jueves, 15 de mayo de 2014

La palabra teleférica

La fiesta de la cruz


De estrellas, constelaciones, germinaciones, transformaciones, y algunos rituales y ceremonias andinas. 



Juan Pablo Piñeiro

El padre de una amiga es un cervecero experto y una me vez me contó algo sobre el proceso de fabricación de esta bebida que me dejó pensando varios días. Yo le había preguntado por la diferencia entre malta y cebada, pero no esperaba que la respuesta que me dio se pueda aplicar a otras dimensiones de la vida.
Lo que yo no sabía es que la cebada se podía convertir en malta, es decir que la malta no es otra cosa que cebada “malteada”. El azúcar necesario para la fermentación de la bebida proviene del almidón que se encuentra en el corazón del cereal.
En su estado natural este almidón está protegido por la misma semilla y no se puede acceder a él empleando técnicas mecánicas ni utilizando ningún tipo de levadura. Para acceder a este almidón se necesita que la semilla germine. Para eso la depositan en tanques de agua, a determinada temperatura y durante un par de días. Entonces se produce el milagro, pues las enzimas necesarias para que el almidón se convierta en azúcar provienen de la misma semilla.
Siempre estuvieron allí pero se puede acceder a ellas solamente si el cereal comienza a germinar. Esta cebada que comienza a germinar es lo que se conoce como malta y esta malta es lo que se usa para fabricar cerveza.
¡Cómo no quedarse seco con la respuesta! ¡Si en la vida sucede lo mismo! Es decir que las fuerzas que necesitamos para crecer, las luces que deben brillar para transformarnos, están dentro de nosotros. Todo lo que necesitamos está dentro de nosotros. El secreto está en entender que para acceder a estas enzimas internas tenemos que germinar.
La cosa es que mi padre está germinando últimamente. Está germinando una vez más. Es ingeniero y hace más de diez años fue elegido para diseñar y construir la estructura que trasladó al monolito Pachamama desde Miraflores hasta el lugar donde pertenece.
Aquella jornada la gente arremolinada alrededor de la obra gritaba “hora” mientras mi padre y los siete obreros de hierro que siempre lo acompañaban trabajan inmutables. Llevaban más de tres días sin dormir. No podía fallar nada. Finalmente si a un ingeniero se le cae un edificio, termina en la cárcel de por vida, pero qué pasaba si a él se le caía aquel testimonio milenario de la luz de la humanidad. No había cárcel que valga.
Gracias a Dios, los achachilas dieron su bendición y el monolito retornó auspiciado por una ligera llovizna que acompañaba los festejos en el altiplano.
Gracias a mi padre supe de Tiwanaku. Gracias a él comencé a presentir que existe un mundo luminoso que convive con aquel mundo al que estaba acostumbrado a vivir.
Hay una manera de ser, humilde y silenciosa, que nos habita y que pertenece a la tradición de los Andes. Una  noche los encargados del proyecto invitaron a mi padre a una ceremonia para pedir permiso para el traslado. Apareció un anciano. El tata Pedro. El anciano ejecutó una sencilla y poderosa ceremonia. Una consulta verdaderamente importante. Los achachilas respondieron que el monolito volvería en una cinta de plata. Pasaron años para que el monolito efectivamente sea trasladado, había que esperar la cinta de plata, había que esperar que se asfalte la carretera. Esa noche, después de la ceremonia, el tata los llevó a mirar las estrellas.
Quizás todo eso es lo que está germinando en mi padre ahora. Obviamente sin ninguna pretensión de su parte. Simplemente está ejerciendo el humilde derecho que tiene cualquier persona de entablar una relación personal con el misterio.
Hace un tiempo ha vuelto a obsesionarse con Tiwanaku y con los ojos que tenían aquellos hombres para mirar las estrellas. Para el equinoccio de otoño estuvimos en la ciudad sagrada y hace poco pasamos la fiesta de la cruz en la parte más alta del mirador de LLoco LLoco.
Mi padre preparó el viaje por semanas. En verdad preparó un policopiado con un resumen de todo lo que estaba leyendo e investigando sobre el firmamento andino. A todos los que participamos de la maravillosa travesía nos regaló una copia en la reunión que hicimos la víspera del tres de mayo.
En el policopiado dibujó una cruz cuadrada con las proporciones de la chakana y en esa cruz situó los tiempos estelares que se viven en los Andes. Con claridad entendimos que el tiempo al igual que el espacio se puede dividir en cuatro. Los tiempos solares andinos se oponen y forman una cruz. Los solsticios y los equinoccios configuran esa trama.
Pero durante este recorrido del sol se producen otros eventos importantes en las estrellas, las fiestas de la chakana. Son cuatro también: la fiesta de la cruz, la fiesta de la Pachamama en agosto, la fiesta de los difuntos y la Anata.
En la fiesta de los difuntos, por ejemplo, aparece en el firmamento la constelación andina conocida como la puerta del Mankapacha. Es decir que para que retornen nuestros muertos primero se debe abrir la puerta que está en las estrellas.
Como dije, no existe pretensión alguna por parte de mi padre en la organización de esta travesía, simplemente la motivación de ir a ver las estrellas con los amigos. Seguramente el policopiado tiene muchos datos imprecisos. Quizás nadie pueda decir algo preciso sobre Tiwanaku. Quizás los que sí pueden prefieren guardar silencio.
Lo maravilloso fue que pasamos la fiesta de la cruz en el mirador de Lloco lloco contemplando la chakana, los planetas y las constelaciones del firmamento. Descubriendo a Marte, a Júpiter, a Saturno, a Cannopues a Sirio y a Alpha Centauro. Mirando de frente los ojos de la llama y la proporción de la cruz del sur.
Lo maravilloso fue que germinamos con las estrellas, porque pudimos entender un poco mejor la dicha de un pueblo que vive en correspondencia con los tiempos que nacen de las estrellas. Afirmando en la tierra lo que está en el cielo.

Entendimos que no somos nosotros quienes miramos las estrellas. El que las mira es un hombre milenario. EL hombre que siempre estuvo presente en todos los hombres. El que habita el corazón de las semillas y aparece cuando el firmamento se transforma. 

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