jueves, 22 de mayo de 2014

Cafetín con gramófono

Gesta Bárbara (I)



En esta nota –que continuará en dos semanas- el autor rememora los orígenes de la mítica revista literaria de inicios del siglo pasado.


Omar Rocha Velasco

La revista Gesta Bárbara surge en Potosí en junio de 1918. Los culpables fueron unos cuantos jóvenes, casi adolescentes, que fueron seducidos por unas conferencias que dio Ricardo Jaimes Freyre y por los encantos de Arturo Pablo Peralta (Gamaliel Churata).
De acuerdo a datos obtenidos por Arturo Vilchis, uno de los biógrafos del escritor peruano, ese año circulaban en Potosí cinco periódicos y dos revistas literarias. La vida cultural potosina estaba animada por muchos jóvenes que se organizaban y formaban “cenáculos” poético/literarios.
Tenemos el caso de Los Raros (clara alusión al libro de Rubén Darío), grupo en el que participaban Walter Dalence, Alberto Saavedra Nogales, Carlos Medinaceli, Fidel Rivas, Valentín Meriles, Arturo Araujo y Teófilo Loayza.
También estaban Los Noctámbulos: Armando Alba, Agapito Villegas, Celestino López, Genoveva Alurralde, Gustavo Pacheco, Néstor Murillo y Julio D. Torres; de ambos grupos surgió Gesta Bárbara.
Estos jóvenes animaban tertulias y conferencias, asistían a obras de teatro, concursaban en  juegos florales, etc., así, en el inverno potosino del año señalado, fundaron el grupo Gesta Bárbara en la casa de María Dolores Hinostroza, situada en la calle Millares 101.
Los bárbaros negaron su entorno, negaron su medio, trataron de borrar un presente y un pasado que consideraban, “inepto” y “filisteo”. La primera página de la revista Gesta Bárbara es la partitura de un aria instrumental en la que interviene una voz; ese fue su primer acto de rebeldía.
“El ideal es la salvación”, decían, y estaban en absoluto desacuerdo con su medio. Fueron desprendiéndose, a su manera, de las grandes preocupaciones políticas y literarias que representaban el imaginario sociocultural imperante: la utopía de patria, la impotencia y decepción que produjo la pérdida de la Guerra del Pacífico y los intentos de inventar un país con un lenguaje prestado.
Los bárbaros pusieron a la ficción como centro, buscaron inventarse un nacimiento, intentaron fundar un nuevo espacio. Los que participaron de la revista fueron jóvenes llenos de impulso, dueños del mundo, actuaron sin las trabas de algo a lo que tenían que responder, dejaron entrever sus gustos decadentes, aristócratas y mórbidos, matizados por lo que la ciudad de Potosí les ofrecía: temperaturas frías, nostalgias en franca retirada, sonidos de campanas, historias de capa y espada y el fulgor de un cerro que no dejaba de ofrendar sus betas.  
Los bárbaros compartieron algunos rasgos espirituales comunes, a pesar de su mocedad, afinaron temperamentos. Su agresividad fue útil, cumplió un valor de renovación, sacudió la literatura nacional. La denunciaron en sus puntos ciegos, atacaron sus fetiches. Iniciaron a algunos nuevos escritores, revisaron los nuevos valores literarios.
Una de las funciones de la revista fue gestar y cultivar obras que luego fueron importantes. Todos los participantes coincidieron en afirmar que obras que tuvieron mucha repercusión después, se publicaron inicialmente en las páginas de los diez números de Gesta Bárbara.
Allí aparecieron algunas de las páginas más importantes de La Chaskañawi (me remito, por ejemplo a la pequeña prosa llamada Sebastiana, que aparece en el tercer número de la revista), allí se empezó a cincelar el castellano de los siglos XVI y XVII que José Enrique Viaña utilizó en su novela Cuando vibraba la entraña de plata. Y, más todavía, allí se propusieron algunos de los gestos poéticos que perdurarían en los bárbaros durante toda su vida.
La revista Gesta Bárbara tuvo dos pilares fundamentales, Gamaliel Churata y Carlos Medinaceli. Las páginas más importantes de la revista llevan estas firmas. Los bárbaros tuvieron la hermosa costumbre de presentar a sus colaboradores -a ellos mismos- y sus textos mediante notas que iban al principio o al final de los mismos.
Esto le daba al lector un marco referencial muy importante y lo situaba en las puertas de los sentidos contextuales. Es justo decir que las notas más esclarecedoras, las que se alejaban del puro adjetivo para valorar los textos, eran las del bárbaro peruano.
Los jóvenes que participaron de Gesta Bárbara, no se comportaron siempre atacando injusticias. Simpatizaron con varias de las figuras importantes de nuestra literatura. Loaron a Ricardo Jaimes Freyre, aunque amaron en él, lo que menos necesitaban: la musicalidad de uno de sus versos: “peregrina paloma imaginaria”.
Heredaron también algunas “nerviosidades” que los situaron ante las dudas entre hacerse escritores o tener que compartir esa inclinación con algún otro oficio más o menos relacionado: maestro, funcionario perito en máquina de escribir, empleado de segundo grado en la casa de la moneda, en algún archivo, periódico, etc.

A pesar de todo, el movimiento de los bárbaros fue breve, después de los diez números de la revista y algunas publicaciones que aparecieron bajo su auspicio, el movimiento tramontó, aunque luego revivió en una segunda generación. 

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