Así nos ven… o Bolivia, en el ojo del mundo literario
Un ambicioso libro compilado y prologado por Homero Carvalho reúne decenas de cuentos, ensayos y poemas de bolivianos y extranjeros. ¿El punto común? Bolivia como tema central.
Martín
Zelaya Sánchez
Homero
Carvalho acaba de terminar una dura pero muy reconfortante labor de tres años: Bolivia, tu voz habla en el viento, una
antología de escritos -relatos, ensayos y poemas- de autores extranjeros y
nacionales, hilados todos por una temática principal y específica: Bolivia.
“Entre
las joyitas -cuenta el escritor- y para crear un contrapunteo poético puedo
mencionar a dos poemas, el modernista A
Bolivia de Rubén Darío, y el beatnik Esfínter
de Allen Ginsberg”.
“…
en Francia hallaba néctar que la nostalgia alivia, / y en Bolivia encontraba
una arcaica fragancia”, escribe el nicaragüense.
“Espero
que mi viejo, que mi buen ojo del culo resista / en 60 años no se ha portado
nada mal / aunque en Bolivia una operación de fisura / sobrevivió al hospital
de altiplano…”, cuenta socarronamente el estadounidense.
No
muchos saben que tres libros clásicos de la literatura moderna mencionan diferentes
aspectos “bolivianos”: El almuerzo desnudo
de Burroughs, Moby Dick de Melville y
Drácula de Stoker, según revela Pablo
Cingolani en su más que interesante artículo Bolivia según los otros. De Herman Melville al Che Guevara.
Aunque
La Paz o Cochabamba no son precisamente París o Nueva York -dos de las ciudades
más citadas en la literatura universal moderna- hay autores contemporáneos
“enamorados” de Bolivia, como los españoles Miguel Sánchez-Ostiz y Ricard
Bellveser o el italiano Claudio Cinti, el primero de los cuales está antologado
en este libro.
De
esta nación altiplánica, más allá de los ineludibles temas políticos,
antropológicos y sociales: indianismo, minería, mediterraneidad, interesan
también:
Su
gente:
“Hay
que vivir ausente de uno mismo, /hay que envejecer en plena infancia, / hay que
llorar de rodillas delante de un cadáver / para comprender qué noche /poblaba
el corazón de los mineros. / Yo fui a Bolivia en el otoño del tiempo”, como
bien señala Manuel Scorza en Canto a los
mineros de Bolivia.
Su
paisaje:
“La
aparición de la ciudad de La Paz ante el viajero es quizás el más bello e
impresionante espectáculo que el hombre americano moderno puede ofrecer en el
Nuevo Mundo”, según dice el peruano José María Arguedas.
O
Miguel Ángel Asturias en su Meditación
frente al lago Titicaca: “No sé por qué he venido a estudiar el trino, si
aquí se estudia miel, la miel del cielo, aquí bajan reflejos de los montes
olorosos a yerbas veteranas...”.
Y
la bolivianidad como tal, como escribe el colombiano William Ospina en su poema
Bolivia:
“Los
viejos padres niños nacerán si murieron / y esta rosa de piedra que mis ojos no
abarcan / dirá al cielo infinito que fue hermoso esforzarse, / que en la hierba
que arrancan los dientes del cordero / tiemblan amores viejos y cristales de
sangre”.
Esto
y mucho más contienen las 255 páginas de Bolivia,
tu voz habla en el viento, sobre la que su autor brinda más claves y
detalles.
- Descríbenos los rasgos
generales del libro
-
La antología se llama Bolivia, tu voz
habla en el viento, un verso del
poeta Raúl Otero Reiche que elegí porque creo que resume el objetivo de la
misma: que las voces de los escritores vayan por la tierra anunciando nuestra
patria.
