Gesta Bárbara (I)
En esta nota –que continuará en dos semanas- el autor rememora los orígenes de la mítica revista literaria de inicios del siglo pasado.
Omar
Rocha Velasco
La
revista Gesta Bárbara surge en Potosí
en junio de 1918. Los culpables fueron unos cuantos jóvenes, casi adolescentes,
que fueron seducidos por unas conferencias que dio Ricardo Jaimes Freyre y por los
encantos de Arturo Pablo Peralta (Gamaliel Churata).
De
acuerdo a datos obtenidos por Arturo Vilchis, uno de los biógrafos del escritor
peruano, ese año circulaban en Potosí cinco periódicos y dos revistas
literarias. La vida cultural potosina estaba animada por muchos jóvenes que se
organizaban y formaban “cenáculos” poético/literarios.
Tenemos
el caso de Los Raros (clara alusión al libro de Rubén Darío), grupo en el que
participaban Walter Dalence, Alberto Saavedra Nogales, Carlos Medinaceli, Fidel
Rivas, Valentín Meriles, Arturo Araujo y Teófilo Loayza.
También
estaban Los Noctámbulos: Armando Alba, Agapito Villegas, Celestino López,
Genoveva Alurralde, Gustavo Pacheco, Néstor Murillo y Julio D. Torres; de ambos
grupos surgió Gesta Bárbara.
Estos
jóvenes animaban tertulias y conferencias, asistían a obras de teatro, concursaban
en juegos florales, etc., así, en el
inverno potosino del año señalado, fundaron el grupo Gesta Bárbara en la casa
de María Dolores Hinostroza, situada en la calle Millares 101.
Los
bárbaros negaron su entorno, negaron su medio, trataron de borrar un presente y
un pasado que consideraban, “inepto” y “filisteo”. La primera página de la
revista Gesta Bárbara es la partitura de un aria instrumental en la que
interviene una voz; ese fue su primer acto de rebeldía.
“El ideal es la salvación”,
decían, y estaban en absoluto desacuerdo con su medio. Fueron desprendiéndose,
a su manera, de las grandes preocupaciones políticas y literarias que
representaban el imaginario sociocultural imperante: la utopía de patria, la
impotencia y decepción que produjo la pérdida de la Guerra del Pacífico y los
intentos de inventar un país con un lenguaje prestado.
Los bárbaros pusieron a la
ficción como centro, buscaron inventarse un nacimiento, intentaron fundar un
nuevo espacio. Los que participaron de la revista fueron jóvenes llenos de
impulso, dueños del mundo, actuaron sin las trabas de algo a lo que tenían que
responder, dejaron entrever sus gustos decadentes, aristócratas y mórbidos,
matizados por lo que la ciudad de Potosí les ofrecía: temperaturas frías,
nostalgias en franca retirada, sonidos de campanas, historias de capa y espada
y el fulgor de un cerro que no dejaba de ofrendar sus betas.
Los
bárbaros compartieron algunos rasgos espirituales comunes, a pesar de su
mocedad, afinaron temperamentos. Su agresividad fue útil, cumplió un valor de
renovación, sacudió la literatura nacional. La denunciaron en sus puntos
ciegos, atacaron sus fetiches. Iniciaron a algunos nuevos escritores, revisaron
los nuevos valores literarios.
Una
de las funciones de la revista fue gestar y cultivar obras que luego fueron
importantes. Todos los participantes coincidieron en afirmar que obras que
tuvieron mucha repercusión después, se publicaron inicialmente en las páginas
de los diez números de Gesta Bárbara.
Allí
aparecieron algunas de las páginas más importantes de La Chaskañawi (me
remito, por ejemplo a la pequeña prosa llamada Sebastiana, que aparece en el
tercer número de la revista), allí se empezó a cincelar el castellano de los
siglos XVI y XVII que José Enrique Viaña utilizó en su novela Cuando vibraba
la entraña de plata. Y, más todavía, allí se propusieron algunos de los
gestos poéticos que perdurarían en los bárbaros durante toda su vida.
La
revista Gesta Bárbara tuvo dos pilares fundamentales, Gamaliel Churata y Carlos
Medinaceli. Las páginas más importantes de la revista llevan estas firmas. Los
bárbaros tuvieron la hermosa costumbre de presentar a sus colaboradores -a
ellos mismos- y sus textos mediante notas que iban al principio o al final de
los mismos.
Esto
le daba al lector un marco referencial muy importante y lo situaba en las
puertas de los sentidos contextuales. Es justo decir que las notas más
esclarecedoras, las que se alejaban del puro adjetivo para valorar los textos,
eran las del bárbaro peruano.
Los jóvenes
que participaron de Gesta Bárbara, no se comportaron siempre atacando
injusticias. Simpatizaron con varias de las figuras importantes de nuestra
literatura. Loaron a Ricardo Jaimes Freyre, aunque amaron en él, lo que menos
necesitaban: la musicalidad de uno de sus versos: “peregrina paloma imaginaria”.
Heredaron también
algunas “nerviosidades” que los situaron ante las dudas entre hacerse
escritores o tener que compartir esa inclinación con algún otro oficio más o
menos relacionado: maestro, funcionario perito en máquina de escribir, empleado
de segundo grado en la casa de la moneda, en algún archivo, periódico, etc.
A pesar de todo, el movimiento
de los bárbaros fue breve, después de los diez números de la revista y algunas
publicaciones que aparecieron bajo su auspicio, el movimiento tramontó, aunque
luego revivió en una segunda generación.
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