Poeta en Nueva York
Reseña de Memoria de los ritos paralelos. Diario de Nueva York, 1964. La experiencia del escritor argentino Miguel Grinberg con la plana mayor de la contracultura norteamericana de los 60.
Nicolás
G. Recoaro
El 23 de febrero de 1964, el joven poeta Miguel
Grinberg (Buenos Aires, 1937) escuchó a
Los Beatles por primera vez.
Después de un periplo en tren de casi 1.900
kilómetros a través de territorio mexicano, el cruce a pie del puente sobre el río
Bravo que une Ciudad Juárez y El Paso (Texas) y un picaresco diálogo con un
oficial fronterizo estadounidense (“¿Viene caminando desde la Argentina?” “Si
se queda sin dinero, ¿sus amigos lo ayudarían?” “Do you carry a gun?”), Grinberg almorzaba plácidamente en la
terminal de ómnibus de Greyhound y repasaba mentalmente el itinerario que
terminaría en Nueva York, hasta que estalló en el jukebox de la confitería la
vigorosa melodía de Please Please Me
y ya nunca nada volvió a ser igual.
“El
contacto sonoro me produjo una intensa taquicardia -recuerda Grinberg en el
prólogo del recientemente publicado Memoria
de los ritos paralelos (Caja Negra, 2014)-, allí sucedía algo que impactaba
la sensibilidad, sin filtros. Lo viví como una señal de bienvenida a un nuevo
mundo”.
Escritor, poeta, traductor, cronista pionero de
la era de oro de la Generación Beat, motor del naciente rock nacional argentino
(comandó en los años 60 las míticas revistas Eco contemporáneo y Mutantia),
compañero de andanzas y amigo de Allen Ginsberg, Lawrence Ferlinghetti, Henry
Miller, Jonas Mekas y del casi centenario Nicanor Parra, ecologista avant la lettre y, sobre todo, nómade
incansable.
Grinberg es una figura fundamental de los
últimos 50 años de contracultura latinoamericana, y a la vez fue un testigo
privilegiado del nacimiento de los hippies, del activismo contra la Guerra de
Vietnam y de la génesis de la lucha por los derechos civiles del pueblo negro
en Norteamérica.
La crónica de su experiencia iniciática en
Nueva York es recuperada en Memoria …,
el diario metafísico fechado entre mayo y julio de 1964, que compuso en clave
de prosa espontánea, tipeando en una máquina de escribir prestada durante las
bohemias cien noches que pasó en Manhattan.
Madrugadas solitarias con la banda sonora del
programa de radio Jazz Unlimited flotando
en el ambiente (Bob Dylan y Joan Báez también se colaban en el dial), derivas
en clave situacionista por el East Village, lecturas iluminadoras sobre
meditación y misticismo, la polémica con el barbudo Ginsberg sobre el rol
comprometido de los intelectuales, las fiestas y una borrachera compartida con
LeRoi Jones y el “yeah, yeah, yeah” de los cuatro
chicos de Liverpool que abrían las compuertas de un nuevo universo se hacen
presentes en el diario.
En una de sus últimas
entradas, Grinberg apunta: “Mi última visión de la ciudad
se produce tras salir del túnel del río Hudson, el sol rojizo reflejado por los
cristales del Empire State Building, adiós catapulta de polvo, fantasmagoría en
mi sangre”.
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