Dividí
en tres partes la muestra: poesía, en la que incluyo a poetas extranjeros y
bolivianos; cuento, solamente extranjeros porque son muchos los autores
nacionales y las narraciones en las que el país está presente de manera
explícita y, por último, artículos y/o ensayos en la que también incluyo a
bolivianos y a extranjeros hablando de Bolivia de una manera especial,
diferente de lo cotidiano.
- Danos detalles formales:
¿cuántos textos, cuántos autores, qué géneros, qué criterios de selección…?
-
En este libro se incluyen a 55 autores: 39 poetas, cinco cuentistas y 11
articulistas y/o ensayistas; 20 son extranjeros, entre ellos tres premios Nobel
de Literatura: Miguel Ángel Asturias, Pablo Neruda y Mario Vargas Llosa.
Entre
otros autores extranjeros están José María Arguedas, William Ospina, Manuel
Scorza, Miguel Sánchez-Ostiz, Vicente Huidobro, Mario Benedetti y Augusto
Monterroso.
Y
entre los bolivianos están, entre otros, Yolanda Bedregal, Raúl Otero Reiche,
Franz Tamayo, Óscar Cerruto, Pedro Shimose, Jesús Urzagasti, Jorge Suárez,
Ruber Carvalho, Elvira Espejo, Matilde Casazola, Eliodoro Aillón, Gonzalo
Vásquez y Roberto Echazú.
El
criterio de selección fue, además de Bolivia como motivo literario, la
condición estética de cada uno de los textos.
- ¿Qué te motivo a emprender este
proyecto, cómo fue el proceso de investigación-redacción?
-
Desde hace varios años dirijo talleres de literatura en bibliotecas, escuelas
fiscales y comunidades campesinas donde muchos jóvenes me preguntan si algunos
escritores extranjeros hablan de Bolivia… y me propuse investigar quiénes lo
hacían además de los pocos que conocía y me encontré con muchas sorpresas.
La
investigación duró tres años consultando libros, revistas, páginas webs, así
como también a amigos escritores como Rubén Vargas, Juan Carlos Ramiro Quiroga,
Marcelo Arduz y otros.
No
recibí ningún apoyo para la investigación, pero sí para la edición. El libro es
una coedición entre el Centro Cultural Simón I. Patiño de Santa Cruz y
Editorial 3600 de La Paz y existe la posibilidad de que se traduzca al francés.
- Luego de esta notable labor de
selección y compilación, seguramente tendrás alguna idea más clara de qué es
Bolivia para escritores y literatos del mundo en particular, y para el resto de
la gente en general.
-
Leyendo esta selección tendremos muchos motivos para sentirnos orgullosos de
nuestro país, de nuestra cultura y de nuestra gente. Creo que pocas veces
tantos escritores reconocidos han escrito sobre un país.
Jesús
Urzagasti, en su poema El país natal
dice “No sé qué podría decir del país donde nací./ Que es hermoso todo el mundo
lo sabe/ menos sus habitantes. Quizás por eso perdimos/ la mitad de nuestro
territorio en el Cono Sur”.
Y
el español Miguel Sánchez-Ostiz. En Cuaderno
boliviano, afirma que “el atractivo de Bolivia como espacio de lejanía,
como confín, pero un confín muy distinto al que puede sentirse en Magallanes o
Tierra del Fuego, un confín que más tiene que ver con la idea del abismo en el
que desaparecer y de verdadero corazón de las tinieblas. ¿No fue en el parque
Kempff donde Conan Doyle situó el escenario perdido de su novela Un mundo perdido?”
Algo
mágico y maravilloso debe tener nuestro país que ha fascinado y fascina a tanto
buen escritor. Leamos, pues, a nuestro país.
Para
terminar, algunas citas y referencias que quedan de Así nos ven, otra compilación sobre escritos hechos por
extranjeros, acerca de Bolivia, que en 2008 publicó la editorial Correveidile.
