Minoría absoluta, prosa inteligente y pertinente
Martín Zelaya Sánchez
“Prevengo al locoto en polvo, a las enfermeras, de media
jornada, a los balones que no se prodigan por un chanfle, a los tinteros
olvidados en las estanterías burocráticas. Esta espera tiene que acabarse: como
el café con leche, como la histeria, como la Historia, como la epidermis
remendada del cielo y sus ingratos dioses de papel maché”.
Así termina Aviso,
el primer texto de Minoría absoluta
(Editorial 3600), y así el cantautor y escritor orureño Vadik Barrón marca la
tónica general del libro presentado hace un par de meses en La Paz.
Imaginación, originalidad, gran facilidad para captar,
retener y transmitir la cotidianidad de las generaciones sub-40: los comunes
denominadores mediáticos y tecnológicos, son algunas de las claves de Vadik, ya
muy perceptibles en sus canciones.
Además domina hábilmente lenguajes, tips de conducta y
comportamiento y, sobre todo, modos de razonar de los bolivianos en general, y
de sus contemporáneos y compañeros de idiosincrasia altiplánica en particular.
“Yo me figuro a los muertos agremiados en sindicatos,
risueños, unos con una bala en el pecho, otros con un infarto muy fresco a las
puertas de las oficinas -oficiales, oficiosas-, realizando gestiones que duran
días, meses, despreocupados por el paso del tiempo, diciendo: ‘total…’, o
encogiéndose de hombros, presas de una curiosa y afable distracción”.
En las páginas de este breve libro -92-, se deslizan por ahí
“verdades muy verdaderas” en las que pocos se detienen a pensar, más allá de su
obviedad. Humor, pertinencia y eficacia.
“He aprendido a sentirme fuera de lugar casi en todas
partes. Tengo un infierno en el estómago, una pesadilla que corre en rewind en la cabeza, fantasmas de papel
claveteados en los ojos, piernas más listas para huida que para caminar hacia
adelante, el sexo convenientemente oculto y aplastado en ropa interior pasada
de moda…”.
Finalmente, está claro que Vadik es un gran rematador… no en
el fútbol -pues a sus bien llevados 38 juega al arco-, sino por las estupendas
frases finales -los remates- de casi todos sus textos; cada uno es un pequeño
partido contra sí mismo.
“Y una vez más no sabré si sueño despierto o vivo dormido”.
“El adiós tiene la mala costumbre de no avisar cómo ni cuándo ni por qué”.
“Regreso al espejo, pero allí ya no hay nadie”. No hay cielo sin imaginación
desmedida”. Pongámosle ganas: el fin del mundo -como lo conocemos- está en
nuestras manos”.
Microcuentos, textos entre autobiográficos,
reflexivo-humorísticos, irónico-provocativos… de todo y para todo gusto.
Entre novelistas, cuentistas, ensayistas y poetas, hay pocos
en nuestro medio que cultivan la prosa breve así tal cual: una suerte de greguerías,
fragmentos de diario o cavilaciones sueltas todas muy atinadas y pertinentes,
y, ante todo, con buen humor e inteligencia.
Eso sí, hay que decirlo, hay algunos excesos que podrían
evitarse: frases rebuscadas, poética fácil y no bien lograda: “La madrugada
emana colores que emulan la visión de una nota musical”… pero eso, por suerte,
es la minoría absoluta en este divertido y muy recomendable libro.
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