jueves, 1 de mayo de 2014

Sombras nada más

Gabo, poeta y cronista del paraíso


Reproduciendo partes de un texto de José Luis Díaz-Granados, el autor enfatiza en la poco conocida faceta poética de Gabriel García Márquez.



Gabriel Chávez Casazola

Borges decía que tan solo son cuatro las historias que se narran incesantemente: el asedio, el viaje, la busca, el sacrificio. Lo que varía son los ropajes de esas historias, sus vestiduras. No todos los escritores son capaces de contar algo, lo de siempre de un modo nuevo.
García Márquez fue uno de esos escritores. No sólo reinventó, sino que transfiguró la narrativa escrita en español. La repletó de mariposas amarillas, bellezas que vuelan entre sábanas y señores muy viejos con unas alas enormes, y al hacerlo le dio un sabor, un color, una textura (y un olor) muy americanos.
De hecho, su literatura se explica y es posible en tanto está impregnada de la pasión del trópico y del Caribe, del imaginario de estas tierras todavía jóvenes, felices e indocumentadas, pero también caóticas y crueles como un Edén a medio hacerse, donde muchos seres y cosas deben señalarse con el dedo pues aún no tienen nombre. O no lo tenían: él se los dio.
Suele decirse que Gabriel García Márquez creó todo un mundo en su obra, un cosmos llamado Macondo. Podría por ello ser considerado un autor-demiurgo, pero creo que, ante todo, como el periodista que era, fue un observador agudo, un buen cronista del paraíso, un reportero de lo real maravilloso.
No creó un mundo: lo transmutó en palabras. Porque en esta fabulosa América, aquí, donde nos ha sido dado vivir, sucede todo lo que sucede en Macondo. Solo es cuestión de darse cuenta y vivir para contarlo.
Decía que el Gabo fue ante todo periodista. Pero tampoco. Primero que nada fue poeta. Eso se nota, paradójicamente, en su prosa. Pero no me refiero a la poesía que alienta en su narrativa, sino a su poesía en sentido estricto.
Casi nadie lo ha recordado o puesto de relieve en estos días de homenajes tras su muerte (aunque aquí, en Letra Siete, publiqué dos poemas suyos en el Mirabiliario de la semana anterior). Pero en general casi nadie lo recordaba o mencionaba tampoco antes, con él en vida.
Y digo “casi” nadie, porque el exquisito poeta colombiano José Luis Díaz-Granados, cercano amigo de García Márquez y su familia (precisamente esta pasada semana acompañó al hermano de GGM al funeral-homenaje en Ciudad de México), escribió hace algún tiempo un interesante texto sobre esa faceta tan poco divulgada.
El artículo, titulado “La poesía de Gabriel García Márquez” es extenso y detallado, y ahora puede ser leído en el muy visitado portal Círculo de Poesía. Queriendo animarlos a esa lectura, antes que ofrecer una síntesis prefiero simplemente provocar su curiosidad con dos o tres extractos de su contenido.
El primero es prácticamente una anécdota colegial: “En 1940, cuando el futuro autor de Cien años de soledad acababa de cumplir sus 13 años y cursaba el primer año de secundaria en el colegio San José de Barranquilla, regentado por los padres jesuitas, dio a conocer unas tímidas muestras de su enorme capacidad para versificar, cuando le improvisaba a cada uno de sus condiscípulos lo mismo que a sus profesores, cuartetas festivas y versos satíricos, sin que hubiera en alguno de ellos ningún asomo de gracia lírica. ‘El padre Luis Posada -recuerda Gabo en sus memorias-, capturó uno, lo leyó con ceño adusto y me soltó la reprimenda de rigor, pero se lo guardó en el bolsillo. El padre Arturo Mejía me citó entonces en su oficina para proponerme que las sátiras decomisadas se publicaran en la revista Juventud, órgano oficial de los alumnos del colegio. Mi reacción inmediata fue un retortijón de sorpresa, vergüenza y felicidad, que resolví con un rechazo nada convincente: -Son bobadas mías. El padre Mejía tomó nota de la respuesta y publicó los versos con ese título -Bobadas mías- y con la firma de Gabito, en el número siguiente de la revista…”.
Pero luego refiere Díaz-Granados que “Gabo no cabía de la dicha a sus 17 años pensando en que sería un poeta y nada más que un poeta”; que “al ingresar a la Universidad Nacional, Gabo continuó escribiendo secreta y públicamente poesía”; y que “parecía querer contarnos un cuento en cada poema o versificación. Reiteraba, sin saberlo, que cada buen poema no era otra cosa que el teatro de una acción. Y así, hasta que por propia confesión, se sintió cegado por el rayo de sol de La metamorfosis de Kafka, en un insólito camino hacia el Damasco narrativo”.  
Mas, sin embargo, “con esa sorda y peligrosa terquedad de quien no es nadie pero quiere serlo todo, Gabo continuó escribiendo poemas y sonetos de medidas perfectas y publicándolos en las páginas de sus buenos amigos, unas veces con el seudónimo de Javier Garcés y otras con su nombre verdadero”.
Fue en su temprana juventud o tardía adolescencia que en el periódico La Razón de su país, en la sección “Poetas Universitarios”, apareció firmado por él un poema con el antetítulo de “Elegía a la Marisela”, según recuerda José Luis Díaz-Granados. Quiero invitarlos a leer un fragmento de este sorprendente (por su pureza, por su inocencia) poema titulado Geografía celeste:
No ha muerto. Ha iniciado / un viaje atardecido. / De azul en azul claro / -de cielo en cielo- ha ido / por la senda del sueño / con su arcángel de lino. / A las tres de la tarde / hallará a San Isidro / con sus dos bueyes mansos / arando en cielo límpido / para sembrar luceros / y estrellas en racimos. / -Señor, ¿cuál es la senda / para ir al Paraíso? / -Sube por la Vía Láctea, / ruta de leche y lirio, / la menor de las Osas / te enseñará el camino. / Cuando sean las cuatro / la Virgen con el Niño / saldrán a ver los astros / que en su infancia de siglos / juegan la Rueda-Rueda / en un bosque de trinos. / Y a las seis de la tarde / el ángel de servicio / saldrá a colgar la luna / de un clavo vespertino. / Será tarde. Si acaso / no te han guardado sitio / dile a Gabriel Arcángel / que te preste su nido / que está en el más frondoso / árbol del Paraíso.


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