James
Joyce dedica algunos párrafos de su emblemática novela Ulises a este país:
“Sacó
a tientas una postal de su bolsillo interno que parecía una especie de
depósito, y la empujó sobre la mesa. Tenía impreso lo siguiente: choza de
indios. Beni, Bolivia. Todos concentraron su atención sobre esta escena
reproducida: un grupo de mujeres salvajes con taparrabos rayados, en cuclillas
parpadeando, amamantando, arrugando el entrecejo, durmiendo entre un enjambre
de chiquillos…”.
Por
lo demás, unos cuantos buenos ejemplos -creemos- se le fueron a Carvalho:
textos de Andrés Ajens o Bartolomé Leal, chilenos muy querendones de este país,
o El hombre a caballo, novela del
francés Driu de la Rochelle que Luis “Cachín”
Antezana citó más de una vez, como una extraña crónica-ficción sobre la vida de
Melgarejo.
De
todas maneras, más que loable emprendimiento del autor beniano, del Centro
Patiño de Santa Cruz, donde la obra se presentará la siguiente semana, y de
Editorial 3600, que propiciará el lanzamiento en La Paz para las siguientes
semanas.
--
A Bolivia
Rubén
Darío
En
los días de azul de mí dorada infancia
yo
solía pensar en Francia y en Bolivia;
en
Francia hallaba néctar que la nostalgia alivia,
y
en Bolivia encontraba una arcaica fragancia.
La
fragancia sutil que da la copa rancia,
o
el alma de la quena que solloza en la tibia,
la
suave voz indígena que la fiereza entibia,
o
el dios del Manchaipuito, en su sombría estancia.
El
tirso griego rige la primitiva danza,
y
sobre la sublime pradera de esperanza,
nuestro
pegaso joven mordiendo el freno brinca,
y
bajo de la tumba del misterioso cielo,
si
sol y luna han sido los divos del abuelo,
con
sol y luna triunfan los vástagos del Inca.
--
Esfínter
Allen
Ginsberg
Espero
que mi viejo, que mi buen ojo del culo resista
en
60 años no se ha portado nada mal
aunque
en Bolivia una operación de fisura
sobrevivió
al hospital de altiplano -
poca
sangre, ningún pólipo, ocasionalmente
una
leve hemorroide
activo,
anhelante, receptivo al falo
botella
de coca, vela, zanahorias
plátanos
y dedos -
ahora
el Sida lo vuelve cauteloso, pero
aún
servicial -
fuera
el mal rollo, dentro el condón
amigo
orgásmico -
aún
elástico correoso,
descaradamente
abierto al placer
pero
en 20 años más, quién sabe,
los
viejos sufren todo tipo de achaques
cuello,
próstata, estómago, articulaciones -
espero
que mi viejo orificio se conserve joven
hasta
la muerte, dilatado.
--
Una
revelación de Monterroso
Cuenta
Homero Carvalho en el prólogo de Bolivia,
tu voz habla en el viento: “Augusto Monterroso, con quien conversé en
México, afirma que el breve cuento La
vaca se le apareció en un viaje por el altiplano, entre La Paz y Oruro,
cuando vivía ejerciendo de cónsul de su país (Guatemala) en 1956”.
La
vaca
Cuando
iba el otro día en el tren me erguí de pronto feliz sobre mis dos patas y
empecé a manotear de alegría y a invitar a todos a ver el paisaje y a
contemplar el crepúsculo que estaba de lo más bien. Las mujeres y los niños y
unos señores que detuvieron su conversación me miraban sorprendidos y se reían
de mí, pero cuando me senté otra vez silencioso no podían imaginar que yo
acababa de ver alejarse lentamente a la orilla del camino una vaca muerta
muertita sin quien la enterrara ni quien le editara sus obras completas ni
quien le dijera un sentido y lloroso discurso por lo buena que había sido y por
todos los chorritos de humeante leche con que contribuyó a que la vida en
general y el tren en particular siguieran su marcha.
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