En busca de X, o jugando un sudoku en La Paz
Una invitación a leer Tampoco es sudoku, la primera novela de Antonio Vera que se presentó hace pocos días.
Martín Zelaya Sánchez
“Uní pantalones con camisas sobre el piso y a través de una
sucesión de atuendos sin cuerpo tuve la sensación de ver cómo los últimos años
se vaciaban de contenido”, dice el protagonista de Tampoco es Sudoku.
Si de describir esta novela se trata, se puede decir, claro,
que es una trama de búsqueda –como enfatiza el autor Antonio Vera-, pero por
eso también es una historia de extravíos, y de reconstrucciones.
Y pese a todo esto, y al hecho de que hay un misterio por
resolver y más de un personaje detrás de respuestas ante una muerte, Vera no la
califica de novela policial.
“El género policial -señala- cuando funciona, es difícil y
exigente en términos de construcción narrativa. No creo que deba ser
clasificada así. La novela cuenta la historia de una búsqueda, pero al
contrario de lo que ocurre en el relato policial, aquí el interés por el objeto
de la búsqueda parece diluirse conforme esta avanza. Es como un objetivo que se
aleja cada vez más y que se convierte en un pretexto para generar otras
historias”.
En esta línea el escritor Christian Vera –colega y “primer”
lector de Antonio- sostiene: “desde
el primer párrafo de Tampoco es sudoku
se desata una exploración por la ciudad. Se parte del monumento blanco de Colón
en pleno prado paceño y a partir de allí se viaja a la zona norte, a la zona
sur… Se visitan tugurios, barrios míticos, barrios jailones y también otros
pueblos. En ese afán el narrador conocerá una diversidad de personajes muy
ricos, contradictorios y excesivos. Desde el izquierdista de ONG que vive en
una casa de diseño minimalista hasta una travesti que se convertirá en un amigo
fundamental para emprender la búsqueda de X”.
Antes de entablar
breve diálogo con Vera y Vera -autor y lector, Antonio Vera (A.V.), Christian
Vera (C.V.)- sobre trama y subtrama, lo visible y lo entrelineal en Tampoco es
Sudoku, vale detenerse en los pormenores, en cómo se editó, imprimió y
distribuyó la novela, cuyos 300 ejemplares de la primera tirada salieron de
Perra Gráfica Taller, con una hermosa tapa diseñada por Arbelo.
Cuenta Antonio: “Cuando ya estaba por terminarla, escuché
una entrevista en la que Mario Bellatin contó cómo publicó su primera novela,
Mujeres de sal: imprimió invitaciones, prevendió gran parte de la edición,
publicó notas de prensa y finalmente la entregó. Es decir, invirtió el circuito
(hoy se hace esto también por internet)”.
“Se me ocurrió que algo así podía funcionar. Luego me enteré
que Jesús Urzagasti hacía algo similar. El añadido de este proceso es que con
Perra Gráfica Taller decidimos hacer una tapa en serigrafía, un trabajo de
altísima calidad gráfica, de impresión a mano que dio como resultado un libro
(como objeto) con mucha personalidad. Pero además, un libro que a diferencia de
muchos otros, no nació como pérdida sino con todos los costos cubiertos y con
alguito de ganancia”.
Ahora sí, iniciemos la charla con este joven autor
peruano-boliviano, egresado de la Carrera de Literatura de la UMSA y profesor de
literatura con ya vasta experiencia.
- Arrancas la obra con un periodista peruano en La Paz,
justo en la época en que Bolivia clasifica al mundial. Tú llegaste a Bolivia
precisamente en 1993, desde tu Lima natal. Si bien en todo escrito de ficción
es casi inevitable que entre algo autobiográfico, ¿cuán a imagen y semejanza
del autor, o al menos de sus experiencias y vivencias está construido el
personaje central?
- (A.V.) En la novela, el juego autobiográfico funciona únicamente
como un disparador de la anécdota. Es decir, más allá de que un peruano llega a
La Paz, creyendo que viene por un fin de semana y se termina quedando mucho más
tiempo de lo previsto (rasgo que, por lo demás, no es muy distintivo), no hay
en las múltiples historias que se despliegan en el texto marcas explícitamente
autobiográficas. Hay sí una proyección digamos subjetiva que se entreteje en el
tono narrativo y en algunas de las claves que estructuran la trama, pero ello
se mantiene como una corriente subterránea, como un sentido que no necesita ser
explicitado.
- Se critica mucho a la literatura de los apologistas
incondicionales de La Paz (de la de Saenz), y hay quienes se alejan adrede y a
toda costa de esto, y quienes dicen que ninguno de los extremos es buenos. Pero
¿cuánto invita esta ciudad -su topografía, su idiosincrasia, su enigmática
noche, el Illimani...- a hacerla sino “personaje”, al menos parte importante de
una obra literaria?
- (A.V.) Por un lado, me resulta difícil alejarme de la ciudad
(en general) como escenario de la ficción, de la aventura. Por otro lado, creo
que La Paz es un surtidor inagotable de imágenes, historias, personajes,
íconos… no en el sentido de postales o estereotipos, sino como el incesante e
interpelador entrecruce de deseos que ocurre en sus calles día a día.
La ciudad me atrae como escenario porque creo que toda
ciudad con personalidad abre una herida deseante en el que la transita, una
herida que te obliga a buscar, a husmear, a sumergirte en la experiencia, por
más oscura y sórdida que ésta sea.
En este punto es importante lo que señala Christian, amigo,
colega profesor y privilegiado lector tempranero de Antonio:
- ¿Cómo afecta en
la narrativa de Tampoco es Sudoku la mirada -interna y externa a la vez- de Bolivia
y los bolivianos, partiendo de que el autor es un limeño que vive más de dos
décadas en la Hoyada?
