La marrana negra de la literatura
Reseña de un libro de Carlos Velásquez (una especie de Palahniuk o Houellebecq mexicano) o recategorización de cierta literatura.
Sebastián Antezana
Hasta hace algunos años lo que puede denominarse como
literatura de escándalo seguía siendo un producto considerado menor. Algunos de
sus exponentes, Chuck Palahniuk, por nombrar uno, eran leídos con cierta mirada
irónica, casi siempre paternalista, una mirada que los alejaba de un centro
literario pretendidamente elevado y excluyente.
Eso, claro, hace algunos años. Hoy esos escritores -podríamos
nombrar alguno más, de varios considerados políticamente incorrectos, como el
francés Michel Houellebecq, tildado de misógino, retrógrada e intolerante
religioso- son abiertamente reconocidos, festejados y premiados con algunos de
los galardones más importantes de la literatura occidental -Houellebecq, por
ejemplo, ha ganado premios tan importantes como el Goncourt por la novela El
mapa y el territorio.
Esto dice algo sobre las ramificaciones de nuestras
percepciones estéticas, sobre el estado de la cultura. ¿Somos receptivos ante
cualquier producto que lleve estampada la marca del trabajo artístico? ¿Somos
consumidores culturales abiertos? ¿O será que por naturaleza tendemos a ver con
buena cara los extremos, la vocación por traspasar siempre la próxima frontera?
Lo cierto es que ese tipo de literatura, aquella que hace
del escándalo su medio, de la provocación su meta y de la lectura casi una
prueba de resistencia para el lector, cada día gana más adeptos y más
practicantes. Como se imaginará, por supuesto, dentro de esta categoría hay
escritores y obras con mayor y menor grado de sofisticación, de compromiso
intelectual y de calibre estético.
La marrana negra de la literatura rosa (2010), el tercer
libro de cuentos del mexicano Carlos Velásquez (Coahuila, 1978), autor de la no
menos interesante La Biblia vaquera (2011,) es un buen ejemplo de ello.
En cinco cuentos hace alarde de una de las imaginaciones más
desbocadas y llamativas de la actual literatura en castellano, que tiende a
hacer del espacio individual, de la privacidad y de la intimidad, instancias
generadoras de la degradación de las grandes masas y el espacio público.
Alejado de la solemnidad con la que se ha tratado
continuamente la esfera privada en este principio de siglo, La marrana negra…
encara las particularidades del habitante de esta postmodernidad con una
escritura que sorprende e incluso descoloca, y que para hacerlo se vale de un
humor absolutamente brutal, que se entremete en los resquicios de nuestro
tiempo para retratar mundos desquiciados, escenarios que son el resultado del
choque de diversas subculturas, personajes que habitan inframundos que mueven a
la risa y al espanto.
No pierda a su pareja por culpa de la grasa, el relato que
inaugura el libro, es la historia de un hombre gordo cuya mujer -tentándolo con
sexo y aplanándolo a insultos- lo somete a una dieta de cocaína para que baje
de peso. Después, en una escena en que se mezclan ingenuidad y sadismo, la
esposa, embarazada y colmada de cocaína a su vez, acuchilla a la madre ciega
del gordo para heredar una cuantiosa herencia.
En El alien agropecuario, un adolescente con un avanzado
síndrome de Down se convierte en la estrella de una banda punk, Los
ornitorrincos blancos de la cultura gris. Tras algunos meses de giras y
relativo éxito, la banda se descompone, entre escándalos publicitarios,
traiciones y sexo utilizado como arma entre sus miembros.
En El club de las vestidas embarazadas, Damián, un
clasemediero mexicano, infértil y cansado de la minucia cotidiana, se une a un
club secretamente homosexual en el cual los miembros se reparten los roles de
madres y bebés. Allí, infantilizado y empañalado, se caga a placer ante la
mirada y el beneplácito de otro compañero de club, quien lo limpia, lo cambia y
termina enamorado de él. Eso no es todo. En un movimiento paródico, mitad
homenaje y mitad burla, que Velásquez hace a El club de la pelea, de Palahniuk,
Damián emigra de club en club -Alcohólicos Anónimos, Sociedad de Manipuladores
de Cerámica, Club de Enfermos Terminales, Club de Hombres Golpeados, etc.- para
escapar de su mujer, quien lo atosiga continuamente con el deseo de inseminarse
artificialmente.
Finalmente, en La marrana negra de la literatura rosa,
cuento que finaliza y da título al libro de Velásquez, una cerdita
completamente negra y con aires de diva -hot, bitchy e inventiva- le dicta en
sueños a su dueño, un homosexual cuarentón y reprimido, novelitas rosa y
novelitas gay, que le conceden rápidamente un considerable éxito comercial.
Tales los personajes de estos cuentos que, a pesar del humor
irreverente que envuelve la atmósfera entera del libro y su constante tono de
sátira, no dejan de mostrase frontales a la hora de confrontar y resolver las
tramas y los dramas de sus historias particulares.
En ese proceder, en esa dinámica algo salvaje en la que se
inmiscuyen constantes anglicismos y recuerdos de la permisiva cultura pop que
habitamos, las personalidades y los trayectos individuales parecen abandonar el
centro del escenario y ceder el primer plano a un complejo aparato reproductor
de violencia y machismo que se configura como un espacio sofisticado y digno de
estudio.
No es éste, sin embargo, un libro que privilegia una mirada
antropológica, no es un estudio sobre minorías sexuales en el norte de México,
ni tampoco un aparato reproductor de las modas violentas de la actual sociedad
del país del norte.
La literatura, el hecho de contar historias salvajes,
desenfrenadas, provocadoras, escandalosas, es el motor puro y duro de un libro
que, como se ha dicho: “está llamado a cambiar la recepción y la percepción de
la literatura mexicana y sus aires de altísima cultura”.
Eso, por si alguien todavía necesita confirmar que la
literatura culta ya no es el centro de la cultura dominante. O, como le dicta
la marranita negra una noche a su dueño: “Big man, pig man, charade you are…/
What do you hope to find/ when you’re down in the pig mine?”.
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