jueves, 22 de mayo de 2014

Reseña

Minoría absoluta, prosa inteligente y pertinente



Martín Zelaya Sánchez

“Prevengo al locoto en polvo, a las enfermeras, de media jornada, a los balones que no se prodigan por un chanfle, a los tinteros olvidados en las estanterías burocráticas. Esta espera tiene que acabarse: como el café con leche, como la histeria, como la Historia, como la epidermis remendada del cielo y sus ingratos dioses de papel maché”.

Así termina Aviso, el primer texto de Minoría absoluta (Editorial 3600), y así el cantautor y escritor orureño Vadik Barrón marca la tónica general del libro presentado hace un par de meses en La Paz.
Imaginación, originalidad, gran facilidad para captar, retener y transmitir la cotidianidad de las generaciones sub-40: los comunes denominadores mediáticos y tecnológicos, son algunas de las claves de Vadik, ya muy perceptibles en sus canciones.
Además domina hábilmente lenguajes, tips de conducta y comportamiento y, sobre todo, modos de razonar de los bolivianos en general, y de sus contemporáneos y compañeros de idiosincrasia altiplánica en particular.

“Yo me figuro a los muertos agremiados en sindicatos, risueños, unos con una bala en el pecho, otros con un infarto muy fresco a las puertas de las oficinas -oficiales, oficiosas-, realizando gestiones que duran días, meses, despreocupados por el paso del tiempo, diciendo: ‘total…’, o encogiéndose de hombros, presas de una curiosa y afable distracción”.

En las páginas de este breve libro -92-, se deslizan por ahí “verdades muy verdaderas” en las que pocos se detienen a pensar, más allá de su obviedad. Humor, pertinencia y eficacia.

“He aprendido a sentirme fuera de lugar casi en todas partes. Tengo un infierno en el estómago, una pesadilla que corre en rewind en la cabeza, fantasmas de papel claveteados en los ojos, piernas más listas para huida que para caminar hacia adelante, el sexo convenientemente oculto y aplastado en ropa interior pasada de moda…”.

Finalmente, está claro que Vadik es un gran rematador… no en el fútbol -pues a sus bien llevados 38 juega al arco-, sino por las estupendas frases finales -los remates- de casi todos sus textos; cada uno es un pequeño partido contra sí mismo.

“Y una vez más no sabré si sueño despierto o vivo dormido”. “El adiós tiene la mala costumbre de no avisar cómo ni cuándo ni por qué”. “Regreso al espejo, pero allí ya no hay nadie”. No hay cielo sin imaginación desmedida”. Pongámosle ganas: el fin del mundo -como lo conocemos- está en nuestras manos”.

Microcuentos, textos entre autobiográficos, reflexivo-humorísticos, irónico-provocativos… de todo y para todo gusto.
Entre novelistas, cuentistas, ensayistas y poetas, hay pocos en nuestro medio que cultivan la prosa breve así tal cual: una suerte de greguerías, fragmentos de diario o cavilaciones sueltas todas muy atinadas y pertinentes, y, ante todo, con buen humor e inteligencia.

Eso sí, hay que decirlo, hay algunos excesos que podrían evitarse: frases rebuscadas, poética fácil y no bien lograda: “La madrugada emana colores que emulan la visión de una nota musical”… pero eso, por suerte, es la minoría absoluta en este divertido y muy recomendable libro. 

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