jueves, 1 de mayo de 2014

Staccato

A un año, Georges


Semblanza y evocación del cantautor Georges Moustaki, uno de los grandes de la chanson francesa.


Pablo Mendieta Paz

En este mes de mayo se recuerda un año de la partida de Georges Moustaki, uno de los mayores virtuosos de la chanson francesa. De raíces griegas, nació en Alejandría el 3 de mayo de 1934.
Yussef Mustacchi (su verdadero nombre), fue un músico de facetas singulares. Ya desde muy pequeño tocaba  indistintamente el acordeón, el piano, y principalmente la guitarra, instrumento con el que concibió la mayor parte de su legado musical (300 canciones).
Fue, asimismo, un cantautor políglota que podía divulgar sus creaciones sin esfuerzo en ocho idiomas. Ya como artista plenamente formado, cultivó una personalidad polifacética cuyas múltiples aptitudes se habrían de armonizar para ser cantante y escritor, poeta y compositor.
Pese a haber nacido en una familia judía asentada en Corfú -una de las islas jónicas-, creció en un entorno multicultural en el que respiró atmósferas tan diversas como la italiana, la árabe, la francesa, y por supuesto la griega y la judía. No obstante, inclinó su rumbo artístico hacia puntos determinados que lo llenaban de entusiasmo: la literatura y canción francesas. 
Fue por ello que en 1951, poco antes de cumplir 17 años, se instaló en París y ejerció diversos trabajos que lo vincularían con la música y con los músicos parisinos, especialmente con uno, el gran Georges Brassens, quien lo introduciría en las noches de vida intelectual y cultural en el barrio de Saint-Germain-des-Prés, prominente lugar de encuentro de filósofos, escritores, actores y músicos; y donde el pensamiento existencialista cohabitaba con el jazz en las llamadas caves (cuevas), especialmente en Le Tabou, un local por donde pasearon su arte Boris Vian, Charlie Parker y Miles Davis.
En 1958, ya plenamente empapado de la identidad francesa, el joven alejandrino conoció a Édith Piaf con quien tuvo un apasionado romance que lo llevó a escribir la letra de una de las más célebres canciones interpretadas por la cantante, con música de Marguerite Monnot: Milord.
Aunque él prefería hablar de ella como una maestra que había hecho conocer e inmortalizado este tema por su exaltada lírica, no pocos han calificado a éste como un verdadero himno de amor.
Superada esa etapa, el joven Mustacchi (que muy poco tiempo después cambiaría su apellido por Moustaki) se involucró decididamente en la bohemia, y estrechó relación con los prodigiosos músicos de entonces: Montand, Trenet, Salvador, Ferrat, Gainsbourg, Brel y tantos más. Escuchaba. Aprendía. Creaba.
Sin embargo, con la insegura idea de poseer una voz de volumen limitado, “el artista de la voz suave” no halló mejor recurso que escribir canciones para otros, en especial para Serge Reggiani, Bárbara, Yves Montand o Juliette Gréco, otros exquisitos de la chanson.
Les entregó títulos memorables: Ma liberté, Sarah, Ma solitude, Votre fille a vingt ans, Il est trop tard, que pronto se convertirían en grandes éxitos grabados en millones de memorias; y que él, luego de superar la inseguridad que lo atormentaba, interpretaría con voz diferente, algo azucarada, íntima y expresiva, y definitivamente magnética que lo encumbraría a los sitios más privilegiados del canto.
Luego de la gigantesca revuelta universitaria de 1968 en París, Moustaki se convirtió simultáneamente en heredero de ese movimiento y en un precursor de la música originada en sus raíces y del renovado mundo que lo atrapó.
De barba y cabellera largas, opuesto a la violencia, y adepto a la libertad sexual, ese año escribió el mayor éxito de su carrera, Le Métèque (El extranjero), título que le dio celebridad universal, sobre todo en Hispanoamérica, cuya versión en castellano interpretada por él mismo le significó la fama que tanto había anhelado
En el mismo disco de El extranjero, otro título daba una clara idea del talento de Moustaki: Gaspard, ejemplar puesta en música de un poema de Paul Verlaine.
Al cabo de cierto tiempo, y por un año completo, programó colosales conciertos de jazz en la ciudad de Caen, donde actuaron afamados artistas del género. Ahí estuvieron, entre otros, Michel Portal, Aldo Romano, Martial Solal, y el incomparable músico argentino, el “Gato” Barbieri, saxofonista y destacado jazzista, quien, influenciado por John Colthrane, Pharaoh Sanders y Carlos Santana, dejó gratamente impresionado a Moustaki por su música de tono desgarrado, notas largas y volumen elevado; al punto que escribió para el rosarino una canción que predicaba la gigantez de la libertad.
Colmado de éxitos, encadenó a lo largo de los 70 discos y conciertos. Viajaba constantemente a Brasil y adaptó éxitos como Aguas de Março de Tom Jobim. Luego de recorrer sus tres historias, sus tres espacios geográficos, Francia, el Mediterráneo y Brasil, daría vida a otros álbumes como Sans la nommer (Sin nombrarla), una oda a la revolución permanente.
Esta oda fue creada en el Festival de la Isla de Wight, lugar donde tuvo grato encuentro con otra figura de talla mundial, Leonard Cohen. A Sans la nommer le siguió, en 1974, Les amis de Georges (Los amigos de Georges), un homenaje de Moustaki a Georges Brassens, mentor y amigo de quien adoptaría el nombre…  Las últimas producciones del bardo griego fueron Vagabond (2005), en ritmo de Bossa Nova, y Solitaire (2008).
Georges murió el 23 de mayo de 2013 en Niza. Su cuerpo fue inhumado en el cementerio del Père-Lachaise según la tradición judía, en el sepulcro familiar, donde está acompañado de un lado por Alain Bashung, roquero y actor francés-cabileño y del otro, por Édith Piaf.
En los funerales, la anciana musa de Saint-Germain des Prés, Juliette Gréco, dijo de él: “Georges Moustaki fue un hombre exquisito, elevado, un hombre elegante que tenía una dulzura infinita, y luego el talento”… Un talento que lo acompañaría por todo el mundo: de Río al Olimpia de París; de Caen al Japón; de Québec a Argelia.

El hombre de blanco y la voz sugestiva dejó un legado imperecedero, como si hubiera entonado desde siempre Le temps de vivre (Tiempo de vivir) o Il y avait un jardín (Había un jardín): “Yo declaro el estado de bienestar permanente y el derecho de cada uno a todos los privilegios. Yo digo que el sufrimiento es una cosa sacrílega, más aún si para todos hay rosas y pan blanco”. 

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