En memoria de René Bascopé Aspiazu
Omar Rocha Velasco
René Bascopé Aspiazu fue un escritor que luchó por la
democracia; El Basco, como lo llamaban, era una persona absolutamente comprometida con su medio social. A
finales de los 70 y principios de los 80 denunció a la dictadura, dirigió el
legendario semanario Aquí y tuvo que
vivir en el exilio porque su vida corría peligro.
Su apuesta por la literatura era un camino indirecto
relacionado con sus ideas, de allí sale el realismo de horror que logra en su escritura.
Su lucha política y su escritura son una muestra de cómo el “arte” fue una de
las vías más transitadas por esa generación víctima de los regímenes militares
más horrendos.
La narrativa de Bascopé se centra en la ciudad de La
Paz, esta ciudad se le impone como una exigencia de creación.
Bascopé Aspiazu cree que la posibilidad de ser “artista” implica una fusión con
la ciudad de La Paz, en otras palabras, ser artista es adscribirse y ceder a
los caprichos de la ciudad misma.
Cada cuento y cada una de sus novelas es un pequeño
capítulo de una escritura más grande. Cada capítulo es el ingreso a uno de esos
cuartos de conventillo donde sitúa su escritura; son fragmentos, escenas, de
una gran novela.
Quizá la imagen que mejor expresa este lugar está en
el cuento Niebla y retorno, cuando el
protagonista recuerda algunas palabras que le dijo su abuela: “Recién ahora
entiendo y respeto ese inadvertido acto de sabiduría: ella sabía que mis primeros
años no eran sólo ceniza”.
Las particularidades del cuento como género literario hacen
que éste sea el campo privilegiado de experimentación de nuevos modos y formas
de narrar; es la punta de lanza, el campo de experimentación y configuración de
los más diversos y ricos universos narrativos.
Sin embargo, y a pesar de ello, Bascopé desmitifica el
texto literario como espacio de búsqueda y experimentación, ofrece pequeños
relatos de la cotidianidad, explora los repliegues íntimos de la existencia
individual y grupal, hurga en las heridas sin costra de nuestra sociedad.
Los personajes de Bascopé Aspiazu son
habitantes de un tercer, cuarto y quinto patios, viven atisbando, escuchando,
inventando, (des)conociendo misterios, creando santos, santiguándose, purgando
culpas, viven del gemido y el rumor de los demás.
Bascopé Aspiazu transcurre por las
orillas, por los fantasmas de la propia ciudad: artilleros, aparapitas y locos,
ellos saben que no hay pasión ni libertad sin estar en la miseria, al borde de
la muerte, en el basural.
No son precisamente los hechos concretos
los que lastiman con más saña, sino los ambientes, las presiones constantes
contra el espíritu. Enanos, fetos, borrachos, prostitutas, muertos
espiritualmente, (in)acabados, bizarros, son los personajes que posibilitan una
opción que tiene su centro en los márgenes, en los bordes de la ciudad.
René Bascopé Aspiazu fue otro de los
escritores bolivianos que perdió la vida muy joven, fortuitamente y dejando una
incógnita sobre las posibilidades literarias que han quedado frustradas desde
su desaparición.
Persiguiendo el misterio que esta muerte
acarrea, se puede decir que una intuición rondaba en la cabeza de Bascopé casi
todo el tiempo. Cierto apuro en la vida, es un testimonio. Cierto prurito por
dar a conocer su producción, da mucho en qué pensar -no es nada casual que la
mayoría de sus libros publicados, por no decir todos menos dos, hayan sido
presentados a concursos literarios-.
Llama también la atención esa especie de
“purificación” que otorgó a sus escritos y que dio lugar a La noche de los turcos, libro en el que el propio autor seleccionó
los cuentos que consideraba más dignos de ser publicados.
Él decía, desde mucho antes del suceso
que provocó su muerte, que se iba a morir a los 33 años, y así fue.
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