jueves, 8 de mayo de 2014

El chicuelo dice

Las ausencias

Un conmovedor relato sobre las desapariciones, las pérdidas, el vacío… desde diferentes puntos de vista.



Wilmer Urrelo

De pronto, ya no están. De pronto, un día ya no llegan a casa. De pronto, el vacío. La ausencia. Y con ella también las interrogantes. Imagínatelo: ahí estás preguntándote, a las cuatro de la madrugada, dónde está, bajo qué techo se encontrará, en qué espacio físico estará, con quién hablarás en este momento.
No está, no llegó a casa. Y luego tendrás que defenderla, no, no teníamos problemas en casa, no, no tenía novio, ¿cómo va a tener si es apenas una niña de diez años? Y la pregunta: ¿pero dónde estás?
Ellos, los que tienen la obligación de buscarla, la acusan: que se fue con el novio, que seguro era una borracha, que seguro usted no sabe criar a su hija. Ellos, los que acusan a la gente invisible, a la que ya no está, a la ausente, a la que ahora es tan sólo aire, a la que no puede defenderse.
Y de pronto, de un momento a otro, piensas todo el tiempo en él, en ella, en tu esposa embarazada, en tu hermano universitario, en tu hija colegial o en tu novia, ella, la que tenía la gracia de ponerse a cantar cualquier cosa en cualquier momento del día. Ellas, ellos, de pronto son sólo dos papeles: los informes policiales y aquellos carteles que imprimes en tu casa, en tu oficina, en un Internet y que luego fotocopias.
Imagínatelo: buscas su mejor foto en los álbumes familiares, imagínate la tragedia absurda de hacer memoria de cómo estaba vestida esa persona la última vez que la viste, qué pantalón o cartera llevaba, qué blusa, qué camisa, qué polera, qué zapatos. Y tienes que recordar cuántos lunares tenía, debes hacer memoria si acaso tenía una cicatriz notoria y qué forma ostentaba ésta y cuál era su tamaño.
Eso: entras a la dolorosa etapa de recordar. Y ya no de tener. De recordar. Imagínate la gran diferencia. Y de pronto te das cuenta que eso es el vacío. El vacío tan temido. El infierno es el vacío. Y acudes a los canales de televisión y narras tu historia. Menos de un minuto, el tiempo en tele es oro, te advierten. ¿Se pude contar una desgracia de semejantes dimensiones en tan poco tiempo? ¿Cuánto vale eso en oro? No lo sabes.
Imagínatelo: la historia de esa persona, de tu madre, de tu hermano, de tu hermana, de tu sobrina, de tu hija, de tu novia. Todo en un minuto. Y luego esperar. O buscar. ¿Cuál de las dos cosas será peor? ¿Esperar o buscar? Esperar a que no pase nada o buscar y no hallar nada.
Y ellos lo saben, los que sabemos lo intuyen o están con los otros. Saben, olfatean, dicen siempre lo mismo: se fue con el novio, ¿había problemas en su casa, señor?, te están engañando, hermano, ella no te quería, seguro ahora le canta a otro. Entonces, en se momento, lo sabes. Son tres los enemigos. Ellos, los que sabemos, los otros, los misteriosos desaparecedores y la ausencia.
Qué, dime tú que lees estas líneas, dime cómo hago para medir la ausencia, dime cuál es su tamaño, dime cuál es su textura, dime cuál es su olor, dime cuánto pesa en kilos. Pero, por el momento, imagínatelo, la ausencia también son, dolorosamente, sus cosas. Las cosas que dejó en casa, los libros a medio leer, los cuadernos del colegio, la cama siempre mal tendida, la tele, la mala ortografía en las notas que pegaba en la puerta del refrigerador, los juguetes regalados en los cumpleaños o en Navidad…, el horror de la ausencia es el paraguas que ella te prestó una tarde de lluvia, para que no te mojes, amor, ese paraguas que no pude devolver jamás por distraído, por tonto: la ausencia se mide también por las cosas que dejó y también por las palabras que no pudiste decirle o por las que sí le dije: no me gusta ese tu amigo, hijita, hasta cuándo aprenderás a tender bien tu cama vos, te quiero infinitamente, no sabes cuánto, eres mi vida entera…
Eso, las cosas que nunca le dijiste o aquellas que le dijiste pasan a formar parte de la artillería que tiene la ausencia en contra tuya. Eso y la indiferencia, porque al principio todo el mundo cae en el lugar común de la solidaridad y me apoyan y van conmigo donde ellos, y alguno dice, ofrece, mi tío es tal cosa, que un coronel, que un capitán, y luego, maldita humanidad, la solidaridad va desapareciendo y queda en ellos, en los solidarios, tan sólo la mirada de pena…, no, la mirada de la pena no, la mirada de piedad: ya no está, esa persona se fue, desapareció, se hizo invisible, se esfumó en el aire.
Imagínatelo, el vacío es tu casa, el vacío es los lugares donde nos citábamos antes de ir al cine, y la imaginación intentando pensar, calibrar, saber dónde está, en qué lugar del país o del mundo estarás, con quiénes, qué le habrán hecho, por todos los demonios, y luego, imagínatelo, ya no duermes por las noches o lo haces a sobresaltos.
Imagínatelo: el permiso en el trabajo se acabó, la solidaridad tiene límites muy cortos, ay, la humanidad, la condenada y maldita humanidad. Y pasan los meses y llega su cumpleaños y ya no estarán los regalos que te pedía, que tal cosa, que tal camisa o que tal chompa, que tal pantalón.
No: que mejor invítame a bailar, amor, no seas tan aburrido. Imagínate los trágicos cumpleaños, los que se celebrarán sin ella, sin él. Te preguntas si él o ella sabrá qué día es allá donde se encuentre.
Y pasan los años y yo voy envejeciendo y las fotografías de él o de ella no: están como paralizadas en el tiempo, en ese extraño espacio difícil de definir que teje la ausencia. Y eso también es lo peor, poseer una fotografía que no envejece. Es parte de la ausencia porque no tienes con qué compararla, no tengo un cuerpo físico para hacerlo, les ruego que me entiendan, que lo comprendan. Envejecer y poder confrontar a esa persona con una foto, con una imagen: eso no existe ya.
Imagínatelo: cómo estará ahora, cuántos kilos habrá subido, cuántos habrá bajado, qué con esas ojeras de las que me enamoré perdidamente.
Imagínatelo: un día la persona que amas ya no está, un día esa persona desaparece como si jamás hubiese habitado este mundo. Se esfuman. Son sólo aire. Imagínate todo lo anterior y deja que el horror te invada y te deje sólo en escombros.

Esa es la humanidad, la maldita y condenada humanidad.

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