del carácter, los políticos, los eróticos. Esta enumeración
desdibuja el rico análisis de Yourcenar sobre la obra del alejandrino,
destacando la ausencia del paisaje oriental, de la naturaleza, la impersonalidad
de los personajes y la ausencia de moralidad en su poesía erótica, etc. Sobre
todo cómo el verso cavafiano es histórico en sentido de tomar la historia para
exponer la tragedia humana; es decir la historia como cifra de lo personal:
Cada
poema de Cavafis es un poema conmemorativo (hay que atreverse a utilizar este
bello adjetivo); cada poema histórico o personal es al mismo tiempo un poema
gnómico; este didactismo, inesperado en un poeta de nuestro tiempo, constituye
quizá la parte más audaz de su obra.
Estamos
tan acostumbrados a ver en la cordura un residuo de extinguidas pasiones que
nos es difícil reconocer en ella la forma más dura y condensada de la pasión,
la parcela de oro nacida del fuego y no de las cenizas.
Este
poema de Cavafis, escrito en 1896 se arma en la dicotomía entre el adentro y el
afuera; pero con una jerarquización que otorga al “adentro” un sentido
positivo, frente a un “afuera” rechazado.
El
afuera es, entonces un espacio de angustia y en el verso de Cavafis se asimila
al sentido de exilio, pero en sentido de castigo. El sujeto que visita el
afuera porque allí “tenía mucho que hacer”, es finalmente encerrado en ese
afuera, conformando así su trágico destino.
Establece
este poema, que las fuerzas que construyen la muralla, “los autores” -“los constructores”, en otras traducciones.
Yo tomo la versión de Bádenas en todos los casos- son fuerzas inmateriales, que
hacen su trabajo sin ruido, sin presencia palpable. Así, la tragedia organiza
la contraposición entre ser o abandonarse las convenciones. Este dilema es universal,
aquejó a los individuos del mundo bizantino y aflige a los del mundo contemporáneo.
Ahora
bien, el afuera solo existe en relación al adentro y, como se advierte en el
poema, la melancolía se instaura en el alma por la pérdida de ese adentro. Culturalmente,
el adentro se corresponde con la noción de “centro”. De acuerdo a los estudios
de Mircea Eliade, el simbolismo del centro en la historia incluye la montaña,
el árbol, el templo, el ombligo y otras.
El
centro responde a la necesidad humana de pertenencia y organización del mundo,
por ello el centro es el eje de la creación, de la revelación. Como eje, ordena
las relaciones horizontales con el entorno, y verticales con lo de arriba (lo
supremo) y lo de abajo.
Salirse
del centro o des-centrarse supone pues desorientación, desconcierto, extravío y
angustia; es ingresar al laberinto que, entre otros, significa el camino hacia
la muerte. Pero el laberinto también puede ser el pasaje a la iniciación,
siempre y cuando quien ingresa al laberinto esté dispuesto a la revelación, a
la luz. Sobre la luz, el poema Las
ventanas, de 1903 dice: “Quizá la luz sería una nueva tiranía / quién sabe qué
de nuevo nos traería”.
Lo espléndido de este poema es la conciencia de que
si la luz es una puerta en el laberinto,
alcanzarla no repone necesariamente el centro. Hay una noción de impotencia en Murallas y Las ventanas.
Por otro lado, la ciudad es el centro humano moderno
porque congrega, racionaliza el espacio, se opone al “caos” (sic!) de la
naturaleza y protege (las amuralladas ciudades antiguas). La ciudad impone la
socialización, el habla pública, el plan. La soledad es contraria a la ciudad.
Cavafis
es un poeta urbano (e histórico, como él mismo se definió), ya Yourcenar
estableció que el paisaje natural no tiene espacio en Cavafis. Pero sí, en
cambio, la calle, los bares, los prostíbulos. Es decir, es una poesía
escrupulosamente consciente de la ciudad.
En
su poema Cuanto puedas de 1913,
Cavafis asegura que la vida se envilece “en el trato desmedido con la gente/ en
el tráfago desmedido y los discursos” y que este envilecimiento se ahonda
exponiendo la vida “a la estupidez cotidiana/ de las relaciones y el comercio/
hasta volverse una extraña inoportuna”.
Así,
la vida de la ciudad traiciona la búsqueda del ser. Hay en este poema, además,
una especie de consejo de “salirse de la ciudad”, de irse afuera.
Su
poema La ciudad, el preferido por el
poeta y, sin duda y a mi gusto, uno de los más bellos de la poesía
universal, marca esta vivencia de angustiosa
soledad en la ciudad que concluye en el deseo y la imposibilidad de la huida:
“Dijiste: ‘Iré a otra tierra, iré a otro mar/ otra ciudad ha de haber mejor que
esta/ cada esfuerzo mío es una condena dictada; / y mi corazón está —como un
muerto— enterrado’”.
Pero
como bien dijo Derrida en su análisis de la tesis de lo arbitrario del signo en
su De la gramatología: el afuera es
el adentro. Así, junto a los poemas de
Cavafis en que el afuera es el espacio físico que contiene la angustia y el
exilio, también están otros en que la dicotomía se ubica en el ser mismo.
Tal
el caso de Muerte de un general
(c.1899): “Por fuera -el silencio e inmovilidad lo han cubierto/ Por dentro -podrido
está de envidia por la vida, de miedo, de lepra,/ hija de sus placeres, de
necia obstinación, de ira, de maldad”.
Es
decir el afuera también establece un otro en el mismo individuo, como en su
poema Lo oculto, de 1908: “Por cuanto
hice y por cuanto dije/ que no traten de encontrar quién era yo/ (…) algún
otro, hecho como yo,/ ciertamente surgirá y actuará libremente”, versos que
recuerdan estos otros de Borges, correspondientes a Borges y yo: “Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas
/(…) No sé cuál de los dos escribe esta página”.
Para
concluir, digamos que junto a estos poemas de desasosiego y soledad, Cavafis
también escribió otros, casi en la antípoda del sentido; los poemas de la sana resignación,
de valoración de la experiencia sobre el resultado, del viaje sobre el destino,
como su sutil poema (creo que “sutil” es el mejor adjetivo para los poemas de
Cavafis, lo tomo de Yourcenar) Ítaca,
de 1911, cuyos versos finales dicen:
Ítaca
te brindó tan hermoso viaje. / Sin ella no habrías emprendido el camino. / Pero
no tiene ya nada que darte. / Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.
/ Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia, / entenderás ya qué
significan las Ítacas.
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