- (C.V.) La
novela se narra desde una tensión productiva entre lo peruano y boliviano. Una
tensión que funciona como los vasos comunicantes que fluyen sin problema de un
ámbito al otro. Me animaría a decir que Tampoco
es sudoku trae lo mejor de la narrativa peruana con una mezcla de cierta
mirada poética de lo paceño.
Hay ciertos ecos
con la narrativa de American Visa de Juan de Recacoechea, pero la novela de
Vera es otra cosa. Yo diría una apuesta por el extravío. Algo parecido a lo que
pasa con el alcohol: mientras más bebidos y extraviados estamos es cuando tal
vez más nos podemos hallar, aunque solo encontremos las hilachas irreconocibles
de uno mismo.
Y sí, evidentemente está presente American Visa de
Recacoechea y quizás más Pasado por sal, obra con la que recientemente Cé
Mendizábal ganó el Premio Nacional de Novela… pero esto solo por el “viaje”
intenso, frenético por la La Paz bohemia, noctámbula, enmarañada… por la La Paz
cotidiana.
Pero lejos de las dos obras referidas que tienen otras
estrategias y ambiciones, la de Vera destaca por su impecable precisión:
economía de lenguaje, recursos y estilo perfectamente aplicados. “Es un libro
narrativo y mi apuesta es atrapar al lector”, señaló el autor. Y vaya si lo
logró: 92 páginas para dos a tres horas bien leídas.
Bien lo dice Christian: “Creo que una de las principales virtudes de la novela de Antonio Vera es
que antes que nada se preocupa de contar una historia muy ágil y envolvente
compuesta a su vez de muchas historias”.
--
Christian Vera: “A
perderse en un laberinto absorbente”
- Puedes hacer un resumen de la historia de Tampoco es
sudoku
- El lector tiene que estar preparado para leer las
peripecias de un periodista que llega a La Paz desde Lima a cubrir la mítica
clasificación de Bolivia al Mundial de fútbol del 94. En ese viaje conocerá a
un personaje llamado X quien, se podría decir, provoca un extravío en el
periodista peruano.
Tiempo después este volverá al país a realizar una cobertura
noticiosa junto con su fotógrafo y es allí que decidirá buscar a X. Y ese es el
pretexto del relato. Buscar a X para nunca encontrarlo. Y a su vez extraviarse
en La Paz tal vez para nunca más salir de la ciudad, como si tratará de un
laberinto absorbente.
- ¿Hay algún recurso, alguna recurrencia o hilo conductor,
más allá de los personajes, la trama central
y los escenarios que hablan por sí mismos?
- Un elemento fundamental a lo largo del relato es el
alcohol. El alcohol es la gasolina del periodista. Sin él, no podría desplazarse,
tampoco podría afrontar todo aquello que va viviendo. La novela de Antonio Vera
está tan bien escrita que uno siente la resaca, el chaki del periodista. Y
desde esa ambigüedad que ofrece el alcohol uno se pregunta por los hechos que
surgen en el relato; tan etéreos y evaporables como el alcohol.
Y por otro lado, esta
es una historia narrativa compuesta por una diversidad de historias. En ese
sentido, Tampoco es sudoku es una ambiciosa novela que en su brevedad juega con
traer al relato ciertos conflictos históricos que de algún modo configuraron el
final de la década de los 90 y sobre todo la década del 2000.
Es decir, forman parte de la trama el conflicto de febrero y
octubre negro del 2003, el conflicto con ciertas logias del país, la complejidad
del mundo minero, entre muchos otros. Confirmando esa idea que toda novela
intenta ser una maquinaria productora de dudas, de preguntas sobre aquello que
supuestamente nos constituye.
--
Tampoco es Sudoku
(Fragmento)
Desperté en una habitación fría e iluminada. Estaba casi
desnudo, tapado por un edredón rosado y varias frazadas que despedían un fuerte
olor corporal. No había nadie más. Me levanté con mucha dificultad. Me dolía
todo el cuerpo. Me acerqué a una ventana pequeña, con marcos de madera. Desde
ahí se podía ver la ciudad desde la altura: los lejanos edificios del centro y
los barrios del sur desparramándose irregularmente por los cerros. Como un
líquido o un musgo. Y al fondo la montaña de tres picos, enorme. Parecía que en
las últimas horas hubiera avanzado hacia la ciudad algunos kilómetros. Por las
múltiples rendijas se colaba el viento helado que soplaba con fuerza y hacía
temblar ocasionalmente los vidrios. Al pie de la ventana había una mesita
redonda cubierta con un colorido mantel de plástico y dos sillas pintadas de
azul. Un pequeño frasco de café a punto de terminarse, migas de pan, un paquete
de margarina, un cuchillo con manchas de grasa, una taza sucia y un azucarero
turquesa de melanina. Me senté. La silla se estremeció. Se movía como si todos
sus clavos estuviesen a punto de saltar. Un movimiento brusco de la cabeza me
devolvió a través del dolor el recuerdo del bulto en mi frente. Estaba cubierto
por un pedazo de tela y una masa húmeda de hojas apelmazadas. Saqué una, despedía
un profundo olor químico. Me dirigí hacia una puerta de madera con listones de
ventilación en la parte inferior. Era un baño muy pequeño, pero impecable y muy
ordenado. Bajo el espejo, sobre una improvisada repisa de madera había
artefactos de limpieza y todo tipo de envases con maquillaje. Olía a vapor de
agua, a jabón y a champú de fresa. La cortina plástica de flores estaba
cubierta de gotitas de agua. Me saqué el parche de la frente y me metí a la
ducha.
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