jueves, 1 de mayo de 2014

Lector al sol

La marrana negra de la literatura

Reseña de un libro de Carlos Velásquez (una especie de Palahniuk o Houellebecq mexicano) o recategorización de cierta literatura.


Sebastián Antezana

Hasta hace algunos años lo que puede denominarse como literatura de escándalo seguía siendo un producto considerado menor. Algunos de sus exponentes, Chuck Palahniuk, por nombrar uno, eran leídos con cierta mirada irónica, casi siempre paternalista, una mirada que los alejaba de un centro literario pretendidamente elevado y excluyente.
Eso, claro, hace algunos años. Hoy esos escritores -podríamos nombrar alguno más, de varios considerados políticamente incorrectos, como el francés Michel Houellebecq, tildado de misógino, retrógrada e intolerante religioso- son abiertamente reconocidos, festejados y premiados con algunos de los galardones más importantes de la literatura occidental -Houellebecq, por ejemplo, ha ganado premios tan importantes como el Goncourt por la novela El mapa y el territorio.
Esto dice algo sobre las ramificaciones de nuestras percepciones estéticas, sobre el estado de la cultura. ¿Somos receptivos ante cualquier producto que lleve estampada la marca del trabajo artístico? ¿Somos consumidores culturales abiertos? ¿O será que por naturaleza tendemos a ver con buena cara los extremos, la vocación por traspasar siempre la próxima frontera?
Lo cierto es que ese tipo de literatura, aquella que hace del escándalo su medio, de la provocación su meta y de la lectura casi una prueba de resistencia para el lector, cada día gana más adeptos y más practicantes. Como se imaginará, por supuesto, dentro de esta categoría hay escritores y obras con mayor y menor grado de sofisticación, de compromiso intelectual y de calibre estético.
La marrana negra de la literatura rosa (2010), el tercer libro de cuentos del mexicano Carlos Velásquez (Coahuila, 1978), autor de la no menos interesante La Biblia vaquera (2011,) es un buen ejemplo de ello.
En cinco cuentos hace alarde de una de las imaginaciones más desbocadas y llamativas de la actual literatura en castellano, que tiende a hacer del espacio individual, de la privacidad y de la intimidad, instancias generadoras de la degradación de las grandes masas y el espacio público.
Alejado de la solemnidad con la que se ha tratado continuamente la esfera privada en este principio de siglo, La marrana negra… encara las particularidades del habitante de esta postmodernidad con una escritura que sorprende e incluso descoloca, y que para hacerlo se vale de un humor absolutamente brutal, que se entremete en los resquicios de nuestro tiempo para retratar mundos desquiciados, escenarios que son el resultado del choque de diversas subculturas, personajes que habitan inframundos que mueven a la risa y al espanto.

No pierda a su pareja por culpa de la grasa, el relato que inaugura el libro, es la historia de un hombre gordo cuya mujer -tentándolo con sexo y aplanándolo a insultos- lo somete a una dieta de cocaína para que baje de peso. Después, en una escena en que se mezclan ingenuidad y sadismo, la esposa, embarazada y colmada de cocaína a su vez, acuchilla a la madre ciega del gordo para heredar una cuantiosa herencia.
En El alien agropecuario, un adolescente con un avanzado síndrome de Down se convierte en la estrella de una banda punk, Los ornitorrincos blancos de la cultura gris. Tras algunos meses de giras y relativo éxito, la banda se descompone, entre escándalos publicitarios, traiciones y sexo utilizado como arma entre sus miembros.
En El club de las vestidas embarazadas, Damián, un clasemediero mexicano, infértil y cansado de la minucia cotidiana, se une a un club secretamente homosexual en el cual los miembros se reparten los roles de madres y bebés. Allí, infantilizado y empañalado, se caga a placer ante la mirada y el beneplácito de otro compañero de club, quien lo limpia, lo cambia y termina enamorado de él. Eso no es todo. En un movimiento paródico, mitad homenaje y mitad burla, que Velásquez hace a El club de la pelea, de Palahniuk, Damián emigra de club en club -Alcohólicos Anónimos, Sociedad de Manipuladores de Cerámica, Club de Enfermos Terminales, Club de Hombres Golpeados, etc.- para escapar de su mujer, quien lo atosiga continuamente con el deseo de inseminarse artificialmente.
Finalmente, en La marrana negra de la literatura rosa, cuento que finaliza y da título al libro de Velásquez, una cerdita completamente negra y con aires de diva -hot, bitchy e inventiva- le dicta en sueños a su dueño, un homosexual cuarentón y reprimido, novelitas rosa y novelitas gay, que le conceden rápidamente un considerable éxito comercial.
Tales los personajes de estos cuentos que, a pesar del humor irreverente que envuelve la atmósfera entera del libro y su constante tono de sátira, no dejan de mostrase frontales a la hora de confrontar y resolver las tramas y los dramas de sus historias particulares.
En ese proceder, en esa dinámica algo salvaje en la que se inmiscuyen constantes anglicismos y recuerdos de la permisiva cultura pop que habitamos, las personalidades y los trayectos individuales parecen abandonar el centro del escenario y ceder el primer plano a un complejo aparato reproductor de violencia y machismo que se configura como un espacio sofisticado y digno de estudio.
No es éste, sin embargo, un libro que privilegia una mirada antropológica, no es un estudio sobre minorías sexuales en el norte de México, ni tampoco un aparato reproductor de las modas violentas de la actual sociedad del país del norte.
La literatura, el hecho de contar historias salvajes, desenfrenadas, provocadoras, escandalosas, es el motor puro y duro de un libro que, como se ha dicho: “está llamado a cambiar la recepción y la percepción de la literatura mexicana y sus aires de altísima cultura”.

Eso, por si alguien todavía necesita confirmar que la literatura culta ya no es el centro de la cultura dominante. O, como le dicta la marranita negra una noche a su dueño: “Big man, pig man, charade you are…/ What do you hope to find/ when you’re down in the pig mine?”.

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