La hermandad de la naturaleza en Man Césped
A propósito del Día Mundial del Ambiente, el autor reflexiona acerca de la obra del escritor boliviano Manuel Céspedes.
E.E.
Guíntaras
Como
en unos pocos días, el próximo 5 de junio, se celebrará el Día Mundial del
Ambiente, es apropiado rescatar del olvido un muy temprano y solitario
antecedente donde la poesía y la prosa se entrelazan con la naturaleza.
Me
refiero a la obra de Manuel Céspedes, más conocido como Man Césped. Nacido en
Sucre en 1874, pasó buena parte de su vida en Cochabamba, desempeñando
distintos oficios, desde explorador minero a diputado liberal por tres
períodos. Aunque provenía de una familia acomodada, falleció sumergido en la
pobreza en Cochabamba en 1932.
Un
elemento clave en Césped es su profunda e intensa identificación con la naturaleza.
Entendía que los demás seres vivos eran sus hermanos, percibía la circularidad
de la vida y le reconocía un sentido religioso, por momentos panteísta.
Posiblemente
su obra más conocida sea Símbolos
profanos, publicada en 1924 en Buenos Aires, y que junto a Sol y horizontes, la crónica de viaje Chimoré y una selección de relatos están
recopilados en sus Obras completas, editadas
en 1973 para la Biblioteca IV Centenario por Los Amigos del Libro.
Césped
una y otra vez considera que “los animales y las plantas son hermanos nuestros
en la comunidad de la existencia” (en Sol
y horizontes, 1930). La naturaleza es una madre, sus paisajes “pertenecen
al amor y al pensamiento y nadie puede destruirlos sin delinquir contra la
humanidad”, tampoco “puede haber ni subasta ni dueño” (escribe en un artículo
en El Imparcial, Cochabamba, 6 de septiembre de 1931).
Hoy,
en pleno siglo XXI, las resonancias de esas posturas son muy claras. Su
sensibilidad está a tono con los derechos de la naturaleza, y cuando se
refiere, por ejemplo, a la hermandad de plantas y animales, hay evidentes
cercanías con las ideas del canciller David Choquehuanca sobre el Vivir Bien.
Esa
profunda identificación alcanza un clímax en su Oración final en Símbolos
profanos, pidiendo a la Madre Naturaleza que al morir lo transforme en un
árbol: “en mi nueva vida apártame del ritmo de la sangre y conságrame a la
silenciosa ascensión de la savia”, para ser “puro y bueno como esos seres
imperturbables y sencillos”; “en vez de pensamientos daré flores”.
Aunque
algunos califican la obra de Césped como una literatura menor, en realidad nos
encontramos frente a uno de los más tempranos antecedentes de una identificación
trascendental con la naturaleza.
Su
importancia no está tanto en la técnica de sus textos, sino en la originalidad
de sus contenidos, y en el hecho, nada menor, de expresar una convergencia
autónoma, latinoamericana, con el trascendentalismo naturalista que era propio
de algunos autores anglosajones. Entre ellos son evidentes las similitudes con
Henry David Thoreau (1817-1862), quien además de sus aportes sobre la
desobediencia civil, fue autor de una compleja obra sobre la naturaleza. Su mejor
ejemplo es Walden, con sus
reflexiones sobre una vida simple y austera en el bosque y junto a un lago.
Esta
conexión ya fue indicada en Bolivia por Mariano Baptista Gumucio, en su indispensable
análisis sobre Césped, Madre naturaleza,
vuélveme árbol (1979), en el que lo califica como un “hermano menor” de
Thoreau.
Es
cierto que los escritos de Thoreau elaboran con mayor detalle y complejidad una
postura trascendental en clave ecológica. Además, su obra tuvo una fuerte
influencia, que se extendió en el siglo XX, con unos cuantos seguidores en
distintos países, y afectó incluso las políticas ambientales.
A
diferencia de la neutralidad religiosa de Thoraeu, en Césped, “Dios es el
espíritu de la naturaleza” (como afirma en Sol
y horizontes). Hay más de una resonancia con San Francisco de Asís, tanto
por su hermandad con animales y plantas, como por la crítica a la riqueza y la
celebración de la pobreza.
De
todos modos, al igual que el trascendentalismo del norte, es una autoreflexión
desconectada de los contextos culturales. Césped no aprovechó (sea porque no
pudo o no quiso), los saberes indígenas que le rodeaban en Bolivia. La
naturaleza se vuelve sujeto, pero es una naturaleza occidental y no una
Pachamama andina.
En
tanto la obra de Césped cayó en el olvido, durante años se creyó que no existía
una versión latina de Thoreau. A pesar de nuestra enorme riqueza ecológica, en muchos
de los exponentes más conocidos de la literatura latinoamericana reciente, la
naturaleza no era un sujeto central sino un escenario.
En
notables relatos telúricos, como Gran
Sertón: Veredas, del brasileño João Guimarães Rosa, los territorios, con
sus plantas y animales, son de enorme importancia, pero constituyen una
escenografía por la cual transitan los dramas personales. La narrativa comúnmente
calificada como realismo mágico, también puede ser entendida como un humanismo
mágico.
Podría
decirse que otra mirada cercana al trascendentalismo natural está
ejemplificada, por ejemplo, en la obra del peruano José María Arguedas, en la
que no hay una división tajante entre la naturaleza y el mundo social.
Siguiendo
la sensibilidad andina, la comunidad humana es también una comunidad de tierras
de cultivo y pastoreo. Pero aún en su caso, las historias contadas son las de
hombres, mujeres o niños, y no la de árboles, jaguares o tapires. Aunque
posturas como las de Arguedas podrían haber dado dar lugar a una literatura
ecológica trascendental, eso no ocurrió.
Pienso
que eso estuvo relacionado no tanto con el sentido trágico de Arguedas, pero
más con la vanidad europeizada que predomina en América Latina, que siempre ha
minimizado las voces indígenas. Siempre se desconfió de la “utopía arcaica”,
tal como la concebía Mario Vargas Llosa.
De
esta manera, por mucho tiempo el ambientalismo latinoamericano y global entendía
que el casillero que correspondía a algo así como una versión latina de un
trascendentalismo ecológico a lo Theoreau, estaba vacío. Algunos temían que padecíamos
de una incapacidad espiritual en entender a la naturaleza de otra manera que no
fueran la sed por metales preciosos o la avaricia por las tierras.
El
rescate de Césped hecha por tierra esa limitación. Es posiblemente el más temprano
trascendentalista de la naturaleza en América Latina. Por todas estas razones,
en el próximo Día Mundial del Ambiente, no hay que olvidar que un adelantado en
cuestionar la cultura de la apropiación y mercantilización del entorno, y en
defender una alternativa basada en otra sensibilidad con la naturaleza, era
boliviano, y se llamaba Man Césped.
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