Entre el poder de la palabra y los consejos bellacos
Síntesis de las propuestas de los tres autores bolivianos invitados al VIII Encuentro de Escritores Iberoamericanos.
Cinco de los seis escritores que participaron en el VIII Encuentro de Escritores Iberoamericanos, en el Palacio Portales de Cochabamba. (Fotografías: Trípode Producciones) |
Martín Zelaya Sánchez
Juan Pablo Piñeiro se mandó con un verdadero recetario sobre
cómo (cree él) debe alguien enfrentar el oficio de escritor. Claudia Peña habló
de su concepción actual de la palabra -su herramienta básica, materia prima
fundamental- y su relación con la posición de poder que hoy ocupa, y Homero
Carvalho recordó y reflexionó sobre las experiencias, sinos y designios que lo
llevaron a dedicarse a las letras.
“Si escribir es desnudarse, hablar sobre lo que uno escribe
es desnudarse doblemente”, dijo la ministra de Autonomías que, durante el VIII
Encuentro de Escritores Iberoamericanos que se efectuó entre el 2 y el 5 de
julio en Cochabamba, privilegió su otra faceta, la de novelista, cuentista y
poeta, desde la que compartió mesa y diálogos con cientos de visitantes que
coparon el salón de eventos del Palacio Portales, y con los otros cinco
invitados de este año, Piñeiro, Carvalho y los extranjeros Mario Bellatin
(México), Jorge Eduardo Benavides (Perú) y José Ovejero (España).
El poder de la
palabra
Tras la inauguración de las jornadas literarias, el
miércoles, Peña y Benavides compartieron mesa con sendas ponencias ante un
auditorio lleno y, a la distancia, ante seguidores de La Paz, Santa Cruz y
Sucre que pudieron participar de la velada mediante internet y
videoconferencia.
“Escribir para mí -dijo Peña- es una tarea de diversión,
pero no sólo para el ámbito privado, doméstico o cotidiano, sino que va más
allá y es una suerte de posición en el mundo; es decir, la escritura es un
juego de poder en el que se usa a la palabra como una conexión vital entre la
vida personal, la vida social y la vida política”.
A estas alturas, cuando hábil y sinceramente la narradora
confesó no haber tenido tiempo de preparar una ponencia escrita, su
espontaneidad y elocuencia al hablar merecieron la atenta predisposición de un
auditorio que fácilmente sobrepasaba la centena de personas.
“Para mí escribir siempre ha sido un trabajo político -enfatizó-
porque se trata de cuestionar, provocar, actuar, corregir… y ahora más que
nunca (desde la función pública) he comprendido el valor de la palabra; lo he
aprendido con el cuerpo, con la práctica”.
Como el tema que los funcionarios del Centro Pedagógico y
Cultural Simón I. Patiño, organizadores del encuentro, escogieron para este año
era la obra propia de cada autor –procesos creativos, búsquedas e intereses,
métodos y manías a la hora de escribir- resultó claro y comprensible el enfoque
escogido por Peña.
Antes de leer un breve texto de reflexión y una poesía de
corte íntimo y revelador, la autora de Que
mamá no nos vea insistió en que desde su posición de autoridad encargada de
implementar y administrar la noción de autonomía en el Estado, percibió la
valía, importancia y trascendencia del verbo, su buen empleo y aprovechamiento.
“Día a día soy partícipe de la lucha de las palabras, y me
he dado cuenta de que quien tiene argumentos, quien sabe crear, reconocer,
marcar una realidad mediante las palabras, es quien finalmente vence”.
Consejos bellacos
“Algo fundamental en mi ritual de escritura es que nadie
esté cerca. Necesito un ambiente propicio para crear a un otro para que él esté
a cargo, para que me dicte el libro”, dijo Juan Pablo Piñeiro al inicio de la
sesión del jueves, y así de entrada dejó claro por dónde iba su trabajo:
espiritualidad y arrebato, algo que marca también su obra narrativa
profundamente ligada al estilo e impronta de Jesús Urzagasti, a quien evocó y
citó más de una vez.
“Además de escritores de brújula y mapa -señaló, haciendo un
guiño a la conferencia que el día anterior brindó el peruano Jorge Benavides-
creo que hay los de antena, como yo que cuando escribo soy más espiritista que
escritor…”.
Y a continuación -no sin antes dejar de pronunciar la
palabra cabalística Manubiduyepe- leyó El
pahuichi de Yamuriniti Diojorejepe, un trabajo sustentado en 17 “consejos
bellacos” para quienes piensen en escribir y en hacerlo bien:
- Nadie te ha pedido que escribas.
- Lo que piensas no es lo que piensas, lo que ves no es lo
que ves, pero lo que es es lo que es.
- Aunque lo intentes nunca serás un west highland terrier
(detracción de los concursos literarios).
- Rodéate de gente a la que le dé flojera leerte.
- Talla en la oscuridad la humilde figura de aprendiz (frase
de Jesús Urzagasti que refiere a que antes que nada escribas para ti mismo).
- No te encariñes ni con tus muelas, ni con tus cosas ni con
nada.
- Lee en tu cuarto solo y sin que nadie te vea.
- No te hagas al que no ves televisión.
- Hazte de fama pero no la metas a tu cama.
- Digan lo que digan, las palabras pueden tener plumas.
- No mientas porque perderás la autoridad para inventar.
- El embrujo eres tú, pero no está en ti.
- No seas pedante.
- Revela en ti tu propio ritual.
- Nunca te olvides que un día te puedes olvidar.
- No le cuentes tus mañas y secretos a todo el mundo.
- Haz todo lo que yo digo y nada de lo que yo hago.
La nostalgia
sublevada
Así tituló el autor beniano Homero Carvalho a su ponencia
asentada en cómo descubrió su vocación para las letras, es decir, en dolorosos
e impactantes recuerdos de infancia y juventud en las que la literatura pudo
más que el ímpetu político y revolucionario.
“Voy a hablar de la vocación –sostuvo- entendiéndola como
una tendencia a ciertos oficios, pero también, como la define Vargas Llosa,
como el punto de partida indispensable para lo que me anima y angustia; y voy a
hablar también del destino, como una determinación ineludible”.
“Mi oficio tiene que ver con mi nombre y mi tartamudez”,
continuó, y reveló que su padre lo llamó Homero en homenaje al gran poeta
griego y que un serio problema de fonética que lo atormentó sus primeros años,
determinaron que llegado un momento opte por la escritura a modo de “venganza
por los años que me mantuve en silencio”.
Tras una sentida relación de sus experiencias entre el
activismo político en épocas de dictaduras, la bohemia literaria de
universidad, el exilio, el aprendizaje literario y el hallazgo del tono y la
voz propias para escribir novela, cuento y poesía, el autor de Santo vituperio se preguntó, provocando
al auditorio: “¿no seremos los escritores el infierno de nuestros personajes?”.
Y al final, casi a modo de responderse, dijo: “se debe
escribir únicamente si se tiene algo que contar”.
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