Gabo, poeta y cronista del paraíso
Reproduciendo partes de un texto de José Luis Díaz-Granados, el autor enfatiza en la poco conocida faceta poética de Gabriel García Márquez.
Gabriel Chávez Casazola
Borges decía que tan solo son cuatro las historias que se
narran incesantemente: el asedio, el viaje, la busca, el sacrificio. Lo que
varía son los ropajes de esas historias, sus vestiduras. No todos los
escritores son capaces de contar algo, lo de siempre de un modo nuevo.
García Márquez fue uno de esos escritores. No sólo
reinventó, sino que transfiguró la narrativa escrita en español. La repletó de
mariposas amarillas, bellezas que vuelan entre sábanas y señores muy viejos con
unas alas enormes, y al hacerlo le dio un sabor, un color, una textura (y un
olor) muy americanos.
De hecho, su literatura se explica y es posible en tanto
está impregnada de la pasión del trópico y del Caribe, del imaginario de estas
tierras todavía jóvenes, felices e indocumentadas, pero también caóticas y crueles
como un Edén a medio hacerse, donde muchos seres y cosas deben señalarse con el
dedo pues aún no tienen nombre. O no lo tenían: él se los dio.
Suele decirse que Gabriel García Márquez creó todo un
mundo en su obra, un cosmos llamado Macondo. Podría por ello ser considerado un
autor-demiurgo, pero creo que, ante todo, como el periodista que era, fue un
observador agudo, un buen cronista del paraíso, un reportero de lo real
maravilloso.
No creó un mundo: lo transmutó en palabras. Porque en esta
fabulosa América, aquí, donde nos ha sido dado vivir, sucede todo lo que sucede
en Macondo. Solo es cuestión de darse cuenta y vivir para contarlo.
Decía que el Gabo fue ante todo periodista. Pero tampoco.
Primero que nada fue poeta. Eso se nota, paradójicamente, en su prosa. Pero no me
refiero a la poesía que alienta en su narrativa, sino a su poesía en sentido
estricto.
Casi nadie lo ha recordado o puesto de relieve en estos
días de homenajes tras su muerte (aunque aquí, en Letra Siete, publiqué dos
poemas suyos en el Mirabiliario de la semana anterior). Pero en general casi
nadie lo recordaba o mencionaba tampoco antes, con él en vida.
Y digo “casi” nadie, porque el exquisito poeta colombiano
José Luis Díaz-Granados, cercano amigo de García Márquez y su familia
(precisamente esta pasada semana acompañó al hermano de GGM al funeral-homenaje
en Ciudad de México), escribió hace algún tiempo un interesante texto sobre esa
faceta tan poco divulgada.
El artículo, titulado “La poesía de Gabriel García
Márquez” es extenso y detallado, y ahora puede ser leído en el muy visitado
portal Círculo de Poesía. Queriendo animarlos a esa lectura, antes que ofrecer
una síntesis prefiero simplemente provocar su curiosidad con dos o tres
extractos de su contenido.
El primero es prácticamente una anécdota colegial: “En
1940, cuando el futuro autor de Cien años de soledad acababa
de cumplir sus 13 años y cursaba el primer año de secundaria en el colegio San
José de Barranquilla, regentado por los padres jesuitas, dio a conocer unas
tímidas muestras de su enorme capacidad para versificar, cuando le improvisaba
a cada uno de sus condiscípulos lo mismo que a sus profesores, cuartetas
festivas y versos satíricos, sin que hubiera en alguno de ellos ningún asomo de
gracia lírica. ‘El padre Luis Posada -recuerda Gabo en sus memorias-, capturó
uno, lo leyó con ceño adusto y me soltó la reprimenda de rigor, pero se lo
guardó en el bolsillo. El padre Arturo Mejía me citó entonces en su oficina
para proponerme que las sátiras decomisadas se publicaran en la revista Juventud,
órgano oficial de los alumnos del colegio. Mi reacción inmediata fue un
retortijón de sorpresa, vergüenza y felicidad, que resolví con un rechazo nada
convincente: -Son bobadas mías. El padre Mejía tomó nota de la respuesta y publicó
los versos con ese título -Bobadas mías- y con la firma de Gabito, en
el número siguiente de la revista…”.
Pero luego refiere Díaz-Granados
que “Gabo no cabía de la dicha a sus 17 años pensando en que sería un poeta y
nada más que un poeta”; que “al ingresar a la Universidad Nacional, Gabo
continuó escribiendo secreta y públicamente poesía”; y que “parecía querer
contarnos un cuento en cada poema o versificación. Reiteraba, sin saberlo, que
cada buen poema no era otra cosa que el teatro de una acción. Y así, hasta que por propia
confesión, se sintió cegado por el rayo de sol de La metamorfosis de Kafka, en un insólito camino hacia el Damasco
narrativo”.
Mas, sin embargo, “con esa
sorda y peligrosa terquedad de quien no es nadie pero quiere serlo todo, Gabo
continuó escribiendo poemas y sonetos de medidas perfectas y publicándolos en
las páginas de sus buenos amigos, unas veces con el seudónimo de Javier Garcés
y otras con su nombre verdadero”.
Fue en su temprana juventud o
tardía adolescencia que en el periódico La Razón de su país, en la sección “Poetas
Universitarios”, apareció firmado por él un poema con el antetítulo de “Elegía
a la Marisela”, según recuerda José Luis
Díaz-Granados. Quiero invitarlos a leer un fragmento de este sorprendente (por
su pureza, por su inocencia) poema
titulado Geografía celeste:
No ha muerto. Ha iniciado / un viaje atardecido. / De
azul en azul claro / -de cielo en cielo- ha ido / por la senda del sueño / con
su arcángel de lino. / A las tres de la tarde / hallará a San Isidro / con sus
dos bueyes mansos / arando en cielo límpido / para sembrar luceros / y
estrellas en racimos. / -Señor, ¿cuál es la senda / para ir al Paraíso? / -Sube
por la Vía Láctea, / ruta de leche y lirio, / la menor de las Osas / te
enseñará el camino. / Cuando sean las cuatro / la Virgen con el Niño / saldrán
a ver los astros / que en su infancia de siglos / juegan la Rueda-Rueda / en un
bosque de trinos. / Y a las seis de la tarde / el ángel de servicio / saldrá a
colgar la luna / de un clavo vespertino. / Será tarde. Si acaso / no te han
guardado sitio / dile a Gabriel Arcángel / que te preste su nido / que está en
el más frondoso / árbol del Paraíso.
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