jueves, 3 de julio de 2014

El último mestizo

Los demasiados libros


Una reflexión crítica acerca del anuncio del Gobierno de que se elaborará una biblioteca con 200 obras capitales para la historia de Bolivia.



Manuel Vargas

Y en esta ocasión, el título de este escrito me lo he prestado del gran Gabriel Zaid, autor de ese gran poema que dice “No busques más, no hay taxis”, poema que recomiendo a todos los paceños que quieren ir del centro a Sopocachi o a Miraflores entre las seis y siete de la tarde. Digo, para que se convenzan de que los taxis no existen, y ya de una vez dejen de preocuparse.
Los demasiados libros, sí. ¿Quién ha dicho que faltan libros? A diferencia de la desaparición de los taxis, en el mundo existen demasiados libros. Ya en 1973, quien comentaba la obra de Zaid (José Emilio Pacheco), nos decía: “a libro por semana, se requieren 30 años para leer lo que se publica en un solo día. ¿Qué remedio nos queda? Ser ignorantes a sabiendas, ignorantes inteligentes: hacer que la medida de la lectura no sea el número de libros leídos sino el estado en que nos deja”.
Y luego vienen las palabras de Zaid: “¿Y para qué leer? ¿Y para qué escribir? Después de leer cien, mil, diez mil libros en la vida, ¿qué se ha leído? Nada. Quizá por eso la medida de la lectura no debe ser el número de libros leídos, sino el estado en que nos dejan. ¿Qué demonios importa si uno es culto, está al día o ha leído todos los libros? Lo que importa es cómo se anda, cómo se ve, cómo se actúa, después de leer. Si la calle y las nubes y la existencia de los otros tienen algo que decirnos. Si leer nos hace, físicamente, más reales”.
Y hay gente que en Bolivia se queja de que no hay libros. ¿Para qué? ¿Para que anden perdidos por ahí, en medio de nuestros calzones, digo, sin que a nadie se le ocurra leerlos? ¿Ha aumentado a diez el número de lectores en nuestro país, el hecho de que se hubieran publicado mil ejemplares de cada una de las mal llamadas “15 novelas fundamentales”? ¿Quién ha visto esos libros? ¿Cuánta plata se ha gastado y cuántos árboles han caído para imprimir esos libros eternamente clandestinos y ocultos? ¿Dónde están? ¿Alguien los puede comprar por lo menos, que ya no digo leerlos?
Completemos la reflexión Pacheco-Zaid: Llegará un día en que todos los habitantes de este planeta sólo cabrán de pie. Sin embargo, el aumento no llega a cien millones de hombres por año: diez veces menos que la producción mundial de ejemplares de libros:
“¿Qué sobrepoblación amenaza más a la humanidad? ¿Qué paternidad es más irresponsable? ¿La del que quiere perpetuar su nombre en hijos o en libros? Hasta la más altiva y justificada de las soberbias literarias queda hecha polvo ante esta admonición bíblica de un autor a todos los autores”.
Bueno, en Bolivia en 1973 había menos editoriales y mucho menos libros que ahora, se los aseguro. Y para qué vamos a hablar del resto del mundo.
¿Será que Zaid conocía esta frase de don Ramón del Valle Inclán?: “los muchos libros son como los muchos desengaños: no dejan nada en el corazón”. Eso, claro, siempre que los hayamos leído. Y si no, pues nuestro corazón seguirá a salvo.
¿Pero acaso el corazón sirve para leer? Nabokov dice que no: “el libro de un artista no se lee con el corazón (el corazón es un lector notablemente estúpido) ni con el cerebro solamente, sino con el cerebro y la espina dorsal”.
Pasando a otras regiones de mis lecturas, ¿qué siempre nos dicen pues los libros? Escuchemos a Roberto Arlt: “si cada libro contuviera una verdad, una sola verdad nueva en la superficie de la tierra, el grado de civilización moral que habrían alcanzado los hombres sería incalculable”.
Pero todo es contradictorio. Una amiga me preguntaba si sabía si en las épocas dictatoriales se hizo alguna lista de libros prohibidos, como se hizo en Argentina. Yo le dije que no, que solo quemaron algunos libros o apresaron a algunos autores. Y que sólo me acordaba que un actual viceministro habló pestes contra un clásico: Raza de bronce.  
Mejor le hubiera contestado con esta frase de Francisco Umbral: “quemar libros no es solo ponerles un lanzallamas... Quemar libros es censurarlos, prohibirlos, modificarlos, perseguirlos, desaconsejarlos, ignorarlos, malversarlos, sustituirlos por un concurso mongolizante y una serie de anuncios falaces”.
¿Pero a qué vienen todas estas barbaridades que anda diciendo Manuel Vargas por boca de terceros? A que me he enterado que el Gobierno ha conformado una comisión de expertos para que escojan 200 libros para ser publicados y vendidos “baratito”.
Y yo digo, ¿para qué depredar más nuestra naturaleza y contaminar más el medio ambiente con celulosa y otros ingredientes, cuando nadie lee porque es más simpático cantar y bailar y mandarse mensajitos por celular?
¿Que los libros nos hacen mejores? Pues basta leer unos diez, y no 200. ¡No! Un libro, tres libros son suficientes. La cuestión es escoger bien, saber leer, querer leer, gustar leer. ¿Y quién nos va a enseñar eso? ¿Los profesores que no leen nada? ¿Los licenciados que leen menos? ¿Los políticos y los adivinos que leen en las cartas, en la coca, las arrugas, el estaño y la borra del café?...
Y no lo digo yo, que a estas alturas ya nadie me toma en serio. No quiero libros, quiero aprender a leer: “algunos libros son para ser saboreados; otros, para que se los devore; y muy pocos, para ser masticados y digeridos” (Bacon).
Pero, “en nuestras librerías resulta ahora imposible encontrar un libro que no sea del día, como los huevos” (Sciascia). Porque “los grandes libros nunca se escriben. La gente que podría escribirlos no sabe escribir, lo cual es una broma. Cualquier tonto que aprenda el oficio puede crearse una reputación, si está dispuesto a trabajar” (William Saroyan).
Henry Miller, en Los libros en mi vida, llega a las siguientes conclusiones: “Los diccionarios no definen nada. Hay que leer pocos libros, se aprende de la vida. No es necesario que el niño lea desde muy temprano, ya habrá tiempo. Hay más analfabetos sabios que lectores sabios. Los clásicos se los forma uno mismo. Lo moral - social - religioso impide aprovechar la experiencia directa de la vida (Chrisnamurti). Los maestros no dejan ser libres y fuertes. Primero es la vida”.
Y don Eduardo Nogales Guzmán por ahí se va: “la identidad y autenticidad de una literatura radica en su posibilidad de cohabitar una reclusión y un imposible. Se habla mucho de nada en estos tiempos, sobre literatura. Y se escribe tanto. Pero lo poco luminoso de la aldea, no se sabe. Y se agrede lo que se desconoce. Cuesta leer verdaderamente. Porque leer es conservar la nostalgia primigenia. Con la reminiscencia de lo obvio, se presiente una época de cobardes y satisfechos”.
Tengo que volver, para cerrar, otra vez al gran Zaid: “Señor, no me castigues por haber leído. Lo he pagado con interrupciones y trabajos para ganarme el pan y servir a los demás. Concédeme el paraíso de leer sin que me interrumpan. La interrupción que es lectura dichosa. El eterno recreo de leer y ser leído en los ojos de mi mujer, en las nubes y en los árboles de un cielo nuevo y una tierra nueva, en la conversación de todos con todos, resucitado en tu libro”.

Por todo lo cual, luego de esta hermosa oración, y habiendo tanta gente que quiere leer muchos libros en Bolivia, he decidido ofrecer en venta mi biblioteca de cerca de 10.000 ejemplares al Gobierno; claro, con algunas condiciones de mi parte, y luego de las propuestas que estoy dispuesto a escuchar.

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